Los niños son especiales. Comparten un lenguaje universal de alegría, asombro, curiosidad, travesuras y cariño. Responden al cuidado protector de la madre y la firmeza amorosa del padre. Tienen una natural avidez por aprender, un instinto natural por conocer la verdad y despliegan todo su potencial cuando se sienten aceptados y acogidos en una comunidad.
La educación es el proceso mediante el cual los niños se preparan para heredar este mundo y hacer de él un mejor lugar. Implica guiar, equipar, educar y dar libertad a la siguiente generación. Desde mi rol de pastor en la comunidad Bruderhof, y también como padre, abuelo y exdocente, considero que la educación se sostiene sobre tres pilares fundamentales: la familia, la escuela y la comunidad. Cuando estos tres pilares trabajan concertadamente hacia un mismo fin, son como un taburete de tres patas que se mantiene estable aun en terreno irregular.
La fe es el soporte que hace que estos tres pilares se mantengan firmes o caigan. La fe da respuesta a importantes preguntas como cuál es el propósito, el sentido y la esperanza de nuestra vida y puede ser sostén de familias, escuelas y comunidades. Creo que es un error desligar o excluir a la fe de la educación; más aún, opino que fe y educación son inseparables. La educación es la búsqueda de la verdad, pero no cualquier verdad, sino la verdad última y absoluta que la fe confirma. Apartarse de la verdad genera duda, confusión, desdicha y división. Por el contrario, la fe en el orden bueno y natural instaurado por Dios nos da seguridad y confianza. El rabino Jonathan Sacks escribió:
Una de las razones por las cuales la religión ha sobrevivido en el mundo moderno a pesar de cuatro siglos de vida secular es que puede responder las tres preguntas que todo ser humano reflexivo se hará en algún momento de su vida: ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo debo vivir?
Estas preguntas no pueden ser respondidas por las cuatro grandes instituciones de Occidente: la ciencia, la tecnología, la economía de mercado y el estado liberal democrático. La ciencia nos dice cómo, pero no por qué. La tecnología nos da poder, pero no nos dice cómo usar ese poder. El mercado nos brinda opciones, pero no nos dice qué elegir. El estado liberal democrático como una cuestión de principios evita recomendar un modo de vida en particular. Como resultado, la cultura nos suministra un rango infinito de posibilidades, pero no nos dice quiénes somos, por qué estamos aquí ni cómo debemos vivir.
Si la sociedad secular moderna no ha logrado responder estas preguntas fundamentales, deberíamos abrirnos a la fe en nuestros hogares, escuelas y comunidades. Esto es posible incluso en una sociedad plural, ya que todas las grandes religiones del mundo, aun con sus diferencias, enseñan a respetar y defender la dignidad de la vida humana y dan respuesta a las grandes preguntas del ser humano.
1. La familia
La familia es el primer pilar de la educación. Una familia estable y amorosa formada por una madre y un padre unidos en matrimonio es, sin lugar a dudas, el mejor contexto para tener y criar hijos. Numerosos estudios han confirmado este hecho, algo que las religiones han pregonado por siglos. La fe cristiana enseña el valor de la fidelidad en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y muchas otras religiones también transmiten esta enseñanza.
Mi madre y mi padre encarnaron este modelo de hogar y familia unida por lazos de amor. Se casaron, criaron ocho hijos y permanecieron juntos durante cincuenta y un años, hasta el día de su muerte, en su casa, rodeados de sus hijos, hijas y nietos. Mi esposa, Wilma, y yo tenemos siete maravillosos hijos, tres de ellos casados. Tenemos cinco nietos y ¡esperamos que lleguen muchos más!
La iglesia a la que pertenezco, la comunidad Bruderhof, le asigna gran valor a la sacralidad del matrimonio y prevé una preparación muy a conciencia de las parejas que van a casarse brindándoles orientación y educación acerca de la importancia de permanecer fieles y asumir el compromiso de cuidarse mutuamente en tiempos de dificultad. Esa actitud de compromiso es vital para que los niños crezcan y se desarrollen plenamente. Tenemos un modelo de este pacto de fidelidad en el testimonio bíblico acerca de la fidelidad de Dios para con la humanidad, a través de los milenios. La fidelidad sigue siendo un valor vigente, sigue siendo algo bello y es el mejor reaseguro para traer niños al mundo y criarlos bien. Cada niño merece tener una madre y un padre que vivan juntos en armonía y le den amor, estabilidad y seguridad. Hecha esta salvedad, creo que Jesús se preocupa muy especialmente por los niños que no crecen en un hogar de estas características y fortalece a las madres o padres solos para que puedan salir delante de la mejor manera posible.
