Cuando tenía seis años, nuestra familia se mudó a pasos de la casa de mis abuelos y me encantaba visitarlos varias tardes a la semana. Solía pasar el tiempo jugando a las damas con Opa, mi abuelo, en tanto Oma se afanaba preparándonos un plato de comida: generalmente, unas lonchas de esa salchicha alemana dura y fermentada que siempre colgaba del aparador, acompañadas con mate, una infusión sudamericana, para Opa. La mezcla de culturas me resultaba natural, así como escuchar a Opa y a Oma pasar al español o al alemán cuando deseaban hablar con privacidad. A medida que crecía, empezamos a jugar al ajedrez, luego a varios juegos de naipes y, finalmente, nos asentamos en la conversación. A Opa no le gustaba hablar de sí mismo y menos aún de su pasado, pero cuando las historias surgían, eran cautivantes. Con el paso del tiempo comencé a unir las piezas que conformaban la ruta que le había permitido adquirir unos gustos culturales tan diversos. Aprendí cómo las vicisitudes del camino habían sido en su mayoría determinadas por una oposición comprometida a la violencia en todas sus formas. Opa era un apasionado objetor de conciencia. Más aún, la resistencia a la guerra había dado forma a su vida desde la cuna.
Jakob Gneiting nació en Alemania en 1933, en el Bruderhof, una comunidad intencional cristiana, en una granja en las montañas del Rhön. Su padre, Alfred, había crecido en el seno de una familia socialista. A pesar de considerar que las iglesias establecidas eran demasiado desdeñosas hacia las inequidades sociales, Alfred se sentía atraído al cristianismo. En 1924, un amigo lo alentó a visitar la comunidad del Bruderhof que había sido fundada cuatro años antes con la finalidad de vivir las consecuencias prácticas del sermón de la montaña de Jesús. Alfred se sintió inspirado por la visión de la comunidad, pero no estaba listo para comprometerse. Después de años de idas y venidas y de la paciente conversación del fundador del Bruderhof, Eberhard Arnold, finalmente Alfred aceptó unirse. Poco después, Gretel Knott respondió a una oferta publicada en el periódico para emplearse en la comunidad, que necesitaba una maestra de de kínder. En pocos años, también inspirada por el testimonio del Bruderhof, se unió a la comunidad. Alfred y Gretel se casaron en 1931. Jakob fue el primero de sus siete hijos.
Desde su origen, el Bruderhof había estado comprometido con la objeción de conciencia ante toda participación en la violencia y en la guerra.1 El Bruderhof tomó parte en muchas de las conferencias de paz que se organizaron bajo los auspicios del Movimiento Internacional de Reconciliación. Con el paso del tiempo, los miembros buscaron vincularse con otros que tenían las mismas convicciones: cuáqueros en Gran Bretaña, menonitas neerlandeses, Dietrich Bonhoeffer.2 Eberhard Arnold había estudiado a los primeros anabautistas, y el pacifismo y la vida en comunidad de los huteritas del siglo XVI en el Tirol tuvo una particular influencia en el Bruderhof. Del mismo modo que estos anabautistas originales, el Bruderhof se encontró en una Europa convulsionada por la guerra una y otra vez.
En 1933, el Bruderhof y el Tercer Reich ya estaban enfrentados en bandos opuestos. Aun así, el Bruderhof insistía en su visión de demostrar la naturaleza del reino venidero de Dios. Más adelante ese año, los miembros de la comunidad escribieron a varios funcionarios del gobierno para solicitarles un acuerdo con respecto a su postura pacifista. Así escribieron al presidente del Reich, Paul von Hindenburg: “Nuestra hermandad solicita la posibilidad de servir al Reich alemán y a su gobierno en lo que respecta a obras de caridad, en tanto comunidad tradicional cristiana alemana del mismo modo que los huteritas lo han hecho fielmente a lo largo de cuatrocientos años, sin tomar parte en acciones militares, políticas o judiciales”. Todos los miembros de la comunidad habían participado en el borrador de la carta. Alfred dijo acerca de este texto: “Lo que me hace especialmente feliz es que las dos tareas han sido diferenciadas con claridad: la tarea de la iglesia y la tarea del estado. Es un testimonio poderoso”.3
Refugiados pacifistas
A medida que el partido nazi se consolidaba en el poder en Alemania, la brecha entre la comunidad y el gobierno se profundizó.4 En 1934, después de impedir la admisión de una maestra nazi en su escuela, el Bruderhof inauguró un segundo hogar fuera de Alemania —la comunidad Alm, en Liechtenstein— y envió a vivir allí a todos sus niños en edad escolar. En febrero de 1935, durante un viaje de negocios, Alfred oyó rumores acerca de una inminente conscripción. El Bruderhof entendió que los nazis no respetarían sus creencias y decidió enviar a Liechtenstein a los veinticuatro hombres en edad de hacer el servicio militar. Con cautela, comenzaron a recolectar bicicletas y a obtener pasaportes (una tarea delicada). El anuncio oficial llegó el 16 de marzo de 1935. Alfred y los otros partieron esa noche. Hicieron su camino en bicicleta y en tren hasta la comunidad Alm del Bruderhof. Sus esposas e hijos (Jakob aún no había cumplido los dos años) se unieron a ellos el 3 de abril.
