Subtotal: $
CajaCuando Isaías nos anuncia, desde seis siglos antes, lo que va a ser la Iglesia fundada por el Redentor (Is 66:18-21), habla de una llegada de todos los pueblos del mundo a Jerusalén, que era el siglo del Reino de Dios, signo que pasó a la Iglesia fundada por Cristo. Y venidos de tierras lejanas y de todos los confines del mundo, Dios les va a dar una orden, la que han dicho ahora en el salmo responsorial: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio» (Mc 16:15). Y esta lista que comienza ya desde Isaías: Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal, Grecia y hasta «las costas lejanas que nunca oyeron mi fama». Como que se oyen aquí ya en las costas de América descubiertas dieciséis siglos después de estas palabras. Como que se oyen aquí los nombres concretos de esta Iglesia que ahora va peregrinando. Y cuando les he dicho hoy Tenancingo, San Sebastián de Ciudad Delgado, el Carmen y todas las parroquias y comunidades de los cantones que ahora estamos en reflexión, son nombres que se van engarzando como perlas del Reino de Dios. Pueblos, comunidades, a todos hay que llevarles el reino.
Dios no nos ha abandonado. Dios está con nosotros.
Si somos lógicos con esa esperanza de un mundo donde nos amaremos como hijos de Dios y no habrá enemistades ni violencias ni rencores, hay que tratar de trasladar esas cualidades a esta historia de la tierra y todos gobernantes, ricos, poderosos, sobre todo ellos que tienen en sus manos las capacidades de transformar una nación, que están más obligados a reflejar esa esperanza y esa fe. Y nosotros, pequeño rebaño, la historia de la Iglesia, la más humilde entre las sociedades de El Salvador, porque no vale ella por la categoría de su dinero o de su política, sino por la esperanza del corazón de sus hijos, el más humilde campesino, la más humilde mujer del pueblo, viviendo esta esperanza y esta fe, pidiéndole al Señor, educando a sus hijos, dando testimonio de esta esperanza, está también colaborando con los poderosos para construir el Reino de Dios en esta tierra, como Cristo ha querido. Ha venido ya el Reino de Dios; está en vuestros corazones.
Por eso el afán de la Iglesia es predicar esta presencia de Dios en la historia, la alegría de su presencia. Que nadie mate esa alegría, hermanos; que vivamos todos el amor con que Dios nos visita, nos ama de verdad. Y aunque permite a veces la humillación de Zabulón y Neftalí para purificar los pecados de los pueblos, Dios no nos ha abandonado, Dios está con nosotros. Mantengamos esta ilusión profunda de nuestra fe, oremos, pidamos. A mí me da tristeza ver mucha gente pesimista como que si ya todo estuviera perdido; como si estuviéramos en un callejón sin salida. ¡De ninguna manera! Tal vez estamos viviendo las tinieblas de Zabulón y Neftalí. Pero como Isaías, sin haber vivido la presencia de Cristo que vino ocho siglos después, nosotros no esperamos ocho siglos, porque Cristo ya está en la historia.
Como nos va a llenar de esperanza también, hermanos, cuando miramos que nuestras fuerzas humanas ya no pueden; cuando miramos a la patria como en un callejón sin salida; cuando decimos aquí: la política, la diplomacia no pueden: aquí todo es un destrozo, un desastre y negarlo es ser loco. ¡Es necesaria una salvación transcendente! Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor. De ahí que los cristianos tienen una gran misión en esta hora de la patria: Mantener esa esperanza, no estar esperando una utopía como algo ilusorio, como que nos adormezcamos para no ver la realidad; sino al contrario, mirando esta realidad que de si no puede dar nada mirar que sí puede dar mucho, pero sí apelamos a esa redención transcendente.
Flavio Ediver Dávila Guevara
Que hermoso hablar e un Isaías, que mencionó sobre la salvación Cristiana, 800 años antes, sentir a un Rey David, donde menciona que anhela con el alma los ATRIOS DEL SEÑOR, agoniza por el señor, con el CORZON, con todo el CUERPO. SI HAY QUE CANTAR ALEGRES AL DIOS DE LA VIDA, me pregunto, ¿con que frecuencia asistía DAVID, al templo del señor?.