La vida en comunidad nos resulta pura necesidad – o sea una obligación inexorable que determina todos nuestros actos y pensamientos. Sin embargo, no eran ni las buenas intenciones ni nuestros esfuerzos los factores decisivos cuando elegimos esta forma de vida. Más bien fuimos convencidos por una certidumbre, aquella certidumbre cuyo origen y vigor se hallan a la Fuente de todo lo que existe. Reconocemos que Dios es esta Fuente. De ahí que:
No podemos sino vivir en comunidad, porque toda vida creada por Dios existe en un orden comunitario y tiende hacia comunidad.
Hay organizaciones políticas que, igual como nosotros, abogan por la paz internacional, la abolición de la propiedad privada, y la plena comunidad de bienes. Sin embargo, no es posible que podamos alinearnos con esas organizaciones para luchar a su lado y a su manera. Es cierto que, al igual que aquellos grupos, simpatizamos con la gente que sufre privaciones, que carece de comida y techo, al punto que el desarrollo mental de sus hijos está entorpecido por causa de la explotación que sufren. Con ellos nos solidarizamos con los desposeídos, con los marginados, con los oprimidos. Pero nos rehusamos a tomar parte en una lucha que hace uso de la violencia para vengar a las víctimas de la explotación. Nos oponemos a la guerra defensiva del oprimido tanto como rechazamos la guerra defensiva de las naciones.
No podemos sino vivir en comunidad, ya que en esta lucha espiritual nuestra postura misma nos coloca al lado de todos los que lidian por libertad, unidad, paz y justicia social.
En la vida comunitaria surgen preguntas de decisiva importancia: ¿Cómo fuimos llamados? ¿A qué fuimos llamados? ¿Seguiremos el llamado? No todos son llamados a seguir este camino especial que es nuestro. Quienes se deciden a seguirlo, estarán en la brecha por el resto de su vida, defendiendo el encargue común que Dios les ha dado. Estarán dispuestos a sacrificar la vida misma por la causa de la unidad.
Todo el mundo está dispuesto a dejar su casa, sus padres y su carrera por causa de un matrimonio; por la mujer y los hijos todos arriesgan la vida. Del mismo modo, es necesario abandonarlo todo y sacrificarlo por el llamado a esta forma de vida. Nuestro testimonio de la comunidad voluntaria de bienes y de trabajo con fin de demostrar que se puede vivir en paz y en amor, tendrá significado únicamente si investimos nuestra vida entera y la totalidad de nuestro sustento en esta empresa.