El asilo en Liechtenstein solo fue temporal. Las pequeñas dimensiones del país y su ubicación determinaron que el Primer Ministro, Josef Hoop, informara al Bruderhof que el gobierno no podría proteger a los ciudadanos alemanes por mucho tiempo. El Bruderhof buscó otro refugio y encontró una granja en Ashton Keynes, Inglaterra. A comienzos de 1936, Alfred fue uno de los miembros enviados para iniciar esa nueva aventura, la comunidad Cotswold. Gretel y los niños lo siguieron unos meses después. En enero, Alemania anunció la conscripción de los ciudadanos que vivían en el extranjero, y la embajada alemana comenzó a pedir a Liechtenstein actualizaciones acerca de la situación de los hombres del Bruderhof. Pero el 3 de octubre, el Primer Ministro Hoop informó a la embajada alemana que no quedaban más hombres elegibles para ser reclutados en la comunidad de Liechtenstein. Todos habían huido a Inglaterra. A finales de 1937, todos los miembros de la comunidad se habían trasladado a la comunidad Cotswold.
“Dedicamos todos nuestros recursos a la prosecución no de la guerra, sino de la paz y de la hermandad entre los hombres. Sentimos que esta es la mejor expresión de gratitud que podemos hacer a este país.” —The Plough, 1940
La bienvenida que tuvieron en Inglaterra no fue unánime. El Bruderhof tenía conexiones con muchos miembros del movimiento pacifista de entreguerras, a través de organizaciones como la Peace Pledge Union. Una vez que estalló la Segunda Guerra Mundial y se expandió un sentimiento antialemán, los vecinos de la comunidad Cotswold urdieron unas historias fabulosas acerca de lo que aquellos nuevos inmigrantes alemanes estaban haciendo —construir un submarino en su gravera o envenenar el Támesis, por ejemplo—, y en repetidas ocasiones expresaron opiniones negativas en los periódicos locales. La postura pacifista del Bruderhof exacerbó esta xenofobia. Cuando en 1939 Gran Bretaña introdujo la instrucción militar obligatoria para los jóvenes, el Bruderhof publicó la siguiente declaración en su revista, The Plough: “Ningún miembro de nuestras comunidades, bajo ninguna circunstancia, se unirá a las fuerzas de combate ni cumplirá algún tipo de servicio alternativo”.5 Finalmente, todos los miembros del Bruderhof que fueron llamados a filas recibieron exenciones irrestrictas (algo notable si se tiene en cuenta que el gobierno británico otorgó solo 2,900 de esas exenciones en el curso de la guerra).
Era un hecho que dicha postura constituiría una provocación y un malentendido: muchos en Inglaterra asociaban el pacifismo con la política de apaciguamiento de Neville Chamberlain, o incluso con un apoyo tácito al nazismo. A pesar de eso, los miembros del Bruderhof se esforzaron por “dedicar todos nuestros recursos a la prosecución no de la guerra, sino de la paz y de la hermandad entre los hombres. Sentimos que esta es la mejor expresión de gratitud que podemos hacer a este país”.6 Esto se llevó a la práctica de formas diversas, tales como recibir a niños judíos refugiados, publicar The Plough y maximizar la producción agrícola en beneficio de sus vecinos.
“Ningún miembro de nuestras comunidades, bajo ninguna circunstancia, se unirá a las fuerzas de combate ni cumplirá algún tipo de servicio alternativo.” —The Plough, 1939
La objeción de conciencia del Bruderhof terminó por obligar a la comunidad a irse de Inglaterra. Las cartas enviadas a los periódicos locales acusaban a los “cobardes británicos” que se unían a la comunidad y sus ingresos se vieron drásticamente reducidos a raíz de un boicot. Esas voces que se alzaban en la prensa local y nacional, e incluso en el Parlamento, se volvieron demasiado fuertes como para ser ignoradas. El Bruderhof comprendió que el gobierno no podría protegerlos por mucho más tiempo. Sus miembros alemanes, además, vivían bajo la amenaza de ser internados como enemigos de la nación. La situación se volvió insostenible, por cuanto la comunidad sentía como una cuestión de fe el mantenerse unida.
Esto propició una búsqueda frenética de otro refugio. Las propuestas iniciales de viajar a Canadá y a otros países de la Commonwealth, como Australia, Sudáfrica y Jamaica, fueron rechazadas. En agosto de 1940, el abogado británico Guy Johnson y el ingeniero suizo Hans Meier, ambos miembros del Bruderhof, intentaron garantizar un permiso de inmigración a Estados Unidos. Con el apoyo de una organización menonita de ayuda, lograron reunirse con el Departamento de Estado e incluso con la Primera Dama Eleanor Roosevelt. Sin embargo, debido a la inexistencia de disposiciones regulatorias que contemplaran la inmigración grupal y a que la objeción de conciencia era un fundamento legal suficiente para negar dicha inmigración, tales esfuerzos resultaron infructuosos.
