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CajaSundar Singh (1889-1929) abandonó la comodidad de su casa a los dieciséis años para vivir como un sadhu, llevando la vida de un mendigo. Conocido durante su vida como el más famoso converso de India al Cristianismo, Sundar no se aprobaría de esta reputación; amó a Jesús y devotó su vida a él, pero nunca aceptó las convenciones culturales de la religión, sino que abrazó sus austeras enseñanzas originales. Este extracto del libro Enseñanzas del maestro, es parte de una conversación entre Sadhu Sundar y un buscador.
Habla usted del maestro —Dios Encarnado— sufriente. ¿Cómo es posible semejante cosa?
El cuerpo y el espíritu son distintos, aunque están tan sutilmente entretejidos que el espíritu es capaz de afectar ligeramente al cuerpo. El Creador es distinto de su creación, pero cuando alguien experimenta dolor y pena, Dios la siente también.
Una persona limpia no puede estar en un lugar sucio, ni siquiera por un momento. Aquellos que viven en comunión con Dios encuentran muy desagradable vivir entre gente infame. En efecto, algunos abandonan el mundo para vivir como ermitaños en cuevas o en el desierto. Si, como pecadores, no podemos resistir la compañía de aquellos que hacen el mal, qué agonía debió pasar el maestro. Cuando hablamos de su sufrimiento, solemos referirnos a las seis horas que duró la crucifixión. Pero su vida entera, como la encarnación de la santidad entre los envilecidos, debió ser una dura prueba. El maestro asumió la tarea de rescatarnos de la muerte. Esto va más allá de nuestra comprensión. E incluso tampoco los ángeles pueden comprenderlo. Resulta sorprendente que Dios, más allá del amor, se hizo como uno de nosotros para que así pudiéramos ganar la vida eterna.
Una vez, viajando por el Himalaya, me topé con un gran incendio forestal. Todos trataban desesperadamente de luchar contra el fuego cuando vi que un grupo de hombres estaba contemplando como un árbol era devorado por las llamas. Cuando les pregunté qué hacían allí mirando, me señalaron hacia lo alto, a un nido lleno de pájaros jóvenes. Por encima del árbol, la madre volaba en círculos, alocadamente, llamando, asustada, a sus polluelos. No había nada que ella o nosotros pudiéramos hacer, pues, al momento, las llamas se encaramaron por las ramas.
Cuando el nido comenzó a arder, vimos con estupor cómo la madre reaccionaba. Se lanzó en picado y se asentó en el nido, cubriendo a los pajarillos con sus alas. Un momento después, el pájaro y sus crías estaban reducidos a cenizas. Ninguno de nosotros podía creer lo que veían sus ojos. Me volví hacia los curiosos y les dije: «Hemos sido testigos de algo maravilloso. Dios creó estos pájaros con tanto amor y devoción que la madre ha dado su vida intentando proteger a sus crías. Si un corazón tan pequeño estaba tan lleno de amor, qué inconmensurable debe ser el amor de su Creador. Este es el amor que le sacó del cielo para hacerse hombre. Este es el amor que le hizo sufrir una dolorosa muerte por nuestra salvación».
Dios, que sufrió personalmente la angustia de este mundo, es capaz de proteger y rescatar a aquellos que hoy sufren. Da alivio en el tiempo oportuno. Nabucodonosor metió a tres jóvenes en un horno, pero Dios estuvo con ellos y el fuego no pudo dañarles. Dios está con todos aquellos que han recibido una nueva vida espiritual. Ellos pasarán a través de las llamas del dolor físico y la aflicción y morarán en la paz y seguridad de la presencia de Dios.
Imagen: Jesus falls for the second time por David O’Connell (1898-1976). Usado con el permiso de la iglesia de St Richards, Chichester, RU.
enic nava
Me gustaría mucho leerlo. Y quiero darles las gracias por esa oración tan hermosa, q recibo a diario Dios los bendiga gracias
Amanda
Me encantaría poder leerlo