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CajaBendito es el que viene
Una meditación para Domingo de Ramos
por Óscar Romero
jueves, 30 de marzo de 2023
¡Alégrate mucho, hija de Sión!
¡Grita de alegría, hija de Jerusalén!
Mira, tu rey viene hacia ti,
justo, Salvador y humilde.
Viene montado en un asno,
en un pollino, cría de asna.
Destruirá los carros de Efraín
y los caballos de Jerusalén.
Quebrará el arco de combate
y proclamará paz a las naciones.
Su dominio se extenderá de mar a mar,
¡desde el río Éufrates
hasta los confines de la tierra!
Debió ser un momento —iba a decir desilusión— cuando Cristo veía las grandes muchedumbres que lo seguían, pero entre ellos, sólo gente sencilla: Campesinos, pescadores. Y si acaso algún sabio se acercaba le vela retirarse con desdeño, como riéndose de la doctrina que aquel loco estaba predicando. Y Cristo cuando se quedó solo, levantando los ojos a su Padre expresa la ternura, la angustia, la aflicción de su corazón: “¿Por qué, Padre, ofreciéndoles una doctrina tan bella no me la quieren creer unos; y otros, precisamente los sencillos, me la aceptan? Te doy gracias Padre, porque has escondido estas cosas a los entendidos y soberbios, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así has querido” (Mt 11:25-26). Iniciativa de Dios, no tiene la culpa Jesucristo, ni la Iglesia, ni el predicador. Y cuando se quieran reír de que sólo la gente sencilla nos sigue, aquí está en el Evangelio la explicación.
Cuando Cristo va entrando sobre un borriquito a Jerusalén, rey de burla parece, y sin embargo, es el Rey que salva. Y ante ese Rey, montado en un burrito, el profeta exclama: “Este viene a desbaratar los carros, los caballos, los arcos guerreros” (Zch 9:10). Él es el que va a hacer la paz de todos los pueblos». Así como el Evangelio compara también con la muchedumbre de los sencillos; los sabios, los autosuficientes, los grandes según el mundo. No es que Dios rechace una clase de hombres y prefiera otra clase de hombres, es que nosotros mismos nos seleccionamos o nos segregamos. El hombre se selecciona si acepta la palabra de Dios, pertenece a ese resto honroso de Israel. Y el hombre se segrega cuando por su orgullo piensa que la Iglesia, Cristo está predicando tonteras y calificativos más repugnantes contra esa doctrina, como que todo se justifica porque no es digno de los sabios de este mundo. Entonces, queridos hermanos, son los sencillos, los hijos de las bienaventuranzas.
Cómo quisiera yo, que todos los que conmigo están haciendo esta reflexión de la Palabra de Dios, nos formáramos el propósito de no dejar en nuestro corazón que reine el orgullo, la soberbia, la autosuficiencia (Ro 8: 9-13). De sentir con agradecimiento que la salvación viene de Dios y solamente la aceptan los que, con sus brazos tendidos, como el mendigo, sienten la pobreza. En este sentido, decimos que es la Iglesia de los pobres; no la de los que no tienen fortuna, pero son ambiciosos; no la de los que no tienen seres materiales, pero secuestran para robar dinero; no la de los criminales que desahogan sus resentimientos en odio contra quienes los atropellan; no la del terrorismo. La pobreza, la de las escrituras de hoy: ¡Alégrate hija de Jerusalén! Quién no siente aquí el nombre de María, la hija de Sión, la encarnación de la verdadera pobreza, la virgencita humilde, la que dice que es nada a los ojos de Dios pero que al mirarla El, la ha hecho grande el poderoso, y por ella será alabada durante todas las generaciones y por ella hará cosas grandes la Iglesia.