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    painting of Apostle Paul in prison

    Convertirnos en esclavos unos de los otros

    Las cartas de Pablo prueban la paradoja de la libertad a través del amor.

    por John M. G. Barclay

    lunes, 07 de abril de 2025

    Otros idiomas: Deutsch, English

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    Las cartas del apóstol Pablo contienen un claro llamado a la libertad que ha resonado a lo largo de los siglos: “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud” (Gál 5:1). La teología de Pablo ha dado peso en un antiguo anhelo del espíritu humano de ser libre para pensar, elegir y actuar. También ha inspirado movimientos sociales y políticos que buscan libertad frente a la dominación humana y a la coerción en sus diversas formas. En efecto, la libertad se ha convertido en la consigna de la modernidad occidental, pero con un tono radicalmente individualizado: la autonomía, la independencia y la elección se han convertido en incuestionables virtudes del “yo blindado” que desconfía de las obligaciones, y prefiere determinar qué responsabilidades asumir o descartar en la búsqueda de la autorrealización. La libertad como autodeterminación parece, en apariencia, una extensión natural de la teología de Pablo.

    ¡No tan rápido! Tan pronto como Pablo publica su llamado a la libertad, agrega una dialéctica crucial: “Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones [literalmente: la carne]. Más bien sírvanse unos a otros con amor” (Gal 5:13). Pablo sabe que está usando una paradoja: ¡Usen su libertad para la esclavitud! Sin embargo, no es un truco retórico; son las dos caras de la misma moneda. Como resalta en Romanos: “Porque, cuando nuestra carne aún nos dominaba, las pasiones pecaminosas que la Ley nos despertaba actuaban en los miembros de nuestro cuerpo y dábamos fruto para muerte. Pero ahora, al morir a lo que nos tenía atados, hemos quedado libres de la Ley, a fin de servir a Dios con el nuevo poder que nos da el Espíritu y no por medio del antiguo mandamiento escrito” (Ro 7:5-6). Liberados de la esclavitud para ser esclavos, pero esclavos de un tipo, y no de otro. En Romanos, al igual que en Gálatas, la “esclavitud” en la nueva vida del Espíritu toma la forma del amor: “No tengan deudas pendientes con nadie a no ser la de amarse unos a otros. De hecho, quien ama al prójimo ha cumplido la Ley” (Ro 13:8). La libertad que Pablo proclama no es la autonomía o independencia individual sino la libertad que se da dentro de los compromisos mutuos de amor. ¿Qué quiere decir con esto?

    painting of Apostle Paul in prison

    Rembrandt, San Pablo en la cárcel, óleo sobre tela, 1627.

    Pablo entiende el mundo, no como un espacio vacío en el cual las personas forjan su esfera privada de libertad, sino como terreno ya poblado por poderes en competencias mayores que los actores humanos, quienes solo imaginan que son libres. En lo que respecta a Pablo, nuestra búsqueda de una autonomía individualizada y atomizada es en sí misma una ilusión esclavizante, porque somos, y se espera que seamos, libres solo en la medida en que somos formados por la relación con Dios y con los demás. Dios está poderosamente activo en el mundo, en la creación y la recreación, y la postura básica del reconocimiento humano de Dios es un acto de confianza que es al mismo tiempo una forma de sumisión (“la obediencia de la fe”, Ro 1:5). Reconocer el acto salvador de Dios en Jesucristo es proclamar: “Jesús es Señor” (del griego Kyros, que significa amo: 1 Co 12:3). La plenitud del potencial humano no se producirá mediante la libertad imaginada de un ser independiente, sino a través de la sumisión al poder de la resurrección de Jesús. Cuando toda rodilla se doble y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor (Fil 2:11). Solo entonces, “la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza” (Ro 8:21). Solo entonces los humanos alcanzarán su máxima plenitud y Cristo “transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso, mediante el poder con que somete a sí mismo todas las cosas” (Fil 3:21). La verdadera libertad de todo lo que restringe la plenitud humana, incluyendo la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, solo es posible porque el “Señor” (Kyros) Jesús es más poderoso que todas las fuerzas que limitan y restringen nuestro florecimiento.

