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CajaMaria Weiss, hija de alemanes inmigrantes a Paraguay, fue forzada a abandonar a su esposo e hijo en 1935 cuando se contagió de la lepra, y tuvo que ir al leprocomio de Santa Isabel, en Sapucai, Paraguay Oriental. Después de algunos años de depresión, encontró la fe en Dios y, poco a poco, empezó a vivir de nuevo. Asistía a una pequeña reunión de protestantes en la colonia, donde la mayoría de los pacientes eran de fe católica. El líder del grupo, Ambrosio, era veterano de la Guerra del Chaco y había sufrido muchísimo en la vida. La sabiduría, fruto del sufrimiento, que María transmitió en sus últimos años, es única y accesible. Siguen algunos extractos.
Ambrosio guiaba un grupo pequeño de protestantes y ayudaba a muchos a hallar, a través de la fe, fuerza para superar su tristeza. Con frecuencia, esto implicaba alfabetizar para que pudieran leer la Biblia, pero siempre les decía: “Una persona solo puede enseñar a otra un poquito de la Biblia. El verdadero maestro es el espíritu de Dios en el corazón del creyente. Él te revelará más y más de lo que significan las palabras, a medida que confíes más en él para tu vida. Entonces, descubrirás que la Biblia es un tesoro interminable porque siempre aprenderás algo nuevo que no habías visto antes. Se volverá una lámpara a tus pies”.
Después de las reuniones dominicales, teníamos buenas conversaciones en el ranchito de Ambrosio. Lo que más le encantaba era dar la bienvenida a los no creyentes. Ellos solían decir que no sentían ninguna atracción por la religión, porque mucha gente religiosa andaba de mal humor.
“¡Ay!”, decía Ambrosio, “desafortunadamente eso es verdad, esas personas todavía no están libres del control del diablo”. Esto sorprendía a algunos, pero Ambrosio continuaba: “Pocos se dan cuenta de que la buena gente es el viñedo del diablo. Él se mantiene ocupado trabajando en ellos. No se necesita preocuparse de las personas que solo viven por sus deseos, ya las tiene en su reino y las puede dejar en paz porque no saben que él existe. Pero tan pronto como alguien piensa: ‘Tal vez hay un Dios’, también empieza a saber que hay un diablo. La persona puede considerarse fuera del poder del diablo porque ha dejado de pecar, pero mientras tenga temor del poder del mal, estará atrapado en su lazo. Algunas buenas personas siempre están pendientes del mal y ven lo peor en todo, así que, asustan a los jóvenes con sus caras largas. ¡Ojalá supieran cuán peligroso es pensar en el diablo sin pensar a la vez en Dios y dejar que la mente se ocupe tanto del mal, que olvide que Dios es más fuerte! La única manera de librarse del lazo del diablo es cortar los lazos del temor, con fe en la victoria de Cristo”.
Ambrosio contaba la historia del ladrón crucificado que dijo a Jesús: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Jesús lo aceptó de inmediato. Los hombres habrían dicho que el ladrón necesita más tiempo para arrepentirse profundamente y mejorar su vida. Pero le dijo Jesús: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
A veces, algunos miembros de la reunión, firmes y dispuestos a juzgar, criticaban a Ambrosio porque daba la bienvenida a los ‘pecadores’ y era cariñoso y sociable con ellos. Él respondía: “Ustedes los juzgan, pero solo Dios puede juzgar bien porque él es el único que puede ver el corazón entero de una persona”. O decía: “Deberían tener los corazones llenos de amor y no de prejuicios. Nada le agrada más al diablo que vernos sentados en el trono del juicio, para juzgar a los demás”.
También decía: “Miren cómo Jesús trató a la mujer de Samaria que encontró junto al pozo, y miren cómo trató a Nicodemo. La mujer samaritana vivía con un compañero y había tenido cinco compañeros antes, mientras que Nicodemo era un hombre ampliamente respetado como rabino y consejero, entre los judíos devotos. Jesús sabía todo esto, pero él ofreció a la mujer el agua viva y a Nicodemo le dijo que tenía que nacer de nuevo. Nosotros lo habríamos hecho al revés: habríamos ofrecido a Nicodemo el agua viva y habríamos dicho a la mujer que debería nacer de nuevo. Juzgamos por la apariencia superficial, pero Dios mira dentro del corazón. Sus ojos no son nuestros ojos y sus juicios no son los nuestros.
