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CajaNunca olvides que un acto de amor al prójimo es el único acto importante del día. Todo lo demás no tiene valor ante Dios y puede incluso apartarnos de él o separarnos de nuestros hermanos. ¡Con cuánta fuerza Jesús lo remarca en nuestros corazones en sus profecías sobre el juicio final! La cuestión nunca es si estamos bien organizados o actuamos correctamente, sino si alimentamos a los hambrientos, recibimos a los extranjeros, vestimos a los desnudos, o si visitamos a los enfermos o los que están en prisión: en otras palabras, si actuamos por amor y compasión. Nunca pasemos por alto la necesidad de otro, ni olvidemos las palabras y acciones que fortalecen el amor.
Así como nadie tiene tan pocos dones que no pueda ser usado por Dios, nadie tiene tantos dones que sea demasiado bueno para realizar un simple trabajo manual. Debemos estar dispuestos a hacer cualquier servicio que se nos pida, a servir en el lugar más humilde. Un hombre puede ser la persona más dotada de su comunidad, pero si le falta humildad, si su corazón no es impulsado por el espíritu de Jesús, su vida no será fructífera.
La parábola de los talentos quizá se entienda mejor en el contexto de la iglesia: los talentos son dones encomendados a diferentes hermanos y hermanas. Una persona recibe el don de sabiduría, otra de conocimiento, otra de fe, sanación, profecía, discernimiento, hablar en lenguas, o de interpretación. Todos estos dones son necesarios para los diferentes ministerios de la iglesia, desde el liderazgo hasta cualquier otro. No hay diferencia en su importancia; todos son partes de un cuerpo. El ojo no es más importante que el oído, simplemente son dos órganos distintos.
Así como ninguno tiene tan pocos dones que no pueda ser usado por Dios, nadie tiene tantos dones que sea demasiado bueno para realizar un simple trabajo manual.
A algunas personas les gustaría no ver diferencias. Piensan que si todos fueran iguales, nadie sabría quién era quién, entonces se establecería la verdadera justicia. Pero ese no es el evangelio de Jesús. En Mateo 25, leemos de un hombre al que solo se le dio un talento. Sintió que no se le había dado lo justo, y por eso aborrecía a su señor. No hizo nada con su talento, sino que endureció su corazón. No solo le faltaba amor, estaba lleno de odio. Él dijo: «Señor, yo sabía que usted es un hombre duro». Eso es lo peor que nos puede pasar: sentir que no nos han dado nuestra parte justa; sentir que otros han recibido más de Dios; y entonces volvernos tan envidiosos y desamorados —tan separados del cuerpo— que no contribuimos al mismo en ninguna forma. En la parábola, el señor dijo: «Debías haber depositado mi dinero en el banco». Con eso quiso decir: «Haz al menos lo poco que eres capaz de hacer».
Una persona es brillante, otra es hábil con sus manos, otra con mucho talento musical. Estos son dones naturales y no deben ser enterrados, aunque por el bien común de la iglesia a menudo tienen que sacrificarse. Sería un error que alguien con dones intelectuales pensara que solo puede hacer un trabajo intelectual — de lo contrario, estaría «enterrando sus talentos»— o que una persona con mucho talento musical pensara que está desperdiciando su talento al hacer trabajos domésticos. Debemos estar dispuestos a sacrificar nuestros talentos naturales por el bien de todo el cuerpo de Cristo.
En 1 Corintios 12 y 13, el apóstol Pablo habla de muchos dones diferentes, incluyendo profecía, liderazgo, sanación y hablar en lenguas. Pero luego dice que todos estos grandes dones no son nada sin amor. Nuestra vida compartida en comunidad también es un don, pero a menos que Dios nos brinde su amor una y otra vez, se convertirá en algo tan carente de vida como una máquina.
Extracto del libro Discipulado.