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CajaAbel se dedicó a pastorear ovejas, mientras que Caín se dedicó a trabajar la tierra. Tiempo después, Caín presentó al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. Abel también presentó al Señor lo mejor de su rebaño, es decir, los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su ofrenda. Por eso Caín se enfureció y andaba cabizbajo.
Cuando oramos debemos hacer un sacrificio; primero tenemos que entregar algo. Esa es la diferencia entre Abel y Caín. Con su ofrenda Abel se dio a sí mismo y todo lo que tenía, las porciones de grasa. Sin embargo, Caín retuvo algo para sí mismo y esperaba algo por su ofrenda. Hay una gran diferencia entre los dos.
Podemos hacer una ofrenda con egoísmo, o podemos hacer una ofrenda con verdadera entrega. También podemos orar en forma egoísta, o podemos orar con verdadera rendición. Algunas personas oran pensando solo en sí mismas, deseando secretamente conseguir de Dios tanto como puedan. Otros, sin embargo, ni siquiera piensan en sí mismos y solo desean que Dios tome posesión de ellos. De nuevo, existe una gran, pero gran diferencia.
Dios no quiere nuestras oraciones y ofrendas si surgen solamente del interés propio.
Hay momentos en que la vida escapa a nuestro control y el temor nos domina. Como Caín, nos estremecemos, oramos y hacemos ofrendas a Dios. Pero solo lo hacemos para recibir ayuda inmediata para nosotros mismos y librarnos del temor. Nos humillamos un poquito y clamamos: «¡Dios mío, ayúdame!». Pero después seguimos siendo la misma persona de siempre, viviendo la vida como de costumbre. Una vez más tenemos nuestra casa, nuestra salud, nuestro dinero y posesiones, y podemos buscar nuestro bienestar por nosotros mismos. Quizá todavía oramos de vez en cuando, dando gracias: «Dios es bueno, sin él las cosas no me saldrían tan bien». Pero en todo momento estamos llenos de egoísmo.
Cuando oramos, lo que se ofrece o sacrifica no es tan importante. La gente en el Antiguo Testamento podía ofrecer un palomino o un buey; resultaba lo mismo. A Dios no le importaba lo mucho o lo poco que se le ofrecía. Lo que importaba era si se traía con egoísmo o con disposición. Y sigue siendo importante hoy si oramos con egoísmo o con verdadera rendición.
Tengamos cuidado. Dios no quiere nuestras oraciones y ofrendas si surgen solamente del interés propio. Si no tenemos pasión por Dios y por su reino en la tierra, nuestra religión es como una capa de yeso superficial que se volverá a caer. De nada sirve que oremos por nuestros pequeños problemas, no hace nada por Dios; sino que mata la oración verdadera, como Caín mató a Abel. Recibamos la advertencia. Todo depende de si nos rendimos por completo a Dios. Así que ofrece todo tu ser a Dios, pues es el único sacrificio que importa.
Este artículo es un capítulo de El Dios que sana.