El arzobispo copto ortodoxo de Londres habló con Alan Koppschall, de Plough, acerca del impresionante testimonio de los coptos, una minoría religiosa perseguida en Egipto.
Alan Koppschall: Cristo llama a sus seguidores a amar a sus enemigos y a aquellos que los persiguen. La iglesia copta ha debido considerar ese amor radical a los enemigos de un modo que casi ninguna otra iglesia en la época actual lo ha hecho. Si nos retrotraemos a las secuelas de la Primavera Árabe en Egipto y a la agitación política que siguió, ¿cómo afectó esto a su iglesia y cuál fue la respuesta de los cristianos coptos?
Arzobispo Angaelos: Al momento del alzamiento en Egipto, como sucedió en todo Oriente Medio, hubo mucha inquietud e incertidumbre. Algunas personas tenían grandes esperanzas de lograr una reforma política; otras estaban ansiosas y escépticas. Otras intentaban impulsar una agenda personal. Y, por lo tanto, para los cristianos era importante continuar siendo cristianos a través de ese proceso, y eso significa ser miembros constructivos de la sociedad: orar y tener esperanza, pero también ser fuertes y fieles.
En determinado momento, cuando la situación política se volvió muy tensa, los islamistas intentaron quebrar la sociedad atacando a los cristianos y esperando que los cristianos les devolvieran el ataque. De ese modo, instigarían el estallido de una guerra civil. Y así, en agosto de 2013, en un lapso de dos días, un centenar de iglesias y sitios de ministerio cristiano a lo largo de Egipto fueron atacados. Sin duda, había sido orquestado. Y lo más notable fue que en un entorno político increíblemente enardecido —aquello era un polvorín y cualquier cosa pudo haber encendido la mecha—, no hubo ni una represalia, ni violenta ni de ningún tipo, contra ninguno de esos ataques.
Ni del patriarcado ni de la diócesis salió comunicación alguna que dijera: “No tomen represalias”. Solo se trató de unos cristianos en Egipto haciendo lo que los cristianos en Egipto hacen. Y al no tomar represalias, cortaron las alas a esa iniciativa. Según fue admitido por muchos, incluyendo a los analistas políticos y no cristianos a todo nivel, eso fue lo que protegió a la comunidad.
Más recientemente, en febrero de 2015, la iglesia copta apareció en el escenario mundial debido al terrible acto de violencia de ISIS contra veintiún trabajadores inmigrantes en una playa libia. ¿Cómo fue que ese incidente ayudó a demostrar la importancia de amar a nuestros enemigos?
Ese fue un momento crucial, creo, que impactó a muchas personas en todo el mundo, religiosas y no religiosas. Fue un acto de inhumanidad tal que cruzó una línea que muchos no estuvieron dispuestos a cruzar. El impacto de las ejecuciones tuvo dos orígenes. El primero estuvo en los propios hombres, los veinte cristianos coptos y su amigo ghanés. Su resiliencia, su fuerza y su mención del nombre de Cristo hasta el mismo final fueron una auténtica manifestación de gracia.
Tal como en el Libro de Daniel los tres jóvenes en el horno ardiente tuvieron a un cuarto junto a ellos, estoy seguro de que hubo un vigesimosegundo hombre en aquella playa. Cristo tiene que haber estado en medio de ellos, porque su paz era visible en los rostros.
Tal como en el Libro de Daniel los tres jóvenes en el horno ardiente tuvieron a un cuarto junto a ellos, estoy seguro de que hubo un vigesimosegundo hombre en aquella playa.
La segunda razón por la que la ejecución tuvo un impacto tan grande fue la reacción de las respectivas familias de las víctimas. El novelista alemán Martin Mosebach se conmovió tanto por esta historia, que viajó a Egipto para escribir su libro The 21: A Journey into the Land of Coptic Martyrs (Plough, 2019). Se trasladó a vivir con las familias, esperando encontrar a personas quebradas por un hecho que les había arrebatado a sus hombres, pero se encontró con personas que celebraban su testimonio y perdonaban a los perpetradores. Creo que eso fue una revelación.
Cuando la noticia de las ejecuciones llegó a Gran Bretaña, di más de treinta entrevistas en las veinticuatro horas siguientes al anuncio. Y todos los entrevistadores me preguntaron: “¿Cómo es posible que pueda perdonar?” Porque en mi primera entrevista había hablado acerca de perdonar a los perpetradores. Aquel punto de vista fue contracultural y contraintuitivo. Y creo que se trató de otra manifestación de la gracia. Es la gracia de Dios en nosotros que nos permite amar como él ama y perdonar como él perdona.
El perdón está ligado a amar a Dios, lo que incluye amarnos en tanto imagen y semejanza de Dios. Porque es al ver esa imagen y semejanza dentro de nosotros y dentro de todos los demás, incluyendo a nuestros enemigos, que luego somos guiados a amar y perdonar a todos. No se trata de perdonar la acción en sí, sino a la persona que comete la acción. Jamás justificando ni aceptando la hostilidad en sí misma, sino reconociendo el quebrantamiento humano y dándose cuenta de que todos estamos quebrados y todos necesitamos el perdón de Dios. Al reconocer eso, podemos empezar a amar la imagen y semejanza de Dios en los perpetradores, perdonarlos y orar por ellos para que su humanidad quebrada algún día pueda ser restaurada.
