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CajaEl Ejército de Salvación ayer y hoy
¿Cómo podría recuperar el activismo de sus primeros tiempos? ¿Hay alguna lección para que otros movimientos aprendan?
por Sam Tomlin
lunes, 10 de junio de 2024
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El 27 de diciembre de 1879, el Ejército de Salvación publicó el primer número de su revista Grito de guerra. Esa publicación ―que se volvería famosa en el Reino Unido, porque los propios salvacionistas con uniforme la vendían en los bares― contenía una historia sobre el capitán Josiah Taylor. Comenzaba así: “Boston [Inglaterra] es una ciudad bastante tranquila. No le gusta ser perturbada”. Sin embargo, “el capitán Taylor la ha perturbado por completo”.
William y Catherine Booth fundaron el Ejército de Salvación en los barrios pobres del este de Londres. En 1865 se le pidió a William que predicara durante una reunión de avivamiento y exclamó a su esposa: “¡Querida, he encontrado mi destino!”. El Ejército de Salvación adquirió su nombre definitivo en 1878, pero en sus comienzos se llamó East London Christian Mission y, más tarde, Christian Mission. Abrevando en las fuentes del avivamiento wesleyano y sospechando de los métodos de las iglesias establecidas tradicionales, los Booth jamás tuvieron la intención de fundar otra iglesia, mucho menos una denominación, pero imaginaron una misión paraeclesiástica para los no conversos. Sin embargo, debido a la existencia de miles de personas provenientes de los estratos sociales más bajos, que encontraban la salvación a través de su ministerio y tenían dificultad para encontrar un hogar en las iglesias establecidas, el Ejército de Salvación estableció su “corps”, agrupaciones de creyentes que finalmente también serían llamadas iglesias.
El capitán Josiah Taylor fue una figura prominente en los inicios del Ejército de Salvación. Más tarde encabezaría el trabajo del Ejército de Salvación en países alrededor del mundo y se volvería uno de los líderes más confiables para los Booth. Pero en 1879 fue destinado (los oficiales no eligen adónde van, sino que son enviados) a Boston, una pequeña ciudad en Inglaterra. A principios de diciembre, el Sr. H. Bell, propietario del pub local, compareció ante el tribunal de magistrados de Boston. El Stamford Mercury registró que el Sr. Bell se quejaba acerca del “servicio religioso [del Ejército] que se llevaba a cabo noche tras noche en el mercado de una forma ruidosa y de que las personas que asistían a la casa del Sr. Pickwell para hacer negocios eran sometidas a una gran molestia debido a los cantos y gritos”. En una tarde particular, una multitud de entre 150 y 200 personas se reunió y obstruyó “el libre paso de las personas”, causando trastornos. Cuando el caso llegó a juicio, un hotelero dijo al tribunal que el ruido proveniente de las reuniones era “tan grande que las personas que estaban en su casa apenas podían oírse unas a otras”. Taylor respondió que no era la intención de los salvacionistas causar ningún tipo de obstrucción, pero que no podía prometer que dejaría de predicar, puesto que estaba bajo las órdenes del general del Ejército de Salvación, William Booth.
Los magistrados encontraron al capitán Taylor culpable de causar una obstrucción en el mercado, y según el Mercury (2 de enero, 1880) se le puso una multa de £1 y costos, con la alternativa de pasar un mes en prisión por su persistencia en “sostener servicios religiosos en el mercado, no solo en violación de los estatutos, sino en abierto desafío a las órdenes de los magistrados”. Al principio, el capitán Taylor eligió ir a prisión, pero luego la multa fue pagada y fue recibido en la estación de tren de Boston por un grupo de salvacionistas que lo escoltó a pie a través de las calles, cantando himnos.
