«El racismo es satanismo». Esta convicción fue lo que movió al rabino Abraham Joshua Heschel, un judío religioso de una familia jasídica de Polonia, a unirse al movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos. Así se lo ve junto a Martin Luther King Jr. en algunas de las fotografías más icónicas de la época: tomados del brazo, cruzando el puente Edmund Pettus, en marzo 1965, y lado a lado, afuera del cementerio de Arlington durante una protesta silenciosa contra la guerra de Vietnam, en 1968.
Estas imágenes resultan hoy tan familiares que fácilmente olvidamos lo inusual, en aquel momento, de una amistad entre Heschel y King, dos personas provenientes de contextos muy disímiles. King había crecido en Atlanta, Georgia, mientras que Heschel había llegado a los Estados Unidos en marzo de 1940, como refugiado desde la Europa dominada por Hitler; «un tizón rescatado del fuego»,[1] según sus propias palabras. Sin embargo, ambos lograron una conexión que trascendió la creciente división entre sus respectivas comunidades. Heschel acercó a King y su mensaje a una amplia audiencia judía, y King hizo de Heschel una figura central en la causa de los derechos civiles. A menudo participaban como oradores en el mismo evento y ambos hablaban del racismo como la raíz de la pobreza y sobre su papel en la guerra de Vietnam, y también sobre el sionismo y las penurias de los judíos en la Unión Soviética. Ambos compartían una misma preocupación: «salvar el alma de los Estados Unidos de América».
King y Heschel se conocieron en Chicago, en 1963, durante la conferencia «Religión y raza» organizada por la Conferencia Nacional de Cristianos y Judíos (NCCJ, por su sigla en inglés). La conexión entre ambos fue inmediata. En su ponencia «Un desafío para las iglesias y las sinagogas», King afirmó que la lucha contra el racismo era un esfuerzo interreligioso:
Las iglesias y las sinagogas tienen la oportunidad y el deber de alzar su voz como trompeta para declarar la inmoralidad de la segregación. Debemos manifestar que toda vida humana es reflejo de la divinidad y que cada injusticia cometida empaña y distorsiona la imagen de Dios en el hombre. El sustento filosófico de la segregación se opone diametralmente al sustento filosófico de nuestra herencia judeo-cristiana, y todo esfuerzo desde la lógica dialéctica por conciliarlos resulta vano.
Luego fue el turno de Heschel que captó la atención de la audiencia con una impactante narración bíblica:
La primera conferencia sobre religión y raza tuvo dos protagonistas principales: el faraón y Moisés […] El resultado final de esa reunión cumbre aún no se ha alcanzado. El faraón no está dispuesto a capitular. El éxodo comenzó, pero está lejos de haberse completado. En verdad, fue más fácil para los hijos de Israel cruzar el mar Rojo que para una persona negra cruzar el campus de algunas universidades.
La oratoria apasionada de Heschel cautivó a la audiencia; Cornel West la describió como la condena más tajante al racismo de parte de un hombre blanco desde William Lloyd Garrison. «El racismo es satanismo, el mal en estado puro», afirmó Heschel. «No es posible adorar a Dios y, al mismo tiempo, ver al hombre como a un caballo». La religión no puede coexistir con el racismo; es una violación grave del principio religioso fundamental de no cometer asesinato. El racismo es humillación pública, algo que el Talmud condena considerándolo equivalente a asesinar: «Mejor sería suicidarse que ofender a una persona en público».
“Cada injusticia cometida empaña y distorsiona la imagen de Dios en el hombre”. – Martin Luther King Jr.
Heschel hizo extensiva su crítica a las comunidades religiosas: «Nos preocupa más preservar la pureza del dogma que la integridad del amor […] Nos falta tomar conciencia de lo monstruoso de la desigualdad». El racismo «pone a prueba nuestra integridad; es una magnífica oportunidad espiritual» para un cambio radical. «La reverencia a Dios se manifiesta en la reverencia al ser humano […] La arrogancia hacia el ser humano es blasfemia hacia Dios».
