Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida. El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que salga vencedor no sufrirá daño alguno de la segunda muerte.
Cuando llegamos a estar sanos se han acabado nuestros mejores días. Esto es porque nuestros días difíciles se pueden convertir en días de lucha. Cuando estamos enfermos, tenemos la oportunidad de clamar al Señor de manera especial, de luchar junto a él en su sufrimiento. Nos mantenemos por completo con él en contra del sufrimiento del mundo. Podemos clamar, mirar hacia el cielo —alertas y expectantes— y orar de verdad: «Venga tu reino, hágase tu voluntad» (Mateo 6:10). Cuando lo hacemos, somos mucho más útiles al reino que aquellos que felizmente disfrutan de días buenos. ¿No es verdad que los días buenos a menudo producen casi nada: un corazón deprimido y un espíritu desganado? Pero en los días de enfermedad, si acudimos a Dios, pueden ayudarnos a convertirnos en ciudadanos del cielo.
La corona de la vida ya nos está esperando, se puede sentir algo de la eternidad, algo de Dios se ha hecho evidente en la tierra. La corona ya está ahí, el bien que otros sienten obra aun con más poder entre nosotros. Todos sabemos que un día un bebé príncipe llevará una corona. Aunque no es más que un niño, sus siervos se inclinarán ante él y mantendrá alejados a sus enemigos. De la misma manera, ya que somos hijos de Dios, somos vencedores que recibiremos la corona. Estamos rodeados por siervos de Dios: ángeles y potestades de Dios que interceden por nuestra protección. Y el enemigo tiene que rendirse.
Para experimentarlo tenemos que estar justo al lado de Jesús. No nos atrevemos a dar un paso sin que él vaya con nosotros. Sin él no podemos permanecer fieles ni siquiera por un momento. Pero con él podemos atrevernos a resistir la muerte. Eso es algo muy profundo y muy difícil, pero podemos hacerlo con la fortaleza de Dios. Y debemos atrevernos por causa de los demás. En todas nuestras debilidades, Dios quiere que acerquemos la vida eterna a nuestra existencia mortal, a pesar de estar sujetos a la muerte. De este modo podemos contribuir a acelerar el tiempo cuando será destruido el enemigo final.
De esta forma la segunda muerte —los dolores de la muerte en la eternidad— no podrá dañarnos. Ah, amados amigos, esta segunda muerte es seria y de grave significado para todos nosotros. Pero no temamos, el Señor nos ayudará a permanecer fieles. Es una promesa. Y aun si ya estamos cautivos por la muerte y el infierno, aun si estamos aprisionados y subyugados que difícilmente podemos ver la luz de la vida, recordemos que Cristo tiene la última palabra sobre todos los que aprecian su nombre.
Que el Señor bendiga nuestra vida juntos, que él con su Espíritu visite a todos los que están enfermos, para que puedan vencer los males que les acosan y no pierdan el ánimo.
Ah, amado Salvador, danos la corona de la vida, no por nuestra causa, sino por causa de aquellos que por tu gloria deben también recibir vida. Danos una corona de vida a todos los que en este pobre mundo anhelan ser tus discípulos. Señor, danos más valor, y que seamos más alegres. No nos desesperemos. Amén.
Extraído de El Dios que sana.