El cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, habla con Kim Comer de Plough sobre la historia familiar, el celibato, los monumentos derribados y la sanación de la memoria.
Plough: El niño Christoph Maria Michael Hugo Damian Peter Adalbert Graf von Schönborn nació en el castillo de Skalka en 1945 y entró al mundo cargado de un estatus y con ciertas expectativas. ¿Alguna vez esta herencia le pareció opresiva?
Cardinal Schönborn: Tenía solo nueve meses cuando fuimos obligados a dejar el castillo de la familia en Bohemia, junto con los otros dos millones de alemanes expulsados de Checoslovaquia, después de la Segunda Guerra Mundial. La siguiente vez que estuve en un castillo perteneciente a mi familia fue cuando tenía dieciocho años. Entretanto, viví muy lejos de los castillos, como hijo de una familia de refugiados, la mayor parte del tiempo nos quedábamos con parientes que nos alojaban aquí y allá.
Es cierto que nací en una familia en la que se esperaba algunas cosas de mí, pero yo era el segundo hijo; por lo tanto, mi hermano mayor debía ser quien heredara los bienes de la familia, según las reglas de sucesión por fideicomiso, de acuerdo con las cuales, para evitar que la herencia se divida, el hijo mayor es el único heredero. Mi madre solía contar que cuando nací, la partera me levantó y me dijo: "¡Pobrecito, no tendrás más que el jardín!" Resultó que, a causa de la expulsión de nuestra familia, ni siquiera recibí el jardín.
Aun así, desde muy temprano en mi vida, me interesé por mi historia familiar. Descubrí que las grandes carreras de los miembros de la familia Schönborn estaban siempre en la iglesia. En ese momento, no podía saber que me convertiría en el octavo obispo y el tercer cardenal en la historia de nuestra familia.
Estos antepasados no siempre actuaron de acuerdo con nuestros valores contemporáneos. El año pasado, en todo el mundo presenciamos monumentos derribados por los pecados de los supuestos héroes del pasado. ¿Qué opina al respecto?
Responderé dando ejemplos de mi propia familia. El primer obispo de la familia fue Johann Philipp Schönborn, quien en el siglo XVII fue arzobispo de Maguncia, obispo de Wurzburgo y, más tarde, también de Worms. Aunque fue bautizado como protestante, supervisó tres obispados. En virtud de ser arzobispo de Maguncia, también fue vicario imperial y archicanciller imperial, quien estaba encargado de supervisar la elección de un nuevo emperador del Sacro Imperio Romano. ¿Qué significaba ser tanto obispo como príncipe territorial, líder espiritual y secular al mismo tiempo?
Johann Philipp vivió la miseria de la Guerra de los Treinta Años, que diezmó la población de Europa Central. Al convertirse en arzobispo y canciller imperial en 1647, su preocupación más apremiante fue la paz. Hizo contribuciones decisivas a la Paz de Westfalia, que terminó con la guerra al año siguiente. Para esto, transigió tanto con los protestantes, que el nuncio papal en Alemania, quien luego se convirtió en el Papa Alejandro VII, lo criticó por ser demasiado conciliador; pero Johann Philipp mirando las tres décadas de guerra anteriores, comprendió el gran beneficio de la paz y sabía que la tolerancia mutua era la condición para que la paz fuera duradera.
Por supuesto, hoy en día es fácil ver los defectos de la Paz de Westfalia, que consagró el principio de cuius regio, eius religio, el gobernante de un territorio determina su religión. Este principio no solo creó la paz, sino que también dio lugar a expulsiones masivas: los protestantes fueron expulsados de las zonas católicas, los católicos de los principados protestantes y los anabautistas fueron maltratados por todos.
Pero ¿debemos ahora derribar la estatua de Johann Philipp porque al establecer la paz para algunas personas ocasionó mucho sufrimiento a otras?
Permítanme ahora continuar hablando del sobrino de Johann Philipp, Lothar Franz Schönborn, arzobispo de Maguncia y obispo de Bamberg, en el apogeo de la era barroca. Lothar Franz fue también un político de paz, amigo cercano del filósofo y matemático protestante Leibniz y un brillante estratega que se convirtió en el principal arquitecto del gran florecimiento de su familia. Como resultado de sus esfuerzos, uno de sus sobrinos, Friedrich Karl, se convirtió en vicecanciller imperial y construyó el gigantesco palacio barroco de Schönborn en las afueras de Viena. El emperador le dio una inmensa propiedad de unos 60.000 hectáreas en lo que hoy es Ucrania. La cual permaneció en la familia hasta 1945, cuando las tropas soviéticas la expropiaron.
