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Caja¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! ¡Cuán bueno es cantar salmos a nuestro Dios, cuán agradable y justo es alabarlo!
Alabar al Señor es bueno. Alabar es agradable y apropiado, mucho mejor que quejarse o desanimarse. Escucha bien: es bueno cantar alabanzas. Alabar verdaderamente es adecuado, especialmente para personas que no son afortunadas y que tienen muchas razones para estar tristes y angustiadas. ¡Qué conmovedor es escuchar sus alabanzas! Pero, ¿y el resto de nosotros?
¿Podemos siempre cantar alabanzas? ¿Por qué siempre comenzamos por quejarnos, resistirnos o preocuparnos? Sí, hay cosas que nos ponen tristes e infelices, que producen llanto y dolor, temor y angustia. No quiero decir que nunca debamos llorar ni lamentarnos. Pero recordemos que aunque estemos afligidos, podemos exclamar: «¡Alabado sea Dios!». Siempre podemos pensar en algo alegre. Siempre existe algo digno de alabanza.
Siempre hay algo a lo que podemos aferrarnos y que nos eleva a nosotros y a los demás.
Sin embargo, decir un espontáneo, casi irreflexivo, «Gloria a Dios» o «Gracias Dios», no es suficiente. Tenemos que pensar más a fondo en el significado de esas palabras. Siempre hay algo a lo que podemos aferrarnos y que nos eleva a nosotros y a los demás. Si comprendemos esto de manera correcta, la alabanza quitará la pesada carga de nuestra angustia. Entonces la atmósfera a nuestro alrededor será buena, agradable y reconfortante para todos los que nos acompañan en nuestra aflicción; nuestra solidaridad será realmente revitalizadora y una alegría.
Preocuparse y lamentarse, comportarse con desesperación, solo provoca angustia. Oh, ¡Si tan solo los que somos abatidos y desdichados pudiéramos alabar al Señor! Y recuerda, especialmente cuando Dios te ha dado su gracia y salvación, no des por hecho sus bendiciones, como si Dios estuviera obligado a permitir que siempre te vaya bien. Semejante actitud desagradecida es insensible, y los que te rodean simplemente se apartarán de ti. No. Aprende a alabar a Dios, al menos cuando tengas razones obvias para hacerlo.
Si somos capaces de decirles a todos con franqueza y con un corazón alegre que alabamos a Dios y le damos gracias por toda su bondad, si representamos y proclamamos a nuestro amoroso y misericordioso Dios, entonces seremos de gran consuelo para muchas personas. Nos olvidaremos de nuestra propia cruz y nos alegraremos con los que alaban a Dios. Entonces podremos cantar canciones de alabanza desde el fondo de nuestros corazones. ¡Cuán bueno, cuán agradable es alabar al Señor!
Artículo extraído de El Dios que sana.