    Estas fuerzas son más grandes de lo que imaginamos en nuestros pequeños mundos privatizados. Son las fuerzas sociales y culturales que moldean nuestras cosmovisiones y restringen nuestra imaginación; son las fuerzas políticas que (ahora con mayor éxito) vigilan y controlan nuestros movimientos. Y, lo más importante, son las macroestructuras de la existencia humana. Conforman nuestra estremecedora tendencia a la crueldad, la indiferencia, el prejuicio, la insensatez y el egoísmo que Pablo denomina simplemente como “pecado”. Y más allá de esto, tenemos nuestra fragilidad física y mortalidad que Pablo llama “corrupción” y “muerte”. Él describe el mundo como un campo de batalla cósmico, en el cual estamos atrapados, ya sea que lo reconozcamos o no. Lo que Dios está haciendo en Jesús es un acto amoroso de liberación de los poderes de ocupación. Jesús, cuya resurrección ha abierto un camino a través de la muerte, está sometiendo todo lo que corrompe e inhibe nuestro potencial para florecer (1 Co 15:20-28). Encontraremos la libertad no en nuestra propia endeble fortaleza, sino en al alistarnos en el avance victorioso del “Señor”. Esa marcha hacia la libertad, confiados en la seguridad del amor de Dios, ya nos libera de la preocupación e inseguridad que están en la raíz del “pecado” del ser humano. “Ahora bien, el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co 3:17).

    Dado este panorama, ¿qué significa ser “libres” pero “esclavos” en la vida común y corriente del ser humano? El tema de la libertad aparece a lo largo de varias cartas de Pablo pero en ninguna de manera más poderosa que en su carta a los Gálatas. Aquí, él se opone a lo que llama la “coacción” de aquellos que buscan imponer en los creyentes cristianaos un conjunto específico de prácticas religiosas y culturales, como si esa fuera la única manera de pertenecer a Cristo. El tema principal es la exigencia de misioneros competidores que los varones se sometan a la circuncisión, de acuerdo con la ley judía, y así, coartar “la libertad que tenemos en Cristo Jesús” (Gál 2:4; 6:12). A lo que se opone Pablo no al judaísmo per se, sino a la intención de restringir la identidad cristiana dentro de los límites de una tradición sociocultural. Esto contradice fundamentalmente la gracia que traspasa barreras de Dios en Cristo, que es “libertad” en su desprecio de las condiciones humanas preexistentes y los actos sin considerar la diferencia étnica, el estatus o el género (Gál 3:28). Lo que esta gracia produce es la libertad para reconsiderar y reconfigurar todos los valores sociales y culturales que hemos heredado y en los que fuimos criados, con una frescura radical que Pablo atribuye a la “nueva creación” (Gál 6:15). Además, el propósito de esta libertad es crear la posibilidad de nuevas comunidades que rompan fronteras que atraviesen las líneas del prejuicio, la discriminación y el temor, y proporcionan nuevas formas de pertenencia mutua en el amor: “En Cristo Jesús de nada sirve estar o no estar circuncidados; lo que vale es la fe o confianza que actúa mediante el amor” (Gál 6:15).

    ancient key artifact

    Una corredera de cerradura romana con cadena, hechas de cobre fundido, 43–410 d. C. Fotografías de WikiMedia Images (dominio público).

