Miércoles de tarde, alrededor de las cinco; abajo, en la cocina, mis hijos menores están atormentando al asistente de voz, lo cual exaspera a mi hija adolescente. El caos reina en la cocina mientras yo estoy en cama con gripe, a resguardo bajo las mantas, y mi esposo en una reunión en el trabajo. Lo curioso es que todo ese desbarajuste en la planta baja no tendría lugar si mi esposo estuviera aquí. Todos estarían cumpliendo, al menos en parte, la lista de tareas cuidadosamente elaborada, y el anuncio de mi hija “Hice burritos; coman donde quieran porque papá y mamá no están” hubiera sido reemplazado por nuestra habitual preferencia por sillas y mesas. Cada vez que mi esposo o yo intentamos funcionar como madre o padre solos, siempre llegamos a la misma conclusión: no fue una buena idea.

Informes publicados recientemente confirmaron mi sospecha acerca de las penurias de las madres o padres solos: las madres casadas, en hogares con dos ingresos, tuvieron mayor seguridad económica y experimentaron mucha menos soledad cuando la pandemia impactó sobre la estructura social de los Estados Unidos, desde 2020 hasta 2022. Esta comprobación no me sorprendió porque, además de ser madre, dirijo un refugio para familias sin techo. La población que atendemos se compone principalmente de mujeres con hijos o embarazadas de entre dieciocho y veinticuatro años.

Tampoco me sorprendió leer que las madres solas, que no viven con una pareja, no lo pasan bien. Estas son las madres que llegan al refugio. Antes de la pandemia estaban solas y sin dinero, y después de la pandemia, siguieron igual.

Fotografía de Priscilla du Preez

Conozco a estas mujeres; en algunos casos, he seguido el curso de su vida a lo largo de casi una década. Durante las entrevistas, una huésped expresó lo que esperaba para su vida futura en estos términos: “En una situación ideal me gustaría tener una pareja con quien compartir las cuentas y responsabilidades. Quiero tener una familia. Quiero tener más hijos con una pareja. Quiero tener alguien en quien apoyarme”.

La soledad es algo que desgasta a las mujeres en nuestro círculo de huéspedes del refugio, pero como progresista que soy me he opuesto desde hace tiempo a los argumentos de los conservadores que proclaman el matrimonio como la solución a la pobreza. Mi formación en trabajo social estuvo alineada con el modelo “La vivienda primero” (Housing First) y una línea de pensamiento que pregonaba la independencia como el bien mayor. En el refugio solía predicarles a las huéspedes, como un evangelio, que “no debían depender de nadie”. 

Sin embargo, son las mujeres pobres las que crían a sus hijos solas, una realidad que encaja con un fenómeno bien documentado: el embarazo planificado y el no planificado. Entre las mujeres que no han completado la educación secundaria, el setenta por ciento de los nacimientos ocurren fuera del matrimonio, mientras que entre las mujeres con título universitario el porcentaje es inferior al diez por ciento. Como lo señala Richard Reeves, esto resulta paradójico: las mujeres con mayor independencia económica crían a sus hijos dentro del matrimonio o conviviendo con su pareja, mientras que quienes más necesitan un segundo ingreso en el hogar –por no hablar de alguien que ayude a llevar y traer a los niños, acostarlos a la hora de dormir o lavar los platos– no están casadas ni conviven con su pareja.

Aun cuando los hombres las hayan defraudado, las huéspedes de nuestro refugio no dejan de confiar en la posibilidad de una nueva relación. Quizá el mejor ejemplo de esta renovada esperanza es la cantidad de mujeres que hemos recibido que tienen más de un hijo, con diferentes parejas. La esperanza nunca muere. 

Pero, a la larga, las relaciones con los hombres no suelen funcionar. Llegué a conocer a estos hombres por mi trabajo en el refugio y he visto de cerca sus defectos y carencias. En muchos casos, ellos mismos fueron víctimas de abuso y abandono, lo cual se suma a su incapacidad de ser confiables y comprometidos en una relación de pareja. Entonces, llego a entender por qué un hogar monoparental puede parecer la mejor opción. Dicho esto, ser madre sola tampoco parece funcionar bien, y vemos la lucha continua de las mujeres aun después de haberlas ayudado a acceder a una vivienda basada en ingresos.

