Subió Jesús a una barca, cruzó al otro lado y llegó a su propio pueblo. Unos hombres le llevaron un paralítico, acostado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico:

—¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados!...

—Se dirigió entonces al paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Y el hombre se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud se llenó de temor, y glorificó a Dios por haber dado tal autoridad a los mortales.

—Mateo 9:1-8

El hecho de que Jesús sanó al paralítico con la sola palabra debe convencernos de que también tiene autoridad para perdonar pecados. El que es capaz de sanar, perdona. Por eso los milagros de Jesús son únicos y significativos.

Debemos recordar que las enfermedades, especialmente las que tienen un carácter demoníaco, son la consecuencia del pecado y la rebelión. Si se deben eliminar nuestras dolencias, la maldición del pecado tendrá que ser destruida; y lo ha sido. Dios escucha las oraciones de pecadores que son humildes y se arrepienten; les ayudará a vencer su sufrimiento. La restauración de la salud que ocurre en una forma más natural sin duda también es una señal del amor de Dios. Dios derrama su gracia sobre todos: «Él es bondadoso con los ingratos y malvados» (Lucas 6:35b). Pero esto no significa que sus pecados sean perdonados. Dios nos puede rescatar de la muerte, pero el pecado todavía puede permanecer.

Martín Malharro, Atardecer.

Cada vez que Jesús sanaba, Dios mismo estaba presente —el poder que creó algo de la nada—, y el pecado fue destruido. Por esta razón no es posible que la persona a la que Dios se acerca siga siendo el mismo pecador que antes. Cuando Dios sana en forma milagrosa, en el mismo momento desaparece todo lo que nos separa de él. Somos liberados del pecado y reafirmados en la gracia de Dios.

Por esta razón solo los que tienen fe en Cristo, aquellos que lo reconocen como Hijo de Dios, están en condiciones de recibir gracia y perdón. Donde Jesús no encuentra fe, no puede realizar milagros (Mateo 13:58; Marcos 6:5-6). Pero cualquiera que se acercaba a él con una fe sencilla recibía ayuda. Muchas veces Jesús dijo: «Tu fe te ha sanado».

En la actualidad la sanación y el perdón no coinciden necesariamente. Esperamos por la plenitud del tiempo cuando el Espíritu será derramado sobre todas las naciones. Sin embargo, por medio de Cristo, el único que «lleva los pecados del mundo», se ha establecido un camino nuevo y eterno. Jesús les dio a sus discípulos autoridad para sanar y perdonar pecados (Juan 20:21-23). Su don de gracia —completo con poderes de lo alto— ahora se concede a todos los que aceptan su muerte reconciliadora. ¡Qué misericordia la que Dios nos ha mostrado! Incluso ahora podemos experimentar la sanación y el perdón de pecados. Regocijémonos y veamos lo que Dios puede hacer.


Extracto del libro El Dios que sana.