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CajaQueremos fijar nuestra atención en la certeza, en esa clase de certeza que sorprendió a los pastores ante el anuncio de los ángeles, que les embargó ante lo que vieron: la certeza de su vida puesta en lo que estaba ocurriendo, la certeza puesta en aquello que sucedió, en lo que también nos ha sucedido a nosotros.
Desde el punto de vista de la certeza que se introduce en nuestra vida por el hecho de que Otro entra en ella, las palabras «vocación» e «identificación» quizá digan algo menos que «elección. Más que identificación o vocación…la palabra más apropiada es «elección», es decir, «ser tocado», «elegido», «marcado»: «Él nos ha sellado»footnote. Por lo demás, «sello» es la palabra que se utiliza para los sacramentos fundamentales, constitutivos del ser cristiano: el sello del Bautismo y de la Confirmación imprimen carácter, es decir, realizan un cambio de nuestro ser. Este cambio del ser es la presencia de Otro.
Es preciso identificarnos con ello. ¡Qué importante es la apertura del corazón, la sencillez y la pobreza de espíritu para aferrar la magnitud de ese momento, para poder ensimismarnos! Si no somos pobres de espíritu no nos identificamos con nada, porque identificarse con algo quiere decir abandonar la posición en la que estamos. Debemos ensimismarnos con Maria en el primer capítulo de san Lucas, o con los pastores del segundo capítulo de Lucas, o con los Magos del segundo capítulo de san Mateo…
El término «predilección», en su sentido etimológico, significa ser amados antes de que nos demos cuenta, antes de nuestra respuesta; es ese ser amados de antemano que establece un dato irreversible; es ese ser amados que define nuestro valor en el mundo. Que somos amados significa que somos insertados en Su designio, que entramos a formar parte de Su designio…
Ahora “convirtámonos” en uno de los pastores. ¡Qué concreción adquiría el Misterio para ellos, qué invasión repentina, qué imponencia tan distinta! Porque lo otro son “razonamientos”. No sé, es como si uno se dedicara a elucubrar mientras come con gana porque está hambriento; o como si alguien pretendiese razonar mientras le abrazan; uno se pone a razonar mientras le abrazan porque no ama. Cabe también otra posibilidad: que uno reflexiona mientras le abrazan porque tiene un amor más profundo que le invita a mortificar un cierto desenlace instintivo, mecánico, prefijado.
No se trata de la relación natural, vaga y genérica, del hombre con el Misterio, con Dios. ¡Es algo totalmente nuevo!, cuya comparación menos inadecuada es toparse de repente con la persona amada, con una persona familiar, que ofrece una ayuda segura mientras uno se encuentra extraviado, a oscuras, desvalido y destrozado…
Lo que importa es el impacto que el corazón de María sintió en aquel momento, la conmoción que sentiría cuando tomaba conciencia de lo que había sucedido, de lo que tenía junto a ella (porque tomaba cada vez más consciencia, como dice el Evangelio: la Virgen custodiaba todo lo que había sucedido en su corazón); es lo que sintieron los pastores, lo que sintieron los Magos según avanzaban hacia Judea, reparando de alguna manera en el anuncio que habían recibido. ¡Es eso! Tenemos que identificarnos con la postura de estas personas. Aunque el anuncio a los pastores enlazara con la espera que tenían, alimentada mediante la simple lectura de los profetas; aunque la Virgen lo medicara continuamente en su corazón; aunque los Magos aguardaran una profecía, lo que ocurrió superaba del todo su espera consciente, era algo que, de primarias, no correspondía a esa espera, era un hecho que la excedía totalmente: era una presencia que entraba en el mundo.
Concluyamos esta meditación sobre nuestra certeza y plenitud humana recobrando el alcance que la palabra «alegría» tiene en nuestra memoria. Nuestra alegría es Otro. No esperamos la alegría de lo que tenemos o tendremos, de lo que hacemos o haremos: nuestra alegría está en su Presencia y en Sus prodigios, mirabilia Dei, en nosotros y entre nosotros: «Buscad cada día el rostro de los santos para hallar descanso en sus palabras»footnote. Nuestra alegría está en Sus prodigios entre nosotros. Leeréis lo capítulos del 60 al 62 de Isaías: los acentos de alegría con los que anuncia el futuro despertarán también nuestra alma y evocarán nuestra experiencia.