Heschel y King compartían un mismo desdén por la teología liberal protestante extendida en aquella época y una actitud escéptica ante las ortodoxias. Se mofaban de la definición de Dios como «el fundamento del ser» – propuesta por Paul Tillich– que lo mostraba impotente ante la injusticia. Ambos creían que la teología de Karl Barth dejaba «a la mente sencilla perdida en una niebla de abstracciones teológicas», según palabras de King.
En respuesta a esta impotencia religiosa, Heschel concibió una nueva visión teológica que, igual que la de King, conjugaba una teología conservadora con liberalismo político. Su libro The Prophets, una ampliación sustantiva de su tesis doctoral en alemán, se publicó en inglés en 1962. Durante los años de elaboración de esta obra, Heschel permanecía atento a la actividad de King y al movimiento por los derechos civiles, y el libro refleja las pasiones políticas de aquel tiempo.
Apenas publicado, el libro concitó la atención de biblistas y teólogos como una obra multifacética e innovadora. Heschel hizo una crítica devastadora de los biblistas protestantes, desarrolló nuevos criterios para la interpretación de los textos proféticos y resaltó una tradición desatendida pero central en la teología judía acerca de la comprensión de Dios, la revelación y lo humano. Sin embargo, su obra no quedó recluida en las bibliotecas académicas. Andrew Young, James Lawson, Vincent Harding, C. T. Vivian y Bayard Rustin fueron algunos jóvenes activistas del movimiento por la no violencia que me contaron que llevaban un ejemplar de tapa blanda en el bolsillo trasero del pantalón para inspiración y consolación.
Cuando Heschel y King se conocieron, la nación vivía un clima tenso: la campaña de Birmingham se puso en marcha en los primeros meses de 1963, y el 11 de junio de 1963, el gobernador de Alabama, George Wallace, trató de impedir que dos estudiantes negros, Vivian Malone y James Hood, se matricularan en la Universidad de Alabama; la intervención de las tropas federales lo obligó a deponer su actitud. Esa noche, el presidente Kennedy pronunció un importante discurso televisado a la nación, en el que prometió nuevas leyes y se refirió a los derechos civiles como «una cuestión moral». Al día siguiente, fue asesinado Medgar Evers, secretario ejecutivo de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP) en Misisipi.
Ese verano de 1963, King se estaba preparando para la Marcha a Washington por trabajo y libertad, organizada por A. Philip Randolph y Bayard Rustin; el presidente Kennedy, por su parte, esperaba poder evitarla. A tal efecto, invitó a un grupo de líderes de derechos civiles, incluido Heschel, a una reunión en la Casa Blanca el 20 de junio. Heschel respondió a la invitación con un telegrama enviado el 16 de junio:
Le solicito que les exija a los líderes religiosos un involucramiento personal, no una mera declaración formal. Perdemos nuestro derecho de adorar a Dios mientras sigamos humillando a las personas negras. Las iglesias y sinagogas han fallado y deben arrepentirse. Pídales a los líderes religiosos que hagan un llamado nacional al arrepentimiento y al sacrificio personal; que los líderes religiosos donen el salario de un mes para crear un fondo de vivienda y educación para la población negra. Señor Presidente, le propongo que declare un estado de emergencia moral […] La hora exige grandeza moral y audacia espiritual.
La Marcha a Washington se llevó a cabo en agosto 1963, y participaron más de doscientas mil personas.
“La hora exige grandeza moral y audacia espiritual”. –Abraham Joshua Heschel
No hubo respuesta a sus reclamos; solo silencio y decepción. El presidente Kennedy no declaró un estado de emergencia moral ni los líderes religiosos donaron un mes de salario para vivienda y educación. En todo caso, el clima de tensión en el país se agravó. Apenas unas semanas más tarde, el 15 de setiembre de 1963, un atentado con bomba en una iglesia en Birmingham provocó la muerte de cuatro niñas negras. Ese mismo día, James Bevel y Diane Nash lanzaron el Proyecto Alabama que finalmente desembocó en la famosa marcha desde Selma hasta Montgomery en 1965.
