Sólo cuando vemos al Dios de nuestro Señor Jesucristo iluminando nuestras auroras y nuestros mares y nuestros volcanes, entonces sí comprendemos que Dios haya creado un mundo por amor para darlo a sus hijos, con quienes quería entablar una comunión de familia. Y así la tierra se comprende que gima bajo el peso del pecado (Rm 8:22), porque los hombres no han sabido comprender que todo cuanto se ha creado es para la felicidad de todos los hombres y no para instalarse cómodamente en esta tierra.
Los que estamos aquí, no hay ningún anónimo; cada uno, hasta el más humilde, hasta el chiquito que ha venido más tierno a esta misa, y allá, a través de la radio, hasta el más pobrecito y enfermo de quien nadie platicará nunca en la historia, tiene una historia, tiene su propia historia, y Dios lo ha querido a él en singular; es un fenómeno irrepetible. Dios no ha hecho los hombres en moldes. […] No fueron mis padres los que me dieron el ser; ellos no fueron más que instrumentos, medios, de los que Dios se valió para traerme a la vida. […] Más allá de los meses de mi concepción ya existo en la mente de Dios como un proyecto que, si se realiza, hará de mí un santo; porque el santo no es otra cosa que la realización de una vida según el pensamiento de Dios.
Toda la historia de Israel es el camino de retorno de la humanidad que ha roto con Dios. Todo el precioso libro del Éxodo, saliendo de la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida, es el símbolo de un peregrinar, de un retornar, de un buscar la reconciliación. […] Ese pueblo en los patriarcas, era incierto. Vivían de la fe de una tierra que Dios había prometido y que no sabían dónde estaba. Parecían y sin embargo, no eran locos, sino hombres de fe. «¡Dios lo ha prometido, tiene que cumplirlo!» […]
Hay una relación maravillosa, hermanos. En este momento en que la tierra de El Salvador es objeto de conflictos, no olvidemos que la tierra está muy ligada a las bendiciones y promesas de Dios. […] No tener tierra es consecuencia del pecado. Adán saliendo del paraíso hombre sin tierra, es fruto del pecado. Hoy, Israel perdonado por Dios, regresando a la tierra, comiendo ya espigadas de su tierra, frutos de su tierra, Dios que bendice en el signo de la tierra. La tierra tiene mucho de Dios, y por eso gime cuando los injustos la acaparan y no dejan tierra para los demás. Las reformas agrarias son una necesidad teológica, no puede estar la tierra de un país en unas pocas manos, tiene que darse a todos; y que todos participen de las bendiciones de Dios en esa tierra. […] No habrá verdadera reconciliación de nuestro pueblo con Dios mientras no haya un justo reparto, mientras los bienes de la tierra de El Salvador no lleguen a beneficiar y hacer felices a todos los salvadoreños.
Fijémonos, hermanos, en esta mañana en esta Iglesia que desde nuestro puntito geográfico, El Salvador, se extiende. Y sentimos hermanos nuestros a todos los pueblos de Centro América, del Continente, de América del Norte, del Canadá, de Europa; y todos somos llamados a seguir esta luz.
Pero es hermoso pensar que en esta convocación de pueblos, Dios –el Dios de las naciones– respeta la libertad, la índole, el modo de ser de cada pueblo. Porque la lectura de Isaías nos dice: «Cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos» (Is 60:5). Es un reino de Dios que ciertamente no necesita nuestros bienes materiales; pero que nosotros al reconocer que es Dios el autor de nuestros cafetales, de nuestros cañales, de nuestras algodoneras, de nuestras riquezas y de las riquezas de todo el mundo, tiene derecho a todas estas cosas; y se las damos con la generosidad, mejor dicho, con el reconocimiento de que Él es el dueño de todo como los Magos que depositaban a su cuna incienso, oro, mirra. Todo lo que el mundo produce es de Dios. Y la riqueza de la Iglesia como reino de Dios es pensar que toda la idiosincrasia de todos los pueblos del mundo es de Dios, y que Dios ha hecho en esta tierra un reino rico como no hay otro reino. Porque suyas son todas las maravillas de la tierra. Todo lo que producen las culturas humanas son de Dios. Toda la riqueza y el progreso de los pueblos Dios es quien lo promueve y a Dios hay que orientarlo.
En el signo del pan y del vino los sacerdotes de todas las latitudes del mundo le dicen al Señor que le ofrecemos en este pan y en este vino el trabajo de los hombres. Y cuando decimos el trabajo de los hombres, entendemos el trabajo de todas las latitudes de la tierra. Todo se lo ofrecemos a Dios, porque sin Dios no tiene sentido la laboriosidad humana, el progreso humano. Todos aportamos a este reino de Dios.
Fuente: Las homilías del Monseñor Romero en Servicios Koinonia
Imagen: Andreas Allgaier: Cerro Verde, El Salvador. Fuente: Wikimedia Commons