Noviembre de 1933, Hesse, Alemania. El Bruderhof —una comunidad de aproximadamente 125 hombres, mujeres y niños recién establecida en una granja en las montañas del Rhön— acababa de enterarse de una nueva orden del gobierno nacionalsocialista: todos los ciudadanos debían votar en un referendo para manifestar aprobación al régimen. Oficiales del gobierno les advirtieron que la no participación podría significar prisión en los campos de concentración que el Reich —por aquel entonces, en su décimo mes— había establecido para sus enemigos.
En la papeleta se hacía la siguiente pregunta: “¿Aprueba usted la política del gobierno de su Reich y está dispuesto a ratificar la misma y a comprometerse solemnemente con dicha política como manifestación de su convicción y voluntad propias?” Luego de orar y debatir, los miembros de la comunidad decidieron que, en lugar de marcar sí o no, cada uno redactaría una declaración:
Mi convicción y mi voluntad me ordenan defender el evangelio, el discipulado de Jesucristo, la venida del reino de Dios, y el amor y la unidad de esta iglesia. Ese es el llamamiento único que Dios me ha hecho como mío. En esta fe intercedo ante Dios y la humanidad por mi gente y su patria, y en particular por su gobierno imperial con su llamamiento diferente, hecho por Dios, no a mí, sino a mis amados gobernantes Hindenburg y Adolf Hitler.
El periódico informó acerca de estos votos que fueron incluidos con los del sí. Pero cinco días después la pequeña comunidad se vio rodeada por más de ciento cuarenta oficiales armados de las SS y la Gestapo. 1
El “llamamiento diferente” por el que los miembros del Bruderhof prometieron orar es la tarea de gobernar encomendada por Dios (Ro 13:1-5). Creían que sus líderes debían ser considerados como “amados” según el mandamiento de Jesús de amar al prójimo y, en el caso de Hitler, al enemigo. Las declaraciones que redactaron en sus papeletas de votación aludían a la creencia cristiana según la que el propósito del Estado está subordinado al de la iglesia: el Estado mantiene el orden de manera tal que la tarea de la iglesia pueda llevarse a cabo y “todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti 2:4).
Pero la declaración también hacía referencia a un desasosiego fundamental en la relación entre la iglesia y el Estado, una ambigüedad que ha estado allí desde que Jesús enseñó a sus seguidores “dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mr 12:17). A lo largo de dos milenios, los cristianos se han esforzado por discernir cómo interactuar con las autoridades políticas de su sociedad. Este esfuerzo es incluso más evidente en lo que respecta al Bruderhof, una comunidad anabautista que se distingue con facilidad de la sociedad secular por el compromiso de sus miembros con la no violencia y con compartir todas sus posesiones según el espíritu de la iglesia primitiva. (Hch 2 y 4).
He sido miembro del Bruderhof desde 1997 y he cumplido funciones como asesor jurídico principal de la comunidad por los últimos dieciocho años. En este rol he tenido muchas oportunidades para reflexionar sobre cómo el Bruderhof ha interactuado con el gobierno a lo largo de estos cien años de historia y cómo lo hace en la actualidad.
Convicciones básicas
La iglesia en el mundo
En tanto comunidad que es parte universal del cuerpo de Cristo, intentamos obedecer sus enseñanzas y su ejemplo tomados de los Evangelios en todo lo que hacemos. Entendemos nuestro llamamiento como una forma compartida del discipulado, moldeada por la iglesia primitiva y por los anabautistas de la Reforma Radical del siglo XVI.2 Siguiendo su ejemplo de pobreza voluntaria y la enseñanza de Cristo según la cual no se puede servir a Dios y al dinero (Mt 6:24; Lc 16:13), no tenemos propiedad privada: las casas en las que vivimos y los autos que conducimos no son nuestros. De este modo, vamos tras una vida que en sus aspectos prácticos se opone a la regla del dinero, raíz de mucha de la violencia que determina la necesidad de que exista un gobierno (1 Tim. 6:10).
Somos ciudadanos de un Estado, pero somos parte de una iglesia sin Estado, no obligada con país alguno. A lo largo de nuestros cien años de historia, “el Estado” ha significado Alemania, Liechtenstein, Inglaterra, Paraguay, Uruguay, Corea del Sur, Australia, Austria y Estados Unidos. Sin negar el valor del amor a la patria, nuestra primera lealtad siempre es a Dios, Señor de la historia, y la venida del reino. Como está dicho en “Carta a los hebreos”: “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (He 13:14). Nuestra lealtad es a Dios en tanto nuestro rey.
