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Caja¿Qué son las trampas de la vida comunitaria, en las que muchas experiencias se quiebran? En esta charla preparada para los integrantes de la primera comunidad Bruderhof en Sannerz, Alemania, el 3 de octubre de 1926, Eberhard Arnold expone tres de ellas, después de guiar esta comunidad cristiana durante sus primeros seis años. Sigue el transcripto completo.
Toda obra, por pequeña que sea, que esté bajo la influencia de las fuerzas infinitas, tiene un sentido muy concreto, tiene una misión muy concreta: cuanto más esté impregnada dicha obra por poderes eternos, más profundamente será consciente de que este carácter concreto solo es un pequeño acto en el contexto del conjunto de los grandes acontecimientos; pero igualmente de que este pequeño acto es absolutamente necesario en el contexto de la totalidad de la vida. De la misma forma, nosotros también estamos seguros de nuestro camino y sabemos que debemos transitarlo del modo en que estamos obligados a hacerlo.
El primer periodo de nuestro trabajo en común es el de nuestro comienzo y primera reunión, desde un punto de vista histórico, desde 1919 hasta finales de 1921.1 ¿Qué nos impulsó en esa época a esa forma de vida, a esa forma de acción y de convivencia? ¿Cuál fue el objetivo de ese empeño? La guerra mundial había terminado. Las consecuencias de la llamada revolución se habían manifestado. El movimiento juvenil y el movimiento por la paz volvieron a experimentar un incremento caótico de sus energías. Y fue en esa época cuando sentimos que todo eso equivalía a un final y no a un principio. Comprendimos claramente que la exigencia de escapar de la tensión y de la necesidad y de la confusión y de la maldad y de la incapacidad de compartir la vida con otros y de la enemistad mortífera era aterradora. Tanto más aterradora cuanto que sabíamos que no había ninguna energía disponible a la altura de esa exigencia que permitiese vivir de una forma distinta y nueva con el fin de recorrer el camino que hubiese satisfecho la construcción de una comunidad y de una unidad, de la fuerza y de la alegría, un camino que poseyese en esta creación degradada el atisbo de una nueva creación.
Este espíritu de la comunidad del reino, que nunca nos abandonará, es el amor perfecto.
En ese momento Jesús nos encontró de nuevo, y de hecho Jesús nos encontró con tal claridad sin confusión, con tal luminosidad inmaculada, que tuvimos que aceptar la posibilidad práctica de su forma de vida tal como nos fue dada. El Sermón del monte y las parábolas de Jesús y sus palabras al enviar en misión a sus discípulos se manifestaron como un esbozo del futuro carácter de los seres humanos y de su capacidad para la vida en comunidad, especialmente el Sermón del monte. Éste se manifestó como una nueva siembra de la vida desde el Espíritu, como una nueva siembra que debe vivir como un árbol, como la luz, como la sal, de acuerdo con su propia naturaleza, de acuerdo con su constitución. Y este sentido primigenio, este espíritu de la comunidad del reino, que nunca nos abandonará, es el amor perfecto. Es el amor perfecto libre de la interpretación jurídica, libre de violencia, libre de una ley moral. Es el amor perfecto y por lo tanto el orden perfecto y el autocontrol perfecto. De ese modo no es posible que se vea mancillado por la voluntad codiciosa, ni por la procedente de la concupiscencia del cuerpo ni tampoco por la voluntad deseosa de riquezas y bienes. Porque en este caso, esta alegría se encuentra definida por una generosa y plena voluntad de amor ferviente, de alegría por la creación y por la misericordia del Padre y por los designios del Padre.
La pobreza en el ámbito de la vida privada, el comunismo en el trabajo común, en la mesa común, en el nivel de vida común, en los medios comunes de trabajo y en los productos compartidos del trabajo no fueron lo decisivo. Lo decisivo fue el poder envolvente de la alegría por todo lo creado y por lo que debe ser recreado. El amor emergió como un poder tan desbordante que todos los demás poderes de esta tierra y de la vida humana fueron barridos por él, al igual que la legitimidad de la propiedad y su distribución. Fue un periodo en el que se habló mucho de cómo podía alcanzarse una comunidad que incluyese a todas las personas, de cómo sería posible una administración justa de todos los bienes en la comunidad. Para nosotros no había ninguna duda de que nada de eso podía hacerse sin el amor perfecto, que procede de la Verdad;sin la comunidad-iglesia, guiada por Cristo. Precisamente por ese motivo sentimos la responsabilidad de tomar ese camino, de vivir en comunidad en el sentido caracterizado por la pasión del amor perfecto. Sabíamos que no era posible vivir la comunidad sin ese poder. Pero ahora había que vivirla, porque la gente sentía la clase de exigencia comunitaria que se había extendido por el mundo.
