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CajaEspiritualidades en diálogo en siglo XXI
La reconciliación con Dios acompaña a la reconciliación con nuestros semejantes.
por John Driver
jueves, 07 de julio de 2022
Un destacado teólogo menonita estadounidense observó hace algunos años que los movimientos de reforma radical generalmente han tendido a tomar la forma inversa de las deficiencias que percibían en las iglesias establecidas y que intentaban reformar. Por ejemplo, en una situación donde a la iglesia como una «comunidad sacramental», los radicales tuvieron la tendencia muchas veces a eliminar el concepto sacramental de su eclesiología, con el fin de recuperar una visión y una vivencia más dinámicas y más salvíficamente encarnadas en sus realidades históricas. En su reacción frente a lo que consideraban una liturgia «idolátrica» (Conrado Grebel comparaba partes del canto en la catedral en Zurich con «el ladrido de los perros»), el culto de los anabautistas quedó privado, en general, de símbolos para comunicar la gracia y el amor de Dios. Sin embargo, en su afán de ser más fieles al evangelio, los anabautistas no fueron los únicos a través de la historia que empobrecieron su espiritualidad en estos aspectos.
Roland Bainton, el renombrado historiador estadounidense de la generación pasada, ha sugerido que la mayor tragedia que sufrió Martín Lutero consistió de no haber estado cerca de anabautistas con quienes tuviera que relacionarse y dialogar en la búsqueda de algún grado de convivencia. Por otra parte, en su reacción frente a un énfasis casi exclusivo en el concepto de la justificación por la fe sola, sin obras —con la conocida disminución del nivel general de la moralidad social que resultó tras la reforma luterana— algunos grupos anabautistas enfatizaron tanto la obediencia —con el resultante legalismo— que prácticamente llegaron a una especie de parálisis moralista. Y esta condición duró por más de una generación en muchas congregaciones anabautistas-menonitas.
En la introducción y en la conclusión de su libro De semilla anabautista, el historiador menonita canadiense Arnold Snyder nos regala una imagen y una reflexión sencillas y profundas sobre la legitimidad de la identidad de una espiritualidad determinada y sobre la ineludible necesidad de convivencia radical entre las diversas tradiciones cristianas y sus respectivas espiritualidades:
Todos los agricultores saben que para cultivar plantas sanas que den fruto se necesitan tres cosas: buena semilla, buena tierra y buen cuidado. La elección de las semillas es crucial. Si alguien siembra semillas de mango esperando recoger naranjas tendrá una gran desilusión. Por más fertilizante que utilice no podrá cambiar la especie, que radica en la semilla. Pero elegir y sembrar la semilla correcta no es suficiente. La semilla debe ser sembrada en tierra fértil, o morirá; y las pequeñas plantas deben ser nutridas y cuidadas, si se quiere que den frutos. Las iglesias pueden ser como las plantas. Nuestra familia de iglesias vio la luz por primera vez en el siglo XVI. Brotó de una semilla anabautista. La semilla original encontró suelo fértil, fue cultivada y nutrida, y produjo abundante cosecha. Las semillas recogidas fueron transplantadas por todo el mundo en los últimos casi 500 años. La naturaleza básica de la semilla todavía se ve en la planta, aunque el cultivo y los diferentes climas han cambiado la planta de maneras importantes […]
Al mismo tiempo, sin embargo, Snyder también nos anima a trabajar continuamente en la tarea de entrar nuevamente en diálogo y hermandad con cristianos de otras tradiciones con respecto a nuestras perspectivas espirituales.
Hay mucho más de lo que podemos y deberíamos aprender del testimonio de estos testigos fieles. Sin embargo, no puede esperarse que un solo tipo de semilla puede llenar toda la viña de Dios. Una sola variedad de uva no puede producir todas las clases de vino, desde el dulce al seco, desde el tinto al blanco.1
En el siglo XVI existía la convicción de que sólo había una verdad, y ésta estaba contendida solamente en una tradición. Por eso, las iglesias establecidas, que creían tener la posesión de esta verdad, perseguían a muerte a los movimientos reformistas que osaban cuestionar su autoridad. Claro está que estos movimientos, una vez consolidados, tendían a asumir una actitud semejante en relación a sus adversarios.
