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CajaSegún los primeros tres Evangelios, los doce apóstoles fueron enviados en misión con las palabras: «Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». En el Evangelio de Juan, Jesús habla de otra forma de misión: «Que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado».
Esto es muy importante para nosotros hoy. Aquí Jesús no pone el énfasis en la predicación del evangelio para ganar gente del mundo, sino en la unidad: «Que todos sean uno... para que el mundo crea que tú me has enviado». En esta oración, la misión consiste en la unidad de los discípulos.
La unidad cuesta una lucha; cuesta la disciplina en la iglesia y el sufrimiento; cuesta el perdón renovado, la confianza y el amor una y otra vez a las mismas personas que nos han hecho daño. Si la unidad es fuerte entre nosotros, resplandecerá en el mundo. No sabemos cómo, pero lo hará.
Vivimos en comunidad, porque queremos ser hermanos y hermanas. Ese es nuestro primer llamado: ser hermanos, también para las personas más humildes, de modo que a nadie se menosprecie, ni se olvide la necesidad de nadie. Estamos aquí para cuidar de nuestros hijos, nuestros hermanos y hermanas, nuestros ancianos, viudas y huérfanos. Nuestro llamado principal no es buscar gente de los barrios marginados y demás; que incluso podría destruirnos. Si todos nos dispersáramos, nos desintegraríamos y nos convertiríamos como cualquier otra organización establecida para realizar trabajo social.
Anhelo la misión apostólica: ir por las veredas y los caminos e invitar a las personas a la gran fiesta del reino de Dios. Pero cada día vivido en verdadera unidad también es misión. Lee Juan 17, donde Jesús dice que por la unidad y el amor de los discípulos el mundo reconocerá que el Padre lo envió. No hay mayor visión que esa. Si solo luchamos por abrirnos paso para alcanzar esta unidad, Dios nos dará la fuerza para llevar a cabo ambas formas de misión y cada miembro participará.
Cada día vivido en verdadera unidad también es misión.
Nuestra vida parece tener una cierta contradicción. Por un lado, nos gustaría abrazar a toda la humanidad. Si fuera posible, nos gustaría convencer a miles y millones de personas para vivir como hermanos y hermanas en Cristo. Queremos que el mayor número posible llegue a nosotros para que podamos compartir con ellos. Y anhelamos que nuestro impulso misionero se haga todavía más fuerte. Por otro lado, preferiríamos tener solo dos o tres miembros que estén totalmente dedicados, en lugar de cientos y cientos de personas que no lo hagan. No queremos que se pierda la sal de nuestro testimonio. Preferiríamos ser un grupo de solo unos pocos, con amor verdadero y fe auténtica en Cristo, que un movimiento de masas donde haya odio y celos.
Debemos anhelar que el amor fluya cada vez más desde nuestro círculo, para poder enviar personas en misión desde una iglesia unida. Hasta que podamos hacerlo, todavía no estaremos viviendo solo por amor. Cuando no tenemos la fuerza para la misión, es una señal de que nuestra iglesia no está completamente consagrada al amor, y esto debería humillarnos.
Extracto del libro Discipulado.