    Pablo plantea la paradoja de la libertady la esclavitud en los seres humanos, porque “la esclavitud” que tiene en mente es, como hemos visto, la esclavitud mutua del amor: “no usen esa libertad como una excusa para vivir según sus deseos humanos; al contrario, sirvan a los demás con amor" (Gál 5:13). Él entiende (y nosotros con frecuencia olvidamos) que los humanos están constituidos por relaciones, no por autodefinición, y su visión de un florecimiento humano no se refiere a personas aisladas que trazan su propio camino a lo largo de la vida comprometiéndose lo menos posible, sino el yo-en-relación; las personas que alcanzan su potencial humano a través de la vida ‘con’ los demás, en la mutua entrega del amor. Todas las cartas de Pablo se dirigen a la formación de comunidades interculturales e interclasistas cuyos miembros trabajan juntos para descubrir la mejor manera de practicar su compromiso con Cristo. Como lo establece claramente en su famosa imagen del cuerpo de Cristo; todos los miembros tienen que aportar algo a los demás y todos los miembros tienen algo que necesitan de los demás; nadie es autosuficiente y capaz de florecer solo (1 Co 12:12-26). Lo que mantiene a esta comunidad junta es lo que Pablo llama koinōnia (solidaridad y cooperación), solidaridad con Cristo (que se experimenta en la Cena del Señor) y cooperación entre sí. Y el pegante en esa solidaridad es el amor: amor que se recibe de Cristo quien se dio a sí mismo “por mí” (Gál 2:19-20) y “por ti” (1 Co 11:24) y el amor que comparten unos con otros (1 Co 13).

    La Libertad para amar es la libertad para recibir, ofrecer y compartir lazos de pertenencia y, por consiguiente, lazos de obligación. Pablo entiende que lo que ha sucedido en la vida, la muerte y la resurrección de Cristo como supremo y definitivo acto de amor divino (Ro 5:6-11), un amor que nos acompaña y habita nuestra condición con el fin de romper las cadenas de todo lo que restringe nuestra realización, liberándonos para encontrar nuestra plenitud en la confianza y lealtad a Cristo. “Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Ro 5:5). Siendo amor, se expresa en lazos de compromiso, confianza, lealtad y paciencia hacia los demás, y lo mismo se espera de ellos. El amor no entrega el yo, sino que lo entrega ‘en’ solidaridad con los demás, satisfaciendo nuestras necesidades y más profundos anhelos, no en un aislamiento espléndido, que después de todo no es tan espléndido, sino en el florecimiento mutuo con otros. Como aparece en el escrito brillante de Lutero La Libertad de un cristiano (que sigue siendo una lectura esencial para todo cristiano reflexivo), es porque estamos libres de cualquier preocupación, asegurados por el amor de Dios, que podemos ser esclavos de los demás (1 Co 9:19). El amor que compartimos, que es la expresión y extensión del amor de Dios, también es una especie de amor-retorno a Dios: expresamos amor, confianza y gratitud hacia Dios en amor unos a otros, de modo que la libertad que disfrutamos en el amor nos ata tanto a los unos y a los otros como a Dios. ¿Cómo podemos ser libres para ser la mejor versión de nosotros mismos? No es cortando (o disminuyendo) nuestros lazos con los demás, sino en el liberarnos de nuestro egocentrismo que erróneamente adoramos como libertad, y así, al sumergirnos en los lazos (y peligros) del amor, confiados en que, cualesquiera que sean nuestros fracasos en ese esfuerzo, es el camino que finalmente será vindicado y completado en la consumación amorosa de Dios de nosotros y de todas las cosas en Cristo.

    old chains

    Cadenas de aleación de cobre, época del imperio romano.