2. La escuela
La escuela es el segundo pilar en la educación de un niño. Docentes con entrega y dedicación, cuya pasión es la educación y formación de la niñez hacen a una buena escuela. El edificio y las instalaciones son recursos fabulosos, pero nunca pueden sustituir el valor de los docentes y un ambiente positivo que favorezca el aprendizaje.
Un número creciente de familias están optando por escolarizar a sus hijos en casa, por razones que respeto profundamente. Pero la mayoría de las veces, la razón principal es la incapacidad de las escuelas de brindar un espacio de socialización seguro y saludable y una educación de calidad, algo que la mayoría de los padres tampoco pueden ofrecer por sí mismos.
La comunidad Bruderhof tiene escuelas que brindan educación inicial, primaria y secundaria. Nuestra propuesta educativa pone énfasis en la relación con la creación de Dios, una sólida preparación en matemáticas, ciencias, redacción y comunicación, y un aprecio por la historia, la literatura, las artes plásticas, la música y la artesanía. Nuestra filosofía, basada en el principio “mente, corazón y manos”, hace hincapié en una educación integral que conjuga el desarrollo intelectual, emocional y físico a fin de formar miembros de la sociedad responsables, solidarios y con vocación de servicio. Mi abuela, Annemarie Wächter, trajo a nuestra comunidad la filosofía educativa de su tío bisabuelo Federico Froebel, el creador del jardín de infantes. Su propuesta pedagógica para la primera infancia promueve el aprendizaje a través del juego y la exploración de la naturaleza. Froebel decía: “Un niño que juega de manera consistente y persistente […] será un adulto resuelto, capaz de hacer sacrificios por su propio bien y el de los demás”.
3. La comunidad
La comunidad es el último pilar de la educación; ella le brinda apoyo, estabilidad e identidad a individuos y familias. La comunidad puede llenar los vacíos que inevitablemente se producen en la vida de los niños cuando las familias atraviesan una separación, enfrentan dificultades económicas o familiares, o son golpeadas por una tragedia.
En nuestra comunidad Bruderhof, los miembros asumimos un compromiso de por vida unos con otros. Nos une un mismo sentir y propósito de seguir las enseñanzas de Jesús respecto de perdonar incondicionalmente, rechazar toda forma de violencia, vivir una vida sencilla, libre de posesiones, trabajar y servir como el más humilde y menos importante, y renunciar a toda pretensión de ejercer poder sobre otros. Somos una hermandad de hermanos y hermanas, tanto solteros como casados, llamados por Cristo a seguirlo y compartir la vida juntos como lo hizo la iglesia primitiva en Jerusalén, según se describe en Hechos 2 y 4.
Claro que no todos cuentan con una comunidad con el nivel de organización y la capacidad de brindar apoyo que tiene el Bruderhof. Pero todos pueden construir comunidad. Los niños disfrutan la celebración de los acontecimientos importantes en la vida familiar: nacimientos, cumpleaños, graduaciones, bautismos, casamientos, aniversarios y días festivos. Todos formamos y somos parte de una comunidad: vecinos, compañeros de escuela o de trabajo, grupos de jóvenes, grupos de madres, grupos de padres, clubes sociales o recreativos, equipos deportivos y comunidades de fe. Si hay comunidades fuertes, habrá familias fuertes y niños fuertes. El poeta indio Rabindranath Tagore escribió: “Los niños son seres vivos, más vivos que los adultos, que han dejado crecer en torno suyo una caparazón de costumbre. Por consiguiente, es absolutamente necesario para su salud y su desarrollo mentales que tomen lecciones no en simples escuelas, sino en un mundo cuyo espíritu conductor sea el afecto personal”.
La comunidad no es el Estado. El rol del Estado debe ser brindar los servicios básicos, asegurar la estabilidad institucional y el imperio de la ley en todos los ámbitos de la vida pública, incluida la educación. Debe respetar y proteger el lugar de la fe en la vida pública, sin afectar la libertad religiosa.
La educación es el gran legado, el pase de antorcha de una generación a otra. Las familias, escuelas y comunidades bien cimentadas hacen que esto sea posible. La fe no es un compartimento estanco, no está aislada del resto de las áreas de la vida, sino que inspira, revitaliza y modela la educación. Con una educación de estas características, podemos mirar hacia el futuro con gran esperanza y gozo por cada niño que nace. Rabindranath Tagore lo expresó así: “Cada niño que nace trae el mensaje de que Dios no ha perdido la esperanza en la humanidad”.
Traducción de Nora Redaelli