“Todo hombre desea vociferar
su condición de guerrero”, dijo él.
“Pero la verdadera tarea es la paz”.

Trevino L. Brings Plenty

Un Humvee viejo y destartalado rugió ante los semáforos en el cruce de la Sexta y Main en el centro de Rapid City, Dakota del Sur. En su ventana lucía una pegatina con el dibujo de una bandera confederada. En la esquina había un pequeño grupo de manifestantes a favor de la justicia social. Entre los jóvenes activistas blancos también había un lakota, un hombre en el entorno de los sesenta. Sostenía un cartel que decía “Native Lives Matter”, esto es, “La vida de los indígenas importa”. Caminó hasta el Humvee e intentó iniciar una conversación con su conductor. El murmullo de lo que decían se volvía cada vez más fuerte, a medida que el rostro del conductor daba señales de molestia y el hombre sacudía la cabeza, enojado. Mi amigo Reed y yo estábamos cerca fumando, inclinados contra un contenedor de conexiones eléctricas, y pudimos sentir la tensión creciente del momento. En el momento preciso en que el semáforo se puso en verde, los manifestantes se acercaron a buscar a su compañero y llevarlo de vuelta a la acera, y el conductor arrancó con un estruendo y desapareció calle abajo. Todos suspiramos con alivio.

El día anterior, Reed y yo habíamos dado una caminata por Black Elk Peak ―Pico del Alce Negro―, el punto más alto de este lado de las Rocosas. La montaña es sagrada para los lakotas, para quienes esa elevación y las Black Hills ―Colinas Negras― representan el “corazón de todo lo que es”. Black Elk, el hombre sagrado de los lakotas en cuyo honor el pico recientemente recibió su nombre, llamaba a la elevación Okawita Paha, es decir, lugar de reunión. La trayectoria vital de Alce Negro estuvo marcada por una visión de dicho pico que había tenido a sus nueve años, mientras permanecía en estado de coma, y el círculo de su vida se completó cuando finalmente, ya anciano, pudo escalarlo. Allí, en su cima, elevó su oración final: para que el Gran Espíritu reuniera a los pueblos de la tierra y los condujera por el buen camino rojo hasta el día de la calma.

En sus oraciones, Nick Alce Negro (“Nick” fue agregado a su nombre después de ser bautizado) a menudo repetía la frase “todos somos parientes”. Maka Alce Negro, descendiente de Nick y educador en la Red Cloud Indian School de Pine Ridge ―el nombre Red Cloud recuerda a Nube Roja, un jefe indígena―, me cuenta que se trata de un concepto central en la tradición lakota, tan importante como la palabra “amén” es en el cristianismo. Para los lakotas católicos como Alce Negro, ambas podían ser dichas conjuntamente. Se percibía una armonía entre el concepto lakota de relación entre todas las cosas y la noción católica de la relación de todas las cosas que tienen su origen en la Trinidad. Esta idea, en sus distintas manifestaciones y a pesar de la compleja historia de las relaciones entre los católicos y los lakotas, es un reconocimiento de la dignidad entrelazada de la creación. Puesto que todos somos parientes, proviniendo del mismo origen, debemos respeto a toda criatura y deberíamos acercarnos a cada cosa con reverencia. Esto es cierto para todos los pueblos, que son muchos, y también es cierto para las criaturas de cuatro patas, las voladoras, la tierra, el agua y el cielo. Todos somos parientes.

“Me encontraba de pie en la montaña más alta y en los alrededores, a mis pies, estaba el aro completo del mundo.” —Nick Alce Negro

Pienso en esta idea mientras recuerdo aquel breve encuentro en Rapid City. También, al observar el tono de tantos de los desacuerdos públicos de nuestros días. La ira, el miedo y la falta de confianza que definen nuestras interacciones políticas y sociales pueden hacer que sea difícil entender cómo todos podemos pertenecer a la misma familia. Y, sin embargo, el rechazo a la idea de que nos pertenecemos unos a otros está en el corazón de todos los crímenes históricos; la historia de las Colinas Negras lo confirma.

Pensar en nosotros como seres relacionados significa reconocer que nos hallamos en una red de responsabilidad y cuidado mutuos con cada persona con la que nos encontramos. Como es sabido, el gobierno de Estados Unidos y los colonos estadounidenses trataron a los pueblos indígenas con sospecha, violencia y deslealtad mucho más frecuentemente de lo que lo hicieron con el interés arriba mencionado. Los efectos negativos aún se ven hoy.