Historias como esa eran comunes en las primeras décadas del Ejército de Salvación. Fueran lo que fueran los Booth y sus soldados, no estaban satisfechos con un cristianismo cortés y respetable que encajara perfectamente en el entorno cultural del momento. William Booth dijo una vez: “La gran maldición de la iglesia es la respetabilidad. Tiren la reputación y la así llamada respetabilidad por la borda”. A pesar de usar formas comunes y populares ―tales como las metáforas militares y el cambio de palabras en canciones populares (“¿Por qué el diablo tiene las mejores composiciones?”, preguntaban a menudo los salvacionistas)― el Ejército subvirtió las expectativas de lo que un cristiano debía ser y recibió muchas críticas. En su libro Pulling the Devil’s Kingdom Down: The Salvation Army in Victorian Britain, Pamela Walker señala cómo los salvacionistas a menudo eran denunciados por la prensa y por otros cristianos, quienes los comparaban con los católicos romanos y los acusaban de exhibir un “espíritu poco inglés”. En Blood on the Flag, Nigel Bovey narra en detalle el trastorno y la consternación que el Ejército causó en Gran Bretaña a finales del siglo XIX. Los propietarios de pubs estaban tan enojados porque los salvacionistas les sacaban a los clientes de sus pubs y los conducían a una vida de abstinencia, que formaron su propio ejército al que llamaron “Ejército de esqueletos” para tomar las calles y oponerse a los salvacionistas de un modo que a veces se ponía violento, no distinto de algunos de los relatos del ministerio de Pablo en Hechos.
En Hechos 19 un platero llamado Demetrio reúne a varios artesanos y los insta a rebelarse contra los cristianos que han estado complicando sus negocios al alejar a las personas de los “dioses hechos por manos humanas”. Los compañeros de Pablo son detenidos y empujados frente a una multitud aullante y alborotada. Los adoradores de Artemisa ―exhibiendo un fervor patriótico mientras, a lo largo de dos horas, entonan cánticos― están tan ofendidos por los cristianos que trastornan las normas económicas y sociales como el establishment lo estará a finales del siglo XIX, cuando el Ejército de Salvación irrumpa en la vida pública en el Reino Unido.
El movimiento se expandió rápidamente más allá de Gran Bretaña. Eberhard Arnold, quien sería el fundador del Bruderhof, relata cómo se topó con el Ejército de Salvación en Alemania a principios de siglo. Markus Baum cuenta en su biografía de Arnold cuán impresionado estaba el joven con el testimonio simple y poderoso de los empobrecidos salvacionistas en Breslau, su ciudad natal. William Booth incluso le envió una invitación para que se pusiera el uniforme de salvacionista, una sugerencia a la que los padres de Arnold, que eran miembros de la iglesia luterana estatal y estaban aparentemente horrorizados ante los métodos vulgares del Ejército, se opusieron fuertemente.
Del mismo modo en que el joven Eberhard Arnold se sintió atraído por el testimonio del Ejército de Salvación, esta historia ha cautivado mi imaginación. Me siento atraído por Josiah Taylor, no solo porque soy un oficial del Ejército de Salvación ni porque Taylor se volvió el comandante divisional de la región en la que actualmente estoy destacado (Liverpool, Inglaterra), sino porque Josiah Taylor es el trastatarabuelo materno de mis tres hijos.
Crecí como anglicano y con un conocimiento del Ejército de Salvación que no iba mucho más allá del salvacionista de ficción Harold Bishop de la telenovela australiana Neighbours. Pensaba que era una organización benéfica y no tenía idea de que sus miembros celebraban reuniones regulares que podían ser consideradas servicios religiosos. Al conocer a mi esposa en la universidad, me enteré de más detalles de la historia y de su herencia en esta pequeña parte de la iglesia mundial, y luego de participar del culto con un corps del Ejército de Salvación durante unos años, nos sentimos llamados a ofrecernos como oficiales. Esta herencia se ha metido en mis huesos y continúa inspirándome. El Ejército de Salvación de los inicios se alinea en mi mente con el testimonio cristiano primitivo.
La herencia del Ejército de Salvación plantea algunas preguntas interesantes, no solo para el actual Ejército de Salvación, sino para todos los cristianos. ¿Cómo deberíamos relacionarnos con el resto de la sociedad? ¿Qué tipo de recepción o reacción esperamos? El testimonio de los primeros salvacionistas era de una confianza absoluta en el poder transformador e invasor del evangelio, que a menudo chocaba con las normas y expectativas culturales. Los salvacionistas eran a menudo acusados de perturbar la paz, una crítica que a ellos importaba poco. Catherine Booth, el motor intelectual detrás del movimiento, dijo una vez que Cristo había venido a salvar al mundo, no a civilizarlo.
