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Caja¿Por qué se unen nuestros hijos a ISIS?
por Laurie Gagne
viernes, 16 de septiembre de 2016
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Ataques terroristas en los últimos tiempos plantean la pregunta otra vez de por qué algunas personas, incluso jóvenes del mundo occidental, son atraídos por organizaciones como ISIS. Los reportes de desertores diciendo que los militantes constantemente usan drogas (evocador de las historias sobre los guardias del SS en los campamentos de concentración nazistas que estaban borrachos habitualmente) sugieren que una membresía de ISIS conduce a la participación en una fantasía tenebrosa y escapista. A las personas que ellos matan, primero las roban de su humanidad por una visión del mundo que las ha reducido a demonios. Pero en los videos para reclutamiento, ISIS se presenta luchando una campaña gloriosa, el abanderado del Islam verdadero en una guerra apocalíptica contra los apóstatas e infieles. Los jóvenes, tal vez los jóvenes más idealistas que buscan una identidad y sentido para encontrarse a sí mismos, son cautivados.
La búsqueda de autenticidad y sentido para la vida puede ser larga y difícil. Es necesario resistir la atracción de varios poderes que posiblemente brillan, pero no son Dios. Para algunas personas puede ser irresistible el encanto del poder de la muerte disfrazada como la justicia divina. Ejemplos de la tradición judeocristiana incluyen la masacre medieval de musulmanes por cristianos durante las Cruzadas. Karen Armstrong, historiadora de religión, argumenta de modo persuasivo que las organizaciones religiosas que se consideran débiles en relación con otras, son particularmente susceptibles a la ideología y la práctica de guerra santa. Es gratificante psicológicamente ejercer el poder de la muerte con la sanción de Dios. Donde hay una rendija en la identidad propia de musulmanes jóvenes, la retórica de ISIS puede más que llenarla.
¡Si tan sólo fuera el Dios de amor y misericordia tan cautivante para estos jóvenes como es el Dios de ISIS! Sabemos que están dispuestos a dar sus vidas por algo que consideran santo. Pero un culto de fuerza bruta ha eclipsado la santidad del Islam convencional—y el Cristianismo y Judaísmo—al parecer. ¿Cómo pueden alcanzar a estos jóvenes los seguidores del Dios de amor? Dijo Jesús: «He venido a traer fuego a la tierra» (Lc 12:49, NVI). No obstante, el mundo de estos chicos atraídos a ISIS debería parecer frío. En su anhelo de algo más, se han equivocado al tomar una imitación artificial de la trascendencia por lo auténtico.
¿Cuántos que llegan a la mayoría de edad hoy día en los Estados Unidos, Europa y el Medio Oriente están entusiasmados sobre la religión de sus padres? ¿Están entusiasmados sus padres mismos? Si condenamos a ISIS pero solo podemos brindar asistencia en la iglesia y clichés, no nos debería sorprender cuando aquellos que desean dar la vida por algo más grande, lo buscan en otros lugares. La intención de las religiones mundiales es para ser caminos a una vida más noble, en vez de zonas de comodidad donde personas afines y bien intencionadas pasan el tiempo juntas. Todos necesitamos la comodidad, pero también nos hace falta pasión y reto y crecimiento espiritual. Necesitamos encontrar una manera para poner en práctica nuestra creencia en un Dios amoroso.
Como americanos y europeos, también debemos distanciarnos de nuestro propio culto a la muerte. Debemos decir no a los ataques de aviones teledirigidos, decir no a las «botas sobre el terreno» en Siria e Irak, y decir no al bombardeo, sin embargo ser eficaz en lo que sea para apoyar la resistencia contra ISIS. El matar nunca honra al Dios de amor y misericordia. Si Dios creó cada vida, ¿cómo entonces podemos pensar que un ataque contra humanos sea nada menos que un sacrilegio? Tal vez seamos culpables de una fantasía escapista propia—una en la que los Estados Unidos es el héroe victorioso en contra de los arco-villanos de hoy, los terroristas. El paisaje de nuestras propias imaginaciones se llena de demonios.
Así los jóvenes atraídos a ISIS nos pueden enseñar algo. Su fervor, por lo trágicamente erróneo que sea, nos recuerda que necesitamos proclamar con nuestras vidas lo que creemos. Cuando hablamos del amor de Dios pero continuamos apoyando a la maquinaria de guerra de los Estados Unidos, no es de extrañar que nuestros hijos no nos escuchen. Pero si damos de comer a los hambrientos, vistamos a los desnudos, damos la bienvenida al desconocido, y montamos un movimiento de paz tan convincente como el discurso de venta de los belicistas, puede ser que llamemos su atención. Para hacerlo deberemos escoger el «amor en acción» de Dostoievski, el cual es «algo más severo y terrible comparado con el amor en sueños». El amor verdadero exige, pero nunca aburre. Nos permite ver al otro, el enemigo, como un ser humano tridimensional. Y ¿no es eso lo que todos realmente queremos: no un mundo fantástico de héroes y demonios sino una vida grandiosa donde el otro es tan real para mí como yo soy para mí mismo?