Esa es una afirmación que hacemos junto con todos los cristianos que adherimos al Código Niceno. Según el Nuevo Testamento, la época histórica actual es una paradoja: Cristo reina como Señor, pero no todos sus enemigos han sido subyugados (1 Co 15:20–28). En tanto gobernante del cielo y la tierra, Jesús ha triunfado sobre los poderes del pecado y la muerte que caracterizan a los Estados mundiales. Su iglesia espera su día, cuando lo que él comenzó sea completado (Fil 1:6). Los poderes del mal permanecerán activos en el mundo hasta que el reino de Dios venga en plenitud y conforme una sociedad nueva. Hasta entonces viviremos de modo imperfecto en un mundo imperfecto, pero Cristo da a la iglesia un anticipo de su reino a través de la presencia del Espíritu Santo que se vive allí “donde están dos o tres congregados en mi nombre” (Mt 18:20.3
El rol del Estado
Respetamos el legítimo uso de la autoridad civil para mantener la paz y la justicia básica (Ro 13:4). Dentro de la iglesia, bajo el gobierno del espíritu de Cristo, el único estándar es el agapē. Pero no podemos aspirar a que el mundo sea la iglesia, no somos utópicos. En palabras del fundador del Bruderhof, Eberhard Arnold: “La iglesia cristiana como tal no está llamada a abolir el orden estatal. El poder del Estado y su orden jurídico son, a los ojos cristianos, instrumentos de Dios necesarios para mantener a raya el asesinato y el odio, la mentira y la traición, la injusticia y la inmoralidad”.4 El corolario de esto es que los cristianos deberían obedecer la legislación nacional (Ro 13:1–5).
Hasta cierto punto. Como escribió en 1542 el líder anabautista Peter Riedemann en su defensa ante el Príncipe Felipe de Hesse, quien estaba encarcelándolo por herejía: “Nosotros… voluntariamente concedemos al gobernante aquello para lo que fue designado… y así damos muestra de nuestro sometimiento voluntario”. Pero los cristianos también deben ser vigilantes de los límites de la autoridad civil, tal como Riedemann agrega: “Siempre que algo vaya contra Dios, la conciencia y nuestro llamamiento, nosotros elegiremos obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5:29).
¿Puede un cristiano ejercer un cargo político?
Como creemos que un cristiano no puede participar en un asesinato (Mt 5:21), no podemos ser parte de ninguna acción del Estado que esté sustentada en la fuerza letal. En un nivel más evidente, esto incluye las políticas bélicas y la pena de muerte. Según se explica en Fundamentos de nuestra fe y llamamiento, la declaración de creencias del Bruderhof: “Nos rehusamos a ejercer el poder gubernamental ocupando altos cargos o cualquier función tal como juez o jurado que haya sido investido con poder sobre la vida, la libertad o los derechos civiles de otros”. Creemos que hacerlo sería incompatible con la misión de Cristo y la tarea de la iglesia.
Los oficiales de policía y los soldados que arriesgan su vida para defender a otros de los agresores violentos merecen mi profundo respeto. Aunque yo también deba estar preparado para dar la vida por mis amigos (Jn 15:13), las palabras y el ejemplo de Cristo no me permiten considerar la posibilidad de matar para hacerlo. Como lo expresó Michael Sattler, evangelista y mártir anabautista de los primeros tiempos, en la Confesión de Schleitheim en 1529:
La espada constituye un ordenamiento de Dios fuera de la perfección de Cristo. Castiga y mata a los malvados, y guarda y protege a los buenos…
Muchos… se preguntarán si un cristiano puede o debe hacer uso de la espada contra los malvados para protección y defensa de los buenos o motivados por el amor…
[Pero] el mismo Cristo además prohíbe la violencia de la espada cuando dice: “los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas… Mas entre vosotros no será así” [cf. Mt 20:25–28].
Si algo no podemos, por lo tanto, es ser príncipes de este mundo. Por este motivo no nos postulamos a cargos electivos, pero sí participamos de aquellos aspectos del gobierno que son no violentos y no están vinculados al proceso electoral tales como comités de planificación o cuerpos especiales, o en departamentos locales de bomberos y ambulancias. Creemos que cualquiera de las justificaciones conocidas para avalar a los cristianos a ejercer cargos electivos o participar en la violencia estatal no muestran fidelidad a la prioridad absoluta de la iglesia sobre el Estado. Citando una vez más a Eberhard Arnold: “Todo aquel que ejerce un cargo de gobierno no puede hacer lo que Cristo hace; de otro modo, Jesús hubiera sido un emperador romano o un líder del pueblo de Israel. Y eso es justo lo que rehusó hacer cuando el diablo lo tentó”.5
Pacifismo cristiano no significa pacifismo progresista
El pacifismo cristiano no da su bendición al uso letal de la fuerza por parte del gobierno ni apoya la teoría de la guerra justa, como sí lo han hecho los cristianos católicos o miembros del protestantismo magisterial. Tampoco es lo mismo que el pacifismo progresista, que pretende que el Estado no sea violento, lo que supone una contradicción. El pacifismo progresista está basado en un concepto idealista de la bondad y el progreso humanos más que en una estimación realista del pecado y del mal en un mundo no redimido. Por oposición, nuestro enfoque —que entendemos es el enfoque de Cristo— implica rechazar el uso de la espada o del poder estatal y, en su lugar, preconizar el uso de las armas de la guerra espiritual, en la confianza de que la voluntad de Dios debe triunfar en la historia. En el seno de la iglesia estas armas son el compromiso mutuo y la admonición; en el ámbito público son la oración, la crítica al orden social, la desobediencia civil en aras de la conciencia, el exilio e incluso el martirio.
