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Como alguien que ha sufrido y visto a mis seres queridos sufrir, como un pastor que se ha lamentado con aquellos que se lamentan, las respuestas a estas preguntas ―o, al menos las respuestas que van más allá de los clichés religiosos para proporcionar consuelo y sanar las heridas de los temerosos y afligidos― parecen alarmantemente elusivas. Sin embargo, creo que, a medida que fijamos los ojos en alguien que no vemos, su mirada se fija en nosotros, firme, inquebrantable, amorosa. Solo podemos sentir sus manos cuando él las extiende, para atraernos a su luz eterna. Hasta entonces, confiamos en su mirada para sostenernos. 


Fuente: "En busca de consuelo"