El vínculo con los menonitas, sin embargo, abrió un camino. En la víspera de la Primera Guerra Mundial, el gobierno de Paraguay, cuya población había sido diezmada en guerras anteriores, había otorgado a un grupo de menonitas canadienses una exención total de hacer el servicio militar. Ya en 1940, ese grupo junto con una afluencia de menonitas que huían de Rusia, había sentado unas bases firmes en el país. Mientras Johnson y Meier estaban en Estados Unidos, un delegado de los menonitas concertó una reunión con el embajador paraguayo en aquel país. Esto dio las garantías para que el Bruderhof fuera bienvenido en Paraguay en condiciones similares. Cuando la comunidad en Inglaterra supo que, probablemente, esa era su única opción, muchos miembros se preocuparon: la vida en una selva remota no era lo que habían previsto cuando se dispusieron a ser una fuerza de paz para la sociedad. Pero se mantuvieron firmes en su decisión de vivir su fe como una iglesia unida. En noviembre, Jakob y su familia partieron en el primero de varios grupos rumbo a su nuevo hogar.
Construyendo una alternativa
Libre de la amenaza de la conscripción, el Bruderhof pudo concentrarse completamente en su motivación original: construir una comunidad para servir al prójimo. El primer proyecto fue un hospital. A lo largo de los siguientes veinte años proporcionó una amplia variedad de servicios, desde salas de maternidad hasta cirugías, a decenas de miles de paraguayos. Al mismo tiempo, los agricultores de la comunidad, con amplia formación, aplicaban sus conocimientos en el nuevo entorno. Uno de los proyectos exitosos consistió en la crianza de vacas de la raza híbrida cebú frisona que podían producir leche en un clima riguroso. En 1946, consciente de sus propias adversidades históricas, la comunidad inició un proyecto para ofrecer refugio a huérfanos de guerra provenientes de Alemania. Después de que las consultas iniciales parecieron ofrecer resultados positivos, la comunidad construyó un establecimiento separado diseñado para cuidar y educar a sesenta niños. Finalmente, el proyecto fue frustrado por las autoridades alemanas. En lugar de eso, la comunidad usó los edificios (y muchos miembros, su propio hogar) para ofrecer alojamiento a un número de europeos desplazados por la guerra que casi doblaba la cantidad inicial prevista.
Vivir como pacifistas comprometidos en una sociedad con reglas tan rudas a menudo requería ser creativos. Los hombres jóvenes solían turnarse como vigilantes nocturnos y caminaban provistos de un farol. Además de avivar el fuego y despertar al equipo de ordeñe al amanecer, los vigilantes debían espantar animales salvajes y algún ladronzuelo ocasional. En una oportunidad, uno de los miembros encendió una lámpara al percibir la presencia de ladrones y recibió un disparo en la pierna.
Debido a su propia inestabilidad, el gobierno les ofrecía poca protección. Al inicio de una revolución, Jakob se encontraba en Asunción, la capital del país. La casa del Bruderhof en la ciudad estaba cerca de la academia naval y de la estación de policía de la ciudad. Una noche, unos disparos despertaron a la gente de la casa. El comandante naval dirigía una manifestación contra la policía. Cuando, a la mañana siguiente, Jakob se animó a salir, la fachada de la estación de policía estaba tan agujereada por las balas, que apenas quedaba algo de pintura.
Durante la estadía del Bruderhof en Paraguay, hubo varias revoluciones como esa. No era extraño que ambos bandos requisaran los animales de la comunidad —caballos y ganado—, a veces con la promesa de pagar por ellos más tarde. Era frecuente que el encargado de los animales de la comunidad fuera enviado a intentar recuperar algunos bienes. Sin violencia, por supuesto. Cuando el comandante local era un vecino, bastaba a veces con una oportuna botella de caña. (Una vez, el comandante dio las gracias ofreciendo un trozo de carne asada proveniente del rebaño del Bruderhof). Otra vez, un comandante accedió a devolver varios caballos, pero sin sus valiosos arreos. Los miembros del Bruderhof encontraron sus aperos distintivos en un galpón de depósito, ensillaron sus caballos y agradecieron al comandante (frente a sus huéspedes) por la generosidad de devolvérselos. Se marcharon antes del que el comandante pudiera pensar cómo impedir aquello sin quedar en evidencia.
A pesar de estar tan alejada, la comunidad recibía un flujo regular de visitantes. En concordancia con su compromiso de vivir una vida más allá de las divisiones políticas y económicas, daba la bienvenida a huéspedes de todo tipo: refugiados judíos, ricos cuáqueros de Filadelfia, dos hermanos de Rodesia que recorrían el mundo en bicicleta. Jakob pasó el verano de 1955 compartiendo alojamiento con Frederic Pryor, un estudiante de Oberlin que estaba de visita. Más tarde, Frederic fue tomado prisionero en Alemania Oriental y liberado junto con Francis Gary Powers, el piloto estadounidense cuyo U-2 había sido derribado, a cambio de un agente de la KGB. El episodio fue escenificado por Steven Spielberg en su película de 2015, Puente de espías. Una familia belga llegó con su criada, Juliana Alonzo, una joven paraguaya de ascendencia guaraní.7
Muchos de esos visitantes, incluida Juliana, decidieron unirse a la comunidad. Cuando Jakob llegó a su mayoría de edad, él y varios de sus pares tomaron su compromiso. (En el Bruderhof solo los adultos pueden ser considerados miembros de pleno derecho, sobre la base de una decisión libre e individual). En uno de esos paseos grupales de jóvenes durante la temporada fría paraguaya, la calidez de Juliana llamó la atención de Jakob cuando ella dio su único abrigo a una joven mujer que estaba tiritando. Una amistad creció entre los dos y se casaron en 1957.