Mi esposo y yo hemos pasado los últimos diez años abogando por vivienda asequible en Cincinnati. Con nuestro trasfondo de fe fundada en el servicio y muy influenciados por la política demócrata, en 2014, fuimos cofundadores de Lydia’s House (La casa de Lidia), un refugio para mamás, con un modelo de servicio integral y asistencia posterior al egreso sin límite de tiempo. Conscientes de la necesidad de vivienda para que estas mamás solas y sus hijos dejaran el refugio, nuestra organización comenzó con un plan de unidades económicas en 2016.

Desde que nuestra organización pasó a ser un pequeño integrante del mundo de los propietarios que arriendan a personas de bajos ingresos y a participar en conversaciones de más alto nivel acerca de qué manera responder a la crisis de acceso a la vivienda en nuestra región (que, dicho sea de paso, es una de las de mayor accesibilidad a nivel nacional), no hemos visto un incremento en vivienda familiar accesible. Por el contrario, el panorama parece más sombrío: el aumento de los alquileres en nuestra región es de los más acelerados a nivel nacional, los organismos públicos de vivienda están cerrando unidades, y muchos proyectos de vivienda comunitaria están en mal estado. El “Crédito fiscal para viviendas de bajos ingresos”, el instrumento más conocido para la creación de vivienda subsidiada, adolece de una pesada carga burocrática.

Cuando comencé a participar en conversaciones sobre desarrollo y promoción de vivienda, hace ya siete años, lo hice con el idealismo de creer que podríamos trabajar juntos los promotores sociales y agentes inmobiliarios para solucionar el enorme déficit de vivienda para las familias más pobres.

Ahora me pregunto si acaso estamos atacando el problema correcto.

¿Y si fuera posible, en nuestra región, paliar significativamente la crisis de vivienda accesible para adultos autoválidos con hijos mediante la simple inclusión de un segundo adulto –padre, hermana, abuela o amiga– en la ecuación?

A fines de 2022, el grupo de promoción de la vivienda “National Housing Coalition” (Coalición Nacional para la Vivienda) presentó un informe titulado “Paycheck to Paycheck” (Vivir al día) que incluía una calculadora de opciones de vivienda de acuerdo con el tipo de trabajo y salario. El informe plantea con gran acierto que un trabajador no calificado no puede alquilar un apartamento de dos dormitorios en la mayoría de las regiones, incluida Cincinnati, una de las más accesibles, como ya dijimos. Sin embargo, si se ingresa en la calculadora un salario muy bajo, correspondiente a un trabajo no calificado, por ejemplo, mucama de hotel, y se duplica ese ingreso, resulta que una unidad de dos dormitorios se vuelve accesible en Cincinnati sin necesidad de subsidios. 

Quizá esto le resulte a obvio a la mayoría de los lectores, pero para mí, fue una epifanía.

Veamos la cuestión desde otro ángulo: calculando el acceso a la vivienda en un treinta por ciento del “Ingreso promedio del área” ($28.650), en nuestra región, una familia de cuatro podría pagar $716 mensuales de alquiler y servicios. Por este precio no se consigue nada de dos dormitorios en el mercado, por lo tanto, la familia necesitaría apoyo del gobierno y de organizaciones filantrópicas. Sin embargo, si dos adultos trabajaran en un restaurante de comida rápida, a $12 la hora, horario completo, cuarenta y seis semanas al año, ganarían $44.160. En ese caso, podrían hacer frente a un alquiler de $965 mensuales y $134 en servicios, aun cuando tuvieran un gasto de automóvil de $500 mensuales. Una búsqueda rápida en Yardi, un sitio web de seguimiento de la oferta inmobiliaria, muestra 141 opciones de alquiler de vivienda de dos dormitorios ajustado al presupuesto de esa familia, en el mercado inmobiliario actual. Dos personas con salario hacen viable el acceso a dos dormitorios, aun cuando tengan un empleo que no exige educación secundaria, y como sabemos a juzgar por los avisos “Se busca personal”, estos trabajadores son muy requeridos.

