En este artículo compuesto por extractos de cartas escritas a hombres y mujeres encarcelados, Stan, un comunitario con muchos años de experiencia, expone las demandas y bendiciones de vivir en una comunidad cristiana. Leer Parte I aquí .
Para el contexto de lo que describe, que viene de su experiencia personal, véase esta reflexión escrita por una de sus hijas.
Lo interesante es que estamos dialogando de converso a converso. Habrá sido en formas diferentes, pero similares en esencia, y en su última esencia idénticas, que ambos hemos servido causas seculares o mundanas si se quiere, antes de que Jesús nos paró en seco en nuestro andar, y nos mostró a quién habíamos de servir ¡Diré que mis causas fueron las más viles, ¡porque exclusivamente egoístas!
Como tú, diré que esto fue únicamente «gracias al infinito amor y Misericordia de Dios», quien me mostró al mismo tiempo la misión y el fruto de la misión: la comunidad de los creyentes, el cuerpo uno y unido de los creyentes, de sus seguidores.
Repito: vine de un mundo en cuyo espíritu el bien supremo era la satisfacción de todos los deseos de uno, del yo, así sean materiales, sensuales o emocionales como la fama, el suceso, el honor, el orgullo político o nacional, etc.
Y me encontré con un mundo en el cual ya «no había ni Griego ni Judío», en el cual alemanes que habían pertenecido a la SA eran hermanos de judíos, en el cual no había competición entre tareas iguales, ni confrontación o desigualdad social entre tareas diferentes, y donde cada cual asumía la responsabilidad de servir la causa de Dios más bien que a sí mismo. ¿Con luchas interiores, can fallas, con deslices? Sí, pero también con la ayuda de Dios, con la ayuda de los hermanos, y con la gracia del perdón.
La gente que Hela y yo encontramos en nuestra visita cuando hicimos el viaje de Buenos Aires al interior del Paraguay (¡cuatro días en aquél tiempo!) no eran ningunos ángeles, pero el ambiente que irradiaban atestiguaba de un espíritu que no era él en el cual vivíamos nosotros. Allí no sólo estaba todo diferente, sino que estaba todo al revés, y hasta los más altos ideales del mundo en el cual habíamos vivido necesitaban ser revisados y cambiados.
¿No es así como se aclaran de repente las paradojas, las aparentes paradojas de Jesús? Lo que dice de los niños, de los últimos y los primeros, de perder y ganar la vida etc. ¡No habla del Cielo! ¡Habla de aquí! Fíjate que Jesús dice a Pilato: «mi Reino no es de aquí» y al mismo tiempo nos enseña a orar que este mismo Reino «venga», es decir, que sí debe ser de aquí, pues es aquí que ha de llegar cuando venga.
Allí no sólo estaba todo diferente, sino que estaba todo al revés, y hasta los más altos ideales del mundo en el cual habíamos vivido necesitaban ser revisados y cambiados.
Le hablo de mi fe y de su fe, porque únicamente con fe en Jesús podemos enfrentar la vida tal como se presenta en el mundo de hoy (¡y de siempre!). Me refiero al párrafo en el cual usted se pregunta si es posible «un mundo sin odio, ni egoísmos, ni ricos ni pobres, sin crimen, sin mentira etc...» Querido hermano, sí, es posible, en fe y en obediencia a Jesús. Él nos ha dicho que nos amemos, y si obramos con amor, tal mundo es posible. No porque somos santos ni mucho menos, sino porque Dios da esta gracia a los que lo aman y le siguen, aunque sea en la medida de sus fuerzas nomás. Somos hombres todavía pecadores, porque así nacimos, pero podemos arrepentirnos de nuestros pecados propios. Podemos perdonar los pecados de los demás, y aunque tengamos que hacerlo una y otra vez, vale más así que satisfacer nuestro egoísmo y arreglar las cosas por violencia.
Pues, en la vivencia nuestra hemos experimentado en nosotros mismos que la naturaleza y la esencia de la misión consistían en ofrecer al no creyente, al pagano (¡que éramos!) la prueba de que la palabra de Dios es verdadera. El Evangelio, la Buena Nueva, es verdadero, porque la fe en él y en su verdad cambia las cosas. La prueba estaba en una vida cambiada, en relaciones cambiadas, en una sociedad cambiada.
Jesús, su palabra y su poder no solamente cambian, sino que son el único poder y la única forma de cambiar algo. Toda otra senda no lleva a ninguna parte, todo otro poder que el de Dios se destruye a sí mismo.
Con esta confesión de mi convicción te abrí mi corazón, no en tren de prédica, ¡sino en señal de agradecimiento!