Ni el salvacionista más ardiente y defensivo negaría que el Ejército ha perdido mucho de ese fuego, al menos en el mundo occidental. Quizá esto resulte natural para un movimiento que nació “a sangre y fuego” en la fragua de la Inglaterra victoriana; los cientistas sociales nos dicen que la segunda y tercera generación de un movimiento se adaptan y desarrollan inevitablemente más allá de sus fundadores. El Ejército está aún muy activo en los países de Occidente y lleva adelante una tarea brillante e inspiradora. De muchas maneras, aún representa un desafío para la estructura individualista y capitalista de la sociedad. Pero en las últimas décadas se ha desarrollado una tendencia preocupante, en tanto el ala de servicios sociales del Ejército continúa creciendo, pero el corps, es decir, el ala eclesiástica, desciende a un ritmo acelerado. De hecho, la mayoría de los oficiales de mi generación manifiesta mucha preocupación porque en los próximos treinta años el corps continúe declinando mientras el ala de actividades benéficas no se ve afectada y continúa expandiéndose.
El testimonio de los primeros salvacionistas era de una confianza absoluta en el poder transformador e invasor del evangelio, que a menudo chocaba con las normas y expectativas culturales.
Stanley Hauerwas declara que la primera tarea de la iglesia no es hacer más justo el mundo, sino hacer del mundo el mundo. Con esto quiere decir que la primera tarea de la iglesia es hacer algo que ninguna otra institución puede hacer: adorar explícitamente al Dios revelado en Jesucristo. Esto no significa, como a menudo se supone, un desprecio a las instituciones no eclesiásticas ni un deseo de establecer una barrera firme e impenetrable en torno a la iglesia, sino un reconocimiento de que, si los cristianos no se reúnen para adorar a Jesucristo, nadie lo hará. Y, si no nos reunimos para adorar a Jesucristo, ¿cómo es posible que el mundo sepa que necesita ser salvado? Los Booth y los primeros salvacionistas comprendieron esto y ubicaron firme e inequívocamente su acción social en la narrativa del evangelio, incluso al punto de que causó una gran ofensa. En tanto algunos evangélicos en la actualidad pueden querer causar esa ofensa por razones discutibles, por su parte, una iglesia que desee ser “relevante” y recibir elogios del mundo olvida la verdadera ofensa de un evangelio que cuestiona cualquier lealtad que no sea a Jesús.
¿Cómo hizo el Ejército de Salvación para pasar de ser un grupo dinámico, perseguido y a menudo difamado que proclamaba con valentía el señorío de Jesús en palabras y hechos a ser un grupo culturalmente establecido en muchas naciones en todo el mundo? En pocas palabras, caímos en la misma trampa en que los primeros cristianos cayeron en respuesta a Constantino ―la misma que Jesús rechazó en el desierto, citada en Lucas 4― es decir, aceptar el poder y la influencia del mundo. En 1890, William Booth publicó La Inglaterra oscura y cómo salir, un libro en el que delineaba un ambicioso proyecto para aliviar la pobreza del “diez por ciento sumergido”, la parte más hundida de la sociedad, que había sido abandonada por la Revolución Industrial y cuyas condiciones de vida eran horrendas. El libro es admirable e inspirador por muchos motivos, pero algunos historiadores salvacionistas marcan ese momento como el punto en que Booth comenzó a moverse hacia la respetabilidad social con el objetivo de obtener el dinero que necesitaba para mantener su proyecto. De hecho, las detenciones como las que padeció Josiah Taylor se volvieron menos frecuentes en las siguientes décadas, y la marginación que sufría el Ejército comenzó a ser reemplazada por aclamación y aceptación a los ojos del establishment. Pamela Walker resume bien esto cuando dice que a principios del siglo XX el Ejército “pasó de ser una secta sensacionalista y revivalista en conflicto con la iglesia, la policía y los gobiernos locales a ser una organización religiosa con un ala de servicio social que a menudo era su área más importante y con lazos fuertes con otros organismos cristianos y estatales”.