Las políticas públicas deberían incentivar a la gente a salir del aislamiento y avanzar hacia la participación y la construcción de relaciones.

No estoy argumentando a favor del modelo de dos adultos asalariados compartiendo una vivienda con el fin de debilitar los argumentos a favor de construir nuevas unidades de vivienda asequible para las familias, subsidiadas por el gobierno y las organizaciones benéficas. Nuestra organización actualmente es propietaria de doce de estas unidades y posiblemente añada algunas más. Los pocos proyectos que se publican en línea cada año son vitales, especialmente teniendo en cuenta que estamos viendo pérdidas netas de apartamentos en nuestra región. Siempre habrá madres o padres solos, y hay situaciones, particularmente el caso de las personas que egresan de familias de acogida, en que no hay ningún adulto en su círculo a quien puedan invitar a compartir la renta. Además, la vivienda subsidiada también es una necesidad para las madres y padres con discapacidad.

Más aun, es inaceptable pedirles a las mujeres que vivan con un abusador o con un hombre que maltrate a sus hijos para solucionar el problema del alquiler.

Por otra parte, es evidente que el pequeño número de viviendas asequibles que podemos ofrecer cada año no es una solución integral al fenómeno social de adultos solteros con sus hijos que necesitan viviendas de dos o más dormitorios. Construir suficientes viviendas para satisfacer esta demanda es poco realista, no cuenta con el apoyo de la presente legislatura conservadora y, más importante aún, a menudo esto hace que las mujeres con hijos queden aisladas, en viviendas separadas, lo cual resulta perjudicial para ellas.

Una solución más humana, y a tono con la economía actual y una larga tradición antropológica, es vivir juntos. David Brooks lo argumentó de manera muy convincente en su ensayo “The Nuclear Family Was a Mistake” (La familia nuclear fue un error). Ezra Klein, recientemente entrevistado por Dan Savage, redobló ese concepto: “Dos personas no bastan para criar una familia”. Esto me resulta familiar, y es la razón por la que decidí criar mis hijos en medio de una comunidad, pero, desde mi experiencia, reconstruir redes de apoyo fuertes, como el clan o la familia extendida para las mujeres de nuestro refugio es una tarea abrumadora y prácticamente imposible. En cambio, agregar un adulto a la ecuación de crianza podría ser un punto de partida bastante más accesible, y si el segundo adulto asumiera un rol parental, eso sería tremendamente beneficioso para las madres que conozco que se sienten inseguras con respecto a la vivienda.

Las investigaciones indican que, en muchos casos, los padres de los niños son la mejor opción, y la más sustentable, para convivir y compartir el alquiler. Aunque el tamaño de la muestra es relativamente pequeño, en Lydia’s House pudimos comprobarlo: los padres mantienen la relación por más tiempo y tienen menos problemas para compartir el alquiler. Serían tantas las ventajas si los hombres pudieran convivir con las mujeres con las que tuvieron hijos, aportar a la economía familiar, compartir la crianza de los niños y brindar protección mutua contra la soledad y la falta de sentido. Además, la singular realidad de la crianza monoparental en los Estados Unidos no es la norma; me sorprendió saber que ningún otro país tiene la tasa de familias monoparentales que tenemos en nuestro país. En la mayoría de las sociedades, durante la mayor parte de su historia, las parejas han permanecido unidas, generalmente a través de algún tipo de promesa o compromiso, hasta que los hijos llegan a una edad en la que pueden valerse por sí mismos. Claro que, como apuntarían los conservadores sociales, el casamiento les daría estabilidad formal a las familias a la vez que, estadísticamente, le proporcionaría a la relación entre los padres un fundamento más sólido a largo plazo.

El problema es que el paradigma actual, especialmente los beneficios que otorga el Estado y la política de vivienda subsidiada, desestimulan el compromiso matrimonial y el compartir la vivienda, la crianza de los hijos y los gastos. Esta “mentalidad independentista” no le hace bien a nadie. Por el contrario, debilita la capacidad de las familias de lograr la estabilidad de los vínculos y la autosuficiencia que les gustaría tener.

