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CajaEsperar a Dios
La gente quiere llegar a Dios a la fuerza. Pero la Biblia nos enseña esperar a Dios.
por Christoph Friedrich Blumhardt
jueves, 06 de octubre de 2016
Es un principio del Reino de Dios que no podemos servir a Dios como queremos; debemos esperar lo que él nos permite hacer y lo que no. Esta verdad se manifiesta claramente en toda la historia de Israel y se incorporó en la conciencia de ese pueblo. El pueblo de Israel lo sabía y por eso permaneció tan sobrio. La palabra de Dios estaba entre ellos solamente cuando Dios mandaba un profeta, de otra manera no. Se exigía una cosa auténtica. A nosotros nos importa poco o nada si comemos manteca o margarina; estamos contentos con que tenga aspecto de manteca. Nos acostumbramos a cualquier jarabe y lo tragamos como miel; si es tan dulce como la miel, entonces debe ser miel. Aceptamos cualquier cosa que suena y tintinea a religioso; poco nos importa su verdadero contenido. Y si no fuera más que una piadosa conversación, si no se da, la fabricamos; pocos se preocuparán si es auténtica, genuina. Leemos la Biblia porque nos lo proponemos; si nuestro propósito es genuino, si en este momento tenemos la disposición interior o no, pocos se lo preguntan; creamos nuestras propias reglas. Con tal de que haya sermones, que haya campañas misioneras, poco nos importa el fondo de la cosa con tal de que se organice en forma sistemática.
Siempre ha sido así en las grandes religiones, tanto las paganas como las cristianas: la gente quiere llegar a Dios a la fuerza. Es como aquella gente que se encuentra en un barco en llamas y todos quieren salvarse a la vez; o en una casa que está por quemarse y todos quieren salir al mismo tiempo por la puerta: entonces se produce una enorme confusión y se aplastan unos a otros. No podemos tomar a mal que así sea. Pero entonces entre toda esta confusión —que lleva a la idolatría y a la superstición tanto en el cristianismo como en el paganismo— debe haber gente apostólica, es decir, gente sobria. No nos imaginamos que los profetas o los apóstoles sean algo extraordinario; lo único que tienen los profetas y los apóstoles es el esperar la palabra de Dios, los demás la quieren fabricar. Un profeta no estudia una carrera, ni un apóstol. ¡Si no tienen la palabra de Dios, no la dan! Un profeta no sigue un programa fijo, un apóstol tampoco; esperan a Dios, aunque tuvieran que esperar años.
Si el pueblo de Israel hubiera sido tan tibio como nosotros, no tendríamos la Biblia; sólo tendríamos tratados religiosos. Pero fue ese esperar a Dios lo que trajo tanto calor, tanta limpidez. Pues entonces, ¡esperemos a Dios y no seamos tan religiosos!
Itzel
Muy interesante.