Fue así como nos sentimos íntimamente unidos con todas las formas comunitarias procedentes del amor de Cristo desplegadas a lo largo de los siglos. Nos sentimos uno con la Iglesia primitiva de Jerusalén, con las fundaciones de los primeros movimientos monásticos, con los valdenses y los franciscanos, con los Hermanos de la Vida Común y con las comunidades comunistas anabaptistas de la Edad Media. Nos sentimos uno con los ensayos de las iglesias protestantes y de la iglesia católica y con los ajenos a las iglesias estatales. La única cuestión que nos planteamos fue si esos intentos nacieron del espíritu de la fe y del amor orientado a formar una comunidad para la humanidad. Pero un peligro se manifestó de forma desagradable en todas estas asociaciones. Me refiero a la exclusividad, la limitación y la estrechez, que debe entenderse tanto espiritualmente como en un sentido práctico. Espiritualmente se manifiesta como un estrechamiento del horizonte, como una endogamia de pequeños círculos encerrados en sí mismos, como una asunción de costumbres estereotipadas. En la práctica, se hace evidente en el aislamiento sectario en un pequeño círculo de personas que se somete a esta estrechez de miras. Hemos observado este estrechamiento tanto en las órdenes católicas como en los grupos de creyentes evangélicos. Estamos convencidos de que el movimiento de avivamiento originario fue diferente, de que en aquel momento lo crucial fue la voluntad real de la fuerza omnímoda del amor, la voluntad de dirigirse a todas las personas, de no ignorar ni dejar de lado a nadie, y sobre todo de vivir precisamente para los más necesitados. En este caso, lo decisivo es la voluntad de buscar y dirigirse a ellos. Tampoco puede ser de otra manera. Si este amor proviene del Creador, que ha creado a todos los seres, entonces este amor solo puede ser omnímodo, o de lo contrario no es.
Solo es difícil vivir en comunidad cuando el primer amor nos ha abandonado.
El segundo peligro de estas uniones es el peligro erótico,2 que supone asimismo una limitación del amor, una dependencia entre unos pocos, un magnetismo entre individuos, un desgajarse de estos individuos, de estas partes individuales en su mutua atracción. Hemos comprendido con claridad que los asentamientos que no se articulan en torno a la fe acaban inevitablemente rompiéndose por la cuestión erótica, debido a que ese otro imán superior, ese sol central, no determina su órbita. Así que acaban cayendo y ahogándose en el estrecho magnetismo de las minúsculas relaciones de los individuos entre sí. Este estrecho magnetismo no puede ser superado mediante algunas reglas estrictas y prohibiciones y órdenes, sino solo gracias al imán superior que vuelve insignificantes estas pequeñas interrelaciones. Es cierto que siguen estando ahí, y ciertas desviaciones pueden explicarse por ellas. Pero el gran imán es tan determinante que su firmeza no se anula por la cercanía de las agujas magnéticas entre sí. Esa es la cuestión decisiva, si giramos alrededor del sol central. Solo en esa medida poseemos una razón de ser por encima de toda limitación.