En 1953, Bob y Shirley Wagoner, una pareja proveniente de la Iglesia de los Hermanos, una de las iglesias de paz históricas, visitó la comunidad en Paraguay y se quedó allí por seis meses. Bob, un estudiante de Teología, estaba consternado porque un ochenta por ciento de los hombres jóvenes de su iglesia se había alistado en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial. Esperaba que un nuevo compromiso con la no violencia revitalizaría la confesión estadounidense. Las cartas que los Wagoner enviaban a casa (luego publicadas en Community in Paraguay), hicieron que en Estados Unidos se tomara conocimiento del Bruderhof y contribuyó a que una ola de visitantes estadounidenses llegara a Paraguay.8
Muchos de ellos eran objetores de conciencia. En 1955, Milton Zimmerman, un joven médico cuáquero de Filadelfia, fue el primero en obtener el permiso para trabajar en el hospital del Bruderhof como alternativa al servicio militar. En 1954, el Bruderhof había inaugurado Woodcrest, su primera sede en Estados Unidos, y muchos estadounidenses jóvenes que habían sido objetores de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra de Corea fueron bien recibidos en la comunidad. Del mismo modo sucedió a un número de veteranos del ejército, traumatizados por lo que habían vivido en la guerra. Esta afluencia de personas entusiastas y motivadas con nuevas ideas revitalizó la vida del Bruderhof. En los siguientes ocho años el epicentro de la comunidad cambió hacia Estados Unidos (con sedes adicionales reestablecidas después de la guerra en Inglaterra y en Alemania). Jakob y Juliana se mudaron a Estados Unidos en 1961.
La tradición estadounidense de la libertad de conciencia
El alojamiento de los objetores de conciencia ha sido un asunto desde el comienzo de la experiencia estadounidense. Como alguien que emigró tres veces y acabó en Estados Unidos, mi abuelo sería el primero en reconocer con agradecimiento la libertad de conciencia garantizada en este país. A menudo pensé en su experiencia durante un seminario de la facultad de Derecho acerca de los orígenes de la Carta de Derechos. Esas protecciones no eran inevitables y aún es necesario defenderlas en la actualidad.
Ya en 1670, varias de las colonias en suelo norteamericano otorgaban exenciones a los cuáqueros que buscaban evitar el servicio de milicias.9 De las trece colonias, once tenían constituciones incluyendo un tipo de declaración de derechos. Y todas esas constituciones incluían alguna forma de protección a la libertad de conciencia de los individuos. Estas exenciones continuaron a través de la Guerra de Independencia. En 1789, George Washington, quien había dirigido el Ejército Continental, escribió a una asamblea de cuáqueros que habían expresado el deseo de permanecer exentos de participar en la guerra: “Les aseguro de forma muy clara que, en mi opinión, los escrúpulos de conciencia de todos los hombres deberían ser considerados con gran delicadeza y sensibilidad. Es mi esperanza y mi deseo que las leyes se adapten siempre ampliamente a ellos, como debida consideración, justificada y permitida, a la protección de los intereses esenciales de la nación”.10
Pero, al mismo tiempo, entre los fundadores había fuertes desacuerdos filosóficos acerca de los derechos de conciencia. John Locke, el filósofo inglés que más influencia tuvo sobre los puntos de vista de los fundadores, confiaba en que un gobierno tendría la suficiente sabiduría para evitar la imposición de cargas sobre la conciencia individual. Aunque Locke proponía que las personas siguieran su conciencia, asumía que serían pasibles de ser penalizadas según la ley (la objeción de conciencia al servicio militar fue solo una de las varias expresiones de conciencia que estaban sobre el tapete en aquel momento). Entre los fundadores, Thomas Jefferson apoyó esta posición y abogó por la protección de las creencias, pero no necesariamente por acciones que emergieran de dichas creencias. Mientras tanto, James Madison tenía una opinión más amplia acerca de que la conciencia individual era “la más sagrada de todas las propiedades privadas” y debería serle otorgada una laxitud significativa. Aunque la propuesta inicial de Madison que abogaba por la protección de “los derechos de conciencia absolutos y equitativos” como parte de la Primera Enmienda no obtuvo consenso, esa visión de Madison informó esencialmente acerca de la protección a la religión consagrada en la Primera Enmienda. Dicha protección se extendió a otras naciones.
“En mi opinión, los escrúpulos de conciencia de todos los hombres deberían ser considerados con gran delicadeza y sensibilidad.”
