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CajaUn mundo donde el aborto sea impensable
por Shelley Douglass
lunes, 15 de julio de 2019
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Tengo cuatro hijos. A dos de ellos los concebí y a los otros dos los adopté. Hace no mucho tiempo comprendí que incluso los dos que tuve pudieron haber sido buenos candidatos para el aborto hoy en día. Paul, el mayor, fue concebido casi en mi noche de bodas, cuando todavía estudiaba en la universidad. Tengo que admitir que él me hizo difícil terminar mi carrera, pero nunca tuve dudas sobre tener al bebé. Thomas, que nació después de cuatro o cinco años, llegó justo tras la legalización del aborto. Cuando estaba embarazada de él, me encontraba en medio de una ruptura matrimonial, y vivía en una casa del Catholic Worker (Obrero católico) con mi otro hijo, con un ingreso aproximado de $ 50 dólares al mes. Había una fuerte presión de la gente en la casa del Catholic Worker para que yo tuviera un aborto. Eso no es algo típico de los obreros católicos, pero fue lo que me pasó a mí. En realidad no fue algo que tomé en serio, pues quería tener al bebé. Pero, cuando lo medité posteriormente, comprendí que ambos niños pudieron haber sido candidatos para el aborto en la actualidad.
Habiendo participado en varios grupos feministas de apoyo, he tenido cierta experiencia con discusiones sobre el aborto, igual que muchas de nosotras.
Una de las experiencias más reveladoras sucedió en la cárcel del Condado King, en Seattle. Lo valioso de ir a la cárcel es que llegas a conocer personas que de otra manera nunca conocerías. En este caso particular, estuve en la cárcel junto con otras ocho activistas, todas de raza blanca, por participar en acciones antinucleares de desobediencia civil. Todas las demás en la cárcel eran negras, nativas americanas o latinas, quizá éramos como setenta en total.
Cuando estás en la cárcel, haces lo que sea para salir de tu celda, pues ¡es aburrido quedarte en la celda! Había una cooperativa de salud femenina que venía cada dos semanas para impartir educación sobre cuidado de la salud a las reclusas, tenías la opción de participar o de no hacerlo, era tu decisión. Nosotras siempre íbamos, porque al menos cambiábamos de ambiente y teníamos algo diferente para hablar.
Es difícil imaginar la clase de justicia, que tendría que existir para que realmente haya un mundo donde el aborto sea impensable. ¡No ilegal, sino impensable!
Un día entramos y la presentación era sobre el aborto. Las dos mujeres que llegaron claramente creían en lo que estaban diciendo y sentían que estaban aportando algo para mejorar la vida. Sin duda, no tenían mala intención. No tenían un interés lucrativo que yo sepa sobre cualquier decisión que hicieran las mujeres. Realmente querían compartir que el aborto era algo normal, un procedimiento fácil, algo muy sencillo de hacer, que deberíamos considerarlo, especialmente si estabas en una condición financiera incómoda. Todas en la cárcel lo están, por supuesto. Después que las dos mujeres explicaron sobre el aborto hubo un silencio. Luego una de las mujeres de la calle dijo: «Pero ¿por qué quisiera matar a mi bebé?»
La respuesta fue: «Bueno, en realidad todavía no es un bebé. No es una gran cosa; también podrías hacerlo porque así no tendrías niños pequeños que mantener». Una de las visitantes finalmente dijo: «Bueno, ya sabes, es muy simple: quedé embarazada cuando estaba haciendo mi tesis y sencillamente no podía hacer las dos cosas, así que tuve un aborto, y salió bien, pude terminar mi tesis».
Lo que recuerdo sobre esa conversación fue el desconcierto total de las mujeres en la cárcel; había una completa división cultural, para nada era un encuentro. Y había verdad en ambos lados. Por una parte, existe una presión económica que hace muy difícil que la gente pueda tener hijos, especialmente la gente en los barrios bajos que no tiene opciones para salir de la pobreza. (La mayoría de las mujeres con las que estábamos en la cárcel eran prostitutas.) Definitivamente la realidad económica era innegable. Por otra parte, existe una respuesta humana muy instantánea: ¿por qué quisiera matar a mi bebé?
