A fines de 2022, Egor Redin estaba oculto en una iglesia Bautista en Tayikistán, a 3.000 km de su hogar. El pastor le había aconsejado no salir porque la policía secreta podría estar vigilando el edificio. Había llegado con la esperanza de solicitar asilo en Tayikistán, pero le advirtieron que no lo hiciera. Si las autoridades descubrían que era bautista, seguramente sería deportado a Rusia donde enfrentaría un proceso penal por oponerse a la invasión rusa en Ucrania.
Redin había huido a Tayikistán para eludir la “movilización parcial” de la población rusa ordenada por Putin para pelear en Ucrania. “El plan original era esperar en Tayikistán hasta que pasara esta locura”, explica Redin. Como tenía dos hijas pequeñas, de dos y cuatro años de edad, y, además, era pacifista (históricamente, los bautistas rusos se habían negado a desempeñar funciones en el ejército que implicaran empuñar armas), nunca pensó que tendría que enrolarse: en Rusia, los objetores religiosos y los padres de dos o más hijos estaban exentos por ley. Pero, con la llegada del otoño también comenzaron a llegar noticias de bautistas encarcelados por no acatar la orden de reclutamiento. Así pues, el 24 de setiembre, preparó un pequeño bolso con su laptop, algunos documentos importantes, pasta y cepillo de dientes y una muda de ropa, y salió de su país sin saber cuándo regresaría. “Así es la experiencia de quien tiene que escapar para salvar su vida”, recordó tiempo después.
Poco después del comienzo de la invasión, en febrero de 2022, publicó en Instagram una carta abierta de la ONG en la que él era vicepresidente de la sección jurídica, con un llamado a poner fin a “esta guerra sin sentido”. Un productor con un alto cargo en la televisión pública, que había contribuido a impulsar su carrera, lo llamó para advertirle que su postura abiertamente contraria a la guerra tendría consecuencias en su vida pública y profesional futura. Al poco tiempo, el gobierno declaró ilegal incluso llamar guerra a la guerra. Participar en las protestas podía resultar en una condena a quince años de prisión.
Tenía la esperanza de que podría eludir la vigilancia del gobierno, pero aún después de haber salido del país, las autoridades continuaron haciendo un seguimiento de sus posteos en Instagram en contra de la guerra. Se sintió imposibilitado de proteger a su esposa e hijas que permanecían en Rusia. “Tomé la única decisión posible: escapar con mi familia a los Estados Unidos”, me dijo tiempo después.
Siguiendo los consejos de otros solicitantes de asilo rusos en grupos de Telegram, Redin decidió el trazado de la ruta a seguir: la familia se reencontraría en Estambul (Turquía) y, desde allí, volarían a Cancún, en México. Luego continuarían viaje al norte hacia la frontera y solicitarían asilo en uno de los lugares de ingreso entre Tijuana y San Diego.
Según lo planeado, se reunió con su esposa e hijas en Estambul. Mientras estaban allí, pensó organizar un piquete pacífico frente a la embajada de Rusia, con un cartel que dijera “No a la guerra”, pero le advirtieron que sería arrestado y deportado a Rusia si lo hacía. Supo, entonces, que Rusia y Turquía tenían un acuerdo de extradición desde 2014. No volvió a salir del hotel hasta que llegó el momento de ir al aeropuerto.