Los profetas, tanto el libro de Heschel como los personajes bíblicos, acercaron a Heschel y a King. Ambos tenían una sólida formación teológica y eran, a la vez, muy buenos predicadores. King era el organizador y la figura pública, mientras que Heschel como teólogo y académico era la voz del intelectual con presencia pública. La retórica profética tiene una larga historia en los Estados Unidos, pero lo destacable no era solo el mensaje de los profetas: para King y Heschel, los profetas eran seres humanos extraordinarios que vivieron la vida con pasión, personas que supieron orar y que suscitaron momentos de poderoso simbolismo.
Ambos creían, además, que la pasión de los profetas reflejaba la pasión de Dios. La visión de Heschel era que los profetas nos enseñan que el Dios de la Biblia Hebrea es un Dios de pathos, que responde con pasión a la acción de los seres humanos: «El sufrimiento de Israel provoca la aflicción de Dios». La compasión del profeta se corresponde con el pathos divino; el profeta tiene la capacidad de hacerse eco de la vida interior de Dios.
King no solo citaba a los profetas bíblicos en sus discursos, sino que establecía paralelos entre acontecimientos bíblicos y el tiempo presente. Por ejemplo, se refirió a sí mismo como un Moisés en la cima del monte. En un discurso poco conocido, comparó a los activistas por los derechos civiles con la zarza ardiente: «Seguidamente, Bull Connor dijo: “Activen las mangueras contra incendios”. Pero como les comenté la otra noche, Bull Connor no sabe de historia. Él sabe de física, pero, por alguna razón, esa física no se corresponde con la transfísica que nosotros conocemos, y eso explica por qué hubo un tipo de fuego que ningún caudal de agua logró apagar».
Heschel empleó una retórica similar en su discurso «Juicio al hombre blanco», en 1964:
La tragedia del faraón fue no ver que el éxodo de la esclavitud pudo haber obrado para redención tanto en Israel como en Egipto. ¡Ojalá el faraón y los egipcios se hubieran unido a los israelitas en el desierto para encontrarse juntos al pie del Sinaí! El profeta les recuerda a sus oyentes la obligación moral de responderle no solo a él sino a aquellos que sufren a causa de la inmoralidad de nuestra sociedad. En este sentido, la «amada comunidad» de King es una invitación moral a elegir ser ciudadanos de una comunidad alternativa no violenta que busque superar los tres males que King identificaba en la sociedad: pobreza, racismo y militarismo.
El movimiento por los derechos civiles expuso una nueva dimensión de la profecía: profecía en cuerpo y acción. La fuerza del movimiento no se generaba solo a partir de la retórica profética, arraigada en la tradición de la predicación cristiana negra y la clásica retórica jeremiad (lamentación), sino en el lugar que ocupaba ese cuerpo que respondía a la violencia con la no violencia. El cuerpo se convirtió en representación simbólica del mensaje profético. Susie Linfield concluye su libro The Cruel Radiance: Photography and Political Violence (Una luminosidad cruel: la fotografía y la violencia política) citando la pregunta del fotógrafo Gilles Peress: «¿Cómo hacer visible lo invisible?» La presencia de ese cuerpo no violento, sentado o marchando, hacía visible la enseñanza profética.
Además, la pasión del profeta hacía palpable su vida interior religiosa. Heschel sostenía que uno de los pilares de la auténtica profecía era la capacidad del profeta de pensar simultáneamente en Dios y en el hombre. Por ejemplo, sobre Jeremías, escribió: «Delante del pueblo, defendía a Dios; delante de Dios, intercedía por su pueblo». El profeta actúa dentro del Estado, pero separado del poder del Estado.
De manera similar, el movimiento por los derechos civiles debía confrontar y trastocar la concepción de ser humano que tenía el Estado. Lo que Heschel llamó el «mal de la vista», provocado por el racismo, había excluido a los estadounidenses negros del ejercicio de la ciudadanía y se había colocado por fuera del deber civil de practicar la justicia moral. Estas afirmaciones no eran mera retórica, sino que interpelaban a los oyentes: la profecía es una exigencia, no es consuelo ni tranquilidad; exige acción.