Gracias a Dios, y en parte debido a los aportes de algunos de estos movimientos de reforma radical —que pensaban que Dios podría aún seguir revelándose y que podríamos descubrir nuevas verdades de su Santa Palabra— estamos aprendiendo a apreciar los diferentes dones y legados conservados en todas las tradiciones cristianas. Los herederos de la tradición anabautista también tenemos elementos importantes que aportar al dialogo y, a la vez, aprender de otros.
Recapitulando algunos conceptos vertidos en el tercero y el cuatro capítulo de este libro, lo que sigue son ejes temáticos cristianas desde el siglo XVI hasta el presente, consideramos oportunos y vigentes para incluir en las agendas de diálogo entre las diversas espiritualidades cristianas:
1. Pneumatología. En el contexto de la cristiandad establecida en el siglo XVI, fuera católica o protestante clásica, para los anabautistas resultó vivificante recuperar una experiencia viva de la poderosa intervención del Espíritu de Dios en la vida comunitaria y personal. La experiencia de tres bautismos: (del Espíritu, en agua, y de sangre) simbolizaba la profundidad e intensidad del encuentro con Dios y el prójimo, no sólo en los comienzos del movimiento anabautista sino a también a lo largo de toda su historia y misión.
Pero los anabautistas del siglo XX hemos tenido que aprender mucho a través de los dones de otras tradiciones y otras espiritualidades. Por ejemplo, por medio de los aportes de pentecostales y carismáticos hemos vuelto a recordar y a experimentar de nuevo ciertos aspectos de nuestra propia tradición pneumatológica que hacía tiempo habíamos olvidado en la práctica.
2. Autoridad e interpretación bíblicas. En una cristiandad donde la tradición establecida había llegado a reconocer, en la práctica, la autoridad absoluta del magisterio de la iglesia en cuestiones que requerían discernimiento e interpretación, la «hermenéutica comunitaria» propiciada por los anabautistas del siglo XVI era una práctica inaudita.
Las controversias con disidentes en la historia de las iglesias establecidas fueron en gran parte lo que las condujo a la dependencia casi exclusiva del magisterio. Para los católicos, esta función la cumplieron los obispos y, en última instancia, el obispo de Roma, el Papa; entre los luteranos y otros grupos protestantes clásicos, fueron los profesores de teología en sus universidades y todo el clero.
Por su parte, los anabautistas del siglo XVI pensaban que se podría conocer la voluntad de Dios en la medida en que existiera: 1) Una comunidad de discípulos de Cristo dispuesta a conocer y obedecer la voluntad de Dios para su vida. 2) Una comunidad de discípulos de Cristo que escudriñara las Escrituras. 3) Una comunidad de discípulos de Cristo que, bajo la inspiración y dirección del Espíritu del Cristo presente en su medio, ponga por obra la buena voluntad de Dios.
La salvación es personal, sí, pero no es individual en el sentido de poder experimentarla independientemente y de forma aislada de la comunidad de la fe.
3. Eclesiología. En un contexto en que la iglesia era concebida en términos algo estáticos y ontológicos —como comunión sacramental, o como locus de la verdadera proclamación evangélica y como custodio de la sana doctrina y el culto, «donde la palabra es predicada en verdad y los sacramentos celebrados correctamente» (así Lutero y Cal-vino señalaban las notas de una iglesia verdadera) — la visión anabautista era realmente atrevida. Los anabautistas veían a la iglesia como la comunidad de fe autoriza-da para interpretar las Escrituras a fin de cumplir la «regla de Cristo». Hay indicadores que demuestran que esta nueva concepción de la iglesia era el primer requisito para que un creyente pudriera ser bautizado (Hubmaier y Grebel).
Los anabautistas necesitaban listas de «notas» más largas para sus definiciones de una iglesia verdadera. La lista de Menno Simons es un ejemplo de ello:
- La enseñanza salvífica y no adulterada de la Palabra.
- El uso escritural de los sacramentos.
- La obediencia a la Palabra de Dios manifestada mediante la santidad de vida.
- Un amor sincero y no fingido para los demás.
- La confesión fiel del nombre, la voluntad, la palabra, y la ordenanza de Cristo «frente a toda crueldad, tiranía, tumulto, fuego, espada, y violencia del mundo».