Aun así, esta verdad es la única esperanza para abordar y enmendar esta historia en curso: tú eres mi familiar y yo lo soy tuyo. Creer y actuar de este modo es la tarea de paz para todos nosotros cualquiera sea nuestra herencia, y es el camino que debemos tomar si hemos de sanar las heridas del pasado y compartir este país con espíritu de amistad.

Si, al viajar a través de las planicies vacías y desarboladas, uno llega al polo de inaccesibilidad, sabrá que casi lo ha logrado. Que habrá dejado atrás las tierras yermas y habrá viajado muchos kilómetros sin ver ningún signo de actividad más allá de los interminables anuncios de Wall Drug. Uno se dará cuenta de que está en el punto más inaccesible de América del Norte, el más alejado de cualquier orilla. Ahí está la reserva de Pine Ridge, y unos tres kilómetros más adelante se encuentra el Oglala Lakota County, el condado más pobre ―considerando el ingreso per cápita― de todo el país.

Si uno sigue la senda conocida como Big Foot Trail hasta la autopista 44, estará en camino hacia Rapid City, una comunidad en crecimiento, con un precioso centro que constituye la puerta de acceso a las Colinas Negras. Esas colinas están salpicadas por turistas y personas que hacen dinero del turismo. De acuerdo con lo establecido en los tratados, también pertenecen a los lakotas siux. Como es bien sabido, esa tierra les fue robada en la década del setenta del siglo XIX, en una jugada con respecto a la cual Estados Unidos aún no ha encontrado los recursos para revertir, a pesar de admitir que su acción ha sido incorrecta. El modelo que se sigue en la actualidad no difiere tanto de aquel de los días en que George Armstrong Custer recorría la Costa Este vociferando que las Colinas Negras estaban repletas de oro. Muchas personas se hicieron ricas en las colinas, pero los lakotas accedieron solo a un poquito de dicha riqueza.

Después de la fiebre del oro en las Colinas Negras, el conflicto con las tribus de los dakotas se volvió un asunto serio. Tal como el presidente Ulysses S. Grant admitió, el problema surgió por la “avaricia del hombre blanco, quien, en su búsqueda de oro, ha violado lo establecido en nuestros tratados”. En los años posteriores a la declaración de Custer, el gobierno de Estados Unidos hizo varias maniobras para comprarles las Colinas Negras a las tribus, pero sus propuestas se chocaron una y otra vez con una resistencia. Para dichas tribus, las Colinas Negras sencillamente no eran algo que estuviera a la venta. En respuesta a esto, los oficiales del ejército estadounidense se volvieron cada vez más agresivos y la situación continuó agravándose. Los célebres nombres de los hechos que vinieron después y sus protagonistas resultan familiares: la batalla de Little Bighorn, la masacre de Wounded Knee, los jefes Nube Roja y Caballo Loco.

Alce Negro estuvo involucrado en cada uno de ellos. Perteneció al grupo liderado por Nube Roja, cuando niño luchó en Little Bighorn, era primo de Caballo Loco e intentó salvar a su gente en Wounded Knee. La visión que recibió de niño predijo hambre, enfermedad y violencia. Y él vivió para ver todo eso y más. En esos días las personas transitaban el atronador camino negro de las dificultades. Pero en su visión, los abuelos, quienes representan los poderes de la tierra, también le habían dicho a Alce Negro que había otro camino, el buen camino rojo que conduce a la paz: “En todo el universo han completado un día de felicidad”, le dijo una voz invisible. “Contempla este día, puesto que te corresponde a ti hacerlo”.

“Para abrir las puertas de la solidaridad, debemos comenzar por considerar lo que nos ha dividido.” —Maka Alce Negro

Pero ¿cómo llegamos a este día? En la visión de Alce Negro, los abuelos le dieron un bastón rojo sagrado que, cuando era colocado en el centro del aro sagrado, florecía y se transformaba en un waga chun, el árbol que indicaba el día de la calma. A medida que la visión llegaba a su fin, los abuelos condujeron a Alce Negro al pico de las Colinas Negras que algún día llevaría su nombre. El aro de su pueblo ahora se unía al aro de toda la familia humana y toda la creación.

Me encontraba de pie en la montaña más alta y en los alrededores, a mis pies, estaba el aro completo del mundo. Y mientras estaba allí vi más de lo que puedo contar y entendí más de lo que vi; pues estaba viendo de un modo sagrado las formas de todas las cosas en el espíritu, y la forma de todas las formas, tal como deben convivir como un solo ser. Y vi que el aro sagrado de mi pueblo era uno de los muchos círculos que constituían un círculo, amplio como la luz del día y como la luz de las estrellas, y al centro crecía un poderoso árbol en flor para proporcionar refugio a todos los niños de una madre y un padre.