La marcha de Selma a Montgomery, en 1965, fue un evento de gran significación para Heschel y para King. Unos días antes de realizarse la marcha, Heschel encabezó una delegación de ochocientas personas que protestaron frente a la oficina del FBI en la ciudad de Nueva York por la brutal represión contra los manifestantes en Selma. El viernes 19 de marzo, dos días antes de la fecha fijada para la marcha de Selma, King le envió un telegrama a Heschel invitándolo a participar. Le pidieron que integrara la primera fila junto a los líderes que abrían la marcha: King, Ralph Bunche y Ralph Abernathy. Todos ellos llevaban collares de flores que habían traído los delegados de Hawái. En unas notas autobiográficas no publicadas, escritas a su regreso de Selma, Heschel describió el trato extremadamente hostil que recibió de los blancos en Alabama desde su arribo al aeropuerto, en contraposición a la amabilidad de los colaboradores de King.
La «amada comunidad» de King es una invitación moral a elegir ser ciudadanos de una comunidad alternativa no violenta.
La presencia de Heschel en la primera fila de la marcha era un símbolo del compromiso de los religiosos judíos con los derechos civiles y «movilizó no solo a la comunidad religiosa judía, sino que también impulsó a judíos de todas las edades a la acción, logrando reunir toda una gama de activistas, desde encargados de recabar fondos hasta abogados». Las reacciones hacia los manifestantes no fueron todas positivas; el New York Times publicó declaraciones del diputado republicano William L. Dickinson calificando a la marcha de complot comunista y afirmando que «las borracheras y las orgías sexuales estaban a la orden del día».
De regreso en su casa, Heschel escribió en su diario:
Sentí una conexión con lo sagrado en lo que hacía. El Dr. King me expresó su aprecio repetidas veces: «No puedo expresar con palabras lo que su presencia significa para nosotros. No sabe cuántas veces el reverendo Vivian y yo hemos hablado de usted». Me dijo que era el mejor día de su vida y la mayor movilización por los derechos civiles […] Confirmé una vez más lo que he pensado durante años: que las instituciones religiosas judías nuevamente han perdido una gran oportunidad, a saber, la de interpretar el movimiento por los derechos civiles en términos del judaísmo. La gran mayoría de los judíos que participan activamente desconocen por completo lo que el movimiento significa en términos de la tradición profética. «Sentí que mis piernas oraban», fue la expresión de Heschel. La marcha le recordó las caminatas con los rebes jasídicos, una de las experiencias de oración en la piedad jasídica. Caminar con un rebe implicaba experimentar lo sagrado en lo cotidiano, percibir el resplandor divino que emanaba de ese maestro y reconocer que también nuestro caminar puede elevarse al cielo como una oración.
Un tema que preocupó a Heschel entre los años 1965 y 1967 fue si King debía o no pronunciarse públicamente sobre la guerra de Vietnam. ¿Podría perjudicar la causa de los derechos civiles una manifestación pública de King en contra de la guerra? ¿Cuál era la mejor estrategia política, y cuál era el bien moral mayor? King fue duramente criticado por su postura pública en contra de la guerra, ya que no contó siquiera con el apoyo de la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano (SCLC, por su sigla en inglés) de la cual era presidente. Varios líderes del movimiento de derechos civiles, incluidos Ralph Bunche, Roy Wilkins, Jackie Robinson y el senador Edward Brooke lo criticaron públicamente, y los principales periódicos, tanto de las comunidades negras como blancas, publicaron artículos de opinión en su contra. Lo atacaban por entender que socavaba potencialmente el apoyo del presidente Lyndon Johnson al movimiento de los derechos civiles. El director de la Liga Urbana, Whitney Young, llegó a sostener que «la mayor expresión de libertad que hoy tienen los negros […] es la libertad de morir en Vietnam».