- La cruz de Cristo libremente asumida por todos sus discípulos mediante su testimonio y su palabra.2
4. Cristología y soteriología. Para los anabautistas, la salvación no descansaba solamente en la fe del creyente. Por ejemplo, las frases claves en la Confesión de Schleitheim eran «andar en la resurrección de Jesucristo» y «la obediencia de la fe». Según esta visión, la salvación es fundamentalmente relacional y no puede divorciarse de la eclesiología. La salvación implica una convivencia radical con Dios y con el prójimo que encarne una vida semejante a la de Cristo en el contexto de la comunidad de fe. En la soteriología de Miguel Sattler, por ejemplo, se nota una síntesis de elementos protestantes clásicos y católicas. Pero, en el fondo, esta visión comunitaria de la salvación no era ni católica ni protestante clásica sino netamente anabautista.
La salvación es personal, sí, pero no es individual en el sentido de poder experimentarla independientemente y de forma aislada de la comunidad de la fe. La reconciliación con Dios acompaña a la reconciliación con nuestros semejantes.
En un ambiente en que a Jesús se le conocía principalmente como «el Salvador que muere» y como «el Juez que viene», los anabautistas del siglo XVI lo confesaban también como «el Señor a ser seguido» en todas las dimensiones de la vida. Sólo así se podía conocerle a Cristo verdaderamente. De la cristología anabautista se derivan los conceptos y las prácticas de la espiritualidad anabautista.
5. Justicia y Paz. A partir de la síntesis constantiniana y la subsiguiente articulación agustiniana de una teoría sobre la guerra justa, el testimonio de las iglesias no ha sido unívoca: no hemos podido hablar con una sola voz ante el mundo. La cristiandad establecida se preocupa, en el mejor de los casos, en aclarar cuándo y bajo qué circunstancias los cristianos podrían participar en conflictos bélicos sin incurrir en culpabilidad, limitando así por lo menos, y en principio, la violencia entre los cristianos.
Sin embargo, no siempre ha sido así. Entre todos los padres de la iglesia primitiva, cuyos escritos han llegado hasta nosotros, no hay ninguno que haya justificado la participación de los cristianos en la guerra. La gran mayoría de la iglesia precostantiniana y luego los movimientos radicales —desde Constantino hasta nuestros propios días— se han pronunciado, con hechos y palabras, en contra de toda forma de violencia de parte de los cristianos.
En este tema, las iglesias de la «corriente principal» del cristianismo —católicos, ortodoxos y protestantes clásicos— generalmente han reconocido su deuda con los radicales y esperan de los anabautistas, por ejemplo, testimonios y obras que conduzcan a la restauración de la justicia y la paz. En estos tiempos de «guerras y rumores de guerras» es prioritario poder nutrir y sostener esta visión entre nuestros propios hermanos y hermanas. Por ejemplo, ante la invasión estadounidense y británica a Irak en 2003 se ha puesto de manifiesto nuevamente en los Estados Unidos que los anabautistas-menonitas —tradicionalmente pacifistas absolutos— no tenemos una sola opinión en estas cuestiones, y que las diferencias no se limitan meramente a las divisiones denominacionales formales. Se hace necesario entablar diálogos sobre este tema a niveles intradenominacionales y hasta intracongregacionales, al igual que intercongregacionales, interdenominacionales e interconfesionales.
En mis andanzas he observado que si bien es posible conservar una ideología de paz —aún con la ausencia de una práctica concreta de estas ideas—, probablemente sea imposible conservar una auténtica teología de la paz sin una convivencia radical concreta de la paz. He aquí una diferencia fundamental entre ideología y teología. Se me ocurre que hacer teología con autenticidad tiene que ver realmente con la articulación de verdades vividas, a fin de comprenderlas y vivirlas con mayor fidelidad y comunicarlas en nuestra misión evangelizadora.
Muchos de nuestros hermanos y hermanas en el sur global nos han recordado la relación esencial entre justicia y paz en nuestro llamado a participar del shalom de Dios en el mundo. Al parecer Menno Simons entendió esto muy claramente. Como los antiguos profetas, entendió justicia en su esencia bíblica (como el de Dios dándonos lo que necesitamos, en lugar de lo que merecemos).