—George Washington, 1789
El Congreso estipuló la protección explícita para la objeción de conciencia desde que se estableció el primer reclutamiento militar federal en 1864. Tanto la Unión como la Confederación eximían a los miembros de ciertas confesiones religiosas del servicio militar. Durante la Primera Guerra Mundial esta protección se extendió solo a los miembros de las iglesias de paz establecidas —como la Iglesia de los Hermanos, los cuáqueros y los menonitas— y, aun así, requirió el reclutamiento para integrar las fuerzas armadas como no combatientes. Aquellos que se rehusaban quedaban sujetos a prisión militar y enfrentaban otros maltratos.11
La era de la Segunda Guerra Mundial puso mucho más énfasis en las creencias individuales —no tanto en las asociaciones confesionales— que determinaban el estatus del objetor de conciencia. Estos hombres eran asignados a “tareas de importancia nacional” en campamentos de trabajo del Servicio Público Civil (CPS), por las que no recibían paga. Estos campos estaban dentro de ámbito del Servicio Selectivo y fuera de la cadena de mando de las fuerzas armadas.12 El foco puesto en las creencias individuales que determinaban las acciones de un objetor de conciencia aumentó a lo largo de la era de la Guerra de Vietnam. En 1965 —en lo que quizá haya sido su análisis más exhaustivo de lo que significa “religión”—, la Suprema Corte amplió la legislación para proteger a cualquiera que tuviera una “creencia sincera y significativa que ocupe en la vida de su poseedor un lugar paralelo a aquel llenado por la creencia ortodoxa” en Dios.13 Tiempo después esto fue extendido aún más para acompañar todas las objeciones categóricas a la guerra, incluso si eran puramente morales y no religiosas.14
Aunque Estados Unidos ha mantenido un cuerpo de voluntarios desde 1972, ha habido propuestas recurrentes para un retorno al servicio militar obligatorio. Quienes las apoyan han argumentado que dicho servicio distribuiría las cargas de la guerra de una manera más equitativa, y que una concepción más amplia del servicio militar incrementaría la unidad nacional. En 2016 se conformó una comisión nacional bipartita para abordar estas propuestas. A comienzos de 2020 la comisión publicó su informe final. Según dicho informe, la comisión respaldaba el mantenimiento del registro obligatorio del servicio militar, que incluía a las mujeres y conservaba el cuerpo de voluntarios. El informe reconocía la necesidad de oportunidades de llevar a cabo un servicio positivo fuera de las fuerzas armadas, a la vez que recomendaba mantener las protecciones a los objetores de conciencia y, más aún, proporcionar “oportunidades anuales de servicio tan extendidas que el servicio se vuelva un rito de iniciación para millones de adultos jóvenes”.15 Esto incluía proponer una ampliación decuplicada con financiación federal de oportunidades de servicio nacional por fuera de las fuerzas armadas. En la actualidad, hay un número inferior a 85,000 de esos puestos disponibles para los jóvenes, menos del cuatro por ciento del total de miembros activos y en la reserva. Y la comisión solicitó la mejora de los incentivos para estos programas, tales como estipendios de subsistencia y beneficios en materia de educación. Actualmente, estos incentivos quedan muy rezagados con respecto a aquellos disponibles en las fuerzas armadas y colocan estos programas (como el Cuerpo de Paz y AmeriCorps) fuera del alcance de muchos jóvenes. Estos cambios contribuirían a establecer una cultura saludable de servicio nacional altruista.
Incluso si las oportunidades para el servicio nacional se amplían, aún habrá necesidad de una fuerte protección de conciencia. La controversia acerca del derecho a no matar ya no se circunscribe a las fuerzas armadas. Por ejemplo, cada vez más afloran en las profesiones vinculadas a la asistencia médica: las farmacias han enfrentado una investigación reglamentaria por haber violado supuestamente los estándares profesionales y los principios de no discriminación cuando sus dueños se rehusaron a suministrar drogas que pudieran ser abortivas.16 Algunos autores han argumentado en publicaciones médicas arbitradas acerca de la necesidad de reglas que requieran la participación de médicos en la eutanasia, en interés de la autonomía individual.17
Objetores a la Guerra de Vietnam
La comunidad del Bruderhof en Estados Unidos que Jakob y los otros inmigrantes llegados de Paraguay fundaron también había sido moldeada por la objeción de conciencia. Muchos exintegrantes de los campamentos del Servicio Público Civil echaban de menos el sentido de camaradería y de propósito compartido que habían encontrado allí, y se integraron o iniciaron comunidades intencionales. Unos pocos (incluido el abuelo de mi esposa) acabaron integrándose al Bruderhof. La comunidad también creó lazos de amistad con un amplio espectro de activistas por la paz, desde Dorothy Day a Eleanor Roosevelt.