    Sin embargo, ¿Qué significa para aquellos que literalmente fueron esclavizados? La esclavitud era endémica en el mundo social y económico en el que Pablo vivía, tan fundamental y casi incuestionable como nuestra moderna noción de propiedad privada. Pablo se encontró con muchos esclavos dentro y fuera de sus iglesias, el más famoso de ellos fue Onésimo, quien probablemente le pidió que intercediera ante su dueño Filemón, y quien se convirtió al cristianismo en el proceso (ver la pequeña joya: la carta de Pablo a Filemón). Pablo consideraba que cada persona, esclava o libre, tenía el inmensurable valor de ser amado por Cristo, quien murió por todos (2 Co 5:14-15). Para él, los esclavos no eran meras “cosas” (propiedad de sus dueños), era posible verlos de una forma totalmente diferente (ya no considerados “según criterios meramente humanos” (2 Co 5:16). Aquellos que pertenecían a Cristo (como el nuevo Onésimo) eran “nueva creación” (2 Co 5:17), beneficiarios de la acción liberadora de Cristo, con una identidad y valor iguales a las de cualquier hombre o mujer libre (Gál 3:28, 1 Co 12:13). En efecto, dado que Cristo había realizado el más profundo y significativo reajuste de poder en el universo, lo que en última instancia importaba más que cualquier forma de pertenencia humana era la cuestión de quién pertenecía a Cristo. “Fueron comprados por un precio”, dice Pablo a todos los creyentes en Corinto (1 Co 6:20; 7:23). A través de su muerte y resurrección, Cristo los ha liberado de aquellas formas destructivas de esclavitud que impiden el florecimiento humano y los ubica en una nueva forma de compromiso (“esclavitud”) en el que se pueden convertir en todo lo que estaban destinados a ser. Por tanto, Pablo puede decir: “Porque el que era esclavo cuando el Señor lo llamó es un liberto del Señor; del mismo modo, el que era libre cuando fue llamado es un esclavo de Cristo” (1 Co 7:22). Las personas liberadas (esclavos liberados por sus amos) aún seguían teniendo obligaciones continuas con el Señor. Nadie en este panorama es libre en nuestros términos imaginarios de autonomía individualizada, porque en la visión de Pablo, tal estado no es posible. Todos están en una especie de esclavitud (al pecado y a la muerte) o en otra (a la justicia y a la vida, Ro 6:15-23). La única pregunta es a quién llamas “Señor”. Los esclavos en la imagen de Pablo tienen la dignidad de ser personas liberadas del único Señor que tiene su máximo bienestar completamente en su corazón y en su capacidad de concederlo.

    Pablo consideraba que cada persona, esclava o libre, tenía el inmensurable valor de ser amado por Cristo, quien murió por todos.

    Sin embargo, ¿qué sucede con su bienestar humano en las condiciones del acá y el ahora? La esclavitud podía ser inmensamente cruel: las familias esclavas podían ser divididas cuando vendían a uno de sus miembros; además, los esclavos podían ser sometidos a un trato deshumanizante, incluyendo abuso sexual. La mayoría de los esclavos deseaban ser liberados, con tal de que tuvieran la oportunidad de ganarse la vida después de ello; con frecuencia, los amos estaban dispuestos a concederlo, siempre y cuando alguien pudiera pagarlo, y que sirviera para fomentar un comportamiento dócil entre los otros esclavos. ¿Qué pedía Pablo? En el caso de Onésimo, a quien su amo consideraba “inútil” y había amenazado con vender (Flm 11), Pablo pide que ahora lo reciba para “siempre” (es decir, no vendido fuera del hogar), “ya no como esclavo sino como algo más: como a un hermano querido” (Flm, 15-16). Esta no es una solicitud formal de manumisión pero sí se espera una diferencia cualitativa en el trato diario a Onésimo, en el hogar de Filemón y en toda la comunidad cristiana que se reunía allí (Flm 1-3). Aquí Pablo reestablece la relación entre Onésimo y Filemón a un nivel tan fundamental que la manumisión ahora es mucho más probable como resultado final. En otro lugar, Pablo anima a los esclavos a hacer uso de su libertad si se las ofrecen (como ahora coinciden la mayoría de los eruditos la mejor traducción de 1 Co 7:21) y considera la libertad, en lugar de la esclavitud, como una mejor condición para servir a Cristo (1 Co 7:23). “Ustedes fueron comprados por un precio; no se vuelvan esclavos de nadie”.

    ancient pieces of keys

    Llaves de cobre fundido, época del temprano imperio romano.

