Querido hermano, me conmovió mucho el contenido de tu carta. No estoy seguro de que haya entendido todos los detalles de lo ocurrido con la casa y los préstamos, pero esto me parece que no es lo esencial. Son más bien las circunstancias que llevaron a toda la desdicha de dos vidas perdidas. Con gran dolor me enteré de que tu hermanito y tu padre ambos fueron matados por enemigos tuyos, y que estos crímenes estaban relacionados con títulos de propiedad, préstamos y deudas. Más que esto no me hace falta saber, ni tampoco es importante que lo sepa o no, porque el objetivo de tu carta no es aclararme aquello, sino de encontrar tú la forma de perdonar y no sumirte en odios y rencores.
Este propósito tuyo, querido hermano, es valiosísimo, y me atrevo a decir que es inspirado por Dios. El rencor y el deseo de venganza lo corroen a uno aún más que la injusticia sufrida, y lo digo también por experiencia personal, aunque debo dejar bien claro que nunca he sufrido lo que has sufrido tú. Pero tu deseo de sobreponerte a estos sentimientos es el verdadero camino de la fe y de superación del mal.
Fíjate que el hombre más inocente, totalmente inocente que jamás hubo, Jesucristo, sufrió la mayor injusticia posible: la muerte infligida por la mayor tortura conocida en su época —y le pidió a Dios que perdonara a los que lo mataron. No me cabe duda de que esto es lo que nosotros hemos de hacer también si es que queremos seriamente llamarnos «cristianos». No es fácil, y es por esto que fue escrito el libro Setenta veces siete, que gracias a Dios te impresionó tanto.
No es fácil lo que te has propuesto, pero es el único camino hacia verdadera paz y reconciliación con Dios. Y no son tu paz del alma y tu reconciliación contigo mismo y con la vida los únicos frutos de tu conversión hacia el amor y el perdón, sino que este cambio en ti hace también algo para el Reino de Dios, por cuya venida rezamos cada día los cristianos cuando recitamos el Padre Nuestro. No sé cómo decirlo, pero el hecho es que cada vez que tú o yo nos sobreponemos a nosotros mismos y actuamos como habría actuado Cristo, pasa algo en el plan de Dios. No solo para nosotros dos, sino para otras almas también, si trato de poner algo en palabras que es muy difícil hacerlo.
No es fácil lo que te has propuesto, pero es el único camino hacia verdadera paz y reconciliación con Dios.
Tú tienes 27 años de edad. Eres joven. Cuando tenía 27 años yo (que ahora tengo 81), cometí mi parte de faltas y pecados. No me llevaron a la cárcel, porque eran pequeños y pocos, si se les quiere mirar así, pero en esencia eran los mismos pecados y esto es lo que cuenta. Pero gracias a la misericordia de Dios, somos todos capaces de reconocer esto, de arrepentirnos y de obtener el perdón de Cristo, perdonando a nuestra vez. El pecado sí que lo condenamos, pero al que lo comete no nos corresponde a nosotros condenarlo en nuestro corazón. A él lo dejamos a la merced de nuestro Padre en los Cielos, que lo tratará como debido, mientras a nosotros Jesucristo nos dijo que no juzguemos, para no ser juzgados a nuestra vez. Suena y parece muy simple, y en verdad lo es, pero yo sé y sabemos todos que cada uno hemos de vencer nuestra «carne», nuestros instintos y nuestros apetitos mundanos para llevarlo todo a la práctica. Pero no estamos solos en esta tarea. Jesús responde a nuestras oraciones y nos ayuda.
Leo con mucho pesar todo lo que te pasó, también, si entiendo bien, que tu familia parece que te ha abandonado. Ruego a Dios que te ayude a llevar todo lo que se te cayó encima, pero al mismo tiempo puedo también asegurarte que si tú aspiras a cambiar de vida (cosa que todos tuvimos que hacer, que yo tuve que hacer), Dios te ayudará sin absolutamente ninguna duda, porque tú te habrás cometido a Él y a su causa, que es la causa del amor al prójimo, sea quien fuera, de la paz del alma y de la paz entre la gente, y finalmente la causa del perdón.
Gracias por tu carta, que me conmovió mucho. Te aseguro que de todo corazón quiero responder a la confianza con la cual me escribes y a tu pedido de ayudarte en el conflicto espiritual interior en el cual te encuentras.
El dolor de otra persona debe ser y siempre es objeto de mucho respeto, cuando se le quiere ayudar en su dolor. A mí nunca me ha pasado lo que te está ahora pasando a ti. Y por el mismo respeto que le tengo a tu dolor, no quiero herirte con vanos y fáciles consuelos o consejos. Un sufrimiento como el tuyo merece más, y esta medida extra la conseguimos únicamente si hablamos del sufrimiento y lo miramos desde nuestra fe. No hay otra forma.