Al llegar a México, conocieron a un grupo de cristianos de California que se ofrecieron a cubrir su alojamiento en un hotel a unos 150 km al sur de Tijuana. Redin sabía que la mayoría de las solicitudes de asilo se rechazan, de modo que buscó la ayuda de una organización llamada Most V USA (“Puente a los Estados Unidos”, en ruso) que ofrecía incluir a los refugiados ucranianos y rusos en una lista especial que presentaban ante los funcionarios estadounidenses de fronteras, con un costo de $2000 por persona. Al poco tiempo de haber acordado una cita con Most V USA, algunos empleados de la organización fueron arrestados en Tijuana mientras intentaban cruzar la frontera con más de $500.000 obtenidos de personas solicitantes de asilo. La organización canceló todas las entrevistas agendadas, incluida la de la familia Redin. El primer momento fue de desolación, pero, en el mes de enero, sus oraciones tuvieron respuesta: la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (US Customs and Border Protection) habilitó a los solicitantes de asilo a agendarse para una entrevista en forma directa –hasta entonces, solo los abogados u organizaciones sin fines de lucro podían solicitar entrevistas. La familia Redin solicitó asilo de inmediato, y los cuatro cruzaron la frontera sin ningún problema a comienzos de enero.
Si Egor Redin no hubiera huido de Rusia, seguramente hubiera sido el segundo de su familia en ser enviado a prisión por el gobierno. Ya en la década de 1980, su abuelo, pastor bautista ruso, había sido condenado a cinco años en el gulag por distribuir literatura ilegal (cristiana).
Aunque los bautistas habían vivido una larga historia de persecuciones en Rusia, muchos habían confiado en que eso acabaría con la caída de la Unión Soviética. También la Iglesia Ortodoxa Rusa había sufrido persecución en los comienzos del régimen comunista, pero, por fin, las autoridades reconocieron que era un esfuerzo vano pretender que el pueblo ruso abandonara su fe. En 1943, Stalin decidió rehabilitar a la Iglesia Ortodoxa en busca de una base de justificación espiritual para la anexión de países históricamente cristiano-ortodoxos, según lo explica la historiadora Kathryn David. A partir de ese reconocimiento oficial, la iglesia y el estado han mantenido una estrecha relación. El patriarca Kirill, máxima autoridad de la Iglesia Ortodoxa Rusa, usó la expresión “guerra santa” con referencia a la invasión de Ucrania y dijo que los soldados rusos que mueren en batalla son mártires.
Hay muchas y diferentes maneras de resistir, y los disidentes rusos tienen mucha experiencia acumulada.
Kirill no tiene el apoyo unánime de la iglesia; en marzo de 2022, más de ciento cincuenta sacerdotes firmaron una carta oponiéndose a la guerra y llamando a “la reconciliación y un inmediato cese del fuego”. Pero al más alto nivel, la iglesia está fuertemente ligada al poder político. El dueño de un reconocido canal de televisión ortodoxo llegó al extremo de decir que Putin era enviado por Dios.
En contraposición, algunos grupos cristianos protestantes han sido tildados de extremistas opositores al gobierno. Después de que Rusia anexara territorios del este de Ucrania, en 2014, la Unión Bautista Ucraniana fue identificada como grupo terrorista, el himnario bautista fue prohibido en esa región y la universidad cristiana de Donetsk, donde varios miembros de la iglesia de Redin habían estudiado, fue destruida. En 2016, Rusia aprobó nueva “legislación contra el extremismo”. Se definió “extremismo” en términos lo suficientemente vagos como para permitir el encarcelamiento de pastores y demoler casas donde funcionaran iglesias no oficiales.
Redin no es en modo alguno un extremista, de hecho, nunca antes había criticado al gobierno ruso de manera explícita. Como abogado y activista por causas humanitarias, confiaba en el sistema jurídico y trabajaba para reformar la legislación y promover la protección de los niños huérfanos a los que su iglesia sostenía. Se lo conocía por representar casos pro bono y hablar sobre temas jurídico-sociales en los medios y en eventos públicos. Pero, en febrero de 2022, cuando Rusia invadió Ucrania en violación de las leyes internacionales, Redin presintió que muy pronto tampoco él contaría con la protección de las leyes rusas. “En el momento en que se produjo el ataque, me di cuenta de que progresivamente las leyes dejarían de ser efectivas y quedaríamos desprotegidos”. Fue entonces que comenzó a hacer pública su oposición a la guerra.
