Un fotoensayo de Maria Novella De Luca acompañado por texto de Alice Pistolesi y Monica Pelliccia
El Equipo de Mujeres Saharauis de Acción contra las Minas (SMAWT, por su sigla en inglés) nació en 2019 y está conformado por un grupo de mujeres comprometidas con la tarea de desminar el muro o terraplén de arena, construido por Marruecos a través del Sahara Occidental. El muro recorre 2.700 km, desde Mauritania hasta Marruecos y a lo largo de la frontera entre Marruecos y Argelia. Es el territorio minado de mayor extensión en el mundo; se estima que entre siete y diez millones de minas terrestres están allí enterradas.
Atrapado durante décadas en una disputa territorial por el Sahara Occidental, el pueblo saharaui continúa a la espera de volver a habitar su tierra ocupada por Marruecos desde 1974.
Algunas mujeres saharauis, como Teslem Rgaibi, Endoruha Farkun y Fatimetu Bushraya, trabajan incansablemente para retirar las minas y ayudar a las familias de quienes han muerto o sufrieron lesiones; hubo más de 2.500 víctimas a causa de las minas en los últimos cincuenta años. A pesar de sus limitados recursos, este grupo de mujeres ha contribuido a capacitar a 3.850 personas acerca del peligro de las minas terrestres.
Asimismo, se proponen reverdecer los campos de refugiados diseminados a lo largo de la frontera reemplazando las minas con árboles que proveen madera, sombra y forraje para los animales, así como también antisépticos y otros medicamentos.
En noviembre de 2020, con la reanudación del conflicto entre el Frente Polisario y Marruecos, el trabajo de desminado se volvió aún más complicado y peligroso. Pero esto no detuvo a las mujeres del SMAWT.
Teslem Rgaibi tiene veinticuatro años de edad; vive con su madre, su padre y una hermana. Se siente orgullosa de poder continuar con la tarea de desminado a pesar de que se han reanudado los enfrentamientos.
“Nuestra tarea es crear conciencia en un número cada vez mayor de personas, especialmente, entre la población desplazada”, nos explica. Cree que la campaña de educación es particularmente importante: una mayor conciencia del riesgo que representan las minas puede significar la posibilidad de salvar vidas.
“Una vez, conversé con una mujer que estaba sola en su casa. Cuando comenzamos a hablar del peligro de las minas se puso a llorar porque recordó a su hermano fallecido. Es por eso que quiero hacer todo lo posible por difundir información acerca de las minas. Porque, en definitiva, lo que verdaderamente importa es ayudar a la gente a protegerse de los peligros de la guerra para que, en última instancia, salven su vida”.
Antes de que el conflicto recrudeciera, ella junto con otras mujeres habían comenzado a cultivar plantines de acacia, un árbol espinoso nativo, con el propósito de replantar el área minada. Confía en poder retomar el proyecto en poco tiempo.
Endoruha Farkun tiene treinta y dos años y ha integrado el equipo desde su fundación. En aquel momento, ella ya estaba dedicada a la tarea de plantar árboles en los campos de refugiados.
“Cuando vamos a desminar nos levantamos muy temprano para llegar al campo minado al amanecer y comenzar a buscar las bombas junto con el grupo especializado”, nos cuenta Farkun que vive con su padre, su abuela y tres hermanas. “Mi familia está muy orgullosa de mi trabajo y siempre me ha apoyado. Encontrar una bomba, retirarla y destruirla me llena de satisfacción. Siento que estoy haciendo algo importante, que he contribuido a eliminar un artefacto peligroso que podría haber matado a una o más personas. Al comienzo tenía mucho miedo, pero cuando comienzo a trabajar, me concentro y solo pienso en lo que tengo que hacer”.
Fatimetu Bushraya tiene treinta y cinco años. Cuando comenzó a trabajar como desminadora, en 2019, estaba embarazada. “Seguí desminando aun cuando estaba esperando mi primer hijo; era consciente del peligro, pero sentí que debía hacerlo por las generaciones futuras”.
Junto con el resto del equipo, Bushraya está a la espera de que cesen las hostilidades para reanudar las tareas de desminado. “Sé que es un trabajo duro y peligroso. Como vivimos en una sociedad dominada por los hombres, para ser desminadora tuve que vencer la fuerte oposición de mi padre y mis hermanos. Lo que me resulta más difícil, sin duda, es el tiempo que pasamos lejos de nuestras familias, las inclemencias del tiempo y, por supuesto, el estar expuesta al peligro a diario, en terrenos sembrados de minas, donde un paso en falso puede costarte la vida”.