A medida que los hombres jóvenes inmigraban desde Paraguay o alcanzaban la mayoría de edad en Estados Unidos, también ellos quedaban sujetos a la conscripción. Los exintegrantes del CPS estaban encantados de guiar a esta nueva generación de objetores de conciencia a través de consejos prácticos y de historias. Durante la Segunda Guerra Mundial, deseosos de trabajar por algo positivo y de demostrar sus convicciones poniendo su propia vida en riesgo, muchos se habían ofrecido como voluntarios para llevar adelante los encargos más peligrosos. Uno de los nuevos compatriotas de Jakob se había ofrecido como voluntario para una unidad de bomberos paracaidistas, pero fue rechazado por estar excedido en cuatro kilos y medio del peso autorizado. En su lugar, se ofreció como conejillo de Indias para propósitos médicos. En dos oportunidades unos médicos del ejército lo infectaron intencionalmente con hepatitis como parte de un estudio de transmisión y tratamiento potencial de la enfermedad. Otros habían servido como sujetos de estudio en ensayos clínicos de exposición en humanos de las primeras etapas de desarrollo de vacunas antigripales, y habían recibido antes la vacuna que se estaba probando y luego una dosis del propio virus.
“Nuestra vida ya ha sido reclutada para servir en otro reino. Esa es nuestra tarea, nuestra primera y única lealtad.”
—Declaración del Bruderhof, 1958
El consejo y el estímulo de los objetores más veteranos fue invalorable, en particular para los primeros objetores de conciencia de Paraguay. Cuando alguien era llamado a filas, un consejo local de reclutamiento determinaba inicialmente si era sincero en su objeción de conciencia. Estos consejos también tenían poder de veto sobre el servicio alternativo que un objetor estuviera de acuerdo en llevar adelante. (En esta época, en lugar de asignarles trabajo grupal en los campamentos del CPS, la mayoría eran asignados a trabajos individuales no lucrativos aprobados como “de interés nacional”). Los consejos estaban integrados por voluntarios locales quienes, en general, sentían poca simpatía por los objetores de conciencia y, además, debían cumplir con una cuota de hombres destinados a las fuerzas armadas. Para los alemanes que provenían de un país hispanoparlante, el inglés era su segunda o tercera lengua, poco apropiada para elaborar argumentos minuciosos que sostuvieran sus convicciones personales.
La clasificación de objetor de conciencia no era permanente. Por ejemplo, cuando un joven accedía al estatus de objetor de conciencia tras apelar, y luego asistía a la universidad, el Servicio Selectivo automáticamente cambiaba su estatus por el de estudiante. Cuando ese estudiante egresaba de la universidad, rápidamente se lo reclasificaba como disponible para la conscripción y requería una nueva (exitosa) apelación.
A través de todo este proceso el Bruderhof tuvo claro que su objetivo primario era vivir una vida guiada por el sermón del monte. Aunque los miembros de la comunidad eran unánimes con respecto a que no servirían en las fuerzas armadas, ni siquiera como no combatientes, debatían qué servicio alternativo les permitían sus creencias. Este asunto fue considerado durante una asamblea de miembros del Bruderhof en 1958. Los miembros de Woodcrest tenían claras sus prioridades: “Reconocemos tener el principio fundacional que es la base para evaluar cada situación de relación con el gobierno… Nuestra vida ya ha sido reclutada para servir en otro reino. Esa es nuestra tarea, nuestra primera y única lealtad. No podemos atender ningún otro llamamiento ni orden que nos distraiga de esta tarea”.
Finalmente, la comunidad decidió explorar un servicio alternativo patrocinado por el Bruderhof, de manera tal que los miembros jóvenes pudieran cumplir con ambas obligaciones a la vez. El hospital del Bruderhof en Paraguay ya había sido aprobado, así que algunos miembros prestaron servicio alternativo allí hasta que cerró en 1960. Siguiendo el ejemplo de los veteranos de los campamentos del CPS que buscaban un tipo de servicio que demostrara que su oposición a la guerra no resultaba de un acto de cobardía, el Bruderhof también se integró a debates acerca de la conformación de una misión no violenta de mantenimiento de la paz en el norte de África, bajo el liderazgo de André Trocmé y el Movimiento Internacional de Reconciliación, en cooperación con el Comité Central Menonita y el Comité de Servicio de la Iglesia de los Hermanos. (Al final, ninguno de los grupos estadounidenses logró completar su proyecto). El Bruderhof acabó por lograr que actividades menos arriesgadas fueran aprobadas como “de interés nacional”, incluyendo enseñar en las escuelas primarias del Bruderhof. Los puestos de trabajo en Plough también fueron aprobados por el Servicio Selectivo después de un riguroso proceso de escrutinio durante el que se confirmó que el propósito de Plough —“llamar a los hombres a volverse hacia Dios en medio de esta situación mundial tan necesitada”— era, en efecto, de interés nacional.
Jakob nunca fue llamado a filas, así que oficialmente no se le requirió que prestara un servicio alternativo. Aun así, como el resto de la comunidad, trabajaba para hacer realidad una alternativa a la guerra. Esto se manifestó de formas diferentes. Fuera de la comunidad, incluyó años en la brigada local de bomberos voluntarios, visitas periódicas a la cárcel y trabajo en el banco de alimentos gestionado por la comunidad. Dentro de la comunidad, significó ser de los primeros en llegar cada mañana a la fábrica (una costumbre que mantiene a sus ochenta y siete), además de servir a la comunidad como pastor. Para mi abuela, la persona más generosa y amorosa que conozco, significó cuidar a su prójimo a través de pequeños pero prácticos actos de amor. Su sentido afinado para hacer el regalo correcto en el momento correcto se volvió legendario. Incluso mientras criaban a sus ocho hijos, su casa siempre estuvo abierta a los visitantes. Y aún lo está, no solo a sus nietos, sino también a los hombres y mujeres que buscan su propio llamamiento en la vida.
