“Sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb 11:6). La fe que opera a través del amor es la marca de la vida sobrenatural. Dios siempre nos da una oportunidad para mostrar nuestra preferencia por él. En el caso de Abrahán, éste tenía que sacrificar a su único hijo. En mi caso, tuve que renunciar a mi vida matrimonial con Forster. Estas cosas las haces ciegamente, no porque respondan a tu inclinación natural –cuando las haces, vas contra tu naturaleza–, sino porque quieres vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.1


“Pero –me dije a mí misma– rezo porque soy feliz, no porque soy infeliz. No me vuelvo a Dios en la desdicha, en la aflicción, en la desesperación, para recibir consuelo, para recibir algo de él”.

Y, animada por la idea de que rezaba porque quería darle las gracias, continué rezando. Por sombrío que fuera el día, por largo que pareciera el paseo, si al empezar a andar me sentía desmotivada, las palabras que había estado pronunciando se abrían paso por sí solas hasta mi corazón antes de que las terminara, de modo que en el camino de regreso ni rezaba ni pensaba, pero me sentía exultante.2

Paul Cezanne, Una vuelta en el camino de La Roche-Guyon

Todavía estoy en los Hechos de los Apóstoles. Con anterioridad, nunca la leí tan a fondo, y ahora descubro mucho más en ella. ¿No es extraño cómo los mismos versículos te afectan en diferentes momentos? “Tenemos que entrar en el reino de Dios a través de muchas tribulaciones”. ¡Qué verdad es esto! Solo después de una haber luchado enconadamente con el pecado y haberlo superado, experimentamos un gozo y una paz inefables. Las lágrimas acuden a mis ojos cuando pienso cuán a menuda he librado duras batallas y luego he sucumbido al pecado, a pesar de que la paz estaba a la vista. Y después de pecar, ¡qué lejos se ha ido…! Somos pobres y débiles criaturas, pero Dios es nuestro Padre, y Dios es amor, está siempre presente, dispuesto a estrecharnos en sus brazos, a consolarnos y a sostenernos. (…) Sé que parece estúpido intentar ser tan perecido a Cristo, pero Dios dice que podemos; ¿por qué, si no, su mandamiento: “Sed perfectos”?3

Rezo porque soy feliz, no porque soy infeliz.

Nuestro deseo de justicia para nosotros y para los demás, a menudo complica el problema, determina la formación de bandos y provoca disputas. La justicia mundana y la justicia no mundana son cosas completamente diferentes. El enfoque sobrenatural, cuando ha sido bien entendido, consiste en poner la otra mejilla, en dar gustosa y gozosamente lo que uno tiene, sin dárselas de mártir, y en alegrarse de ser el último, de no ser reconocido, de ser despreciado.4


Confesarse es duro. Y escribir un libro también lo es, porque "te das de ti mismo". Pero, si amas, estás deseando dar de ti mismo. Escribes cuando te sientes impulsado a escribir, acerca del hombre y sus problemas, su relación con Dios y con sus semejantes. Escribes acerca de ti mismo, porque, en definitiva, todos los problemas del hombre son una misma cosa, sus necesidades de sustento y de amor. "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?", pregunta el salmista, que señala también la inmensa dignidad del hombre cuando dice: "apenas inferior a un dios lo hiciste". El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, es templo del Espíritu Santo. Tiene una inmensa importancia. ¿Qué es el hombre, adónde va, cuál es su destino? Misterio. Somos hijos de Dios, y "es algo terrible caer en las manos del Dios vivo".5


Yo acababa de enterarme también del caso de una mujer de cierta edad que había tenido una vida larga y plena, y también hablaba de su soledad. Y pensé de nuevo: “La única respuesta en esta vida a la soledad que todos estamos condenados a sentir es la comunidad. Vivir juntos, trabajar juntos, poseer juntos, amar a Dios y amar a nuestros hermanos, y vivir cerca de ellos en comunidad; así podremos demostrar nuestro amor por Él.6

Notas

  1. La larga soledad, 272
  2. La larga soledad, 143-144
  3. La larga soledad, 43-44
  4. La larga soledad, 68
  5. La larga soledad, 18-19
  6. La larga soledad, 258