Por lo tanto, en lugar de aferrarse al control político, la iglesia aboga desde dentro del Estado por un tipo de acción lo más justa y menos violenta posible. Esta posición no presenta dualidad. No existe un estándar de justicia para la iglesia y otro para el mundo secular. Por ejemplo, cuando la iglesia recurre al Estado para que busque la paz en su más alta manifestación y se abstenga de guerras intervencionistas o penas capitales, sin esperar que renuncie a toda su fuerza, lo está instando a que se haga cargo de los pobres, los huérfanos y los extranjeros. Al hacerlo, reconoce que el Estado no puede eliminar todas las inequidades. Así, intentamos promover el bien en su aplicación práctica y en toda la extensión que las circunstancias lo permitan, sin perder el foco en nuestro más importante llamamiento: seguir a Cristo.
A veces la iglesia puede promover los valores cristianos dentro de la esfera política a través de ideas expresadas en términos de humanismo secular. Hay ideas como la libertad, la igualdad, la democracia y los derechos humanos que suenan bien a nuestros contemporáneos porque apuntan, incluso desde su imperfección, a algunas verdades referidas a la condición humana. Señalan la justicia del reino. Pueden, por lo tanto, resultar útiles por cuanto la iglesia busca criticar el mundo, incluidos los abusos del poder del Estado.
Sin embargo, no debemos dejarnos encantar por estos términos. La paz y la justicia absolutas no serán alcanzadas por el progreso de un imperio mundano, por más ilustrado que sea, sino por la reunión de un pueblo nuevo, la iglesia de Cristo, y al final, por el renacimiento de toda la humanidad cuando él vuelva en su gloria. Mientras tanto, no debemos depositar nuestra confianza en la visión de un Estado utópico, ya sea de izquierda o de derecha, o en revivir una imaginaria cristiandad dorada del pasado.6
La misión de la iglesia
Mantener la política en su sitio
Al mostrar que el amor activo a Dios y al prójimo es posible, la mera existencia de la comunidad eclesiástica es un testigo notable del reino que vendrá para el orden social no redimido y para el Estado.
Pero, además de eso, tiene el deber de buscar el bien de todas las personas y defender su libertad de religión. Esto incluye apelar al Estado para que cumpla sus responsabilidades mediante la denuncia de la injusticia, la sugerencia de mejorar y la exhortación a los gobernantes para que tiendan a la justicia y la misericordia. A veces el Estado no hace lo suficiente. Puede ser corrupto o haber renunciado a su responsabilidad de proteger a todos sus ciudadanos o de proveer apoyo a los vulnerables.
De todos modos, nos damos cuenta de que el Estado —una forma de gobierno con un gobernante que no es Cristo— nunca alcanzará una perfección a la que un cristiano no tendría nada que añadir. Los anabautistas nunca aspiraron a una democracia liberal —mucho menos a un socialismo marxista o algún otro sistema de gobierno— para crear el reino final. Las observaciones de Patrick Deneen, Adrian Vermeule y otros pensadores posprogresistas acerca de que el progresismo ha fallado, no resultan una sorpresa para aquellos con una perspectiva anabautista.7
Libertad religiosa
Los anabautistas del siglo XVI merecen crédito por haber pavimentado el camino hacia la libertad religiosa moderna.8 Mucho antes de que la Carta de Derechos fuera redactada, los anabautistas se hacían eco de los Padres de la Iglesia e insistían en los derechos de todas las personas a vivir de acuerdo con su fe en absoluta libertad. En 1527, el líder anabautista Hans Denck escribió: “Todos tendrían que saber que en materia de fe debemos actuar de forma libre, voluntaria y sin ser forzados”. Los anabautistas sabían que aquellos que claman “Así dijo Jehová” para justificar sus campañas en busca del poder terrenal corrompen la fe cristiana y de manera inapropiada se valen de esta lealtad absoluta para justificar sus actos en el campo político.
