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    Mi padre me dejó un clip

    ¿Qué clase de herencia puede esperar un hijo ilegítimo?

    por Terence Sweeney

    lunes, 20 de febrero de 2023

    Otros idiomas: English

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    Lo tengo sobre mi escritorio en este momento. Le até una cinta amarilla alrededor. No por alguna razón simbólica, sino solo para asegurarme de no perderlo y de que no se entreverara con los otros clips que tengo en mi escritorio. Cuando me enteré de esta herencia, estaba en una plataforma del metro en West Philly ―un barrio de Filadelfia―, luego de haber descendido de la línea Market-Frankford y mientras esperaba el tren a Norristown. Iba camino a dar mis clases. Mi madre llamó para avisar: “Tu padre ha muerto”. Sus abogados se habían comunicado con ella porque necesitaban ponerse en contacto con sus hijos supérstites. Dado que aún estoy vivo ―al igual que mis hermanos―, los abogados necesitaban ponerse en contacto conmigo acerca del clip (aunque yo no sabía nada del clip ni tampoco ellos).

    Conversamos brevemente. Le pregunté cómo se sentía. Dijo que no estaba sorprendida; él era un hombre mayor. Ella solo esperaba que sus hijos obtuvieran lo que merecían (definitivamente no estaba pensando en el clip). Volví a preguntarle por el nombre de él. Yo no podía recordarlo, y chequear mi propio apellido no ayuda. El apellido de soltera de mi madre es mi apellido, lo que hace que mis contraseñas sean a la vez menos seguras (si sabes mi nombre, sabes el suyo) y más seguras (¿acaso Sweeney no sería el último nombre que elegirías?). Cuando las personas preguntan sobre el apellido de mi madre, me siento incómodo. Una vez, cuando era niño, mentí y le dije a alguien que ella tenía el mismo apellido que mi padre, pero que no eran primos. O solía decirles a las personas que ella había querido conservar su apellido y transmitírnoslo a nosotros. Hay algo de verdad en eso.

    Cortamos la llamada. Lloré, pero no porque él estuviera muerto. Jamás había visto al sujeto. ¿Cómo se llora por una ausencia? Por algo que no está ahí, un agujero en el tejido de una familia. Lloré porque no había ningún motivo para llorar. Debí haber llorado por otras razones, pero no tenía otras razones. Subí al tren y las personas me miraban de reojo. Seguí adelante y di mis clases sin llorar. No puedes saltearte una clase por un hombre que jamás has conocido.

    Luego de eso, no hubo muchas más noticias. Llamé a mi hermano y a mi hermana. Hablé con mi madre, que insistió de nuevo en que yo merecía una herencia. Busqué información acerca de él y realmente parecía haber sido adinerado: un ejecutivo bancario con suficiente influencia para prestar servicios en el consejo de una universidad. Mi esposa y yo, que no somos tan adinerados, conversamos acerca de si yo quería una herencia. Obtener un poco de dinero sería de ayuda para una artista (ella) y un filósofo (yo). Con una herencia, podríamos costear una de las casas en West Philly, con un lindo porche y tulipanes. Podríamos tener una de esas grandes ventanas mirador y poner un cartel en el césped donde dijera cuánto creemos en la ciencia y que el amor es el amor.

    I cried, but not because he was dead. I had never met the guy … I cried because there was nothing to cry about.

    Al mismo tiempo, sería algo extraño obtener dinero de un extraño. ¿Qué puede uno heredar de un vacío? Él no me conocía y una herencia no parecía ser algo que uno fuera a dejar a un niño desconocido o, peor, a un niño que vagamente uno recordaba como a un bastardo propio. Una palabra no muy agradable. Microsoft Word me advierte que este lenguaje puede ser ofensivo para ustedes, mis lectores. Así que verdaderamente no tengo excusa. Pero es la palabra; es mi palabra. Ser un bastardo es ser una persona sin un derecho de nacimiento y con solo la mitad de los antecedentes familiares. Pregúntenme sobre mis tíos paternos o por mi abuelo por el lado de mi padre y no tengo nada. Un espacio en blanco en el árbol familiar. Pude haber hecho un poco de trabajo de sabueso, pero el hecho de que hubiera tenido que hacerlo es, digamos, triste. No hay un legado recibido para transmitir. No hay herencia.

    Pasó un mes y entonces llegó la primera carta por correo. Fue una sencilla nota legal de un bufete de abogados en Long Island. Querían que verificara mi dirección, para enviarme más material por correo. La primera carta me hacía saber que debía esperar una segunda carta por correo. Esperé.

    Mientras esperaba, me preguntaba qué cosas me mandarían. Quizá, en medio de los documentos legales, una carta o una foto. Sentía que los pelitos en mi cuello se erizaban como me sucedía de niño durante las largas caminatas al lago. En aquella época estaba seguro de que el coche que enlentecía su marcha sería el suyo. Bajaría de un salto y me preguntaría dónde vivían los Sweeney. Por alguna razón, conducía llevando un guante de béisbol puesto. Imprudentemente, le indicaba el camino. Al regresar a casa, encontraba su coche en la entrada y, de manera casual, me presentaba como uno de esos Sweeney. Él me lanzaba un guante y, de pronto, estábamos pasándonos la pelota en el patio entre los arbustos de lilas y el Volkswagen Rabbit desvencijado. Milagrosamente, ¡yo podía atrapar y lanzar! Pasaba la mano por mi cabello y lo despeinaba. Luego se iba.

    baseball

    Fotografía de Bart Sadowski. Usado con permiso.

