Había algunos que opinaban que la orientación del movimiento estaba equivocada y hubo peleas sobre cuestiones fundamentales, como ser el empleo de voluntarios dentro de la organización. Hasta ese momento, mi padre había insistido en que el movimiento fuera dirigido por gente dedicada a la causa, gente tan dedicada que solían dar todo su tiempo por techo y comida no más. Algunos opinaron que era un arreglo poco práctico. Por un lado, nadie dudaba del entusiasmo ni de la dedicación de los voluntarios. Por el otro, no cabe duda de que muchos voluntarios se volvían muy competentes, y lo perdimos todo cuando se iban.
Esta controversia tuvo repercusiones en la dirección y la política del movimiento. Mi padre seguía convencido de que el movimiento debía ser llevado por voluntarios dedicados a la causa del trabajador, y que debía crecer para abarcar las demandas no sólo de los que trabajaban en los viñedos sino de los obreros agrícolas en general. Otros temían que nos extendíamos demasiado y que convendría más concentrar nuestros esfuerzos en las cuestiones básicas del sindicalismo.
Entonces estalló una verdadera trifulca, y bien recuerdo el día en que veinte de nuestros abogados, casi toda la oficina jurídica, renunciaron de un día para otro. Los miembros de la junta directiva se pelearon. Empezaron a decir aquellas cosas que desgraciadamente se dicen en tales oportunidades,
Como ser que a lo mejor mi padre ya no servía para dirigir el movimiento y que, en lugar de adelantar la causa, impedía su progreso.
Joven que yo era, me sentí herido, ofendido por las cosas que decía esa gente. No era porque expresaban opiniones opuestas. En nuestra organización siempre se ha apreciado el debate abierto y animado, pero a mi parecer lo que estaba pasando era pura traición. Después de haberse ido mucha gente, quedó un ambiente de mala sangre que duró años…
En 1988 mi padre sostuvo una huelga de hambre – la última –que duró treinta y dos días. A los quince días, una persona que hasta ese momento había sido furiosa con mi padre, venía todos los fines de semana para la misa y para pasear por la propiedad donde mi padre estaba ayunando. Recuerdo que mi primera reacción fue: ¿Qué se creen esos hipócritas? hasta que me di cuenta de que esa gente demostraba más coraje que yo. Dejaban de un lado las querellas políticas para mostrar su humanidad, y con su ejemplo me enseñaron una lección importante. Hicimos el esfuerzo de ir a saludarlos y darles la bienvenida.
Es durante períodos difíciles como éste que uno se siente agotado emocionalmente, pero es precisamente en esos momentos que se nota un cambio en la actitud de la gente. Ver a un hombre sano y apasionado consumirse hasta quedar reducido a casi nada es agotador para las emociones de uno.
Hubo otro desborde de sentimiento público cuando mi padre falleció. Vinieron cincuenta mil personas al entierro, gente que no habíamos visto desde hace años, incluso personas que estuvieron muy amargadas. Hubo momentos difíciles para todos nosotros. Entre los miles que vinieron para la misa de réquiem hubo un señor que formaba parte de los miembros originales de la unión de campesinos y fue uno de los líderes del movimiento en aquellos días. Luego estuvo muy activo en la oposición contra mi padre, y hasta usaba la televisión para acusarlo de horrendos delitos. Fue muy desagradable cada vez que mencionó a mi padre.
Ahora bien, toda la familia estábamos sentados en la primera fila, cuando vi a este señor adelantarse con la intención de presentar sus condolencias a mi madre y a mis hermanos y hermanas. Había guardas de seguridad, y algunos lo reconocieron y recordaron sus comentarios. Cuando se acercó, lo pararon y no querían dejarlo pasar, pero no había forma de disuadirlo. Recuerdo levantarme durante la misa y decir a uno de los guardas: “déjenlo pasar”, y el señor vino y presentó sus respetos a mi madre y a mis hermanos y hermanas.
Hubiera sido fácil pretender que no lo veía entre la muchedumbre. Pero tenía que hacer lo que hice, porque mi padre nos había enseñado que siempre iba a haber conflictos, siempre habría lucha, y que nunca debemos olvidar que el único ideal digno de nuestra lealtad es el de nuestra humanidad; y ser humanos significa ser capaces de perdonar. Así fue que decidí dejarlo pasar a aquel señor, porque había venido a presentar sus respetos.
Pensando en aquellos días, creo que fui inspirado por una oración que mi padre escribió, “oración del campesino en la lucha”, que dice al final: “ayúdanos a amar aún a los que nos odian; así podremos cambiar el mundo.”
Enséñame el sufrimiento de los más desafortunados;
así conoceré el dolor de mi pueblo.
Líbrame a orar por los demás,
porque estás presente en cada persona.
Ayúdame a tomar responsabilidad de mi propia vida;
sólo así seré libre al fin.
Concédeme valentía para servir al prójimo;
porque en la entrega hay vida verdadera.
Concédeme honradez y paciencia, para que yo pueda
trabajar junto con otros trabajadores.
Alúmbranos con el canto y la celebración,
para que levanten el espíritu entre nosotros.
Que el espíritu florezca y crezca,
para que no nos cansemos en la lucha.
Nos acordamos de los que han caído por la justicia,
porque a nosotros han entregado la vida.
Ayúdanos a amar aún a los que nos odian;
así podremos cambiar el mundo. Amén.
- César Chávez