Más allá de la resistencia a la guerra
En los últimos años el Bruderhof ha iniciado nuevas comunidades en dos países que aún tienen servicio militar obligatorio: Corea del Sur y Austria. De manera pues que los hombres jóvenes del Bruderhof serán una vez más elegibles. Sin embargo, las similitudes entre estos países llegan hasta ahí, por cuanto sus regulaciones militares no podrían ser más diferentes en su implementación.
Corea del Sur tiene una larga tradición de servicio militar de todos los ciudadanos varones. Esto no es sorprendente, por cuanto oficialmente el país está en guerra con Corea del Norte. El servicio militar es un rito de iniciación cultural y cualquier intento por evitarlo es severamente estigmatizado y podría arruinar los proyectos de carrera personal. Hasta no hace mucho, los pocos que se rehusaron al servicio militar por motivos religiosos enfrentaron penas de cárcel significativas a las que siguió una vida con antecedentes penales. En 2018, sin embargo, la Corte Constitucional de Corea dictaminó que el país debía tomar medidas con respecto a los objetores de conciencia. A finales del año pasado, un grupo de sesenta y cuatro objetores comenzó el primer servicio alternativo legalmente reconocido por fuera de la cadena militar de mando: tres años de trabajo en un centro penitenciario como cocineros o conserjes. Muchos activistas sienten alivio porque, a pesar la naturaleza punitiva de ese trabajo, tienen la oportunidad de servir a su país sin violentar su conciencia.
Del mismo modo, en Austria cada ciudadano varón está sujeto al servicio militar obligatorio. Sin embargo, hay un derecho automático a optar por hacer tareas de servicio civil comunitario. Una importante mayoría sigue por este camino y pasa un año cuidando a ancianos o haciendo trabajo de protección ambiental. Estas opciones vuelven innecesarias las medidas especiales para proteger a los objetores de conciencia.
El servicio nacional universal austríaco sugiere un potencial aún no explotado de tales oportunidades en Estados Unidos y otros países. La aplicación equitativa de la conscripción en las sociedades austríaca y surcoreana resalta la inequidad económica del servicio militar en Estados Unidos. El paso hacia un cuerpo de voluntarios solo aceleró la tendencia ya existente de una representación desigual de los pobres entre los miembros de las fuerzas armadas (y de las víctimas resultantes). A partir de un estado de casi igualdad en la Segunda Guerra Mundial, cada gran conflicto ha visto crecer la brecha entre el ingreso promedio de las comunidades con altos niveles de víctimas de la guerra y de aquellas con bajos niveles.18
Para muchos de mis compañeros de secundaria, la ciudad de Nueva York donde arraigó la iconografía del 11-S era tan extranjera como Bagdad o Kandahar.
Poco después del 11-S, mientras asistía a la secundaria en una de esas áreas de bajos ingresos, pude comprobar fácilmente por qué persistía esa inequidad. Vivíamos en un condado empobrecido en el sudoeste de Pensilvania. Entre mis compañeros de clase había consenso acerca de que el único modo de salir adelante era salir de allí. La no existencia de algún talento especial ni de padres en situación favorecida hacían que las fuerzas armadas se convirtieran en un camino obvio para lograrlo. Eso estaba integrado a la cultura —la banda sonora del ómnibus escolar eran himnos nacionales militaristas, tales como la versión de 2003 de God Bless the U.S.A. de Lee Greenwood y American Soldier de Toby Keith— y era reforzado a través de la publicidad en los programas diarios de televisión educativa y en los eventos en las instituciones educativas. Era posible ver con frecuencia a los reclutadores en el campus. Ellos ya traían tu información, salvo que hubieras hecho la opción de que tu nombre fuera excluido, una opción escondida en letra chica en la página treinta y tres del manual del estudiante, junto con la opción de exclusión del castigo físico.
Irónicamente, para muchos de mis compañeros de secundaria, la ciudad de Nueva York donde arraigó la iconografía del 11-S era tan extranjera como Bagdad o Kandahar. Y, a diferencia de los conscriptos en Corea del Sur o en Israel, el interés nacional que se les pedía defender distaba mucho de su vida cotidiana. Aun así, ya fuera porque soñaban con viajar por el mundo o con acceder a una formación avanzada, muchos de mis pares podían sentir el ingreso a las fuerzas armadas como una opción por defecto.
En el ambiente posterior al 11-S parecía posible regresar a la práctica de la conscripción. Eso me hizo reflexionar. No tenía una fe firme, pero era igualmente escéptico con respecto a la bravuconada y a la pompa que mostraban las campañas publicitarias de las fuerzas armadas. Fue el tiempo que pasé con Opa lo que me permitió comprender que no alcanzaba con oponerse a la guerra. Uno debía encontrar una causa positiva para avanzar. No se trató tanto de sus palabras como de su ejemplo. Mantenía una correspondencia activa con comunidades en todo el mundo. Al mismo tiempo, estaba profundamente dedicado a su comunidad local. Sus días de apagar incendios habían pasado, pero sus esfuerzos en el cuidado pastoral y caritativo fueron redoblados. Y Oma, con su silenciosa preocupación por el huésped inesperado y por el conocido que luchaba a miles de kilómetros de distancia, encarnaba una versión diferente del mismo compromiso. A la larga, comencé a compartir su serena convicción acerca de que trabajar por vivir el reino de Dios era un llamamiento más elevado —y servía mejor al prójimo y a la humanidad— que cualquier forma de patriotismo.