Samuel Logan Brengle, un profeta salvacionista, se dio cuenta de ese cambio y en 1929 advirtió a sus compañeros en un fragmento digno de ser citado en detalle:
El Ejército está tan minuciosamente organizado y disciplinado, tan forjado en la vida de las naciones, tan enriquecido por bienes raíces valiosos y con una base financiera tan saludable, que resulta improbable que perezca en tanto organización, pero se volverá una cosa muerta desde el punto de vista espiritual si el amor se pierde… Es posible que continuemos albergando a quienes no tienen hogar, repartiendo comida a los hambrientos, llevando adelante puntillosamente el trabajo de rutina, pero el ministerio poderoso del Espíritu ya no será nuestra gloria. Nuestros músicos tocarán meticulosamente, nuestros cantores se deleitarán en el arte del canto que emociona nuestros oídos, pero que deja el corazón frío y duro. Nuestros oficiales ensancharán sus filacterias, se codearán con alcaldes y asesores y serán saludados en el mercado, pero Dios no estará entre nosotros… Dejaremos de ser salvadores de las ovejas perdidas que no tienen pastor.
Esta tendencia ha continuado. El Ejército de Salvación es reconocido y respetado, pero más allá de los valores cristianos que representamos, muchos no están al tanto de que somos un cuerpo que adora activamente a Jesucristo. Este es precisamente el problema con los valores cristianos: pueden ser fácilmente divorciados del cuerpo de personas llamadas a adorar al Cristo resucitado. Como dijo Nietzsche, cuando los cristianos comienzan a hablar de valores, uno puede estar seguro de que no se toman en serio a Dios. Los valores cristianos pueden existir sin la iglesia, algo de lo que quizá estemos dando testimonio con el Ejército de Salvación mientras el ala de beneficencia perdura y el ala de la iglesia declina.
Estudios recientes muestran que las iglesias que están creciendo en el Reino Unido son las que tienen más claro en qué creen y proponen exigencias significativas a sus fieles, en oposición a las iglesias que predican valores casi indistinguibles de aquellos de otras instituciones sociales tradicionales. Tal como Alasdair McIntyre dijo una vez, las cosas empeorarán si los cristianos ofrecen a los ateos menos y menos en qué descreer. David Goodhew, en su calidad de investigador del crecimiento de la iglesia, hace poco dijo: “Aquellos que podan la fe para hacerla encajar con la cultura han tendido a reducirse, y aquellos que ofrecen una fe ΄completa΄, vívidamente sobrenatural, han tendido a crecer. Esto es tan cierto para los ortodoxos ultralitúrgicos como para los pentecostales ultrainformales”.
El problema que el Ejército de Salvación quizá represente más agudamente, dado nuestro estado confuso en tanto iglesia y organización de beneficencia, es precisamente este: intentar ganar el respeto social y también ingresos inevitablemente conducirá a una “poda” de la fe, una minimización de los aspectos más vergonzosos de lo “vívidamente sobrenatural” en favor de una expresión más agradable y humanística de la fe que se encuentra en los valores.
No resulta sorprendente que otras denominaciones hayan sacado ventaja al Ejército de Salvación. Aquí en Liverpool, donde estoy destinado, una denominación llamada Victory Outreach es una expresión mucho más parecida al Ejército de Salvación de los comienzos que el propio Ejército de Salvación moderno. Fundada en Los Ángeles, en 1967, tiene una historia similar al Ejército de Salvación inicial: revivalismo en el contexto de pobreza y adicción. Sin embargo, como me cuentan con orgullo los miembros de la congregación, su fundador una vez recibió una oferta de millones de dólares del gobierno para formalizar su trabajo y alinearlo con las autoridades legales, pero ellos rechazaron ese dinero y, como resultado, no tienen una brecha significativa entre la “iglesia” y los aspectos “sociales” de su ministerio. He oído a antiguos miembros de pandillas y exadictos compartir testimonio acerca de cómo han sido liberados de su pasado a través del poder del Espíritu Santo en exactamente los mismos términos del Ejército de Salvación de los inicios, pero rara vez oídos en los centros del Ejército de Salvación moderno, donde la mayoría del personal ni siquiera está compuesta por cristianos practicantes y donde la mayor parte de los fondos proviene de autoridades gubernamentales.
Søren Kierkegaard dijo una vez: “En el Nuevo Testamento, el cristianismo es la herida más profunda que una persona pueda recibir, diseñada para colisionar con todo a la escala más terrible”. Josiah Taylor entendió esto y nosotros, a nuestro riesgo, lo olvidamos.
Traducción de Claudia Amengual