Este principio anabautista de libertad religiosa se reflejaría más tarde en la Constitución de los Estados Unidos. No es extraño que luego de la Segunda Guerra Mundial las comunidades del Bruderhof encontraran refugio en los Estados Unidos. La Cláusula de Práctica Libre y la Cláusula de Establecimiento de la Primera Enmienda, leídas en conjunto, prohíben el control del Estado sobre la religión, ya sea a través de la interferencia con las creencias y las prácticas, ya por una ortodoxia estatal impuesta.9
En consonancia con la visión anabautista, esto no significa que la religión y su influencia fermentativa deban ser desterradas de la vida pública. Algunos casos llevados a la Suprema Corte, tales como Lemon vs. Kurtzman en 1971, han confundido a la opinión pública y han generado una atmósfera de nervios en los tribunales y en los funcionarios estatales, quienes no consienten que exista la menor intromisión de una perspectiva de fe en los asuntos civiles.10
Puesto que la iglesia sobreexcede al Estado y es estructuralmente distinta, mantener a ambos separados no genera conflicto, a la vez que se insiste en que la religión tiene un lugar en la vida pública y se reivindican los derechos legales de los creyentes. Al ser maltratado por las autoridades gubernamentales, Pablo se amparó en sus derechos como ciudadano, no por despecho ni como una maniobra utilitaria, sino porque el Estado había actuado de forma injusta (Hch 16:37). Cuando los hombres y mujeres reivindican sus derechos como ciudadanos y exigen al Estado que respete su dignidad y la de otros, están haciendo un servicio al recordar al Estado cuál es su función.
En la práctica: ejemplos del Bruderhof
La comunidad eclesiástica en tanto manifestación práctica de la venida del reino de Dios es la voz más audible en el mundo. Entre otras cosas, esto significa una vida dedicada al discipulado y al compromiso con el servicio humilde (Mt 20:25–28), la sexualidad disciplinada (Mt 5:28) y la entrega de las posesiones (Lc 12:13-24). Si la mejor estrategia para el cambio social y político se inicia con la llegada a los corazones y a las mentes, la iglesia necesita comenzar con la integridad de su testimonio. Así es como nosotros, el Bruderhof, entendemos nuestra tarea: intentamos vivir como Cristo nos llamó a hacerlo, amar a nuestro prójimo tal como él nos lo indicó. Invitamos a otros a que se nos unan, o a vivir en esa obediencia a su modo, que puede lucir muy diferente al nuestro.
La integridad del testimonio —para un evangelio que reivindica cada aspecto de la vida— debe moldear nuestras interacciones con el gobierno. A veces estas interacciones son forzosas; a veces son voluntarias. Y a veces son asertivas, cuando la iglesia debe abordar la injusticia pública con su autoridad, llevando adelante acciones que el Estado puede considerar problemáticas. ¿Cómo ha funcionado todo esto en la práctica?
Interacciones forzosas
Nos esforzamos por ser buenos ciudadanos y observar la ley. Varias de las interacciones forzosas con el Estado que implican la obediencia a la ley reflejan las enseñanzas de Cristo. Por ejemplo, las leyes que protegen a los vulnerables (las leyes de protección a la infancia y las de vacunación) o el pago de impuestos. En todo lo referente a nuestro trabajo —incluyendo escuelas, negocios, clínicas médicas y dentales y granjas— somos meticulosos en el cumplimiento de los requerimientos del Estado, siguiendo el espíritu de Mateo 22:21 y Romanos 13.11 Pero cuando las exigencias del Estado entran en conflicto con la conciencia, los cristianos deben poner límites e incluso violar la ley si la obediencia a Dios así lo requiere.
Una de las áreas que coliden con una iglesia comprometida con la no violencia es el servicio militar. Durante la década de los treinta, los jóvenes del Bruderhof en edad de hacer el servicio militar prefirieron exiliarse antes que formar parte de las fuerzas de Hitler. Unos años más tarde, en Inglaterra —donde la comunidad se había reagrupado luego de su disolución forzada por la Gestapo en 1937—, el desafío volvió a plantearse. Muchos jóvenes ingleses se unieron al Bruderhof en búsqueda de una forma de “trabajar en la eliminación de todas las causas que pudieran conducir a la guerra”.12 Cuando Gran Bretaña movilizó sus tropas durante la Segunda Guerra Mundial, debieron defender sus convicciones ante numerosos tribunales.