Nuestra sociedad continuará enfrentando cuestiones vinculadas a la objeción de conciencia y sería bueno aprender de su historia. Durante la Guerra de Independencia, en su edicto de conscripción, el Congreso Continental recurrió a una comprensión caritativa del propósito común, antes que a mandatos demasiado entusiastas:
Así como hay algunas personas que, a partir de principios religiosos, no pueden portar armas en ningún caso, este congreso no tiene la intención de violentar sus conciencias, pero les recomienda encarecidamente que contribuyan generosamente en esta época de calamidad universal, al alivio de sus afligidos hermanos en las distintas colonias y a que presten todos los demás servicios a su país oprimido, lo que pueden llevar a cabo de manera congruente con sus principios religiosos.19
Aquellos de nosotros que nos negamos a matar haríamos bien en aprender de nuestra propia historia y responder en el mismo espíritu de nuestros antepasados a este llamamiento a aliviar a los afligidos.
Cuando hoy me siento con Opa, las historias van siendo menos, pero mantiene su brío y su convicción. Nuestra conversación está marcada por ratos de profundo y sabio silencio, la confianza serena de una vida bien vivida, sirviendo a los otros. Y estoy más que nunca convencido de seguir el ejemplo de vida de Opa. En palabras del fundador cuáquero George Fox: “en virtud de esa vida y ese poder que alejaron toda ocasión de guerra”.
Traducción de Claudia Amengual
Notas
- Ver “Militant Peacemaking” por Stanley Hauerwas y “Más allá del pacifismo” por Eberhard Arnold.
- Ian Randall, A Christian Peace Experiment: The Bruderhof Community in Britain, 1933-1942 (Cascade Books, 2018), 18-37.
- Emmy Barth, An Embassy Besieged: The Story of a Christian Community in Nazi Germany (Cascade Books, 2010), 90–93.
- Ver Thomas Nauerth, Zeugnis, Liebe und Widerstand (Schoeningh Ferdinand, 2017); Randall, A Christian Peace Experiment; E. C. H. Arnold, “The Fate of a Christian Experiment,” The Spectator (11 June 1937), 11–12.
- “The Brothers and Conscription”, The Plough (Summer, 1939), 61.
- “Our Members and the Tribunals”, The Plough (Primavera, 1940), 30.
- Ver “Juliana Gneiting” en Otra vida es posible de Clare Stober (Plough, 2021).
- Bob y Shirley Wagoner, Community in Paraguay (Plough, 1991).
- Ver Michael W. McConnell, “The Origins and Historical Understanding of Free Exercise of Religion”, Harvard Law Review 103:7 (1990), 1409-1517; Mark L. Rienzi, “The Constitutional Right Not to Kill”, Emory Law Review 62 (2012), 121-178.
- George Washington a la Sociedad Religiosa de los Amigos, 13 de octubre de 1789.
- Ver Duane Stoltzfus, “The Martyrs of Alcatraz,” Plough Quarterly 1 (Verano, 2014), 36–47.
- Para más información, ver https://civilianpublicservice.org/
- Estados Unidos vs. Seeger, 380 U.S. 163, 166 (1965).
- Welsh vs. Estados Unidos, 398 U.S. 333 (1970).
- Inspired to Serve: The Final Report of the National Commission on Military, National and Public Service (marzo, 2020).
- Ver Stormans, Inc. vs. Wiesman, 136 S. Ct. 2433 (2016) (Alito, J., discrepante con la denegación de la avocación); ver también Brief of the Bruderhof and the National Committee for Amish Religious Freedom as Amici Curiae Supporting the Petitioners (Declaración del Bruderhof y del Comité Nacional por la Libertad Religiosa Amish como Amici Curiae a favor de los demandantes), Stormans, Inc. vs. Wiesman, 136 S. Ct. 2433 (2016).
- Ver Savulescu, Julian y Schuklenk, Udo. “Doctors Have No Right to Refuse Medical Assistance in Dying, Abortion of Contraception”, Bioethics 31:3 (2017), 162-170.
- Ver Kriner, Douglas L. y Shen, Francis X. “Invisible Inequality: The Two Americans of Military Sacrifice”, University of Memphis Law Review 46 (2016), 545-635.
- Resolución del 18 de julio de 1775, en Journals of the Continental Congress, 1774-1789 v. 2 (W. Ford ed., 1905), 187, 189. Ver McConnell, Michael W. “The Origins and Historical Understanding of Free Exercise of Religion”, Harvard Law Review 103:7 (1990), 1409-1517; Rienzi, Mark L. “The Constitutional Right Not to Kill”, Emory Law Review 62 (2012), 121-178.