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CajaDesde el prefacio hasta la última página del texto de Oscar Romero, este poderoso volumen no malgasta ni una palabra. La profundidad verdadera de su mensaje no yace en las palabras mismas, mas en la vida dura de un hombre quien es mártir por su fe.
Monseñor Óscar Arnulfo Romero dio su vida “por la Iglesia y por el pueblo de su querida patria”, El Salvador; éstas son las palabras del Papa Juan Pablo II. Su muerte por la bala de un asesino, el 24 de marzo de 1980, culminó una vida dedicada al servicio de sus hermanos como sacerdote y obispo. Intrépido defensor de los pobres y desamparados, alcanzó renombre mundial durante sus tres años como arzobispo de San Salvador. Las universidades de Georgetown y Lovaina le confirieron títulos honoris causa, y miembros del parlamento de Gran Bretaña lo nombraron candidato para el Premio Nobel por la Paz. Al mismo tiempo se ganó la difamación y el odio de miembros de la oligarquía salvadoreña—manifestados en persistentes ataques en los medios de comunicación—que inevitablemente terminaron en su martirio.
Jamás hemos predicado violencia.
Solamente la violencia del amor,
la que dejó a Cristo clavado en una cruz,
la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos
y para que no haya desigualdades
tan crueles entre nosotros.
Esa violencia no es la de la espada,
la del odio.
Es la violencia del amor,
la de la fraternidad,
la que quiere convertir las armas
en hoces para el trabajo.
~Oscar Romero
Semana tras semana, durante tres años, la voz de Monseñor Romero resonó por todo El Salvador, condenando asesinatos y torturas y exhortando al pueblo a trabajar por la paz y el perdón y por una sociedad más justa. A través de la emisora arquidiocesana (cuando no sufrió interferencia en la transmisión ni excesivo daño por atentados con dinamita) el país entero estaba pendiente de sus palabras. Sin falta, los domingos por la mañana su voz resonaba por la radio; se escuchaba en todas partes, sobre todo en los barrios pobres y las aldeas campesinas.
ISBN: 978-0874869200
Siento que conozco a Óscar Arnulfo Romero. Sé de cierto que hizo lo que debía hacer como persona y como cristiano. También presiento que dejó tareas pendientes que otros deberán acometer. No comparto su fé, pero sí un poquito de su esperanza. Si no he escuchado sus palabras de su voz, espero cuando menos entender sus ideales y su invitación a la acción comprometida.
Me siento muy Feliz por que tendremos un santo en El Salvador,mis padres se que en el cielo estan muy Feliz por que fueron ellos quienes explicaron la verdadera realidad de sus homilias,cuando yo era una Niña, y Los vi sufrir mucho tras Su muerte,mataron al profeta pero Su voz vive en nuestros corazones.