Un día, la gente se preguntará: ¿por qué no vieron que en tres generaciones consumieron todo el petróleo, que tardó millones de años en ser producido?
Sin embargo, como obispos, estos príncipes barrocos fueron pastores increíblemente activos. Después de servir durante 29 años como vicecanciller imperial, Friedrich Karl también se convirtió en obispo de Wurzburgo. Durante su administración, 156 iglesias fueron construidas o renovadas; pudo mantener su provincia fuera de la guerra e hizo posible un período de prosperidad sin precedentes. En cuanto a su vida personal, fue un modelo de piedad.
Y por eso me pregunto: ¿dónde están los puntos ciegos de nuestra generación? Un día, la gente se preguntará: ¿por qué no vieron que en tres generaciones consumieron todo el petróleo, que tardó millones de años en ser producido?, ¿por qué no previeron las terribles consecuencias para la humanidad, por la destrucción de los grandes bosques del mundo? La dificultad es que nos encontramos en un momento concreto de la historia y no podemos actuar como si fuera doscientos años después.
Usted también heredó dificultades de su familia nuclear. Su padre, un fuerte oponente del nacionalsocialismo, se divorció de su madre. ¿Cómo afronta los fallos de sus padres?
Cuando mis padres se casaron durante la Segunda Guerra Mundial, la sociedad ya había sufrido un cambio drástico tras la caída de las monarquías europeas en 1918. Sin embargo, su matrimonio seguía siendo socialmente problemático porque mi padre provenía de la alta nobleza y mi madre de la baja aristocracia; además, ella tenía un abuelo judío.
Mis padres se conocieron durante la guerra cuando mi padre estaba sirviendo en el frente. Apenas se conocían y no tuvieron tiempo de construir una vida juntos, creo que él simplemente quería tener a alguien en casa. En 1944, hacia el final de la guerra, mi padre desertó y regresó a Alemania con el ejército británico. Él y mi madre no se encontraron de nuevo hasta después de la guerra, por eso no me sorprende que su matrimonio no haya funcionado.
Así que, aunque me crié en un hogar profundamente católico, tuve que aprender desde muy temprano que la vida a veces se desarrolla de manera poco ideal. Lidiar con el fracaso es uno de los temas más importantes de la historia: la propia historia personal y familiar, así como la de la humanidad. Según las primeras páginas de la Biblia, la historia de la humanidad comenzó con un desastre; y esta continúa. Aunque también percibí desde el principio, que este drama de la imperfección no es la última palabra; a menudo oía a mi madre decir: "Dios escribe derecho en líneas torcidas".
¿Por qué es importante para usted reconocer su identidad como parte de una familia específica?
A pesar del divorcio de mis padres, la familia ha sido un verdadero hogar para mí y creo que también para mis hermanos. Eso es porque la familia es más que solo los padres. Fuimos afortunados al tener una gran familia. ¿Qué significa "pertenecer a una familia"? Una de las mayores afecciones de nuestra sociedad con pocos niños es la falta de redes familiares. La soledad puede ser agobiante si no se tiene una familia. Sorprendentemente, incluso en una condición desfavorable, la familia es una red de supervivencia. La familia no es algo perfecto, sin embargo, no hay nada mejor. La familia se ve afectada por nuestros pecados y fracasos; al mismo tiempo, es el lugar donde estamos en casa y aprendemos nuestras primeras lecciones de socialización. Esto se puede ver incluso en una familia de refugiados como la nuestra, sin hogar permanente y que fue obligada a vivir en muchos lugares después de la guerra.
Aún era bastante joven cuando sintió el llamado a una vida de celibato. Hoy en día, ¿añora tener hijos propios, herederos biológicos?
Para mí, la decisión fue clara: fui llamado a ser sacerdote. En la tradición católica romana, eso significaba renunciar a una familia propia, pero no a mi familia extendida: tengo quince sobrinos-nietos.
A veces me pregunto: ¿habría sido una persona más completa si me hubiera casado y tenido hijos? Pero también puedo decir que he tenido una vida muy intensa hasta ahora, con muchos encuentros maravillosos y la disposición de ayudar a los demás.
Hay una razón por la que existe la vida célibe y hay un modelo para ello: la vida de Jesús. A menudo le pregunto, ¿cómo viviste tu vida? Fuiste un hombre fuerte porque uno puede percibirlo, ¡y fuiste un hombre de verdad! Tuviste maravillosas interacciones con mujeres; amabas a los niños quienes se sentían fuertemente atraídos hacia ti, pero no tenías esposa ni hijos propios. ¿Cómo lo lograste? Hasta ahora, no he tenido una respuesta clara de él. También le pregunto: Eras un hombre con la sexualidad de un hombre. ¿Cómo manejaste esto? Porque efectivamente sí lo manejó.
