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Por qué todos los cristianos deberían darle una oportunidad a la Cuaresma
El banquete y el ayuno nos ayudan a acostumbrar nuestros afectos; nos ayudan a sentir las verdades del evangelio.
por Benjamin Crosby
lunes, 03 de marzo de 2025
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¿Los protestantes pueden observar la Cuaresma? Desde los tiempos de la Reforma, muchos protestantes se han sentido inquietos con el tiempo litúrgico de ayuno y penitencia antes de la Pascua. previo a la Cuaresma de la iglesia. El problema no radicaba en el ayuno o la penitencia en sí, puesto que tanto protestantes como cristianos del siglo XVI, siguiendo las palabras y el ejemplo de Cristo, consideraban que el ayuno era una práctica fundamental de la vida cristiana. Más bien, la discordia surgía por algunos aspectos específicos del ayuno cuaresmal. Los protestantes hacían énfasis en la doctrina y la justificación solo por la fe, es decir, la idea de que nuestra salvación es un regalo gratuito de Dios, para lo cual no contribuimos en nada. Algunas prácticas asociadas al ayuno y a la penitencia en momentos determinados podrían sugerir (dependiendo de cómo se enseñaron) que los cristianos podían contribuir a o incluso ganar su propia salvación a través de sus buenas obras; lo cual contradecía esta creencia fundamental. De hecho, los protestantes criticaban la visión de la iglesia católica romana de que el ayuno cuaresmal tenía un valor meritorio precisamente por esta razón.
Aún más, los protestantes hablan mucho de la libertad cristiana: la idea de que donde la Biblia no da una instrucción explícita, como en muchos asuntos de la práctica religiosa externa, la conciencia del creyente es libre. Con frecuencia, algunos afirman que el cristianismo antes de la Reforma erró al conectar nuestra salvación con ritos y ceremonias que no están específicamente indicadas en la Escritura, y para muchos protestantes, en este sentido, el ayuno cuaresmal fue uno de los primeros ejemplos de la violación de la libertad cristiana. Peor aún, las reglas detalladas de qué alimentos es permitido comer o no, en ciertos días, les parecía a muchos teólogos protestantes que iba en contra de la advertencia de San Pablo de no hacer distinciones religiosas entre alimentos aceptables e inaceptables. La Confesión de Augsburgo, la principal confesión de la fe luterana, cita, sobre este punto, a Romanos 14, Colosenses 2 y 1 Timoteo 4.
En efecto, la ruptura de las reglas de la iglesia para el ayuno cuaresmal juega un papel importante en la memoria protestante: la reforma en Zúrich, y por lo tanto el comienzo de la rama reformada del protestantismo, se remonta al “incidente de las salchichas” en 1522, en el cual un grupo de evangélicos comió salchichas durante la Cuaresma, después de que el sacerdote Ulrich Zwingli predicara contra las reglas de ayuno de la iglesia durante la Cuaresma. Entonces, no es de extrañar que muchas regiones protestantes dejaran de observar la Cuaresma por completo; y para aquellos que mantuvieron la tradición (en gran parte áreas luteranas), las prácticas de penitencia o ayuno se dejaron a la conciencia de cada persona en vez de ser establecidas por la iglesia.

Pieter Bruegel el Viejo, El combate entre don Carnal y doña Cuaresma (detalle), óleo sobre panel, 1559.
Sin embargo, no todas las tierras protestantes lo hicieron. Como ha demostrado el historiador británico Stephen Hampton, Inglaterra fue única al conservar no solo la tradición de la Cuaresma, sino también el ayuno cuaresmal específicamente. La legislación bajo los reyes Eduardo VI y Elizabeth I incluso mantuvo la abstinencia tradicional de consumir carne durante la Cuaresma, y frecuentes proclamaciones recordándoles a las personas de la “antigua y laudable orden de ayuno” en palabras de la proclamación de 1560. La capacidad de la iglesia de establecer ayunos públicos se planteó en documentos confesionales de la iglesia de Inglaterra (véase, por ejemplo, la “Homilía de las Buenas Obras y Primero del Ayuno”, del Segundo Libro de Homilías, una colección autorizada de sermones). Para aquellos protestantes que estaban convencidos de que la iglesia de Inglaterra no había logrado distinguirse suficientemente del catolicismo romano, a quienes generalmente denominamos “puritanos”, con frecuencia era vista como una prueba de que se requerían nuevas reformas. No obstante, existían otros protestantes devotos en Inglaterra, quienes creían que sus compromisos protestantes ya estaban bien representados en la vida y estructura de la iglesia inglesa. Y algunos de ellos escribieron específicamente acerca de la Cuaresma y el valor de conservar argumentos protestantes.