A mí no me gustaba la idea de ropa “especial” de cualquier tipo, especialmente para el contexto religioso. Creía que era un tipo de orgullo y alarde. Le pedí a Ambrosio su opinión y él dijo: “La bondad del hombre no es más que harapos sucios ante Dios. Jesús rehusó incluso a ser llamado ‘Maestro bueno’” y agregó: “Nadie es bueno salvo Dios”.
A continuación, Ambrosio me contó un cuentito:
Había una vez un artista en Buenos Aires. Un día se encontró en la calle con un mendigo y pensó, “este es el modelo perfecto para mi pintura”. Le dio al hombre su dirección y un poco de dinero, y le pidió que fuera el día siguiente. El mendigo se alegró muchísimo, gastó el dinero en bañarse, afeitarse y cortarse el cabello, y compró un traje elegante y un par de zapatos de segunda mano.
Cuando llegó a la casa del artista, él no lo reconoció. El mendigo dijo: “Me pidió venir y aquí estoy”.
“Ay”, dijo el artista, “usted debería haber venido tal como era. Ahora que está arreglado y limpio no puedo hacer nada con usted”.
Un domingo en la reunión, supimos que Silvia tenía gripe. Por eso, Florenciana y yo decidimos ir a visitarla esa noche. Florenciana pasó la tarde preparando su remedio para la tos. Era experta en las hierbas medicinales y los remedios antiguos del campo. Cuando se enteró de que Silvia tenía dolor de pecho, se puso a hacer su famoso remedio para la tos. Le pidió a uno de los jóvenes que cazara un ani (Crotophaga ani), tiene el mismo sabor que el pollo, pero es más barato porque hay anis en todas partes. Ella desplumó el ave, hizo un caldo rico y, luego, echó un poco de aceite de carpincho en la sopa.
Nos reunimos en el ranchito de Florenciana y esperamos a que el remedio estuviera listo. Cuando llegamos a la casa de Silvia, una de sus vecinas, Dorotea, ya estaba allí. Había llevado una pequeña botella de pastillas de aspirina y le había dicho a Silvia que era un remedio maravilloso para casi todo: resfriados, dolores de cabeza y todo tipo de dolencias y molestias.
Florenciana puso la sopa a calentar sobre el fuego y Silvia dijo: "¡Oh!, ¡qué bien! Es el remedio que mi abuela siempre preparaba para el pecho. Es excelente. Voy a tomar un poquito tan pronto se caliente".
Dorotea le dio a Silvia la aspirina y le dijo que era buena para curar todo. Pero en ese momento entró Dolores, otra mujer de la reunión, que creía en la curación por la fe, y dijo que tomar remedios implicaba no tener fe. Ella dijo: “¡No tomes, ni las pastillas ni la sopa, solo ten fe y deja los remedios!”
Y Silvia dijo: “Pero mi abuela curaba todos problemas del pecho con el mismo remedio que preparó Florenciana. Es el mejor remedio para la tos y el dolor de pecho”.
“¡Ten fe!”, dijo Dolores.
“Pero me duele el pecho”, se quejó Silvia.
Sentí que fue cruel para Silvia. Así que le dije a Dolores: “No puedes mandar a una persona en qué creer. Tú crees en la curación por la fe y, por eso, es el mejor remedio para ti; Dorotea cree en la aspirina; y Silvia y Florenciana creen en el aceite de carpincho. La mejor ayuda para una persona es que tome el remedio que le tenga fe. Incluso, Jesús dijo: ‘Se hará contigo conforme a tu fe’”.
Todas se pusieron de acuerdo en que podría ser así, y Silvia dio un suspiro de alivio mientras tomaba la sopa caliente con aceite de carpincho.
Seleccionado y traducido por Coretta Thomson de Outcast But Not Forsaken. "Ensayos del camino" alberga más información histórica sobre la Colonia Santa Isabel.