Una de las cosas que no podemos decir de Jesús es que no haya creado relaciones. Los Evangelios son testimonio de encuentros maravillosos como sus primeras palabras a María Magdalena: "Mujer, ¿por qué lloras?", al resucitar de entre los muertos, o sus palabras a la viuda de Naín con su hijo muerto, su único hijo. ¡Qué compasión! Jesús fue un hombre con una maravillosa capacidad de relacionarse con los demás.
¿Tiene herederos espirituales? ¿Hay personas que hayan trabajado con usted o hayan sido sus estudiantes y que sean una especie de hijos espirituales?
Cuando era profesor, experimenté ese sentimiento muy fuertemente con mis estudiantes. Me encantaba trabajar con ellos y verlos desarrollarse ¡era maravilloso! Siempre había gente a la que acompañaba como director espiritual, algunos de ellos a lo largo de muchos años. Y hay amistades espirituales maravillosas; eso es algo realmente precioso.
Aun así, debo admitir que cuando veo un hombre que acaba de convertirse en abuelo y noto cómo le brillan los ojos al hablar de la primera vez que sostuvo a su nieto recién nacido, sé que es algo que nunca experimentaré.
Es una paradoja: hoy en día, el interés por la herencia y la genealogía está en auge, incluso ha dado lugar a una industria de Internet que vale miles de millones de dólares. Parece que la gente moderna anhela un sentido de identidad. Sin embargo, esto contradice un dogma central del liberalismo moderno: que cada uno de nosotros puede inventarse a sí mismo como desee.
Un árbol no puede sostenerse sin sus raíces, ni tampoco un ser humano. A menudo le pregunto a los jóvenes si saben los nombres de sus bisabuelos y cómo eran. En la familia de mi padre, tenemos un árbol genealógico que se remonta al siglo XIII; por parte de mi madre, solo hasta el XVII. Admiro a las familias judías que pueden decir que son de la tribu de Levi. ¡Eso son tres mil años de genealogía!
Para expiar su culpa y pedir perdón, la curación de la memoria, es una gran tarea. Los demonios del odio, el orgullo y el nacionalismo deben ser desterrados.
La ciencia de la genética nos ha dado algo sencillo para considerar: todos nosotros llevamos nuestros ancestros en nuestros cuerpos. Todos están ahí. Mi código genético es la herencia de todos mis antepasados. Y llevamos dentro de nosotros un alma eterna que no es producto de nuestros padres, ni de nuestra genealogía, sino de la creación de Dios. Soy un ser humano, entrelazado con el universo, el cosmos y toda la historia humana. Sin embargo, soy inconfundiblemente único, un individuo creado por Dios.
¿Les debemos algo a nuestros antepasados?
Les debemos nuestra herencia genética. Llevo en mi interior el daltonismo de mi abuelo materno, heredado según las leyes mendelianas. ¿Acaso también llevamos dentro la culpa de nuestros antepasados? No existe la culpa colectiva, ni la culpa genealógica. Pero hay un sentir que nos enreda en una historia de culpabilidad. Mi madre siempre nos decía que nuestra herencia en Bohemia, que era muy grande, llegó a nuestra familia como resultado de la Batalla de la Montaña Blanca en 1620, en la que la nobleza de Bohemia fue derrotada y parcialmente aniquilada. El Sacro Imperio Romano recompensó a los leales vencedores con propiedades en Bohemia. El punto final de esta dolorosa historia sucedió tres siglos más tarde con la expulsión de mi familia de Bohemia después de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque no crea que exista la culpa heredada, podemos asumir la responsabilidad de la culpa de nuestros antepasados. La asumimos precisamente por nuestra fe, admitiendo que nuestros antepasados pecaron, y podemos expiarlos y pedir perdón. Tales caminos de sanación son importantes. Los checos intentaron hacer eso con los alemanes expulsados en 1945. Para expiar su culpa y pedir perdón, la curación de la memoria, es una gran tarea. Los demonios del odio, el orgullo y el nacionalismo deben ser desterrados.
¿Cómo aplica esto a los cristianos y a la iglesia cristiana, especialmente en la superación de nuestra historia de odio y división?