Uno de estos jóvenes fue Fred Goodwin, un ingeniero educado en Cambridge, quien esto dijo al tribunal: “En tanto miembro de la comunidad, deseo observar la ley y cumplir con los deseos del Estado en la medida que no entren en conflicto con mi lealtad a Dios. No puedo aceptar un servicio alternativo… que interfiriera con mi continuidad en el trabajo que hago libremente en el [Bruderhof]. Deseo ayudar a mis semejantes… y creo que la mejor ayuda que puedo darles…, ya sea en tiempo de paz o de guerra, es mi participación en el testimonio de una vida comunitaria basada en el Nuevo Testamento de la iglesia primitiva”.
Una cosa es rehusarse a pelear por Hitler, pero otra es rehusarse a pelear contra él. Este pacifismo quizá sea uno de los aspectos del anabaptismo más difíciles de ser entendidos por el resto de las personas. Dick Sheppard, el fundador de Peace Pledge Union —una organización no gubernamental que promueve el pacifismo—, dijo: “El núcleo del pacifismo cristiano está en la creencia de que nunca es correcto tomar una vida humana. Nada tiene que ver con el quietismo en el sentido de una apatía inmoral o de una cobardía… Es una filosofía constructiva de vida. No significa una rendición incondicional al mal”.13
A Fred Goodwin se le concedió el estatus de objetor de conciencia, al igual que a todos los miembros del Bruderhof que así lo solicitaron. A medida que las hostilidades en Europa iban en aumento, los alemanes que vivían en el Bruderhof inglés fueron considerados extranjeros enemigos, susceptibles de ser internados. Pero, en una concesión notable, el gobierno británico ofreció la alternativa de que todos los miembros del Bruderhof, incluyendo a aquellos en edad de servicio militar, abandonaran el país en grupo.14 En este contexto, la elección de Paraguay como destino se debió en parte a las exenciones del servicio militar que ya se aplicaban a los menonitas. Pero el llamamiento a filas por la Guerra de Vietnam afectó a docenas de jóvenes del Bruderhof que, una vez más, debieron defender su convicción acerca de que matar está mal en todas las circunstancias. Se alcanzó un acuerdo con el Consejo del Sistema de Servicio Selectivo según el cual ciertas tareas desarrolladas en el Bruderhof —como el ejercicio de la medicina o el trabajo en la editorial— serían consideradas un servicio alternativo.
Interacciones voluntarias
En tanto padre de cinco hijos y abogado, asisto con asiduidad a eventos cívicos que se abren con el Juramento de Lealtad. Del mismo modo, soy entrenador de un equipo de fútbol de preparatoria y muchos de los juegos comienzan con la entonación del Himno Nacional. Al igual que otros miembros del Bruderhof, me pongo de pie para manifestar mi respeto por el Juramento de Lealtad, pero no me uno a su declaración a viva voz. Cuando se entona el Himno, muchas personas colocan su mano sobre el corazón, pero los miembros del Bruderhof no lo hacemos. En momentos festivos como esos, esta negativa puede parecer indecorosa, pero para nosotros es una muestra de que, aunque respetamos la autoridad del Estado otorgada por Dios y el amor natural hacia el país, nuestra lealtad primera y última es hacia el reino de Dios.
Esto puede parecer a muchos excesivamente escrupuloso. Sin embargo, hay buenos motivos para ser cautelosos con respecto a las prácticas patrióticas que adquieren las características de rituales religiosos, como bien sabían los primeros cristianos. La convicción de que un cristiano solo debe declarar lealtad a Cristo es la razón por la que, en los treinta, los miembros del Bruderhof rechazaron resueltamente utilizar el saludo Heil Hitler (que puede entenderse como “la salvación por Hitler”). Hoy, casi todos los cristianos condenarían este saludo como obviamente idólatra, pero en aquella época, unos pocos cristianos en Alemania se negaban con firmeza a pronunciarlo (ni siquiera héroes antinazis como Dietrich Bonhoeffer y Karl Barth).15 Seguramente esto jugó un pequeño papel en la insensibilización de la conciencia cristiana de aquellos años.
Votar, por contraste, no implica un asunto de lealtad, sino una responsabilidad moral. Dónde y cómo votar es un asunto de conciencia para los miembros del Bruderhof. Debatimos sobre esto y, a veces, no estamos de acuerdo.16 ¿Hasta qué punto el acto de votar involucra al creyente con decisiones repugnantes que el candidato pueda tomar más tarde? ¿Acaso no votar contra un candidato belicista o corrupto es un pecado de omisión? Algunos miembros del Bruderhof no votan. Y otros eligen votar solo en elecciones locales donde el efecto de las políticas del candidato afectará directamente el bienestar de su barrio. Algunos consideran que votar es incoherente con la postura anabautista de abstenerse de ejercer el poder político. Otros lo consideran como una forma útil de dar testimonio. Aquí, en Nueva York, en tanto contribuyentes en nuestros distritos escolares locales, apoyamos las prioridades presupuestarias que, de acuerdo con nuestro leal saber y entender, benefician a los niños y a las familias. Y oponerse a votar por cualquiera de los candidatos corruptos de una lista (si acaso no están en juego asuntos más significativos) puede algunas veces ser una forma eficaz de dar testimonio.