Me impresionó mucho que tú te des cuenta de que tus deseos y pensamientos de venganza son malos y te estorban. Querido hermano, gracias a Dios que te des cuenta. Sentimientos de rencor y de venganza son lo que el mundo llama «naturales», correspondientes a nuestra naturaleza, la mía tanto como la tuya, pero esta cosa «natural» pertenece a una naturaleza caída, marcada por el pecado, y no corresponde a nuestra fe.
¡Lo que se te hizo es un agravio terrible! Y pasa miles de veces cada día. No digo esto para disminuir la importancia de tu dolor, sino par a que ambos, tú y yo, nos demos cuenta del mundo en el cual vivimos. Es el mismo mundo que ha matado a la persona más inocente que jamás hubo, la persona más buena, más puro, a Jesucristo. Y él dijo a Dios «perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Tú y yo hemos recibido el don de la fe. Fe consiste creer en Jesucristo, y creer en Jesucristo consiste en tratar de vivir lo más posible como vivió Él. Yo sé que esto es pedir mucho, ¡muchísimo! ¡No creas que yo lo consiga! Pero en un momento como ahora el tuyo, tú bien puedes recordar tu fe, y tener la seguridad de que si te solidarizas con Jesús, y no con los demonios de la venganza, él te ayudará y te dará paz, porque en lugar de aumentar el mal y el odio en el mundo, los has disminuido. Recuerdas que en una carta anterior te escribí que cada vez que dos (o más) creyentes desean y oran por la misma cosa, pasa algo para que se nos acerque el Reino, este Reino por el cual rezamos cada día «venga tu Reino ».
Querido hermano, únicamente por la fe en Jesucristo, únicamente pensando en él y su sufrimiento, que él sufrió para que nosotros pudiéramos llevar el nuestro, porque él se solidarizó con el nuestro, únicamente en esta forma nos es posible aguantar la injusticia que se te hizo a ti y a tus hermanitos. Estas injusticias se han cometido miles de veces por miles de años; y por eso es el mundo tal como lo vemos hoy. La pregunta que se nos pone hoy a ti y a mí, es la siguiente; vamos a agregar otra injusticia, otro mal, otro crimen a la mar de mal que ya existe en el mundo, o vamos a mantenernos fieles a nuestro Maestro y Salvador Jesucristo, y responder con bien al mal.
Únicamente por la fe en Jesucristo, únicamente pensando en él y su sufrimiento, nos es posible aguantar la injusticia que se te hizo a ti y a tus hermanitos.
Ya en el Antiguo Testamento dijo Dios: «la venganza es mía», pero en el Nuevo Testamento dijo Jesús: «amad a vuestros enemigos». No con un amor emocional y sentimental, sino con el reconocimiento de que ellos también son las criaturas de Dios, que él se va a ocupar de ellos, y que si nosotros nos ocupamos de la responsabilidad de los que hoy cometen pecados y grandes pecados, es obligación nuestra preguntarnos si nosotros hemos cumplido con nuestras obligaciones. ¡Nuestra obligación y nuestra responsabilidad es nuestra obediencia a los mandamientos de Dios! ¿Y dónde estoy yo en esto? ¿He cumplido yo? Si yo peco, estoy muy pronto para echarle la culpa al mundo, porque el mundo está tan mal arreglado. Y es verdad, el mundo está mal arreglado. Pero ¿por culpa de quién? Y ¿si pecan los demás, no será por la misma razón? ¿Porque el mundo está mal arreglado? Y si es así, ¿que hice yo para mejorarlo aunque sea un poquito?
Estos son los razonamientos que yo me hago a mí mismo, cuando se me ocurre a mí que he sufrido una injusticia. Es verdad, como dije más arriba, que nunca he sufrido como tú, y todo lo que digo lo digo con mucho respeto para ti y para tu dolor; pero básicamente es esto lo que creo.
Esta es una oportunidad tuya —como era mía en mi caso— de pensar y sentir según los pensamientos (¡y los mandamientos!) de Cristo, y de entrar en su mundo, que es un mundo de amor y de paz según la voluntad y la intención de Dios, dejando atrás el mundo de nuestra justicia y nuestras emociones, que en la práctica perpetúan las luchas, las enemistades, las desgracias. O ¿habrás visto alguna vez que odio y rencor arreglaron algo? Nunca.
Sigue informándome como te va, como sigues. No pretendo que esta carta es la ayuda que tú pides. Ni sé si yo soy quien te la puede dar. Pero tengo la plena seguridad que esta ayuda te será dada si tú le pides a Jesús, te fijas en él y recuerdas su sufrimiento que aceptó él para ti y para mí.