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    Cerro Hu, Paraguay, July 2019

    La experiencia de Dios

    por Eberhard Arnold

    lunes, 02 de diciembre de 2019
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    • Carlos Parada Miranda

      Ojalá, que como parte de la celebración del primer centenario del Bruderhof, puedan traducir esta tremenda obra de Eberhard Arnold. Gracias hermanos por tanto.

    En esta selección de su magnum opus Innerland, Arnold hace hincapié en Cristo como persona, no como concepto o como mera figura histórica. Jesús no trajo una nueva religión, sino nueva vida. Y su mensaje carece de significado si no afecta nuestra manera de vivir.

    El reino de Dios es la voluntad de Dios hecha realidad. Y la voluntad de Dios no está condicionada, no puede estar limitada. No reconoce ninguna otra voluntad y no tolera ninguna autoridad rival. Tampoco se alía con nada que reduzca, restrinja o limite el amor. El reino de Dios es poder: es la justicia de Dios, la paz de Jesucristo y el gozo en el Espíritu Santo.

    Y el reino de Dios puede empezar ahora mismo, en nuestro tiempo, en cualquier lugar donde reine la paz de Cristo. Porque Dios envía el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones. Esto produce tanto una obligación como una autoridad: los que están sujetos a este Espíritu deben expulsar todos los demás espíritus, y tienen que establecer como válidas las leyes espirituales del reino incluso en las esferas externas de la vida.

    La paz de Dios en nuestros corazones nos capacitará para convertirnos en constructores y portadores de paz exterior. Porque Dios llena el corazón del creyente con una alegría tan desbordante que por amor tiene que salir al encuentro de todos, expulsando los espíritus de la guerra y la lucha, de la competencia y la propiedad privada. Los que reciben esta alegría se sentirán atraídos, uno tras otro, al círculo del amor y la comunidad completa. El espíritu de la iglesia es el espíritu del reino de Dios, el espíritu de justicia, paz y alegría. Y es la iglesia de Jesucristo la que trae este reino a la tierra aquí y ahora.

    No deberíamos decir que creemos en Cristo y su reino no sacrificamos todo y compartimos todo unos con otros, igual que él lo hizo.

    El Espíritu de Dios actúa en nuestros corazones, pero también produce consecuencias externas. Este Espíritu quiere la comunidad en todas las cosas y por ello rompe todas las relaciones humanas y las construye de nuevo. Este Espíritu no tiene su origen en las personas, sino que se desborda en los corazones creyentes, corazones que, cuando están llenos de Dios, irradian una fe que fortalece la vida y acrecienta las obras por mil. Esta fe es algo personal, pero es también una realidad objetiva. Es la seguridad de la confianza con la que Pablo declara: «ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios». No puede haber más vida de fe que la que se vive en unidad y comunidad con Cristo.

    La fe cobra vida en Cristo. Nosotros vivimos en Cristo y Cristo vive en nosotros; es él quien transforma nuestras vidas desde dentro. Lutero experimentó esta relación mutua sólo después de varios años de lucha; por esta razón su experiencia de Dios es importante históricamente. Su conciencia de pecado y su temor a la justicia de Dios lo hundieron en una angustia tan grande que no sabía qué camino tomar. No podía encontrar consuelo, ni desde dentro ni desde fuera, y sentía que tenía que perecer sin remedio.

    Sólo a través de la gracia del amor de Cristo pudo afirmar después, en una carta a su amigo Spenlein, que Cristo nos justifica sin nuestras propias obras ni esfuerzos, y que sin esta justificación no podemos vivir delante de Dios, ante nosotros mismos o ante otros:

    Aprende a conocer a Cristo, es decir, a Cristo crucificado… Dile: «Tú, Señor Jesús, eres mi justicia, pero yo soy tu pecado. Tú has tomado sobre ti lo que era mío y me has dado lo que era tuyo; tú has aceptado lo que no has sido y me has dado lo que yo no he sido». Sí, aprenderás del mismo Cristo que, de la misma manera que te ha aceptado a ti, ha hecho suyos tus pecados, y ha hecho tuya su justicia.

    Esta relación mutua, este mutuo dar y recibir, es la comprensión de Lutero de las palabras: «ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí». Y la certeza de esta unicidad no depende de nosotros sino de él. Morimos a nosotros mismos sólo cuando nuestra voluntad se hace una con su voluntad de morir. Todo lo que nosotros hemos sido, hemos experimentado o hemos logrado tiene que morir en la cruz. Sólo desde el sepulcro de Cristo puede la voluntad resucitar a la libertad.

    Es la soledad del crucificado la que nos da la libertad frente a la autosuficiencia. Es el paso dado por la fe, hasta la muerte y a través del sepulcro, lo que lleva a la certeza de la vida. Cristo nos acepta de una manera tan completa que dice: «Yo soy este pobre pecador; su pecado es mi pecado y su muerte es mi muerte». Esta unidad en la muerte nos libera del pecado, a pesar de la conciencia más aterradora que podamos tener de él. ¡Nosotros tenemos vida en el resucitado!