No votamos para ser políticamente poderosos ni para imponer una visión religiosa por medio del poder coercitivo del Estado. Al mismo tiempo, desentenderse por completo del proceso político es un voto por el mantenimiento del statu quo o un reflejo de una apatía personal o colectiva. El Bruderhof no pretende tomar posición acerca de todos los asuntos políticos, pero cada vez que algo parece importante, buscamos la forma de trabajar con otros. Cada vez que nos involucramos en algún proceso que implique influir en el gobierno, estamos alertas a las tentaciones del poder y tenemos conciencia de que incluso haciendo el bien, involucrarse con el gobierno no es la mejor forma de emplear el tiempo o la energía para un cristiano.
A pesar de que algunos miembros del Bruderhof eligen un partido político y se afilian a él, todos tienen claro que ningún partido o candidato puede ser identificado como “la opción cristiana”. Transigir es inherente a la política, pero no se puede transigir en lo que respecta a las verdades eternas. Por este motivo, no podemos adoptar la plataforma completa de ningún partido. También nos cuidamos de cualquier exceso de sentimiento partidario que pueda causar división entre miembros de la comunidad. Puesto que nuestras comunidades no se afilian a partidos políticos, podemos convocar a los funcionarios elegidos y a otros líderes locales para transmitir y resolver problemas en un ámbito de diálogo abierto y confianza.
En mi experiencia, no ha sido difícil encontrar intereses comunes a través del espectro político con cristianos y con personas de otras profesiones de fe o que no profesen fe alguna. Después de todo, el amor de Cristo se extiende a todos y la iglesia no tendrá un lugar duradero en ningún partido en particular. Si el combate a la pobreza y a la injusticia racial son asuntos bíblicos, también lo son la transparencia del sagrado vínculo del matrimonio y su propósito de procreación. Algunos de estos puntos de vista pueden parecer progresistas y otros, conservadores. Lo que nos interesa a nosotros es la fidelidad al evangelio en todas las cosas.
Este es el motivo por el que los pastores del Bruderhof sirven como capellanes a las fuerzas de seguridad y en el ministerio en las prisiones. Rompiendo el Ciclo es un programa de resolución no violenta de conflictos que ofrecemos a las escuelas y a otros foros. Provee modos de abordar asuntos críticos orientados a la juventud de hoy.17 No solo nos oponemos al aborto, sino que apoyamos los hogares maternales e invertimos en educación vinculada a las relaciones saludables y a la responsabilidad. Cuando renegamos del suicidio asistido por un médico, debemos prestar nuestra ayuda en los hogares para enfermos terminales y a las instalaciones para el cuidado de los adultos mayores. No tenemos una solución para los complejos desafíos que propone la inmigración, pero podemos proveer personal que atienda los espacios para niños en los centros de detención en la frontera con México y en los campos de refugiados en el Medio Oriente.
Interacciones emprendedoras
Y están también esos momentos cruciales de la historia cuando el creyente y la iglesia deben discernir si la conciencia pide una respuesta sin concesiones.
Al final de la Primera Guerra Mundial, Eberhard Arnold remarcó que “la iglesia no tiene nada que ver con el poder del Estado. Representa solo una cosa: el poder del amor que todo lo sostiene. Sin embargo, el sentido más profundo del Estado es un asunto que atañe a la iglesia. Es tarea de ella ejercer influencia en la vida política por el bien de la justicia y de la paz, por el bien del amor que todo lo envuelve. Hay una serie de posibilidades ilimitadas de influencia y ayuda espirituales que están latentes en el Espíritu que anima la iglesia”.18
Como Martín Luther King Jr. señaló cuatro décadas más tarde en su “Carta desde la prisión de Birmingham”, si Dios da a los Estados la autoridad para mantener la justicia, los cristianos deben manifestarse en contra de las leyes injustas. Al igual que otras iglesias en los Estados Unidos durante los sesenta, el Bruderhof siguió de cerca el desarrollo del Movimiento por los Derechos Civiles. A medida que un número creciente de personas se trasladaban al Sur para solidarizarse con aquellos que estaban luchando por justicia, los miembros del Bruderhof debatían si presionar a favor de los objetivos “políticos” —tales como la igualdad en el derecho al voto y la eliminación de la segregación racial— era compatible con la habitual vacilación de la comunidad acerca de intervenir en cuestiones políticas.