El mandamiento de Jesús de amar a nuestros enemigos no solo se aplica en los casos más extremos. Necesita ser algo que vivamos en nuestra vida cotidiana. Como miembro de una iglesia que ha sufrido tanta persecución, ¿cómo demuestra amor a sus enemigos a diario?
Solemos idealizar los grandes asuntos, como los veintiún mártires o el sacrificio de misioneros en rincones remotos del mundo. Pero, de hecho, la vida cotidiana, en Gran Bretaña o en cualquier parte, significa tener que amar a aquellos que nos persiguen o incluso simplemente hacen nuestra vida diaria un poco más incómoda. Debemos continuar viviendo nuestra fe, la “fe que nos guía”, porque el perdón no surge del vacío: el perdón se basa en el amor, y el amor se basa en la comprensión de la naturaleza de Dios, quien es en sí y por sí amor. En las escrituras se nos dice que él nos ama primero. Y cuando tenemos conciencia de ello podemos ver cuánto nos ama y cuánto nos ha perdonado. Y cuántas veces, como con la mujer adúltera o el paralítico u otros con quienes se encontró, nos dirá “Tus pecados quedan perdonados. Vete y no peques más”. Y, sin embargo, volvemos a pecar, y él nos volverá a encontrar con la misma gracia y el mismo amor. Así pues, creo que es muy importante que continuemos viviendo el mensaje de nuestro Señor Jesucristo y continuemos tras sus pasos.
¿Qué hay de los salmos imprecatorios? ¿Cómo podemos reconciliar el amor a los enemigos con el canto de esos salmos que parecen invocar juicio, calamidad y maldiciones sobre nuestros enemigos?
Lo hermoso acerca de nuestras escrituras es que no están suavizadas. No nos dicen que jamás tendremos un problema. Cuando el salmista está en la profundidad de la ansiedad dice: “¿Hasta cuándo, Señor, me tendrás en el olvido?” Cuando está en la profundidad de la necesidad dice: “A las montañas levanto mis ojos”. Cuando está en la profundidad de la oscuridad del camino de la vida, habla de atravesar el valle de la muerte, con la protección de la vara y el bastón del pastor. Todas estas cosas son emociones humanas que Dios nos alienta a expresar en términos humanos.
¿Qué debería hacer la iglesia en respuesta a la guerra en Ucrania?
Orar. La iglesia debe ofrecer oraciones por aquellos que están afectados de manera adversa, por aquellos que están en el poder, por aquellas personas que se encuentran en la primera línea, por todos aquellos que sufren. Allí donde la iglesia pueda decir algo bueno para aplacar los ánimos o traer reconciliación, debería ―deberíamos― hacerlo. Mucho de lo que hacemos no tendrá un efecto inmediato, porque estas guerras están basadas en geopolítica y en intereses nacionales que las personas no están dispuestas a dejar de lado. Pero, sin duda, nunca debemos añadir combustible al fuego y jamás debemos ser causa de mayor enemistad. La iglesia tiene que ser una presencia de esperanza y paz.
Jesús no nos dice que no tengamos enemigos. Él mismo tuvo muchos enemigos y aún tiene muchos. ¿Cómo adherimos de manera inflexible a la verdad del evangelio mientras aún amamos a nuestros enemigos?
Por muchos años he luchado con este concepto de “el enemigo” y he llegado a entender que, en tanto yo no tengo enemigos, hay personas en el mundo que se consideran enemigas mías. Pero incluso así, debo amarlas.
En términos de lo que hacemos, necesitamos ser honestos con nosotros mismos. Uno de los requisitos para sostener un diálogo exitoso es dialogar acerca del asunto correcto del modo correcto en el momento correcto. Y, por lo tanto, hay cosas sobre las que no vamos a estar de acuerdo incluso entre cristianos. Hay algunas cosas en las que yo, como cristiano copto ortodoxo, no puedo ceder. El ego, el estatus, el poder son todas cosas sobre las que podemos y debemos ceder. Cuando se trata de la doctrina, hay cosas en las que no podemos ceder, pero tampoco estas nos evitan vivir junto con los otros. Y no nos evitan dar testimonio juntos y vivir el amor y la gracia de nuestro Señor juntos, ser la “luz del mundo”.
Orar por nuestros enemigos también es una parte importante del evangelio, ¿verdad?
Definitivamente. Necesitamos orar por todo y por todos, lo que incluye orar, como nuestro Señor hizo, por aquellos que se consideran nuestros enemigos. Incluso cuando estaba en la cruz, oró por sus verdugos y dijo: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”. Cuando nos referimos a aquellos que son perpetradores de atrocidades, hay un aspecto de esas personas “que no saben lo que hacen”, porque están atacando lo que consideran una entidad deshumanizada, mientras que, en realidad, están atacando al ser humano completo, alguien a imagen y semejanza de Dios.
Traducción de Claudia Amengual