Si la Navidad es la historia de un niño, el Adviento es la historia de un embarazo, el cual acompañamos hasta el momento del nacimiento. Este proceso debería reflejar lo que pasa en nuestras vidas, así como el hijo de Dios debe nacer, su presencia debe cobrar vida en nosotros. Esto no solo necesita tomar lugar en la humanidad en general. También debe pasar dentro de mí.
Necesitamos darnos cuenta del valor infinito que tenemos a los ojos de Dios, a pesar de cuán grandes o pobres creemos ser. Y aún más importante es ver más allá, saber en qué tipo de persona nos convertiremos cuando el Niño haya nacido dentro de nosotros; y que cuando seamos viejos, decrépitos y feos podamos ser todavía, a los ojos de Dios, mejor de lo que éramos antes.
Todo esto, a causa del renacimiento. Desde lo profundo vendrá, sosteniéndonos y levantándonos a un lugar de seguridad y libertad, cuya altura apenas podemos soñar: la libertad de los hijos de Dios.
Como un hombre, Jesús habló sobre una semilla de trigo. Cómo cae, por así decirlo, en cada corazón. Cómo necesita la tierra para que germine, para que crezca algo nuevo allí. Una espiga llena de granos. Un nuevo hombre o mujer.
Esta semilla que cae en nuestro corazón es un llamado de Dios. En la tierra de tu alma puede convertirse en un brote vivo: energía creativa, liberación; una confidencia que tú no puedes cobrar solo. Esa es la promesa del Adviento. Puede pasar en cualquier momento, simplemente surgirá y te transformará en algo más de lo que eres ahora –un niño verdadero; la nueva persona que Dios piensa de ti.
Tu modelo es el niño que nació en la Navidad y el hombre que creció (esto es porque algunas imágenes de la natividad representan a Cristo tendido en una gavilla de trigo). Si esto te suena exagerado, nota que nunca es importante lo que somos ahora sino en lo que nos estamos volviendo –hacia dónde estamos creciendo. La clave no es cuánta fuerza tenemos, sino si la fuerza del Niño está obrando por medio de nosotros. Si su bondad se irradia de nosotros hacia otras personas. Si tenemos su buena disposición para sufrir estando al lado de un necesitado.
Es importante no defendernos del mundo, ni de otras personas. Ellos también pertenecen a Dios. No necesitamos temer ni odiar a nadie. En su fuerza podemos simplemente permitirnos decir lo que otros omiten. Podemos romper cada limitación, podemos defender a los mudos y nombrar a cada mal. Y nadie puede amenazarnos.
Mientras que yo obedezca el llamado de Dios y crezca el nuevo ser dentro de mí, sabré la verdad, aun en medio de un mar de ilusiones. A pesar de la oscuridad interminable, todavía veré la luz. En la profundidad inescrutable, aun allá, para mí permanecerá la vida. Porque el Niño alcanza más allá de este mundo, hasta el próximo y yo estoy unido con él.
La historia del Nacimiento dice: tú has sido colocado en esta tierra, pasa a través de ella, obedeciendo la voluntad de Dios. Sigue su dirección y presta atención a cada señal. Él, quien te mandó, está ahí. Él te guiará. Te acompañará con la cara de tu hermano. Te guardará de caer. Te indicará tu camino. Te recibirá al final. Aun entonces él permanecerá contigo. Siempre.
Reflexiona ahora sobre el camino que Jesús anduvo en esta tierra, empezando en Belén. Ese es tu camino, síguelo y únete a la voluntad de Dios como él te la ha mostrado. Y vive en paz.
Jörg Zink, Türen zum Fest. Verlag am Eschbach, 2010. Usado con permiso.
Traducción de Coretta Thomson
Vitrales por Valentin Feuerstein, 1917 – 1999. Copyright 2010 Verlag am Eschbach. Usados con permiso.