Concluimos en que debíamos tomar parte y enviar delegaciones a Selma, Alabama, y a Atlanta, Georgia, para marchar junto a King. En respuesta a una carta de Dwight Blough, pastor del Bruderhof, King escribió en mayo de 1964: “Si tenemos éxito en esto, como creemos que será, vendrá un tiempo cuando esta nación podrá en la práctica convertirse en la Comunidad Amada… Compartimos con usted el deseo de que nuestro país experimente un cambio que habilite la existencia de una verdadera hermandad de las personas y la paternidad de Dios”.
En los años transcurridos desde entonces, los miembros del Bruderhof continuaron reuniéndose con líderes del gobierno para manifestarse contra guerras en el exterior y contra el perjuicio a los pobres del país. Por citar algunos ejemplos, hemos abogado por políticas que beneficiaran a los niños y a las familias, incluyendo mejores escuelas públicas; nos hemos opuesto a la pena de muerte y a la eutanasia, mientras intentábamos promover una ética de vida coherente; y hemos instado a una mejora de un sistema judicial injusto para los pobres y las minorías. Grupos de estudiantes del Bruderhof hacen salidas a capitales nacionales y estatales como Londres, Canberra, Washington y Albany, Nueva York, para aprender acerca del gobierno y de la política, y desarrollar un interés activo en los asuntos del momento. Los jóvenes de nuestras escuelas también participan en jornadas en las que abogan por las causas de organizaciones humanitarias como Save the Children, World Vision y Oxfam.
Bien vivida, la iglesia comunidad es en sí un testimonio para la sociedad en lo que respecta a la vida familiar, el cuidado de los vulnerables y de los adultos mayores, la educación centrada en el niño, la dignidad del trabajo, los límites al consumo y la necesidad de responsabilidad de los líderes. Nuestro interés también incluye la libertad religiosa, es decir, la libertad para expresar y practicar verdades eternas tales como la santidad de la vida y el respeto por el santo compromiso del matrimonio. Al dar este testimonio, el Bruderhof da la bienvenida a aliados desde dentro y fuera del gobierno, sean o no religiosos. Para nosotros, ser manos y pies de la fe significa asociarnos con los servicios sociales locales y organizaciones tales como la Cruz Roja, Caridades Católicas, United Ways y Boys and Girls Club para atender necesidades no satisfechas.
Nuestro principal llamamiento
Luego del referendo alemán de 1933, los miembros de las SS pasaron un día completo allanando las casas de la comunidad en la zona rural de Hesse. Interrogaron a sus miembros, uno por uno. Se fueron sin hacer arrestos, pero se llevaron libros y documentos. Dijeron que sería prudente que la comunidad emigrara. Como tantos otros, no tenían lugar en la Alemania que el Führer había concebido. Durante una reunión vespertina en el día de la votación, Eberhard Arnold habló. Sus palabras —pronunciadas en un momento de gran peligro— constituyen un resumen notable acerca de cómo la iglesia debería ser testigo del Estado.
Es una enorme bendición aproximarse a un individuo o a varios para hablarles del reino de Dios… Pero es algo mucho más grande si se confronta el mundo con una realidad histórica… en tanto testigo de la verdad del evangelio. Significa ser llamado a participar para hacer historia al representar el camino de amor y paz y justicia en medio de un… mundo plagado de armas. Somos llamados a vivir este testimonio, imperturbables e inalterados, mientras una tempestad de hechos históricos se propaga con violencia a nuestro alrededor.
Ese es el verdadero llamamiento de la iglesia: llevar adelante una acción final, calma y unida enfrentando los horrores de los eventos demoníacos y apocalípticos de estos tiempos, una acción que exprese unidad y fidelidad completas, amor y perdón completos, acción unida que clama: arrepiéntanse y crean en el evangelio, porque el reino de Dios está cerca.
Cuatro años después, en abril de 1937, la comunidad del Bruderhof en Alemania sería atacada de nuevo y disuelta por orden de la Gestapo.19
La historia de los anabautistas ilustra el hecho de que los creyentes deben estar listos para adoptar una postura firme incluso a costa de su vida, o de ser, una vez más, refugiados en aras de la conciencia. Esta audacia se fortalece al estar liberados de la propiedad privada, así como por el hecho de llevar una existencia común que expresa la primacía del reino de Dios sobre todos los aspectos prácticos de la vida. Esto significa dar testimonio público; no significa retractarse. Estamos convencidos de que la partida a largo plazo es espiritual y no política. Mientras tanto, trabajamos por lograr el bien concreto en el orden social y anticipamos el reino prometido de la justicia de Dios, tan magníficamente descrito a lo largo de las Escrituras, ese día cuando “la tierra será llena del conocimiento de Dios, como las aguas cubren el mar” (Is 11:9).