Mitákuye Oyásin es el modo lakota de decir “todos somos parientes”. En la descripción de Maka se trata de una frase que apunta a la interdependencia de todas las cosas. La pandemia de COVID-19 y las amenazas ecológicas de nuestros días, señala, son ejemplos excelentes de esa verdad. Se trata de una idea práctica y filosófica. A un nivel práctico, se aplica a ese sentido de cuidado comunitario que define la relación con el prójimo. A un nivel filosófico significa que el mundo y todo lo que hay en él provienen del mismo origen divino, que cada pieza de la creación afecta, depende de y participa en la vida de los otros.

Tal como Alce Negro vio, esta idea encaja bien con los elementos de la tradición cristiana. El papa Francisco ha enfatizado estos lazos en la espiritualidad de su homónimo, San Francisco de Asís, el mendigo italiano que dio al cristianismo el lenguaje de Hermano Sol, Hermana Luna, Hermana Agua y Madre Tierra. Está en sintonía con el espíritu del cual habla el papa en su carta acerca del cuidado de nuestro hogar común. “El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo, animando y suscitando nuevos caminos”. Esto dice Francisco, en términos que incluso podrían adecuarse a la visión de Alce Negro:

Las criaturas tienden hacia Dios y, a su vez, es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente… la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas.

El mensaje espiritual de Alce Negro culmina con un llamamiento para traer a todos los pueblos dentro del aro sagrado, fumar con ellos la pipa de la paz y disfrutar de la abundancia del árbol de la vida. Pensar de este modo implica poner límites al egocentrismo de nuestra voluntad, deseos y placeres, pues significa que nuestra vida no se trata de nosotros, sino de la familia a la que pertenecemos.

La historia de la explotación de la tierra de los pueblos indígenas en este país pertenece a, como dijo Ulysses S. Grant, la avaricia, una codicia que negó la dignidad de las personas junto con la tierra que consideraban sagrada. Ver las Colinas Negras solo como un lugar para cribar oro, perforar en busca de petróleo y gas o sacarles dinero a los turistas es perderse lo que los lakotas saben sobre ellas, y tratar con la misma desconsideración a los pueblos que las valoran. Ver a las personas como obstáculos para el éxito en lugar de como hermanos que deben ser valorados es perder de vista la verdadera relación de las cosas.

Ninguno de nosotros es independiente. Para sobrevivir siempre necesitamos el apoyo, la enseñanza y la ayuda de otros, para que podamos, tal como Alce Negro señaló “vivir juntos como un solo ser”. Así como dependemos de la tierra para obtener alimento, agua y aire, así dependemos de las personas para aquellas cosas que nos son más importantes: belleza, alegría, amistad y amor. Esta dependencia implica responsabilidad, pues, así como dependemos de otros, esos otros dependen de nosotros.

Vista desde la Montaña Alce Negro Fotografía cortesía del autor

En la actualidad, si los estadounidenses desconectados de la vida en las reservas tienen alguna idea acerca de qué se trata dicha vida, es probable que la asocien con pobreza, desempleo y adicción. Esas son realidades que las reservas enfrentan, al igual que muchas comunidades rurales en todo el país. Sin embargo, al igual que aquellas comunidades remotas, las reservas urbanas son más que solo la suma de sus déficits. Los efectos desproporcionados de esos problemas sobre muchas comunidades tribales son indicio de las injusticias del pasado que las han afectado. Las heridas de dicha injusticia aún necesitan ser curadas, y la triste verdad es que, para muchos estadounidenses, la respuesta es simplemente falta de cuidado fraternal. Pienso en aquel hombre en Rapid City, que se sintió obligado a pararse en una esquina y decir algo a favor de la dignidad de los indígenas, un mensaje que rara vez resuena fuera de las comunidades tribales; y que es, mucho menos, oído.

La página web de la Red Cloud Indian School exhibe una letanía de hechos demasiado conocidos para las personas que viven en la reserva, pero con respecto a los cuales muchos estadounidenses permanecen absolutamente ignorantes. Entre esas cifras sorprendentes acerca de Pine Ridge están las siguientes:

  • 49 % de los residentes vive bajo la línea de pobreza a nivel federal.
  • La mortalidad infantil es cinco veces mayor que el promedio nacional estadounidense.
  • La obesidad, la diabetes y las afecciones cardíacas se dan en proporciones epidémicas.
  • La expectativa de vida es la más baja en Estados Unidos ―veinte años menos que la de comunidades que se encuentran apenas a unos seiscientos cincuenta kilómetros de distancia― y está a la par de India, Sudán e Irak.

