Toma el camino hacia dentro, mientras atraviesas los días del Adviento. Reserva para ti mismo, si es posible, tiempo para descansar; tiempo para dejar la sensación de estar en fuga o sufriendo estrés. Deja que algo pase dentro de ti. Dirige tus pensamientos y esperanzas hacia lo que importa.
Yo me imagino en la puerta de una vieja y noble iglesia, invitándote a celebrar el banquete de esperanza que llamamos Adviento. Desde tiempos inmemoriales, la esencia de esta época festiva ha sido relacionada con la idea de que, de alguna manera, existen puertas en nuestras vidas que debemos abrir. Puertas hacia la libertad, hacia una vida más plena, hacia la salvación.
Durante el Adviento cantamos: “¡Cabezas alzad, puertas abrid!” y con estas palabras afirmamos que ninguno de nosotros vive en un espacio completamente cerrado. Tenemos cada uno una puerta que se puede abrir, una puerta a través de la cual podemos entrar en otro espacio, uno nuevo y diferente; o una puerta por la cual algo puede venir, por ejemplo, el conocimiento de un mundo más grande que el nuestro.
Y podemos pasar por estas puertas, sabiendo que al otro lado hay algo esperándonos, algo que está a punto de llegar y entrar en nuestras vidas. Adviento, la misma palabra implica que algo se está acercando.
Como cristianos, no creemos en muros, más bien, creemos que la vida se extiende ante nosotros; que la puerta siempre se puede desatrancar; que no hay abandono ni defección final. No creemos en el ‘demasiado tarde’. Creemos que el mundo está lleno de puertas que pueden abrirse entre nosotros y los demás, entre la gente alrededor nuestro, entre hoy y mañana. Nuestro ser interior también es capaz de desatrancarse; incluso dentro de nosotros mismos, hay puertas que se deben abrir.
Aquí, como yo entiendo, está el sentido de los portales grandes y viejos de la iglesia. Si los abrimos y entramos, podemos disponernos íntimamente también, a esperar lo que se está acercando para librarnos y restaurarnos.
Cuando entramos a las puertas del Adviento, entramos a un tiempo de silencio, aunque hoy no sea tan real como en otras épocas. En tiempos anteriores la gente lo atravesaba paso a paso, mientras los días se acortaban y las noches se alargaban hasta que, en medio de la oscuridad, recibían un Misterio. En el presente, esta experiencia se ha perdido para muchos, quizá para la mayoría. Ha sido abrumada con luces, ahogada en medio del ruido, invadida por el vacío, la actividad e inquietud; y la fiesta, que era precedida por una verdadera fuente de fuerza, se ha convertido en un tiempo de cansancio interior y exterior.
La pinturas e imágenes del nacimiento retratan al Niño en un pesebre cómodo, asistido por su bonita madre y una fiable figura paterna, todos colocados en un portal de ensueño. No obstante, muchos de nosotros vivimos en un mundo donde las ansiedades no se calman con un cuento romántico. Sin hogar interior, somos impulsados cada año al borde del banquete de Cristo mismo, para encontrar solo los sentimientos y las memorias de su niñez. Pero ese no es el sentido de la Navidad.
Jörg Zink, Türen zum Fest. Verlag am Eschbach, 2010. Usado con permiso.
Traducción de Coretta Thomson
Vitrales por Valentin Feuerstein, 1917 – 1999. Copyright 2010 Verlag am Eschbach. Usados con permiso.