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Servir en el espíritu de Cristo
¿Servimos a Jesús como esclavos, como mercenarios o como amigos?
por François Caudwell
lunes, 14 de abril de 2025
Jesús sabía que había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin —Jn 13:1.
Cuando Jesús lava los pies a sus discípulos, nos enseña que el servicio amoroso se manifiesta en los actos más sencillos de la vida cotidiana: la preparación de comidas, la hospitalidad, la limpieza.
“Ningún siervo es más que su amo”, dice Jesús (Jn 13:16). Para nosotros sus discípulos, la percepción de las personas que nos rodean, incluidas aquellas con los pies sucios (por no hablar de los que nos desean el mal), puede transformarse en la manera en que Jesús percibe las cosas. Nuestra tarea es seguir sus pasos y servir a esas personas.
Al hacerlo, podemos cambiar la percepción que muchos tienen de la iglesia y los cristianos: al seguir a Jesús, desenmascaramos a la iglesia rica y opresora, aliada con los poderosos y la fuerza de sus armas, y revelamos una comunidad de sencillos servidores que llevan la ternura de Dios. “Ustedes son la luz del mundo”, nos dice Jesús (Mt 5:14). Si vivimos humildemente como él, nos convertimos en la luz de lugares oscuros y llevamos la luz de la fe en medio de las sombras de violencia y desesperación.
Entregarnos por el bien de los demás es un camino hacia la salvación, el mismo camino que Jesús siguió hasta la cruz. Nuestra entrega no salva al mundo —eso ya lo hizo Cristo—, pero al manifestar el amor de Dios con nuestras acciones y disposición de servir, abrimos las mentes de las personas para que vean el rostro de Cristo. Esto puede guiar a corazones abiertos hacia la fe.
Este camino nos dirige también hacia la felicidad. Sabemos que el amor conduce a la felicidad, pero cuando el camino se vuelve demasiado exigente, solemos olvidarlo. Encontramos alegría cuando estamos disponibles para servir. Jesús nos dice: “Cuando hayan comprendido estas cosas, encontrarán su felicidad en hacerlas” (Jn 13:17, traducción libre).
Al final, esto da sentido a la vida. Jesús nos muestra un procedimiento para alcanzar la paz profunda. Encontramos la plenitud de la paz en el camino de renuncia, que Jesús nos abre: “Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn 13:15).
Al vivir el evangelio, nos encontramos con el Señor. Jesús nos lleva a discernir un misterio aún mayor a través del servicio, responde a Simón Pedro: “El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies [...] pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios” (Jn 13:10). ¿Qué quiere decir con esto?

Ford Madox Brown, Jesús le lava los pies a Pedro.
Se producirá un cambio radical en la vida de sus discípulos. Ya que Dios se hizo siervo por medio de su hijo Jesucristo, nuestra relación con el Señor pasa del hacer al ser, de la ley a la vida en Cristo. Porque estamos salvados, ahora podemos ponernos libremente al servicio de los demás. El lavatorio de los pies anuncia una nueva realidad que es posible gracias a la muerte y resurrección de Jesús.
El servicio puede entenderse de varias maneras. Basilio de Cesarea (329-379) describió tres actitudes que conducen inevitablemente a la obediencia. Si nos apartamos del mal porque tememos el castigo, actuamos como esclavos. Si cumplimos los mandamientos por las ventajas que podemos obtener, somos mercenarios. En cambio, si obedecemos simplemente por el bien, es porque amamos a aquel que nos mandó obedecer. Nos alegramos de haber sido considerados dignos de servir a un Dios tan bueno y glorioso. Esta es la naturaleza de un hijo.
La muerte y resurrección de Jesús nos hacen pasar de la categoría de esclavo o mercenario a la de hijo o amigo (Jn 15:15).
Hasta entonces, Simón Pedro había seguido al Maestro. Pero cuando lo negó públicamente tres veces, experimentó de forma dramática la debilidad de sus resoluciones. Los mandamientos —y la voluntad de obedecerlos— no bastaron para cambiar los corazones humanos. Hacía falta algo más: la presencia de Jesús y “el amor de Dios que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que hemos recibido de regalo” (Ro 5:5, traducción libre).
Tras la victoria pascual, Pedro pudo volver a centrarse en Jesús (Jn 21:15-19). A partir de entonces, al seguir al maestro, seguía también al amigo. Sus pecados habían sido perdonados por la cruz del Señor; la resurrección le había liberado del miedo y le ofrecía la seguridad de que Jesús estaría siempre presente “hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Una vida nueva se abría ante él en comunión con Cristo.
Pedro asumió una obra grande que se fundamentaba en una declaración de amor, repetida tres veces: “tú sabes que te quiero” (Jn. 21:15-17). Tres veces, como para borrar su triple negación; tres veces para mostrar que su amor no vacilaría nunca más. Cuando una palabra se repite tres veces en la Biblia denota insistencia; es el superlativo de los superlativos. Por su respuesta de fe, junto con su compromiso libre y gozoso con el Señor, Pedro había entrado en la vida del Espíritu.
Gracias a la muerte y resurrección de Jesús, nosotros, con Pedro, podremos responderle también: “Señor, tú sabes que te quiero”. Podemos decirlo con libertad “porque él nos amó primero” (1 Jn 4:19).
El amor que responde al amor nos compromete en un servicio voluntario. Convertidos en amigos del Señor, podemos cuidar sus ovejas, sin preocuparnos del costo personal. Al ofrecer nuestra vida al Señor y a los demás, la abandonamos, abriéndonos voluntariamente a las dificultades, incluso a la muerte. Vivir la vida de Cristo significa también tomar su cruz.
Desde que Jesús vino a la tierra, el reino de Dios está presente a través de las personas que siguen sus pasos. En todas nuestras actividades, Jesús nos manda amarle. Y nos dice: “Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn 13:15).
Fuente: Adaptado de un mensaje dado al comité cantonal del Cruz Azul de Neuchâtel, Couvert, Suiza, el 31 de enero de 2015. Versión en inglés de Allen Page. Traducción al español de Coretta Thomson.