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CajaRegando la huerta del Señor
La oración riega lo que Dios ha sembrado en nosotros.
por Teresa de Ávila
jueves, 18 de abril de 2024
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Teresa escribo el Libro de su vida entre 1562 y 1565. El corazón del texto es un tratado, de diez capítulos, sobre la oración; el extracto abajo proviene del primero de ellos. Teresa describe los varios métodos de oración como diferentes maneras de sacar agua del pozo para regar la huerta del alma, en donde crecen las virtudes.
Ha de hacer cuenta el que comienza que comienza a hacer un huerto en tierra muy infructuosa que lleva muy malas yerbas, para que se deleite el Señor. Su Majestad arranca las malas yerbas y ha de plantar las buenas. Pues hagamos cuenta que está ya hecho esto cuando se determina a tener oración un alma y lo ha comenzado a usar; y con ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí gran olor, para dar recreación a este Señor nuestro, y ansí se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y a holgarse entre estas virtudes.
Pues veamos ahora de la manera que se puede regar para que entendamos lo que hemos de hacer y el trabajo que nos ha de costar, si es mayor que la ganancia u hasta qué tanto tiempo se ha de tener. Paréceme a mí que se puede regar de cuatro maneras: u con sacar el agua de un pozo, que es a nuestro gran trabajo; u con noria y arcaduces, que se saca con un torno (yo lo he sacado algunas veces), es a menos trabajo que estotro y sácase más agua; u de un río u arroyo, esto se riega muy mijor, que queda más harta la tierra de agua y no se ha menester regar tan a menudo y es a menos trabajo mucho del hortolano; u con llover mucho, que lo riega el Señor sin trabajo ninguno nuestro y es muy sin comparación mijor que todo lo que queda dicho.
Ahora, pues, aplicadas estas cuatro maneras de agua de que se ha de sustentar este huerto —porque sin ella perderse ha— es lo que a mí me hace al caso y ha parecido que se podrá declarar algo de cuatro grados de oración en que el Señor, por su bondad, ha puesto algunas veces mi alma.
De los que comienzan a tener oración podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo, como tengo dicho, que han de cansarse en recoger los sentidos, que, como están acostumbrados a andar derramados, es harto trabajo. Han menester irse acostumbrando a no se les dar nada de ver ni oír, y aun ponerlo por obra las horas de la oración, sino estar en soledad y apartados pensar su vida pasada (aunque esto, primeros y postreros, todos lo han de hacer muchas veces); hay más y menos de pensar en esto, como después diré. Al principio aun da pena que no acaban de entender que se arrepienten de los pecados, y sí hacen, pues se determinan a servir a Dios tan de veras. Han de procurar tratar de la vida de Cristo y cánsase el entendimiento en esto. Hasta aquí podemos adquirir nosotros, entiéndese con el favor de Dios, que sin éste ya se sabe no podemos tener un buen pensamiento; esto es comenzar a sacar agua del pozo, y aun plega a Dios lo quiera tener, mas al menos no queda por nosotros que ya vamos a sacarla y hacemos lo que podemos para regar estas flores. Y es Dios tan bueno que cuando por lo que Su Majestad sabe —por ventura para gran provecho nuestro— quiere que esté seco el pozo, haciendo lo que es en nosotros, como buenos hortolanos, sin agua sustenta las flores y hace crecer las virtudes. Llamo agua aquí las lágrimas y, aunque no las haya, la ternura y sentimiento interior de devoción.
Que crezcan estas plantas para dar recreación a este Señor nuestro, y ansí se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y a holgarse entre estas virtudes.
Pues ¿qué hará aquí el que ve que en muchos días no hay sino sequedad y desgusto y desabor y tan mala gana para venir a sacar el agua que, si no se le acordase que hace placer y servicio al Señor de la huerta, y mirase a no perder todo lo servido, y aun lo que espera ganar del que es echar muchas veces el caldero en el pozo y sacarle sin gran trabajo agua, lo dejaría todo? Y muchas veces le acaecerá aun para esto no se le alzar los brazos ni podrá tener un buen pensamiento, que este obrar con el entendimiento, entendido va que es el sacar agua del pozo. Pues como digo, ¿qué hará aquí el hortolano? Alegrarse y consolarse y tener por grandísima merced de trabajar en huerto de tan gran Emperador; y pues sabe le contenta en aquello y su intento no ha de ser contentarse a sí sino a El, alábele mucho, que hace de él confianza, pues ve que sin pagarle nada tiene tan gran cuidado de lo que le encomendó; y ayúdele a llevar la cruz y piense que toda la vida vivió en ella y no quiera acá su reino ni deje jamás la oración; y ansí se determine —aunque para toda la vida le dure esta sequedad— no dejar a Cristo caer con la cruz; tiempo verná que se lo pague por junto; no haya miedo que se pierda el trabajo; a buen amo sirve; mirándole está; no haga caso de malos pensamientos, mire que también los representaba el demonio a San Jerónimo en el desierto.
Su precio se tienen estos trabajos que (como quien los pasó muchos años, que cuando una gota de agua sacaba de este bendito pozo pensaba me hacía Dios merced) sé que son grandísimos y me parece es menester más ánimo que para otros muchos trabajos de el mundo. Mas he visto claro que no deja Dios sin gran premio, aun en esta vida, porque es ansí, cierto, que una hora de las que el Señor me ha dado de gusto de Sí después acá, me parece quedan pagadas todas las congojas que en sustentarme en la oración mucho tiempo pasé.
Fuente: Teresa de Ávila, Libro de su vida, capítulo XI, 6-11.