    Incluso, si Pablo le hubiera pedido la manumisión de Onésimo (lo que habría requerido mucha discusión frente a frente), no habría sido un llamado para la abolición de la esclavitud: la manumisión era un mecanismo dentro de la antigua esclavitud, no, como podríamos pensar, un medio para su disolución. Debemos enfrentar el hecho de que Pablo no exigía la abolición de la esclavitud, como nosotros, con la ventaja de la retrospectiva, hubiéramos esperado y anticipado. Uno podría brindar explicaciones pragmáticas (hubiera sido económicamente inconcebible, o habría sonado demasiado radical) sin embargo, la explicación básica es probablemente ésta: Pablo no veía, como lo hacemos ahora, que la propiedad de un ser humano es una injusticia básica. La diferencia se debe a un cambio fundamental en el pensamiento moderno occidental con respecto a los derechos humanos; un cambio que podemos afirmar legítimamente como una extensión de la teología de Pablo pero no uno que él mismo haya previsto. Si fuéramos a desarrollar los términos de Pablo, el problema de la esclavitud a un dueño humano no es que niegue la autonomía (que no es ni posible ni un medio para el florecimiento humano) sino que restringe o niega la capacidad para servir a Dios y a los demás en amor. Los seres humanos que alguien posee son seres humanos legalmente restringidos de su capacidad de decidir, elegir y actuar; por lo tanto, son incapaces de comprometerse libremente (y por tanto plenamente) con los demás o con Dios. También son susceptibles de recibir trato contrario al amor pero que no puede ser desafiado eficazmente debido a los derechos legales del propietario sobre su “propiedad”. Pablo no lo vio tan claramente como nosotros hoy en día, e infortunadamente, sus cartas se han usado tanto para defender formas recientes de esclavitud como para criticarla. En este punto, tendríamos que adoptar una postura explícita tanto con Pablo como más allá de él: con él al instar a la libertad que trae la realización humana sin la falsa expectativa de autonomía, pero más allá de él, al ver la esclavitud en sí misma como un obstáculo fundamental para esa posibilidad.

    En cualquiera de los casos, está claro que para Pablo la libertad significaba más que algo “espiritual” o “interno”, como muchas formas de cristianismo lo afirman. La libertad se trata de la liberación divina de todo lo que inhibe y socava nuestro potencial humano como criaturas de Dios, y así de las múltiples capas de restricción bajo las que operamos, desde el control coercitivo del prejuicio cultural; desde el comportamiento obsesivo hasta la muerte misma y las diversas formas de falta de libertad intermedias. “Para la libertad, Cristo nos ha hecho libres” en todos los niveles de nuestro ser. Pero irónicamente (o por lo menos así podría parecerle a la mente moderna), nuestra libertad no se adquiere ni se disfruta a través de la autodeterminación, sino a través de nuestra alineación con el poder liberador de otro, Cristo, y a través de nuestra inmersión en las prácticas de amor compartido que nos unen a los demás en compromiso y comunidad. Nuestra libertad para amar es la manera en que resonamos con el amor trascendente que viene a encontrarnos en Cristo. Ese amor divino nos llama a cantar la melodía del amor recíproco, comprometido y generoso, una melodía que presagia la liberación definitiva del universo. Debido a esa profunda resonancia con la verdad eterna, esta canción de libertad-en-amor resulta ser más grande que cualquiera de las otras canciones de liberación transmitidas a lo largo de la historia. Se canta, de manera incompleta pero poderosa, en innumerables vidas a lo largo del mundo hoy en día. “¿Oyes a la gente cantar?” (Los Miserables).


    Traducción de Clara Beltrán
    Contribuido por JohnBarclay John M. G. Barclay

    John M. G. Barclay es un investigador bíblico y historiador del cristianismo primitivo.

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