Un ejemplo especialmente importante de esta línea de argumento fue desarrollado por Richard Hooker, una figura central en mi investigación académica. Sus relatos protestantes de la Cuaresma son interesantes por algo más que simple curiosidad histórica; (aunque, como historiador de la Reforma inglesa, la curiosidad histórica es lo que me atrae). Más bien, para los protestantes de hoy en día que están interesados en explorar las prácticas históricas de ayuno y penitencia de la iglesia, pero que podrían preocuparse de que observar el ayuno cuaresmal contravenga las creencias que tanto aprecian, Hooker y otros ingleses protestantes defensores de la Cuaresma pueden proporcionar una necesaria tranquilidad: sí, los ingleses protestantes pueden observar la Cuaresma.
Richard Hooker defiende la observancia de la iglesia inglesa de la Cuaresma en su obra más importante, Of the lawes of ecclesiasticall politie, escrita a finales del reinado de la reina Elizabeth I. Hooker escribió esta obra enorme de ocho tomos con el fin de defender a la Iglesia de Inglaterra contra las objeciones puritanas; él sostenía que el fundamento de las creencias protestantes que él y sus interlocutores puritanos compartían se podían expresar mejor mediante la iglesia de Inglaterra tal como era, en lugar de hacerlo a través de varios esquemas de reforma que los puritanos buscaban introducir. Como parte de este argumento, Hooker refutó objeciones puritanas específicas a la práctica religiosa protestante inglesa, incluido el ayuno cuaresmal.
La base fundamental del banquete y el ayuno como prácticas cristianas, escribe Hooker, es que nos enseñan a expresar correctamente los dos sentimientos principales de la vida cristiana: el gozo y el dolor. Para que crezcamos en la vida cristiana, necesitamos practicar “la configuración de un sentimiento y […] el perfeccionamiento del otro”. Dado el protagonismo que se les da al dolor y al gozo para la existencia humana, la madurez cristiana requiere dolor y regocijo cristianos. Y esto es exactamente lo que el banquete y el ayuno nos piden que hagamos. La iglesia, “la escuela más absoluta y perfecta de toda virtud” nos enseña en el banquete a orientar de manera correcta nuestro gozo hacia Dios, a hacer que nuestro “regocijo esté en aquel cuya misericordia inmerecida es la autora de toda felicidad”. En el ayuno, tenemos la oportunidad de practicar un dolor santo combinado con confianza en la misericordia de Dios, cuando recordamos que “nosotros mismos nos condenamos como las únicas causas de nuestra propia desgracia y reconocemos todos que Él [Dios] es capaz y está dispuesto a salvarnos”. Es decir, aprendemos a apenamos correctamente al reconocer que la pecaminosidad humana es la causa última de todas nuestras aflicciones, y a entregarnos a la misericordia totalmente gratuita e inmerecida de Dios hacia nosotros.
La Cuaresma se trata de reconocer y apenarse ante la realidad de nuestros pecados individuales y colectivos, y reconocer que, aunque somos incapaces de rescatarnos a nosotros mismos, Dios es capaz y está dispuesto a salvarnos.
