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CajaCómo ser activistas del cambio climático sin volvernos alarmistas
El drama y la inmediatez galvanizan la atención, pero los reclamos apocalípticos hacen que muchas personas sientan que no hay esperanza.
por Alastair McIntosh
lunes, 12 de septiembre de 2022
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Los negadores del cambio climático tienen estrategias, conscientes o inconscientes, que intentan perjudicar a la ciencia proyectando sombras sobre sus hallazgos. Estas sirven para reducir lo que los psicólogos llaman “disonancia cognitiva”, esto es, el choque entre la imagen de la clase de personas que creemos ser y cómo vivimos realmente. El negacionismo evita la realidad sembrando dudas acerca de hechos y consecuencias, socavando el sentido de agencia de las personas o estimulando la atribución de responsabilidad lejos de nosotros mismos en tanto consumidores mediante, por ejemplo, la culpabilización de “demasiados indios y chinos”.
La negación del cambio climático está actualmente estudiada a fondo; hay trabajos acerca de la manipulación política financiada por la industria y acerca de la psicología de las respuestas de las personas al cambio climático. En los últimos años, sin embargo, después de haber causado mucho daño, las voces negadoras han sido reducidas. Las afirmaciones que llaman la atención acerca de que el calentamiento global no es real o no está causado por la quema de carbón, petróleo y gas se han topado con el obstáculo de una cantidad abrumadora de información y experiencia vivida. Uno de esos negadores, Peter Taylor, un ecologista cuyo libro Chill, publicado en 2009, decía que estábamos en el punto de inflexión hacia la próxima era de hielo, me dijo diez años después que había retrasado el comienzo por otros “trescientos a cuatrocientos años”.
Pero —¡oh, ironía!— otro inesperado frente se ha abierto en la política del cambio climático. Del lado de enfrente de los negadores hay un número de alarmistas que exageran la ciencia por motivos que combinan el miedo, una pobre comprensión de cómo funciona la ciencia, necesidades psicológicas personales e intentos equivocados de llamar la atención por el bien de la causa.
James Lovelock, que anda por los 102 años y es el creador de la hipótesis Gaia según la cual la vida en la tierra regula las condiciones atmosféricas y permite la perpetuación del planeta, fue uno de los primeros alarmistas. En 2008 le dijo a un entrevistador que alrededor de 2100 esperaba que el 80 por ciento de la población humana fuera arrasada por el cambio climático. Has oído hablar de Armagedón, dijo, “pero esto será de verdad”.
Cuatro años después de su predicción, Lovelock se dio cuenta de que se había excedido. Sus intenciones habían sido buenas, pero, tal como admitió cándidamente, había sido un “alarmista”. Había hablado como “un independiente y un solitario”, había “cometido un error” y había estado “extrapolando demasiado lejos”.
Solo sabemos lo que sabemos acerca del cambio climático gracias a la ciencia del clima. Puesto que el cambio climático es un asunto profundamente complejo, involucra muchas disciplinas especializadas: astronomía, física de la atmósfera, oceanografía, glaciología, biología del metano, ecología forestal, sociología y política. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPPC), tiene una variedad de grupos de trabajo técnicos que sintetizan miles de estudios en lo que llamo “ciencia especializada de consenso”. De consenso, porque son necesarias muchas mentes para lograr un equilibrio. Especializada, porque uno no le pide al mecánico del coche que le arregle los dientes. Y ciencia, porque está basada en evidencia, no en caprichos ni en fantasías.
Pero el drama y la inmediatez galvanizan la atención. En la carrera de relevos, otros tomaron la posta. En 2018, Jem Bendell, un profesor inglés de escuela de negocios con experiencia en Bitcoin y, más tarde, crítico declarado de las medidas de salud pública durante la pandemia de COVID, creó un movimiento llamado Adaptación Profunda. El artículo que llevaba ese título no pasó la revisión académica por pares, pero logró más de medio millón de descargas de su sitio web. Al predecir el “inevitable colapso social a corto plazo” de la mayoría de las sociedades en los próximos diez años debido al “cambio climático galopante”, sus referencias hacen un guiño al profesor estadounidense de ecología, Guy McPherson, que se ha hecho famoso por predecir la extinción de la especie humana alrededor del año 2026.