Todos aquellos que son nacidos de Dios…. deben…amar a su prójimo, no solo con dinero y cosas, sino también como el ejemplo de su Señor y cabeza, Jesucristo, en una manera evangélica, con sus vidas y su sangre. Ellos muestran amor y misericordia… a ninguno de ellos les es permitido mendigar… ellos aceptan a aquellos angustiados. Ellos reciben al extraño en sus casas. Ellos confortan al afligido; asisten al necesitado; visten al desnudo; alimentan al hambriento; no dan la espalda a los pobres; no desprecian su propia carne.3
6. Vocación misionera. Probablemente uno de los aportes más originales de los anabautistas del siglo XVI era su concepto de bautismo como comisión a participar en la misión de Dios en el mundo. A diferencia de las órdenes misioneras católicas, donde la comisión misionera estaba limitada a los que habían recibido «órdenes» de la iglesia, los anabautistas fueron la primera comunidad eclesial (desde Constantino) en aplicar la gran comisión a todos los miembros de la comunidad de fe en base a sus votos bautismales, restaurando así la visión y las prácticas misionales de la iglesia primitiva.
Durante el siglo XX, anabautistas-menonitas de Estados Unidos recuperaron algo de su visión misionera perdida hacía mucho, no tanto por redescubrirlo en sus raíces históricas radicales sino por el aporte de otras tradiciones y espiritualidades cristianas. Ha sido sólo después de muchos años que esta visión ha podido echar raíces y profundizarse mediante una relectura bíblica e histórica.
Otro desafío para los herederos de los anabautistas del siglo XVI es recuperar las dimensiones de la justicia y la paz en la evangelización. Probablemente en esto caso, debido a nuestra tendencia a escuchar más lo que dicen otras tradiciones que volver a una lectura radical de las Escrituras, hemos colocado la justicia y la paz en el «paquete» de la ética cristiana en lugar de dejarlas en el amplio espacio de las buenas nuevas del evangelio, tal como están en el Nuevo Testamento. Allí el evangelio es un evangelio de paz.
Para comunicar el auténtico evangelio es preciso amar a nuestros enemigos, tal como Dios ama a sus enemigos. Aquí encontramos lo escandaloso en la misión de Jesús que vino proclamando el Evangelio de la paz a los excluidos, los desheredados, los marginados, a todos aquellos tenidos por enemigos de Dios. Aquí los herederos de los anabautistas del siglo aún tenemos mucho que aprender de nuestros hermanos radicales que participan en otras tradiciones.
En nuestra convivencia actual con nuestros hermanos y hermanas en la gran familia de la fe no tenemos el lujo de poder elegir a nuestros antepasados. Todos somos herederos de una tradición u otra. La vida y misión universal de la iglesia es tremendamente beneficiada cuando todas las tradiciones traen sus aportes a la mesa de la comunión fraterna.
Hace muchos años, en una conversación personal, el teólogo René Padilla compartió conmigo su parecer de que nuestra comprensión teológica será más plena sólo cuando todas las tradiciones de la iglesia de Cristo en todo el mundo hayan podido aportar sus perspectivas y experiencias de la gracia de Dios y su plan para la restauración de la humanidad y toda la creación. A la luz de esta apremiante necesidad de convivencia radical entre las tradiciones eclesiales y sus espiritualidades, algunas de las preguntas más candentes de los anabautistas de hoy podrían ser las siguientes:
- ¿Qué aportes necesitamos recibir de nuestros hermanos y hermanas de otras tradiciones, de vivencias de los propósitos de Dios entre ellos?
- ¿Qué aportes esperan nuestros hermanos y hermanas de nosotros y de nuestras vivencias de los propósitos de Dios en nuestro medio?
- ¿Cómo podemos todos participar más fielmente en los propósitos salvíficos de Dios, como copartícipes con él su misión en el mundo?
Extracto de Convivencia radical: Espiritualidad para el siglo XXI.
Notas
- C. Arnold Snyder, De semilla anabautista, El Núcleo histórico de la identidad anabautista, Pandora, Kitchener, 1999.
- Leonard Verduin, traductor, y J. C., Wenger, editor, Complete Writings of Menno Simons, Harold Press, Scottdale, 1956, pp. 739-741.
- Wenger, Complete Writings of Menno Simons, 558.