Sin embargo, la historia de Pine Ridge es mucho más que una historia de dificultades y abandono. “Reservas como la mía son restringidas a través de la lente peculiar con la que se las considera”. No se trata de que estas historias sean irreales; son reduccionistas. Pine Ridge no es solo un lugar de pobreza y lucha, sino una comunidad que tiene su propia identidad y su propio valor, una comunidad “innovadora, resistente y resiliente”. A pesar de los desafíos singulares que una comunidad determinada debe enfrentar, “el ciclo de nuestra vida cotidiana nos muestra que tenemos más en común de lo que podríamos admitir”.

Esta es la base para ser un buen prójimo con las comunidades indígenas, no de un modo que las caricaturice o las muestre como meros objetos de filantropía, sino simplemente como el prójimo, como familiares. Maka señala que, con demasiada frecuencia, cuando las personas que pertenecen a estas comunidades salen de ellas, se encuentran con un mundo “que, en su peor versión, cuestiona su misma existencia y, en su mejor versión, considera la identidad indígena como un espectáculo carnavalesco o un curioso factoide”. Una importante forma de contrarrestar esto es que el resto de las personas reciba una mejor educación y se involucre con la cultura y la historia indígenas. “Imaginarnos en relación” es dar los primeros pasos hacia la solidaridad y la reconciliación, rechazando los extremos de abandono o una “mentalidad mesiánica” para construir vínculos reales de apoyo mutuo.

A medida que Alce Negro iba envejeciendo, se sentía preocupado, de un modo similar al de los profetas bíblicos, por aquello que había visto entre su gente. Creía que Dios le había encomendado una tarea: salvarlos. Y, sin embargo, los había visto volverse víctimas y victimarios; los había visto perder al bisonte y las tradiciones; había visto hambre y pobreza. En la última etapa de su vida encontró una nueva misión en la fe católica, y viajó por las planicies del norte ocupándose de las personas, instruyéndolas y consolándolas. No consideraba esta fe como algo opuesto a la cultura y la herencia lakotas. Algunos lakotas católicos han contado que podía orar con la pipa en una mano y el rosario en la otra.

Sus ojos sin brillo se entristecieron en aquellos últimos años, pero jamás abandonó la fe con respecto a su pueblo o a la reconciliación de todos los pueblos. Quizá era un poco duro con él mismo: su vida, no siempre visible, tuvo sus efectos incalculablemente difusivos en la comunidad lakota y el mundo entero. Sus palabras de oración y enseñanza han tenido eco en los estadounidenses desde que se volvieron ampliamente conocidas en la década del treinta del pasado siglo.

“El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo, animando y suscitando nuevos caminos.” —Papa Francisco

Esas palabras de solidaridad son repetidas hoy por muchos que trabajan con el mismo espíritu, incluyendo su descendiente, Maka Alce Negro. Luego de dejar la reserva para acceder a la educación superior, Maka regresó y trajo su conocimiento a los jóvenes de su comunidad. Al derramarse en el lugar que se había derramado en él cuando niño, el trabajo de Maka es un ejemplo del círculo virtuoso de solidaridad que va en contra de los ciclos de aislamiento e individualismo que obstaculizan el desarrollo humano en la actualidad. Este mismo año fue nombrado director ejecutivo de Truth and Healing, un proyecto que se desarrolla en Red Cloud con el propósito de buscar la reconciliación en la tensa historia de los antiguos internados católicos.

Maka identifica un obstáculo crucial que impide cumplir el sueño de solidaridad entre los pueblos: la falta de confianza. Esta se debe, en parte, a la deshonestidad de los líderes, los medios de comunicación y las escuelas. También se debe a las formas en que construimos muros que nos separan de nuestro prójimo. “Para abrir las puertas de la solidaridad”, dice Maka, “debemos comenzar por considerar lo que nos ha dividido”. Esto implica ser sinceros con respecto a las heridas escondidas que son la fuente de nuestro miedo y desconfianza hacia nuestro prójimo. Aquí es donde la educación histórica juega un papel, pero también hay un papel concreto que juega la vida comunitaria. Ahora no es el momento de retirarse hacia una posición defensiva con aquellos que piensan igual. Esta reacción casi inevitable reduce a los extraños a algo menos que humano. La solución, en cambio, es involucrarse en la vida de personas cercanas que no se nos parecen.

“Por último, hay una ley importante:”, escribió Alce Negro a las personas de Pine Ridge en 1907, “amarse unos a otros. Por lo tanto, siempre hemos conocido una ley básica que hemos oído una y otra vez: que un buen hombre siempre tiene en su corazón el Gran Espíritu hacia los otros y que debemos ser agradecidos por los otros; pues por los demás estamos aquí. Todos somos parientes”.


Traducción de Claudia Amengual.