Bendell ayudó a fomentar el alarmismo en el movimiento de protesta Extinction Rebellion, cuyo fundador, Roger Hallam, dice a sus seguidores que esperen que entre seis y siete mil millones de personas mueran debido al cambio climático “dentro de la próxima generación o la siguiente”. Para algunos de los jóvenes científicos expertos en clima y activistas del movimiento fue demasiado. En 2020, varios de ellos publicaron una punzante réplica argumentando que las afirmaciones de Bendell acerca de un colapso social inevitable a corto plazo “no solo son incorrectas, sino que perjudican la causa del movimiento por el clima”.
He ahí el problema. “Los buenos científicos no son alarmistas”, dice el profesor Michael Mann, uno de los más prominentes científicos expertos en clima. Pero “nuestro mensaje puede ser —y, de hecho, es— alarmante. (…) La distinción es muy, muy crítica y no pude ser barrida bajo la alfombra”. En un intercambio de tuits acerca de “catastrofismo” con Mann y Katharine Hayhoe, ahora científica principal de The Nature Conservancy, me referí a un sentimiento de estar “atormentado entre los negadores y los alarmistas”. Hayhoe respondió: “Es un lugar estrecho y solitario, ¡bienvenida la compañía!”. Y, como Mann dice en su reciente libro, The New Climate War: “Que quede claro: la pornocatástrofe climática sí vende”.
Así pues, ¿cómo es que el alarmismo que excede radicalmente la ya alarmante corriente científica actual puede perjudicar la causa del clima? Lo hace de muchas maneras. Hace que muchos sientan que no hay esperanza. Esto encaja con los intereses de los combustibles fósiles; si la crisis es irreversible, ya podemos seguir adelante sin preocuparnos por las consecuencias. También complace a los geoingenieros que tratarían de modificar el clima de la tierra mediante intervenciones técnicas masivas tales como espejos puestos en el espacio para atenuar la luz del sol. Una vez más, eso autoriza a seguir adelante sin que las consecuencias importen. Hablando en serio: tanto la negación como el alarmismo nos alejan de la verdad; perjudican el mismo principio.
La negación es una pérdida de tiempo, pero el alarmismo es un robo de tiempo. Enfoca todo nuestro pensamiento en el corto plazo, lo que nos lleva a exigencias que los gobiernos no pueden cumplir, tales como llegar a cero emisiones netas de carbono para 2025 —y así distraer la atención de las soluciones a mediano y largo plazo. En Saving Us: A Climate Scientist’s Case for Hope and Healing in a Divided World, Hayhoe señala que la ciencia nos dice que ya es demasiado tarde para evitar todos los impactos del cambio climático. “Algunos ya están aquí. Otros son inevitables… y eso nos da miedo”. Y, sin embargo, la ciencia, si se la combina con el amor, aún podría guiarnos hacia un futuro mejor.
No soy optimista. Pero la esperanza tiene un atributo espiritual. Deberíamos trabajar en pos de objetivos tales como cero emisiones netas para 2050 o antes. Pero deberíamos también ver el panorama general. Las emisiones de gases de efecto invernadero son producto de la población multiplicada por el consumo. La población en muchos países ya está empezando a estabilizarse, no debido a un “control demográfico”, sino debido a la estabilidad social y a la emancipación de la mujer. Y, si profundizamos nuestras relaciones con la tierra y entre nosotros, podemos encontrar la plenitud no en la molicie del consumismo, sino en “el pan de cada día”. Nótese que la oración de donde proviene esa expresión dice “dánoslo”, “perdónanos”, “líbranos”. Se trata de nosotros, nosotros, nosotros. No yo, yo, yo.
Traducción de Claudia Amengual
Alastair McIntosh, Catedrático Emérito de Investigación en la universidad de Glasgow, es un escritor, ecologista humano, y cuáquero. Escribe sobre la justicia, el medio ambiente y la no violencia. Su libro más reciente es Riders on the Storm: The Climate Crisis and the Survival of Being.
Andrés Duncan
Que excelente artículo tan útil. Frente al negacionismo y al alarmismo propone soluciones prácticas.