Una vez, en una recepción ecuménica, comenté que tal vez gran parte de nuestra reconciliación ecuménica dentro del cristianismo, tiene que ver con el hecho de que fuimos privados de nuestro poder. Ya no somos los estados protestantes y católicos del siglo XVII, que estuvieron en guerra entre sí, ni el Papa gobierna sobre un estado eclesiástico que hace guerras. Vivimos en países seculares. En lo que respecta a los temas de poder, estamos marginados, lo que probablemente también es una bendición.
Debemos recordar que los cristianos han sido perseguidos a menudo y todavía lo son. Es interesante que históricamente nuestros oponentes no hicieron distinciones entre las diferentes denominaciones. Los cristianos se ayudaron unos a otros en los campos de concentración y en el gulag; todos eran simplemente cristianos. Tuvimos que hacernos impotentes para entregarnos al poder de Cristo y poner nuestra confianza en él, no en las armas, ni en el poder político, sino "en la demostración del poder del Espíritu", como dice Pablo (1 Co 2). Lo hermoso es que nos reconocemos de nuevo, no desde el punto de vista de nuestras confesiones, sino la mirada puesta en Cristo. Siempre que me encuentro con un hermano o hermana y veo que ellos realmente aman al Señor, hay un punto de partida para comunicarnos.
Por supuesto, todavía hay enormes diferencias entre las confesiones, por ejemplo, en la forma de adoración, pero sabemos que el centro es el mismo, el centro es Cristo. Como el Papa Benedicto XVI nos dijo: "¿Qué significa el ecumenismo? Simplemente esto: que nos escuchemos unos a otros y aprendamos unos de los otros lo que significa ser un cristiano hoy en día". ¡Experimento eso concretamente cuando me encuentro con mis queridos amigos en la comunidad de Bruderhof y veo cómo viven su cristianismo! He aprendido mucho de ellos.
Como miembro del Bruderhof que se trasladó a Austria el año pasado, he experimentado de primera mano este trabajo práctico por la reconciliación, entre otras cosas, por su acogida y apoyo al comenzar una comunidad Bruderhof aquí. ¿Qué significa para usted la fundación de un nuevo Bruderhof austriaco?
Es un ejemplo concreto del proceso de sanación, ya que, por supuesto, el movimiento anabautista, al que pertenece Bruderhof, comenzó aquí en Austria y en los países vecinos hace quinientos años. Cuando los miembros Bruderhof visitamos los sitios de las comunidades anabautistas originarias de Moravia, inevitablemente recordamos cómo los anabautistas fueron expulsados de sus hogares bajo el reinado de la Emperatriz del Sacro Imperio Romano María Teresa. Se podría decir que esta expulsión simplemente reflejó la política de la época. Pero también reflejaba una idea particular de cómo el cristianismo y el estado debían trabajar juntos. Aquí hay una lección para nosotros hoy.
Incluso ahora, aunque como católicos y anabautistas podemos relacionarnos fácilmente, eso no significa que ya hayamos hecho todo lo necesario para sanarnos. Debemos recordar nuestra historia; debemos hablar de ella con los demás, cómo lo recuerdan ustedes y cómo lo hacemos nosotros, qué heridas están aún abiertas y qué cargas del pasado todavía nos agobian. Esta es la sanación de la memoria, la que debemos llevar a cabo tan solo hablando de nuestra historia. Pero el trabajo de sanación en sí mismo lo hace el Señor.
Usted ha hablado a menudo de su preocupación por las tendencias demográficas en Europa hacia una "sociedad sin hijos o con pocos hijos". ¿Qué esperanza tiene con relación al futuro de la familia?
Cada niño y niña que nace trae esperanza. Cualquiera que sea el rumbo que tome la sociedad, el Creador nos dio una clara señal del camino a seguir en su maravilloso plan de creación y en la creación del hombre y la mujer. Hubo y sigue habiendo todo tipo de experimentos, como los realizados por los soviéticos, que separaban a los niños de sus padres a una edad temprana. Pero cuando un hombre joven se enamora de una mujer joven, comienzan una vida juntos, se casan y tienen hijos. La familia es una red maravillosa, más fuerte que cualquier otra. Tengo gran confianza en el Creador. A través de nuestros pecados alteramos y abusamos de la creación y eso hizo que fuera necesario un Salvador. ¡Y Dios nos envió un Salvador! ¡Gracias al Señor! El Creador estableció el patrón básico, e incluso después de la caída, siempre estuvo ahí. Por eso no puedo ser pesimista sobre el futuro de la familia.
Esta entrevista, realizada el 12 de septiembre de 2020, ha sido editada para mayor claridad y concisión. Traducción de Clara Beltrán.