En este contexto, King pronunció uno de sus principales discursos contra la guerra de Vietnam frente a una enorme audiencia, en la iglesia Riverside, en Nueva York, el 4 de abril de 1967, durante una reunión organizada por la agrupación Clérigos y Laicos Preocupados por Vietnam (CALCAV, por su sigla en inglés). Heschel lo presentó con estas palabras:
Nuestros pensamientos sobre Vietnam son heridas abiertas; quiebran nuestra confianza, y nuestros compromisos más loables sucumben por el peso de la vergüenza. Estamos transidos de dolor, y es nuestro deber como ciudadanos oponernos a las acciones de nuestro gobierno que subvierten nuestros valores más preciados […] La sangre derramada en Vietnam hace que toda nuestra proclamación, dedicación y celebraciones no sean más que un circo. ¿Se ha anquilosado nuestra conciencia? ¿Qué ha sido de la misericordia? Si la misericordia, madre de la humildad, sigue vigente como exigencia, ¿cómo podemos consentir que se prolongue la agonía de ese país atormentado? Estamos aquí porque el padecimiento y la cruel matanza llevadas a cabo en nuestro nombre menoscaban nuestra integridad como seres humanos. En una sociedad libre, algunos son culpables, pero todos son responsables. Estamos aquí para reclamarle al gobierno de los Estados Unidos y al de Vietnam del Norte que hagan un alto y recapaciten que no hay victoria que justifique los horrores que ambas partes, Norte y Sur, están cometiendo en Vietnam. No olviden que la sangre de los inocentes clama por siempre. Si ese clamor dejara de oírse, la humanidad dejaría de ser.
Haciéndose eco de las palabras de Heschel, King le recordó a la audiencia el lema de la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano: «Salvar el alma de los Estados Unidos», y añadió: «Si el alma de los Estados Unidos acaba completamente envenenada, en alguna parte del informe de la autopsia se leerá Vietnam […] Una nación que año tras año continúa gastando más dinero en defensa militar que en programas de promoción social se encamina hacia la muerte espiritual». Seguidamente, exhortó a impulsar una «revolución en valores» en la sociedad estadounidense como la mejor defensa contra el comunismo y a «desterrar la pobreza, la inseguridad y la injusticia que son el terreno fértil en el que crece y se desarrolla la semilla del comunismo».
“En una sociedad libre, algunos son culpables, pero todos son responsables”. –Abraham Joshua Heschel
Estos discursos proféticos llevaron a la acción profética. Unos meses más tarde, la CALCAV solicitó autorización para realizar una manifestación contra la guerra en el Cementerio Nacional en Arlington. La manifestación no fue autorizada, pero se les permitió llevar a cabo un servicio de oración, en el que cada persona debía limitarse a una frase. Este servicio tuvo lugar el 6 de febrero de 1968. Al mes siguiente, el 25 de marzo de 1968, apenas diez días antes de morir asesinado, King viajó a un hotel en las montañas Catskill invitado como orador principal en una celebración de cumpleaños en honor de Heschel. El evento había sido convocado por la Asamblea Rabínica de Estados Unidos –una organización marco de los rabinos conservadores–. Este fue su último encuentro.
Cabe preguntarse si Heschel y King fueron los profetas de los Estados Unidos. Ninguno de los dos se adjudicó el título, pero sí se referían el uno al otro como profeta. Al presentar a King ante la audiencia, Heschel preguntó: «¿Dónde en los Estados Unidos se escucha hoy una voz como la de los profetas de Israel? Martin Luther King es una señal de que Dios no ha abandonado a los Estados Unidos. Dios nos lo ha enviado. Su presencia es la esperanza de los Estados Unidos de América. Su misión es sagrada; su liderazgo es de extrema importancia para cada uno de nosotros».
En respuesta, King afirmó que Heschel era indudablemente «un verdadero gran profeta […] Aquí y allá encontramos personas que rehúsan permanecer calladas amparadas tras la seguridad de los vitrales y buscan incesantemente hacer relevante aquí y ahora la grandiosa perspectiva ética de nuestra herencia judeo-cristiana».
Traducción de Nora Redaelli