Traducción de Claudia Amengual
Notas
- Ver Thomas Nauerth, Zeugnis, Liebe und Widerstand: Der Rhönbruderhof 1933–1937 (Schöningh, 2017). Ver también Emmy Barth, An Embassy Besieged: The Story of a Christian Community in Nazi Germany (Wipf and Stock, 2010).
- Para una descripción más amplia ver “The Anabaptist Vision of Politics” by John D. Roth.
- N. T. Wright, Simply Christian (Harper Collins, 2006), 126. /Simplemente cristiano (Biblioteca Teológica Vida, 2012).
- Eberhard Arnold, “Jesus and the Future State,” conferencia pública, Berlín, abril de 1919 (Bruderhof Historical Archive, EA 19/1).
- Eberhard Arnold, comentarios a una reunión de los miembros del Bruderhof, enero de 1931 (Bruderhof Historical Archive, EA 35/31).
- Para más información acerca de la historia (y un ejemplo) del pensamiento progresista utópico en los Estados Unidos, ver Richard Rorty, Achieving Our Country (Harvard University Press, 1999). /Forjar nuestro país (Paidós, 1999)/.
- Ver el reciente libro de Deneen’s Why Liberalism Failed (Yale University Press, 2018) /¿Por qué ha fracasado el liberalismo? (Rialp, 2018)/ y el artículo de Vermeule “Integration from Within” en American Affairs, primavera, 2018, americanaffairsjournal.org.
- Harold Bender, “The Anabaptists and Religious Liberty in the Sixteenth Century,” Mennonite Quarterly Review 29 (1955), 85.
- Después de todo, nuestros antecesores anabautistas fueron quemados en la hoguera acusados de herejía por funcionarios del Estado. Esta herejía incluía rechazar la creencia en la transustanciación y el bautismo de infantes. Ver Thielemann von Bracht, Martyrs Mirror (primera publicación en 1659), trad. Joseph Sohm. /El espejo de los mártires (www.laiglesiaprimitiva.com, 2010)/. Ver también “Church Autonomy and the Free Exercise Clause” en James Serritella, ed., Religious Structures under the Federal Constitution (Carolina Academic Press, 2006), 133.
- El famoso “muro de separación entre la iglesia y el Estado” de Jefferson muchas veces es malinterpretado. La separación que Jefferson pregonaba en la metáfora del “muro” debería ser entre las instituciones de la iglesia y el Estado, no entre la fe y el gobierno.
- En efecto, el mero cumplimiento de las leyes no es suficiente para la iglesia: el ejemplo de Cristo establece los valores de moralidad, ética y comportamiento a los que aspiramos. Para una descripción de cómo llevamos adelante nuestra tarea, ver “Common Work” in Foundations of our Faith and Calling /“El trabajo en común” en Fundamentos de nuestra fe y llamamiento/ (bruderhof.com) y John Rhodes, “Is a Christian Business an Oxymoron?” Plough Quarterly 21 (verano, 2019), 52. /“Un negocio cristiano, ¿es un oxímoron?” en https://www.plough.com/es/temas/comunidad/un-negocio-cristiano-es-un-oximoron
- Esta frase fue parte de la promesa firmada por más de 140,000 miembros de Peace Pledge Union, organización fundada por el pastor Dick Sheppard, y está basada en la respuesta que George Fox, fundador de la doctrina cuáquera, dio en 1651 cuando se le ofreció un cargo en el ejército. La respuesta decía que él “vivía en la virtud de esa vida y ese poder que habían eliminado toda ocasión de guerra”.
- “The Christian Attitude to War,” un sermón de 1937, impreso en Walters, Kerry, ed., We Say No! The Plain Man’s Guide to Pacifism (Wipf and Stock, 2013), 132.
- Ian Randall, A Christian Peace Experiment: The Bruderhof Community in Britain, 1933–1942 (Cascade, 2018).
- Nauerth, Zeugnis, Liebe und Widerstand, 286.
- Para los miembros del Bruderhof que viven en Australia, votar no es opcional. Votar en elecciones federales y en referendos es obligatorio y el no votar se penaliza con una multa.
- Ver breakingthecycle.com.
- Arnold, “Jesus and the Future State.”
- Tres miembros fueron arrestados (y luego puestos en libertad) y al resto se les dio veinticuatro horas para abandonar Alemania. La narración completa de esta historia puede ser leída en An Embassy Besieged de Emmy Barth.