Al comienzo, las iglesias protestantes rusas y sus líderes guardaron silencio o decían que estaban orando por la “situación” en Ucrania; cualquier otro término más preciso los hubiera puesto en riesgo, y no solo a ellos, sino también a sus congregaciones. Poco después, un reconocido líder bautista ucraniano escribió una carta exhortándolos a condenar la guerra de manera clara y contundente, y, en respuesta, más de cuatrocientos líderes protestantes rusos llamaron a poner fin a la guerra en una carta abierta dirigida a sus compatriotas rusos: “Debemos arrepentirnos de lo que hemos hecho, ante Dios, en primer lugar, y luego, ante el pueblo de Ucrania. Debemos rechazar el odio y las mentiras. Exhortamos a las autoridades de nuestro país a detener este insensato derramamiento de sangre”. A los pocos días, se decretó la ilegalidad de cualquier manifestación contraria a la guerra.
Es fácil simpatizar con quienes no expresan sus opiniones. Según Redin, su iglesia tiene una posición casi unánime contraria a la guerra, pero la mayoría de los miembros están convencidos, igual que gran parte del pueblo ruso, de que la protesta pública es infructuosa. En un estudio del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, un participante ruso reflexionó: “Fui a una manifestación, ¿y qué pasó? ¿algo cambió? Sí: ¡perdí mi trabajo!” No está para nada claro si la protesta pública es la mejor estrategia. Por una parte, los rusos encarcelados ya no pueden ayudar a los ucranianos ni a los rusos en situación de vulnerabilidad. Si todos los miembros de la iglesia de Redin fueran a prisión, dejaría de existir el hogar de transición para niños huérfanos que ellos dirigen y sostienen. Además, los rusos disidentes cumplen un papel muy importante brindando apoyo a los refugiados ucranianos en Rusia, cuyo número se estima en 2,85 millones. Hay muchas y diferentes maneras de resistir, y los disidentes rusos tienen mucha experiencia acumulada.
Egor Redin encontró una comunidad bautista rusa en la zona de Seattle, donde él y su familia se han instalado a la espera de la audiencia para solicitar asilo. Está sorprendido por la libertad religiosa que existe en Estados Unidos. En Rusia, los pastores tienen que cuidar el contenido de su predicación; aquí, en cambio, sería impensable que los servicios de seguridad escucharan secretamente los sermones. Dice que hasta la naturaleza parece menos temerosa: ha visto más animales salvajes aquí de los que jamás vio en Rusia. Y está profundamente agradecido por la “enorme ayuda solidaria” que hay en su iglesia y por el apoyo del servicio social del estado de Washington. Da gracias a Dios por la oportunidad de un nuevo comienzo en un país democrático.
Claro que no ignora los problemas que existen en este su nuevo hogar; le preocupa la cantidad de personas sin techo y le gustaría ayudar, pero, por ahora, está abocado a ayudar a otros que, igual que él, llegan en busca de asilo debido a la persecución en su país de origen. Recientemente, contribuyó a poner en marcha un programa para conectar a los solicitantes de asilo con los garantes. Los garantes facilitan una dirección de envío para la documentación importante y ayudan a los solicitantes en su proceso de adaptarse a vivir en los Estados Unidos. Tener un garante ayuda a los solicitantes de asilo a evitar un extenso periodo de detención o una deportación inmediata, ya que los funcionarios de migraciones quieren asegurarse de poder contactarlos fácilmente. Hace poco, Egor obtuvo el permiso de trabajo y piensa comenzar a trabajar como abogado tan pronto apruebe el examen requerido por el estado de Washington para el ejercicio de la profesión. De ese modo, podrá ayudar a otros solicitantes de asilo. Por el momento, hace lo que está a su alcance: publica información sobre cómo solicitar asilo a través de su canal de Telegram en Estados Unidos.
Traducción de Nora Redaelli