El tercer peligro de la vida comunitaria consiste en escandalizarse por las debilidades de carácter de los compañeros. Solo hay personas imperfectas. Las imperfecciones atribuibles al carácter y al talento son diferentes; pero se encuentran por doquier. Si las personas se ven poco, es fácil pasar por alto esas imperfecciones de carácter y la falta de talento. Si las personas comparten día tras día y hora tras hora una habitación y un trabajo, la situación puede convertirse en un tormento indecible. "Si quieres separar a dos amigos, deja que duerman juntos en una habitación durante dos meses". Así es como han fracasado muchos ensayos comunitarios. El enfado de unos con otros, sobre todo el enfado entre sí de las mujeres casadas encargadas de la comida y la alimentación, disuelve la comunidad. Por eso, en la vida en común, hablar de los defectos de los camaradas es de lo más perjudicial, no tanto por lo que se diga de ellos, sino por el hecho de que al hablar de estas cosas el ánimo se encadena a esas ideas mezquinas. El carácter de uno se echa a perder si se incide demasiado en los defectos y debilidades de las personas. ¿Cómo puede superarse este problema? Hablando de lo que posee una importancia superior y determinante. La comunidad solo se da en la medida en que la exigencia primordial de la vida y la fuerza primordial de la vida orientada a Dios y hacia todo lo que él ha creado nos alienta y resplandece a través de nosotros. Solo podemos vivir en comunidad si permanecemos en el primer amor: "Reflexiona, pues, sobre la altura de la que has caído, conviértete y vuelve a portarte como al principio. Pero tengo una queja contra ti, y es que has dejado enfriar tu primer amor". Solo es difícil vivir en comunidad cuando el primer amor nos ha abandonado. Es fácil cumplir los mandamientos de Dios, dice Juan, “ya que los hijos de Dios están equipados para vencer al mundo”. De la fe nace el amor.
Con esto en mente, nos pusimos en marcha y nos reunimos en Sannerz. Con este resplandor no fue difícil para nosotros vivir en las circunstancias más precarias y contentarnos con la comida más frugal y hacer el trabajo más humilde. No nos resultó difícil adaptarnos a gente nueva cada día. Aunque no teníamos sitio para nosotros mismos, el principio de puertas abiertas debía determinar este camino en la práctica. Solo si somos capaces de mantener la puerta abierta, podemos recorrer el camino de la vida en común. Si mantenemos cerrada la puerta que da acceso a cualquier espacio privado de nuestra vida, no será posible que nuestra vida en común conserve su sentido. Si treinta personas viven juntas con las puertas cerradas al exterior, no se gana nada. El sentido de la ausencia de propiedad, de la igualdad comunista, radica en que estamos disponibles para todos aquellos que quieran relacionarse con nosotros. La puerta abierta sin restricciones es la obra misionera del amor devoto. Así fue como trabajamos y vivimos en nuestros comienzos, y la alegría en nuestra casa era inmensa. Llegamos a experimentar una vivencia comunitaria muy intensa con personas con las que previamente apenas habíamos tenido contacto. Porque la puerta abierta estaba abierta a todos, pudieron sentir en su interior los rayos del amor y la alegría y dejarse contagiar e inundar por ellos.
En aquella época preguntamos a los proletarios de Berlín, ¿creéis que sería mejor llevar a cabo este ensayo de vida en común y casa abierta en la gran ciudad o deberíamos intentarlo en el campo? En aquel momento obtuvimos la siguiente respuesta: "¡Hacedlo en el campo!". Porque la gente de la gran ciudad tiene la necesidad de ir de vez en cuando al campo. Precisamente los proletarios trabajadores pasarán por periodos de desempleo y visitarán esos lugares, en los que encontrarán su verdadero hogar. Especialmente para los hijos de las personas que han caído por debajo de un nivel de vida saludable, es fundamental que haya comunidades en el campo que les proporcionen una vida sana para el cuerpo, el alma y el espíritu. Así que fuimos al campo. Al principio no había ningún riesgo en estar demasiado aislados. Sin embargo, las cosas han cambiado considerablemente. Hoy en día, la situación debe entenderse de la siguiente forma: viviendo en el campo, mantenemos la puerta abierta de par en par, tratamos de rendir lo máximo posible en el trabajo intelectual intensivo y en el trabajo pedagógico y agrícola, y al mismo tiempo salimos en misión, vamos más allá de nuestra vida comunitaria, buscamos a la gente donde está, incluso en las grandes ciudades y en sus rincones más sucios. El supuesto previo es la realidad de la comunidad-iglesia.
Traducción de Luís Fernández Torres
Notas
- La historia de la fundación del Bruderhof se halla en A Joyful Pilgrimage, las memorias de Emmy Arnold escritas a principios de los 1930.
- Con la palabra “erótica”, Arnold se refiere a un exclusivismo en las relaciones personales y no solo a la atracción sexual.