Otra forma de plantearlo es que el ayuno y el banquete se tratan de formar nuestros sentimientos de acuerdo con lo que los protestantes llaman ley y evangelio. Hooker no usa explícitamente este lenguaje, pero considero que está implícito en su obra. Para los protestantes, “ley” y “evangelio” son las dos formas en las que Dios se dirige a nosotros. La ley es una cuestión de los mandamientos de Dios; la forma en que Dios nos ordena vivir con amor hacia él y hacia el prójimo. Sin embargo, por muy buenos que sean estos mandamientos, no podemos cumplirlos y, por consiguiente, al enfrentarnos a ellos nos sentimos culpables de nuestra pecaminosidad e incapacidad para ser aceptables a Dios por nuestros propios esfuerzos. ¡Pero Dios no nos deja en la condenación! Entonces, el evangelio se trata de la gracia gratuita de Dios en Jesucristo: porque no podemos actuar rectamente ni acercarnos a Dios por nuestros propios esfuerzos, el Padre no solo crea y sostiene nuestra vida terrenal sino que también por su voluntad nos salva al enviar a su Hijo a vivir y morir por nosotros y justificar a todos los que creen en Jesús para salvación. En una especie de intercambio milagroso que Martín Lutero compara con el compartir de bienes en el matrimonio, Jesús, nuestro prometido, toma sobre sí la deuda de todos nuestros pecados y voluntariamente la lleva en la cruz, mientras nos da las riquezas de su gracia: el perdón de los pecados, la renovación de nuestras vidas por el poder del Espíritu Santo, y la vida eterna.
Y ¿qué tiene que ver todo esto con el banquete y el ayuno? Como lo hemos visto, para Hooker la piedad consiste en capacitarnos para ver nuestro dolor como un resultado fundamental de la pecaminosidad, de modo que nos demos cuenta de nuestro pecado y busquemos la ayuda de Dios. Poniéndolo de otra forma, se trata de formar nuestra experiencia humana del dolor de acuerdo con la función condenatoria de la ley; apenarse de manera correcta es darse cuenta exactamente de lo que la ley nos muestra, a saber: que somos pecadores que necesitan la ayuda de Dios. Por lo tanto, el ayuno nos enseña a ver todas nuestras alegrías como provenientes del evangelio, todas las bendiciones de nuestras vidas como regalos de nuestro Dios misericordioso relacionados con el regalo de sí mismo en Cristo Jesús. El banquete y el ayuno, para Hooker, nos ayudan a acostumbrar nuestros sentimientos de acuerdo a la verdad de que todas nuestras penas se relacionan con la pecaminosidad que la ley nos muestra, y que todas nuestras alegrías se relacionan con la gracia gratuita de Dios que el Evangelio proclama. Festejar y ayunar nos prepara para sentir las verdades que la teología protestante proclama.
No obstante, ¿por qué esto requiere un ayuno regular y público, como el que se hace durante la Cuaresma? Dado que el ayuno católico romano parecía amenazar el apreciado valor protestante de la libertad cristiana, ¿no sería suficiente invitar a los cristianos a ayunar por su cuenta cuando se sientan conmovidos a hacerlo, como un acto de humildad ante Dios, para refrenar sus apetitos o prepararse para un tiempo de oración intensa? Especialmente, si esto se complementara con ayunos públicos ocasionales en tiempos de dolor o desastre nacional. En esencia, esta fue la posición puritana. Sin embargo, Hooker no está tan seguro. Él apoya este tipo de ayunos pero piensa que por sí solos, probablemente serán insuficientes. El problema radica en que no nos gusta apenarnos por nuestros pecados; no nos gusta relacionar nuestros sufrimientos con nuestra pecaminosidad; no nos gusta ser condenados por la ley. Como sostiene Hooker: “La experiencia nos enseña claramente lo poco que sirve decirles a los hombres que laven sus pecados con lágrimas de arrepentimiento y luego abandonarlos completamente a su suerte”. Dejados a nuestra propia suerte, encontraremos cualquier cantidad de excusas para evitar el duelo por nuestros propios pecados.