    Ahora Cristo está en nosotros: él ha tomado sobre sí nuestra vida. Él se ha llevado nuestra antigua vida; a través de su vida, ahora compartimos todo lo que él es. Todo lo que él posee nos lo ofrece ahora. El mismo Jesús que dice: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra», nos da ahora su autoridad. El mismo Cristo que se sienta a la derecha del Padre nos hace partícipes de su divinidad. Él, el Hijo del hombre, el último Adán, nos ha hecho sus hermanos y hermanas.

    Cerro Hu, Paraguay, July 2019

    A menudo se olvida que para Lutero la fe significaba tomar posesión del tesoro precioso y costoso, es decir, de Cristo. Sólo Cristo mismo pudo dar sustancia y contenido a la fe de Lutero. Pero nosotros no necesitamos definir la fe. Lo que necesitamos es sencillamente a Cristo. Cristo desciende hasta nosotros y se convierte en nuestra vida. Su venida es fe; lo que él hace es fe. Las fuerzas humanas de la piedad, la sabiduría y la religión, a pesar de toda su comprensión y sus buenas intenciones, no tienen fe. Sus esfuerzos por elevarse hasta Dios son inútiles. Creer en Cristo significa simplemente que Cristo se hace uno con nosotros. Significa que él permanece en nosotros. La vida que tenemos en la fe es Cristo mismo.

    Y donde está Cristo queda cancelada para siempre la ley que nos condena. Aquí está Cristo, que condena el pecado y silencia la muerte. Donde está él, tiene que retirarse todo aquello que destruye la vida. ¿Quién puede separarnos del amor de Cristo? ¡Cristo está aquí! Ningún poder puede separarnos del amor de Dios mientras él, el más poderoso, sea nuestro maestro. Si lo perdemos, no hay ayuda posible, ni consuelo, ni abogado en ninguna parte. El terror de la muerte será todo lo que podamos conocer. Pero estar con Cristo significa vida y paz, dentro y fuera.

    La vida de Cristo es energía, porque Dios es poder dinámico. Lutero dice expresamente que el Espíritu Santo no deja al creyente ocioso, sino que lo empuja a «toda forma de bien, en la que puede ejercitar su fe y probar su carácter cristiano». Pero aquí tenemos que ir más allá de Lutero, porque aquí él no avanza más.

    Si Cristo vive en nosotros, desplegará sus poderes en nosotros. La justicia y rectitud de su Padre se convertirá en nuestra justicia y rectitud. Cristo en nosotros significa servir a otros y trabajar por los demás, porque nuestra fe debe ser tan activa en el amor como fue la suya. Lo que él realizó, también nosotros tenemos que ponerlo en práctica.

    Cerro Hu, Paraguay, July 2019

    La unidad de Jesús con el Padre es tan completa que llega a decir: «Todo lo que yo tengo es tuyo, y todo lo que tú tienes es mío». De la misma manera, los creyentes están tan unidos con Cristo que también pueden decir, a Cristo y a sus hermanos y hermanas: «Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío». El amor de Cristo los impulsa a actuar y a vivir de esta manera. La justicia y rectitud de los cristianos es Cristo y su vida. El Espíritu Santo los apremia a realizar las mismas obras buenas que Jesús hizo.

    Los que han sido cautivados por Jesús tienen, como él, un amor que renuncia a todos los privilegios. Cuando confiesan que Cristo es su vida, escogen como Cristo la pobreza voluntaria por causa del amor; sacrifican como Cristo sus vidas incondicionalmente por los amigos y los enemigos, con todo lo que son y lo que tienen.

    A Jesús se le dio toda autoridad y poder. Su amor, por tanto, debe reinar incondicionalmente y sin impedimentos en las vidas de aquellos que reciben su autoridad. Sólo entonces puede darles su comisión. Y esta comisión debe llenar toda la vida. Debe transformar todas las circunstancias y relaciones de acuerdo con sus demandas objetivas.

    No deberíamos decir que creemos en Cristo y su reino, o en la unidad y comunidad con él, si no sacrificamos todo y compartimos todo unos con otros, igual que él lo hizo. No deberíamos afirmar que su bondad y su justicia se han convertido en nuestra bondad y nuestra justicia, si no nos entregamos a los más pobres y oprimidos igual que él se entregó a ellos. No deberíamos pensar que hemos experimentado al Todopoderoso, que ejerce toda autoridad a la diestra del Poder, si sus obras de justicia y comunidad no se cumplen en nuestras vidas. Si tenemos fe, la actuación de esta fe tiene que resultar evidente en obras de amor perfecto. Si Cristo reina en nosotros, su reinado tiene que salir de nosotros a todas las naciones. Si su espíritu está en nosotros, las corrientes de su Espíritu deben transformar todo lo que nos rodea de acuerdo con sus promesas sobre el reino venidero.


    Traducción de Raúl Serradell

    Cerro Hu, Paraguay, July 2019
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