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CajaConvivencia en el espíritu de Cristo
La cruz de Jesús es el modelo más claro de una espiritualidad auténticamente cristiana.
por John Driver
jueves, 21 de julio de 2022
Es absolutamente imprescindible que volvamos a nuestras raíces en Jesús y en la comunidad del Espíritu del primer siglo, a fin de reorientarnos en nuestra espiritualidad.
En contraste con muchas de nuestras espiritualidades tradicionales, la Biblia no conoce nuestras distinciones entre lo interior y lo exterior, entre lo espiritual y lo material, entre el creer y el hacer. La comunidad en que participaba la madre Teresa de Calcuta es un ejemplo de una auténtica espiritualidad cristiana. Tocar a los intocables era, para ella y sus hermanas, tocar el cuerpo de Cristo. Amar de esta manera desinteresada era orar. No se dejaba de orar para servir, ni tampoco dejaba de servir para orar. La auténtica espiritualidad lo abarca todo.
La cruz de Jesús es el modelo más claro de una espiritualidad auténticamente cristiana. Es, a la vez, signo de identificación absoluta con Dios y de solidaridad con la humanidad. En la cruz se refleja con más claridad el Espíritu de Jesús, y la espiritualidad que sus discípulos habrían de asumir. La cruz es, a la vez, la oración intercesora más elocuente al Padre a favor de la humanidad, y la respuesta más enérgica y convincente de Dios a los poderes del mal. Por lo tanto, en la cruz de Jesús, y en la de sus seguidores, encontramos la esencia de la espiritualidad cristiana.
Una espiritualidad auténtica no es amorfa sino que toma formas claras y salvíficas. Puede definirse como el proceso de seguimiento de Jesucristo bajo el impulso del Espíritu y en el contexto de una convivencia radical en la comunidad mesiánica. Por lo tanto, la espiritualidad cristiana es trinitaria: es una vida de absoluta dependencia del Padre, orientada mediante el seguimiento de Jesús, y vivida bajo el impulso y la inspiración de su Espíritu.
De modo que una espiritualidad netamente cristiana, tal como la encontramos reflejada en la comunidad mesiánica primitiva, antes que nada, está enraizada en el Dios de la gracia, y se expresa concretamente en el seguimiento de Jesús. Implica vivir toda la vida en el poder del Espíritu de Jesucristo mismo. Una auténtica espiritualidad cristiana es nutrida y compartida en el contexto de la comunidad del Cristo viviente. «Aquello del santo solitario» es una anomalía en la perspectiva bíblica. Finalmente, una espiritualidad plenamente cristiana se encarna en misión, en la misión de Dios en el mundo, llevada a cabo con una claridad única por Jesús de Nazaret y en el poder y la inspiración del Espíritu Santo.
Para aquellos que formamos parte de la tradición radical anabautista, nos resulta de interés especial notar las coincidencias entre los Anabautistas del siglo XVI y la espiritualidad de la comunidad cristiana primitiva del siglo I. Lo mismo podría decirse de los herederos de otras tradiciones, igualmente radicales en sus experiencias de reorientación en torno a la raíz en Jesús y en la comunidad mesiánica del siglo I.
La espiritualidad que caracterizaba al movimiento anabautista dependía del poderoso actuar del Espíritu del Cristo resucitado. Pero probablemente lo que más distinguía a los anabautistas en la formación de su espiritualidad era su visión y sus prácticas eclesiológicas. Su participación en la comunidad de Cristo era un elemento esencial. Las dimensiones de esta participación están reflejadas en los cuatro signos de comunidad que marcaban su espiritualidad fundamentalmente corporativa. En el bautismo, los anabautistas se comprometían al seguimiento de Cristo, a «andar en la resurrección» y a vivir la «obediencia de la fe», tal como ellos mismos confesaban. Pero, además, se sentían comisionados a ser protagonistas, sin más, en la misión de Dios en el mundo; y esto les correspondía a todos por igual y no solo al clero. En su bautismo, los anabautistas también se comprometían a ofrecer y a recibir la amonestación fraterna según la «regla de Cristo» (Mt 18.15-20) y a ayudarse mutuamente, tanto en lo económico como en su crecimiento en la fe. En su celebración de la cena del Señor, los anabautistas renovaban sus votos de seguimiento a Jesús, incluso en su disposición a poner su vida a favor de sus semejantes, tal como Jesús había hecho.
Su visión cristológica, que confesaba a Jesús no tan solamente como «Salvador que muere» o como «Juez que viene» sino también como «Señor a ser seguido» en la vida, marcaba notablemente la espiritualidad de los anabautistas. Su protagonismo en el reinado de Dios, en el que Jesús ya era Señor, condujo a los anabautistas a una espiritualidad caracterizada por la paz y la justicia mesiánicas, tal como habían sido proclamadas y realizadas por Jesús. Todo esto llevó a los anabautistas a abrazar, de manera excepcional en su época, una espiritualidad de vocación misionera, ya implícita en sus votos bautismales.
Las espiritualidades de todos, sin excepción, pueden ser enriquecidas mediante los aportes de nuestros hermanos y hermanas de otras tradiciones.
Por cierto, los herederos de los anabautistas de la Reforma Radical no tenemos ningún monopolio sobre la clase de espiritualidad que caracterizaba a la comunidad cristiana primitiva del primer siglo y al movimiento anabautista clásico del siglo XVI. Todos los grupos que formamos parte de la viña del Señor traemos aportes a las nuevas oportunidades el diálogo que se ofrecen en nuestros tiempos.
En el sentido en que la espiritualidad cristiana consiste en el seguimiento del Jesús histórico bajo el impulso del Espíritu por él otorgado, existe una sola espiritualidad cristiana. Sin embargo, en el sentido en que los cristianos seguimos a este Jesús en nuestros contextos históricos particulares, existen diversas espiritualidades cristianas. Estas diferencias radican en las varias modalidades históricas, geográficas y culturales de seguir a Jesús.
Las espiritualidades de todos, sin excepción, pueden ser enriquecidas, por la gracia de Dios, mediante los aportes de nuestros hermanos y hermanas de otras tradiciones. Sin duda, esos elementos esenciales para una espiritualidad auténtica que hemos notado ya en la comunidad cristiana primitiva y en el movimiento anabautista seguirán vigentes. Entre otras cosas, incluirán una pneumatología vital, una eclesiología comunitaria de convivencia radical verdaderamente transformadora, una cristología y una soteriología que realmente salvan —reconciliándonos con Dios y con nuestros semejantes, aún con nuestros adversarios—, una vivencia común caracterizada por la justicia y la paz propias del reinado de Dios, y un mayor sentido de coparticipación en nuestra vocación misionera común.
Extracto de Convivencia radical: Espiritualidad para el siglo XXI