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CajaPero de una cosa estoy seguro: he de ver la bondad del Señor en esta tierra de los vivientes. Pon tu esperanza en el Señor; ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu esperanza en el Señor!
No conozco ningún pasaje de la Escritura que nos obligue a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para prolongar la vida. Incluso si existiera un pasaje así, nos daría demasiado poder frente a Dios, quien después de todo es el único dueño de la vida y la muerte. Sería como si en cierto modo deberíamos forzar la vida por nuestro propio poder. Lo que la Escritura nos enseña es a ser pacientes y esperar por la ayuda del Señor.
Tratar de hacer todo lo posible para salvar y prolongar la vida casi parece una rebeldía. Además, ¿dónde debemos marcar el límite, si estamos obligados a extender siempre la vida? ¿Qué de los cobardes o desertores en una guerra? ¿Tendrían justificación de salvar sus propias vidas? Se requiere que los médicos arriesguen sus propias vidas y estén dispuestos a visitar personas incluso con las enfermedades más contagiosas. Estarían en un verdadero dilema si se les obliga a preservar sus propias vidas a toda costa. Seguramente hay algo en juego mucho más grande que salvar nuestro propio pellejo.
Por supuesto, no está mal consultar a los médicos; debemos dejarlos hacer su trabajo, incluso si la precaución lo justifica. Rechazar de plano a los médicos no solo muestra dureza desamorada hacia su profesión, sino revela una insistencia exagerada en la fe, que la fe tiene que lograrlo todo.
Lo que está mal es usar desesperadamente cualquier medio. Los que recurren con desesperación a cualquier medio están en riesgo de caer bajo la crítica que recayó en el rey Asa (2 Crónicas 16:12). Si vamos a usar la ayuda médica, entonces al menos debemos asegurarnos de que realmente será benéfica. Solo cuando tengamos esta seguridad, se justifica que hagamos nuestro máximo esfuerzo. Pero, intentarlo todo —especialmente si lo hacemos al azar— es casi un pecado.
Sabemos que la mayoría de los médicos siempre están dispuestos a dar consejos. Todos prometen resultados, aunque se contradigan entre sí. Y si se contradicen, ¿entonces qué se supone que vamos a hacer? De hecho, si nos detenemos por un momento y somos honestos, ¿qué tan confiables son los extravagantes tratamientos humanos a fin de cuentas? ¿De qué manera nuestra confianza en ellos refleja una actitud de devoción a Dios? No la considero fe y confianza. El Señor es el único médico verdadero, y aunque usemos medios permitidos por Dios, nunca deberíamos darles demasiada importancia, como si aportaran la ayuda determinante.
Estamos llamados a esperar en el Señor. De nuevo, esto no excluye hacer uso de las cosas buenas que Dios nos provee en su creación. Pero estamos tan acostumbrados a depender de esas cosas, que entonces no experimentamos la bondad del Señor. Debido a nuestra falta de fe, ya no vivimos en una época de milagros, como lo hicieron los apóstoles. Siempre debemos estar abiertos a lo que la fe pueda hacer. Pero, ¿cómo resulta posible si vamos hasta los confines de la tierra para encontrar una cura; si corremos de un doctor a otro; si consultamos especialistas que viven a cientos de kilómetros de distancia, incurriendo en gastos exorbitantes; si derrochamos todo tipo de recursos, tiempo y energía; si incluso en las últimas horas de la vida recurrimos a medidas extremas?
El Señor se retira cada vez más cuando tratamos de encontrar ayuda en nuestra propia fuerza. Pero, el que permanece humilde en el lugar que se le ha asignado, y usa los medios a su alcance, sean grandes o pequeños, con la fe de que cualquier ayuda real solo puede venir de lo alto, a tal persona le irá mejor. El que confía en Dios, el que espera en que él obre, conocerá que el Señor viene a él, y que su vida será preservada de verdad.
Por tanto, espera en el Señor. Dirige los pensamientos de tu corazón al tiempo venidero de la salvación, y atrévete a orar por un anticipo de este tiempo. Entonces seguramente encontrarás la mejor ayuda.
Extracto de El Dios que sana