Conocí el caso de una mamá con una pierna quebrada que rehusó incluir al padre del niño en el contrato de alquiler aun cuando eso le hubiera permitido al padre quedarse de noche, sin restricciones, y apoyarla en una situación de extrema necesidad. La razón era que eso hubiera elevado el alquiler poniéndola en peligro de perder el derecho a ser beneficiaria de una vivienda según la Sección 8. Le permitió quedarse algunas veces, pero se negó categóricamente a qué él informara sobre sus ingresos, y así se privó del apoyo que hubiera tenido si le daba la posibilidad de ser inquilino legal.

Si la unión de dos adultos logra mitigar el problema de la vivienda, estimular el trabajo y proveer el sustento para los hijos, el gobierno debería dejar de desestimular aquello que precisamente conduce a la estabilidad. La función de las políticas públicas es incentivar a la gente, así pues, tendrían que dar incentivos para que la gente salga del aislamiento y avance hacia la participación y la construcción de relaciones.

La pareja no tiene que ser perfecta para ser mejor que criar un niño sola.

Ejemplos de mejores incentivos podrían ser reducir el impacto del “efecto precipicio” en los beneficios sociales, otorgar beneficios universales sin importar el total de adultos en el hogar o incluso, cambiar la estructura de los subsidios desde la etapa misma de la construcción de las viviendas. Las autoridades locales pueden recurrir a incentivos como reducir la cantidad de lugares de estacionamiento requerida o autorizar la construcción de un mayor número de unidades por padrón de modo que los propietarios de proyectos de vivienda de dos dormitorios puedan aspirar a percibir un alquiler igual o similar al del mercado. Un municipio que ofreciera incentivos podría exigir que los promotores inmobiliarios aceptaran la Sección 8; se permitiría a las personas de bajos ingresos o “madres solas” acceder a estos edificios, a la vez que se presentaría la posibilidad de dos adultos asalariados en un apartamento de dos dormitorios como el paradigma económico deseable.

Aun cuando se logren avances sistémicos, cada pareja tendrá que tomar sus propias decisiones. Soy hija de padres divorciados, de modo que sé que no hay varita mágica que haga funcionar una relación cuando ya no hay afinidad en la pareja. Conscientes de que la vida de casados y con hijos era complicada, mis padres también sabían que todo sería mucho más difícil si se separaban, especialmente teniendo en cuenta que mi mamá no tenía título universitario. Mi padre a menudo pasaba largos períodos trabajando en otras ciudades; mi mamá aceptó el turno de noche en su empleo haciendo reservas para una aerolínea. Había escasa relación personal entre ellos, según recuerdo, pero lo relativo a compartir responsabilidades en lo económico y en la crianza se mantuvo firme por veinte años. Mi mamá no dejó a mi papá hasta que mi hermana y yo nos fuimos de casa. Es posible que haber experimentado el valor funcional de que dos adultos acordaran hacer que las cosas funcionaran a fin de preservar nuestra estabilidad hace que crea mucho más en este modelo. No me dejo llevar por la falsa ilusión de que hubiera sido mejor que mis padres se separaran antes, y, por cierto, no fue mejor para mi hermano menor que todavía vivía con ellos al momento de la separación.

En el refrigerador, tengo un imán con la frase: “La vida no tiene que ser perfecta para ser maravillosa”. Después de diez años de acompañar a las madres solteras a través de su tiempo en el refugio, la solicitud de beneficios, el acceso a una vivienda económica, las consecuencias del “efecto precipicio”, los descalabros en el cuidado de los niños, y verlas tocar fondo una y otra vez, pienso en colocar un imán que diga: “La pareja no tiene que ser perfecta para ser mejor que criar un niño sola”.

La tarea por delante es convencer a esos adultos de que esto es un hecho, hacer más atrayente esa posibilidad y buscar nuevas maneras de apoyar a las parejas en la sin duda ardua tarea de compartir la crianza de los hijos. Porque salir adelante juntos es probablemente menos difícil, y ciertamente mas sostenible económicamente, que hacerlo solos.


 Traducción de Nora Redaelli.