La modalidad descriptiva de estos capítulos de Isaías—que hablan de alegría, de la alegría de Jerusalén, a la que ya mira el mundo entero—nos introduce en una segunda palabra clave de la liturgia de ayer: ¿por qué se manifestó a los Magos? En la historia de la Iglesia, la Epifanía ha sido siempre la fiesta misionera por excelencia; y no es casual que se identificase la Navidad con la Epifanía, es decir, con la primera manifestación de Dios entre nosotros, del Dios-hombre en el mundo.
La vida de Cristo no era “suya”, era para la misión. La vida de Maria no fue “suya”, fue para la misión. La vida de los pastores que, antes de recibir el anuncio, antes de verle, era “suya”, ya no lo fue más; fue para la misión, aunque se quedaran en sus casa con sus mujeres, sus hijos y sus rebaños. El mensaje que llevaban a su pueblo, los hechos que narraban y rememoraban, ¿cuáles eran? La vida que para los pastores fue suya hasta ese momento, ya no lo fue más.
¡Cómo se comprende entonces el pasaje de san Juan que leímos ayer, que habla del amor a los hermanos! «No os extrañéis, hermanos, si el mundo os aborrece»footnote, el mundo “está forzado” a hacerlo, porque está sometido al pecado. San Juan hable de odio, entendido sobre todo como una extrañeza radical, porque el verdadero odio es la extrañeza. Identifiquémonos con las personas que estaban en torno a Maria, a los Magos, a los pastores. ¿Qué pensaban de ellos? Quizás, que estaban locos. ¿Cómo los juzgaban? Como unos extravagantes. Sentían como si fuesen de otro mundo, un mundo difuminado, fantasioso, vano.
Nuestra vida ya no es nuestra. Nuestra vida es para la misión, para comunicar lo que nos ha ocurrido. Vivir la comunión entre nosotros da testimonio de él. Incorporando en ella a los que vamos conociendo se renueva el milagro de su Presencia, se actualiza su Acontecimiento. Se renueva con otros el acontecimiento que él realizó con nosotros, con los demás y con las cosas, con todo…
Lo que nos ha ocurrido es para que nuestra vida se convierta en una misión. Misión en la carne, misión en nuestra carne: no existe solución de continuidad entre el torno y las manos que lo hacen funcionar, entre la máquina de escribir y nuestro corazón y nuestro rostro, ¡porque todo forma parte del cuerpo vivo del hombre!
Misión quiere decir, por tanto, hacer presente allí donde estamos, sea cual sea el lugar en el que estemos, a Aquel que ha salido a nuestro encuentro. Si alguien va a trabajar sin que su corazón clame a Dios, sin repetir: «Venga tu reino»; si alguien va a la Universidad o a clase sin decir, sin obligarse a repetir: «Venga tu reino», no vive la misión. ¿Y cómo se puede decir: «Venga tu reino» sin tratar de manera distinta a nuestros compañeros? ¿Cómo podemos decir: «Venga tu reino», sin testimoniarles lo que nos ha sucedido, encarnándolo en sus necesidades, en su mentalidad, en sus obras y en sus problemas? ¿Cómo podemos vivir en nuestras casas, estén donde estén, sin decir: «Venga tu reino», «Venga tu reino aquí»? Lo cual no significa que os pongáis a hacer misión dando charlas a todo el barrio. No estoy hablando, de esto, sino de una verdadera pasión por las personas, que se plasme según los tiempos y los modos que requieran las distintas ocasiones.
Esta vigilancia, esta tensión misionera es lo que colabora con el designio de Dios. Nuestra persona se identifica con su Presencia. Certeza y plenitud, ternura, regocijo, gozo y alegría: ¡esto es la Navidad! El acontecimiento del niño Jesús. Todo se nos ha dado para la misión, para que nuestra vida colabore con el designio de Dios, se haga conforme al plan trazado por Dios…
Que toda nuestra existencia sea misionera, que toda nuestra vida interior y exterior sea para la misión, es el “síntoma” de la autenticidad de nuestra certeza personal y el indicio de esa ternura que debe sostener nuestra vida y a la vez expresarla. Si el acontecimiento de Cristo es mi identidad, toda mi persona debe sentirse penetrada, impregnada, invadida por esto. Certeza y ternura se documentan en la misión.
Extractos de capítulo II, “La Navidad”, de La familiaridad con Cristo, Ediciones Encuentro, 2014. Usado con permiso.
Imagen: El Greco, Adoración de los pastores. Fuente: Wikimedia Commons
Notas
- Cf. 2 Co 1,22.
- Didaché o Enseñanzas de los doce apóstolos, IV, 2.
- Cf. 1 Jn 3,13.