    Cuando el paquete con los documentos llegó, no había carta. Tal como en otra época, me encontré en casa y sin saber jugar al béisbol.

    El paquete consistía en un grueso sobre manila que contenía tres fajos de papeles, cada uno engrapado. Después de determinar que no había ninguna carta de él para mí, revisé el material. Había mucho dinero debidamente distribuido entre la “descendencia de su matrimonio con ____”. La expresión aparecía página tras página, como para no dejar dudas. Yo no iba a recibir la herencia designada para su descendencia legítima, los medio hermanos que jamás había conocido. En el único lugar donde se mencionaba mi nombre era en otro paquete donde se indicaba cómo podía buscar asistencia legal por ser, digamos, el tipo de descendencia equivocado. Al redactar su testamento, el hombre no me había olvidado. Un hombre que yo no podía recordar y, por lo tanto, no podía olvidar me había recordado tan bien como para dejarme expresamente fuera de su herencia.

    Hace poco, en misa, escuchando a San Pablo recordé esto: “Y si hijos, también herederos” (Ro 8:14-17). Pero algunos somos hijos y no herederos. Algunos teníamos un padre sin haber tenido nunca un papá. Sin embargo, aquí Pablo está hablando de una filiación más profunda, una que nos incluye hasta a los bastardos:

    Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. (…) Cuando clamamos “¡Abba, Padre!”el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo…

    Eso sentía cuando era niño. Encontraba un verdadero consuelo de pequeño rezando el Padrenuestro. No era lo mismo que decir “mi papá”, pero lo universal era una compensación por la ausencia de lo íntimo. Aunque no tenga padre, debo tener un Padre.

    brown baseball cap

    El cristianismo es una religión para los ilegítimos. Como el Rev. Will Campbell dice: “Todos somos bastardos, pero Dios nos ama, de todos modos”. Ninguno de nosotros es hijo de Dios en un sentido legítimo; somos legitimados por adopción. Y, lo que es más, somos injertados en una familia centrada en un hombre que nació de una madre aún no desposada y que no pasó mucho de su tiempo en la tierra con su Padre (real). Podemos ser desheredados en esta vida, pero somos adoptados por el Padre sin importar cual sea nuestra condición.

    Cuando niño, era un consuelo poder orar a Nuestro Padre y saber que incluso si él no podía jugar a la pelota conmigo, se quedaría cerca. Con mi propio padre muerto, esa oración proporciona un poco de consuelo y conexión incluso hoy. A partir de los obituarios me enteré de que el catolicismo es algo que compartía con mi padre. Ahora sé que, cuando rezaba el Padrenuestro, quizá él también lo estuviera haciendo. Una conexión tenue, pero más real que cualquiera que hubiera tenido en mi juventud sin padre.

    Deposité el paquete en mi escritorio y oí el suave golpecito del metal en la madera. Un fajo de documentos legales atados por un clip. Nada a qué aferrarse, nada que transferir. Quité el clip y arrojé el testamento a la basura. Sostuve el clip en la mano. Un clip bien cuidado podía durar mucho tiempo. Mi padre había pagado al bufete por el trabajo, los documentos, y todo el material que insumió el asegurarse de que yo no recibiera nada. El clip era un consuelo irónico; después de todo, me había dejado algo. No iba a recibir ninguna herencia, pero mi padre me había dejado un clip. No era mucho, pero tampoco era nada. Se lo mostré a mi esposa; ella tomó mi mano. Até una cinta amarilla alrededor del clip y lo deslicé en el cajón de mi escritorio.

    As a boy, it was a solace to be able to pray to Our Father and know that even if he couldnt play catch with me, he would stick around.

    Allí donde mi padre había estado solo había ausencia, un espacio que apenas existía. En el rico tapiz de amor que mi familia había tejido en torno a mí, él era un hueco. Toda mi vida había mantenido una vigilia para cuando él apareciera en un espacio que yo le había dejado abierto. Murió y dejó ese espacio tan vacío como siempre. No obtuve dinero de su muerte, pero obtuve un recordatorio: oro a un Padre que ha prometido, a través de su Hijo, nunca desheredar a ninguno de sus hijos. Quizá por la misericordia de ese Padre, algún día conozca a mi padre. Quizá me enseñe a jugar béisbol. Pero mientras tanto, aún necesito aferrarme a algo por el padre que nunca tuve. He intentado vivir con la ausencia durante toda mi vida, pero uno no puede vivir con ausencia. Siempre he necesitado aferrarme a algo. Ahora tengo mi clip; puedo vivir con eso.


    Traducción de Claudia Amengual
    Contribuido por TerenceSweeney Terence Sweeney

    Terence Sweeney es doctor en Filosofía por la Universidad Villanova, donde trabaja como profesor auxiliar. Además, es profesor de la Universidad de Pensilvania y teólogo para el Instituto Collegium para el Pensamiento y la Cultura Católicos.

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