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CajaJesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.
Cuando el Padre del cielo hace algo, debemos prestar toda la atención. Pero hoy, cuando se lleva a cabo un milagro, lo envolvemos y lo metemos en nuestro bolsillo, y lo guardamos para nosotros. Por esa razón ya no hay bendición en eso, y los que nos rodean no quieren saber nada al respecto.
Cuando vemos una señal, sin importar dónde o de qué clase, todo nuestro ser debería estar lleno de alabanza a Dios. Si tenemos una fe que nos inunda de amor y compasión por nuestro mundo; si aprendemos —por medio de las señales y milagros que Dios nos da— a tener paciencia con los pecadores, a practicar la gentileza con nuestros amigos y vecinos; si, en lugar de apropiarnos de la experiencia, nos ponemos a los pies del mundo y decimos: «Soy tu esclavo, tu siervo. Voy a servirte y a guiarte»; si somos humildes en vez de sentirnos importantes; si las señales y milagros nos ayudan a convertirnos en verdaderos creyentes en lugar de ser religiosos; entonces el bien triunfará, y podremos dar lugar a más señales y milagros. Esa es la voluntad del Padre celestial y debe ser el resultado de una señal.
Toda persona que experimenta realmente una señal, por la que el Padre celestial hace algo bueno, debe convertirse en una nueva persona.
He visto a familias enteras acercarse al Salvador por medio de un milagro, haciendo posible que Cristo haga más en ellos. Pero esto tiene que suceder mucho, pero mucho más a menudo. Toda persona que experimenta realmente una señal, por la que el Padre celestial hace algo bueno, debe convertirse en una nueva persona. Deben creer de verdad, y luego todo su ser será lleno con bendiciones divinas.
En cuanto a la sanación, lo más importante es que algo de Dios se manifieste en esta pobre tierra. Aférrate a eso y nunca lo pierdas. Si has sido sanado por medio de un milagro, pero todavía sigues rindiéndote a las cosas terrenales, ¿de qué sirvió? Si caes mortalmente enfermo y el Salvador te sana, y tú lo das por hecho, pensando solo en tu familia y tu negocio, ¿de qué sirvió? Mira hacia arriba, levanta tus ojos al cielo, ahí está tu premio. Cuando experimentamos señales y milagros, algo debe cambiar en nosotros.
Acudamos al Salvador en nuestra necesidad y clamemos ante él: «¡Señor, ayúdanos!». Pero también debemos escucharlo. Y cuando hayamos recibido su ayuda, hagamos la voluntad de Dios. Dejemos que Jesús nos arranque de nuestros caminos terrenales para que podamos tener vida en su nombre.
Del libro El Dios que sana