Para mí esas verdades resumen dos cosas importantes: que la sociedad es mala, pecaminosa o caída, y crea una lucha entre la madre y el hijo en su vientre, ya que la madre siente que debe abortar para sobrevivir. También hay una verdad muy básica en la suposición de que el feto es un bebé en desarrollo y ¿por qué quisiéramos matarlo?
Eso me deja con muchas preguntas: ¿Qué es lo que estamos tratando de hacer? ¿Para qué estamos trabajando? ¿Adónde queremos llegar con todo esto? ¿Dónde queremos terminar cuando lo hayamos logrado?
He tenido algunas respuestas que son realmente visiones. Una es que tratamos de crear un mundo nuevo, y existen varias clases de mundos que pueden ser creados por los esfuerzos de la gente. Soy consciente de que cuando imagino un mundo donde el aborto sea impensable, no es necesariamente aquel en que piensan los demás. Debo ser específica cuando digo: «un mundo donde el aborto sea impensable». ¿Por qué el aborto sería impensable, en qué sentido lo sería? He conocido personas que están proyectando un mundo donde el aborto sea impensable porque hemos sido tan subyugadas y las mujeres han estado tan oprimidas para criar hijos que no tenían libertad; todos los hijos completaban su tiempo de embarazo, y no habían otras maneras de decidir. Eso no es lo que quiero decir cuando pienso en un mundo donde el aborto ni siquiera sea considerado.
Lo que quiero decir es un mundo donde se valora a toda persona, a toda la humanidad, simplemente por ser humana, donde son bienvenidos sencillamente porque son humanos. Un mundo de generosidad. Pienso en las casas del Catholic Worker, donde siempre hay espacio para tener a alguien más en la mesa, siempre hay un poco más para compartir; un mundo donde la gente sea bienvenida.
Sería un mundo de responsabilidad, donde pensamos sobre lo que hacemos y aceptamos las consecuencias de nuestras acciones. Un mundo de paz, donde se asume que todos serán sustentados con lo básico necesario, no un mundo donde algunas personas estarán flotando en riquezas superfluas mientras que otros pasan hambre. Un mundo pacífico, donde existen otras maneras de resolver los conflictos y no matándose unos a otros, un mundo donde la violación también sea impensable, y donde la condición económica no obliga a las mujeres a la actividad sexual.
Pienso, si somos capaces de crear un mundo donde estas fueran las premisas, lograríamos mucho para crear un mundo donde no sucedería el aborto; ni siquiera se plantearía la posibilidad y no sería necesario. Martin Luther King Jr. hablaba sobre la «comunidad amada». Esa es la clase de mundo por el que trabajamos, donde todos son amados. King hablaba de un mundo donde niños negros y niños blancos, gentiles y judíos, católicos y protestantes —y así sucesivamente—, donde las personas, todos los niños, puedan jugar juntos y trabajar unidos, y tengan suficiente para comer y ser respetados.
Es difícil imaginar la clase de justicia, justicia económica y justicia para las mujeres, que tendría que existir para que realmente haya un mundo donde el aborto sea impensable. ¡No ilegal, sino impensable! Se trata de una cuestión espiritual. Es como si nuestras almas tuvieran que ser sacadas de nuestros cuerpos, recreadas y vueltas a poner en su lugar; necesitaríamos cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne. Cuando hablo de un mundo así, tiemblo un poquito pues sé que muy en lo profundo hay algo que no quiero cambiar, algo que no quiero dejar, y no estoy segura de qué es. Pero sé que está ahí. Es esa cosa con la que tengo que luchar y dejar antes de que el mundo nuevo pueda llegar a existir.
Una de las directrices de la no violencia es que si quieres llegar a algún lugar, tienes que «llegar andando». Si quieres que el mundo sea de cierta manera, tienes que vivir de esa manera, y eso ayuda a que el mundo se vuelva de esa manera. Imagina un mundo donde la guerra y el aborto sean impensables, entonces comienza a vivir como si ya estuviéramos en ese mundo, eso nos moviliza para avanzar en el camino.
Traducción de Raúl Serradell
Shelley Douglass es activista por la paz y de fe católica. Fundó, junto con su esposo James W. Douglass, el Ground Zero Center for Nonviolent Action (Centro zona cero para la acción no violenta) en Poulsbo, Washington, EEUU y Mary’s House (La casa de María), casa del Trabajador Católico en Birmingham, Alabama. Una versión de este artículo fue publicado en Harmony: Voices for a Just Future, vol. 2 no. 3.