Pieter Bruegel el Viejo, El combate entre don Carnal y doña Cuaresma (detalle)
Adicionalmente, los cristianos también son culpables de pecados colectivos, “comunes a toda la sociedad”, que se deben sufrir en comunidad “en algún momento de manera solemne” al igual que se cometieron en conjunto. Por estas razones, Hooker considera que es más apropiado para las iglesias apartar momentos habituales de ayuno comunitario. Dios no ordena que estos ayunos deban ser en un momento específico; en ninguna parte en la Escritura se indica que la iglesia celebre un ayuno durante la Cuaresma. Y ciertamente, Hooker hace énfasis en que las iglesias no deben tratar cierto patrón de ayuno o abstinencia de consumir alimentos como si fuera ordenado por Dios a todos los cristianos o que fuera necesario para nuestra salvación. De hecho, parece que Hooker piensa que la legislación inglesa que ordena abstenerse de comer carne durante la Cuaresma es un asunto meramente civil, no religioso; para él, el ayuno consiste no en abstenerse de consumir carne, sino de la comida en su totalidad, tanto como sea posible.
Sin embargo, así como la iglesia tiene el poder de elegir una liturgia particular para usarla en su vida de adoración y luego esperar que sea aceptada (incluso si muchas otras formas de organizar la adoración también son en sí mismas aceptables para Dios), de igual manera, la iglesia puede elegir momentos particulares para ayunar y esperar que sus miembros guarden estos ayunos. Hooker dice en otra parte que la antigüedad y universalidad de las prácticas de la iglesia sugieren que, probablemente, deberían conservarse a menos que haya un problema evidente para hacerlo. Por estas razones, la Cuaresma parece ser un momento particularmente apropiado para que la iglesia lo reserve para el ayuno, aunque no sea obligatorio que la iglesia lo haga.
¿Qué significa para nosotros hoy, más de cuatrocientos años después, este debate del siglo XVI? ¿Deberían los protestantes, o cualquier cristiano, guardar la Cuaresma? La lógica de Hooker indica que las iglesias de hoy que no observan un ayuno cuaresmal no deben ser condenadas; no es una parte esencial de la vida cristiana, porque Dios no lo ordenó. Pero también muestra que guardar la Cuaresma no solo no contradice la enseñanza protestante, sino que de hecho está particularmente de acuerdo con ella. Entendido correctamente, el ayuno cuaresmal (o cualquier otro ayuno habitual establecido por la iglesia) no atenta contra la libertad cristiana ni implica ver algunos alimentos como especialmente impuros. No solo no contradice el énfasis protestante en la agencia divina de la salvación, sino que de hecho lo resalta. Porque el propósito del ayuno y el banquete es pedagógico: nos enseña a apenarnos y a regocijarnos correctamente, lo que para Hooker significa relacionar todos nuestros dolores con la pecaminosidad humana y todas nuestras alegrías con la misericordia totalmente inmerecida de Dios hacia nosotros. Nos ayuda a sentir en nuestros afectos las verdades que están en el corazón de la comprensión protestante del Evangelio. Según Hooker, no solo los protestantes pueden guardar la Cuaresma, sino que son especialmente ellos quienes tienen buenas razones para guardar el ayuno.
Ya sea que compartamos o no las preocupaciones particulares sobre la Cuaresma que tanto inquietaron a los adversarios puritanos de Hooker, él ofrece una forma útil de pensar en este momento. Él hace énfasis en que la Cuaresma no se trata de demostrar nuestra santidad mediante hazañas ascéticas o castigarnos para ganarnos el favor divino, una afirmación con la que los cristianos de todas las denominaciones pueden estar de acuerdo. No: la Cuaresma se trata de reconocer y apenarse ante la realidad de nuestros pecados individuales y colectivos, hacer un balance de las formas en que nuestro fracaso en amar a Dios y al prójimo han disminuido y dañado nuestras vidas, y reconocer que, aunque somos incapaces de rescatarnos a nosotros mismos del desastre que hemos hecho, Dios es capaz y está dispuesto a salvarnos. Tal comprensión podría ayudarnos a decir, con ese otro gran anglicano George Herbert, “Bienvenida querida fiesta de Cuaresma”.
Traducción de Clara Beltrán