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    El misterio del matrimonio

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    viernes, 03 de febrero de 2017

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    Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable. Así mismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo.» Esto es un misterio profundo; yo me refiero a Cristo y a la iglesia. 

    Efesios 5:25-32

        Sólo unas cuantas personas de nuestros tiempos entienden que el matrimonio contiene un misterio mucho más profundo que el lazo entre marido y mujer, esto es, la unidad eterna de Cristo con su iglesia. En un verdadero matrimonio, la unidad de marido y mujer reflejará esta unión más profunda. No es sólo un lazo entre un hombre y una mujer, porque está sellado con el lazo mayor de la unidad con Dios y con su pueblo. Este lazo siempre debe ser primordial. Este lazo es el que prometemos en el bautismo y reafirmamos en cada celebración de la Santa Cena del Señor, y debemos recordarlo en cada ceremonia de bodas. Sin él, aun el matrimonio más feliz no dará fruto duradero.
    ¡Cuán poco significa el lazo matrimonial cuando repre­senta simplemente una promesa o un contrato entre dos personas! Qué diferente sería la situación de la familia moderna, si los cristianos en todas partes estuvieran dispuestos a colocar su lealtad a Cristo y a su iglesia por encima del matrimonio.

    Para los que tienen fe, Cristo – el que verdaderamente une – siempre se encuentra entre el amante y la amada. Su Espíritu es lo que les da un acceso el uno al otro sin impedimentos. Por lo tanto, cuando el pecado entra en un matrimonio y empaña la verdad del amor, un discípulo fiel seguirá a Jesús en la iglesia, no a su cónyuge descarriado.

    El amor emocional protestará contra esto porque tiene la tendencia de desechar la verdad. Es posible que hasta trate de oscurecer la luz clara que viene de Dios. No puede ni está dispuesto a disolver una relación, aun cuando se vuelva falsa y no genuina. Sin embargo, el amor verda­dero nunca sigue la maldad: se goza de la verdad (cf. 1 Corintios 13.6).

    Cuando la unidad menor de la pareja se coloca bajo la unidad mayor de la iglesia, su unidad resulta estable y segura a un nuevo nivel más profundo, porque está colo­cada dentro de la unidad de todos los creyentes. No nos debe sorprender que esta idea les parezca extraña a la mayoría de las personas. En la cultura de hoy, las personas piensan que cuanto más independiente sea la edificación de un matrimonio, más estable será. Algunos hasta piensan que cuanto más se les pueda disculpar las «limitaciones» de obligaciones uno hacia el otro cónyuge, más felices serán. Esta es una suposición completamente falsa. Un matri­monio puede durar sólo cuando está fundado sobre el orden de Dios y basado en el amor de él. Un matrimonio está edificado sobre la arena a menos que esté edificado sobre la roca de la fe.

    La creencia de que el amor hacia Cristo y su iglesia debe tener prioridad sobre todo lo demás también es impor­tante para poder entender la diferencia entre el hombre y la mujer. Es claro que Dios ha dado una naturaleza dife­rente y tareas diferentes a cada uno. Cuando estas tareas se realizan de manera correcta en un matrimonio dentro de la iglesia, abundarán la armonía y el amor.

    Se ha dicho que el cuerpo está moldado por el alma; éste es un pensamiento profundo. El alma, el aliento de Dios, la esencia más profunda de cada ser humano, forma un cuerpo diferente para cada uno. Nunca se trata de ver quién es mayor. Tanto el hombre como la mujer fueron creados a la imagen de Dios, y ¿qué puede ser mayor que eso? Sin embargo, hay una diferencia: Pablo compara al hombre con Cristo y a la mujer con la iglesia (cf. Efesios 5.22–24). El hombre, como la Cabeza, ilustra el servicio de Cristo. La mujer, como el Cuerpo, ilustra la dedicación de la iglesia. Hay una diferencia en el llamado, pero no hay ninguna en cuanto a su valor.

    Se debe a la maldad de nuestros tiempos que tanto los hombres como las mujeres eviten las responsabilidades que Dios les ha dado. Las mujeres se rebelan contra la inconveniencia del embarazo y el dolor del parto, y los hombres se rebelan contra la carga de su responsabilidad con los hijos que han tenido y con la mujer que se los ha dado. Tal rebelión es una maldición de nuestros tiempos, y sólo servirá para descarriar a futuras generaciones. La mujer ha sido destinada por Dios para tener hijos, y un hombre verdadero respetará y amará a su esposa todavía más por este motivo. Pedro nos amonesta:

    De igual manera, ustedes esposos, sean comprensivos en su vida conyugal, tratando cada uno a su esposa con respeto, ya que como mujer es más delicada, y ambos son herederos del grato don de la vida. Así nada estorbará las oraciones de ustedes (1 Pedro 3.7).

    Cuando caso a una pareja, al novio siempre le pregunto si está dispuesto a guiar a su esposa «en todo lo que es bueno», lo cual significa simplemente guiarla hacia una relación más profunda con Jesús. De la misma manera, le pregunto a la novia si está dispuesta a seguir a su esposo. Se trata simplemente de que los dos sigan juntos a Jesús.

    ¿Quién puede describir la felicidad de un matrimonio contraído en presencia de la iglesia y sellado con su bendición?

    En su carta a los Efesios, Pablo señala al amor abnegado que radica en el verdadero liderazgo: «Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella» (Efesios 5.25). Esta tarea, la tarea del amor, es en realidad la tarea de todos los hombres y todas las mujeres, sean casados o no.

    Si tomamos a pecho las palabras de Pablo, experi­mentaremos la verdadera unidad interna de una relación gobernada por el amor – un diálogo interno con Dios desde el corazón de ambos cónyuges juntos. Sólo entonces vendrá a reposar la bendición de Dios sobre nuestros matrimonios. Constantemente buscaremos al amado de nuevo y continuamente buscaremos maneras de servirnos mutuamente con amor. Y, lo más maravilloso de todo, encontraremos el gozo eterno. Según escribe Tertuliano, uno de los padres de la iglesia:

    ¿Quién puede describir la felicidad de un matrimonio contraído en presencia de la iglesia y sellado con su bendi­ción? ¡Qué yugo tan dulce es el que une a dos creyentes en una esperanza, una manera de vivir, una promesa de lealtad, y un servicio a Dios! Son hermano y hermana, ambos ocupados en el mismo servicio, sin ninguna separación de alma y cuerpo, sino como dos en una sola carne. Y donde hay una sola carne, también hay un solo espíritu. Juntos oran, juntos se arrodillan: uno enseña al otro, y uno es compren­sivo con el otro. Están unidos en la iglesia de Dios, unidos en la mesa del Señor, unidos en la ansiedad, en la persecución y en la recuperación. Compiten en servir a su Señor. Cristo observa y escucha, y con gozo les manda su paz, porque en donde están reunidos dos en su nombre, allí está él en medio de ellos.footnote


    Extraído de “Es misterio del matrimonio” en Sexo, Dios y matrimonio.

    a couple strolls toward an orange sunset

    Notas

    1. Ernst Rolffs, ed., Tertullian, der Vater des abendländischen Christentums: Ein Kämpfer für und gegen die römische Kirche (Berlin: Hochweg, 1930), pág. 31–32.
    Contribuido por JohannChristophArnold Johann Christoph Arnold

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