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    La escuela que escapó a los Alpes

    Para evitar que los nazis se encargaran de la primera escuela del Bruderhof, la trasladaron a otro país.

    por Marianne Wright

    lunes, 24 de febrero de 2025

    Otros idiomas: English

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    En mayo de 1993, el nuevo gobierno Nacionalsocialista Obrero Alemán promulgó una ley que establecía dos nuevos himnos: el tradicional “Deutschlandlied” y la canción Horst Wessel recién compuesta, una oda delirante al poder fascista. La ley exigía a los estudiantes en Alemania aprender ambas canciones. No fue una sorpresa entonces cuando, durante una inspección a la escuela el 5 de diciembre de 1993, el inspector pidió a los estudiantes de Trudi Hüssy que cantaran Horst Wessel. No se la sabían. Le preguntó a Trudi si la sabía. Sí. “¿Entonces por qué no se la enseñaron a los niños, como se ordenó?”

    La inspección tampoco era una sorpresa. La escuela quedaba en la zona rural de Hessen y le pertenecía al Bruderhof, una comunidad de unos cien cristianos que vivían y trabajaban en una granja, compartiendo todas sus posesiones y buscando vivir de acuerdo con las enseñanzas de Jesús. Los estudiantes eran hijos de los miembros de la comunidad como también varios huérfanos (incluyendo al abuelo de mi esposo, Rudi Hildel), y niños de acogida (como el mejor amigo de Rudi, Wolfgang Loewenthal) que habían sido recibido por el Bruderhof. En los meses anteriores a la inspección, la presión sobre la comunidad fue aumentando. El 28 de mayo, la población había despertado a las 5 de la mañana por un ejercicio de rifle de la tropa de asalto. Su campo de heno fue pisoteado y unos agentes entraron en el patio exigiendo que les enseñaran la imprenta (las oficinas de Plough). Durante el verano, tropas de asalto con banderas y brazaletes con esvásticas desfilaron a todas horas del día y de la noche, entonando la canción de Horst Wessel a su paso por la comunidad. Ese octubre, la policía advirtió a los miembros del Bruderhof que si no participaban de forma apropiada en un día nacional de acción de gracias iban a ser arrestados. 

    Old photo of Bruderhof members dancing in Alps

    Niños del Bruderhof en Liechstenstein, 1934–35. Todas las fotografías cortesía del Archivo Histórico del Bruderhof.

    Eberhard Arnold, quien había fundado la comunidad junto a su esposa, Emmy, y su hermana Else von Hollander en 1920, era consciente del nuevo régimen, tal como se demuestra en sus comentarios durante reuniones de la comunidad en mayo de 1933: “Da la impresión de que, bajo el despotismo tirano del gobierno actual, no se puede confiar en ninguna ley… Realmente es política de la más sucia calaña que pisotea el derecho, una maldad que clama al cielo, una frivolidad repugnante y sin ley”. “Pidamos a Dios que podamos aferrarnos a la libertad de conciencia en estos tiempos de opresión”. Y, “Tenemos que representar . . . la política del reino de Jesucristo”. Los esfuerzos de los miembros de la iglesia por hacer esto los llevaría a un conflicto con el gobierno aún más profundo.

    Luego de que se anunciara un voto de confianza en el gobierno Nazi para el 12 de noviembre de 1933, Eberhard visitó al administrador del distrito para saber si había alguna forma de evitar participar. Le dijeron que no, y aún peor, si alguien no votaba a favor correría el riesgo de ser enviado a un campo de concentración. Esa noche gélida de noviembre volviendo de esta reunión, Eberhard se resbaló y se quebró la pierna. En los días siguientes, los miembros del Bruderhof discutieron cómo votar, decidiendo que no iban a marcar las opciones de “sí” o “no” sino pegar una declaración en la papeleta. Comenzaba así: “Mi convicción y mi voluntad me obligan a defender el Evangelio y el discipulado de Jesucristo [y] la venida del Reino de Dios”. Al no poder caminar, a Eberhard le llevaron a la habitación una urna de votación. El periódico local reportó que los votos del Bruderhof eran a favor, pero cuatro días después la comunidad fue allanada por más de 150 hombres armados y uniformados dirigidos por la Gestapo local.

    “Recién habíamos comenzado la escuela, y por la ventana los vi bajar por la ladera, como un ejército de hormigas”, recordaba Wolfgang Loewenthal, de doce años en esa época. Un guardia se paró en cada puerta. Trudi y los niños estaban en su salón de clases, desde donde podían escuchar las pisadas de botas pesadas en el salón de arriba. Luego entraron dos SS a revisar los libros y cuadernos. “Un hombre vio mi apellido [típicamente judío] en el anverso de mi cuaderno y preguntó: '¿Eres tú?' Luego sonrió y dijo: 'Nos desharemos de gente como tú. No estarás aquí mucho más tiempo'” continuó Wolfgang. La Gestapo se fue esa noche luego buscar en cada salón e interrogar a la mayoría de los miembros. Estaban cargados de libros “subversivos”: de tapas rojas (se asumía que eran comunistas) y reproducciones de grandes obras de arte (consideradas pornográficas). El oficial a cargo dijo a los miembros de la comunidad que debían considerar la posibilidad de emigrar, y añadió: “Los niños no deben ser educados de esta manera”.

    Historic photo of Bruderhof school in Germany

    Niños afuera de la escuela, Hesse, Alemania, c. 1930.

    Los colegios privados no eran comunes en la República Weimar, pero el Bruderhof obtuvo un permiso para escolarizar en los hogares en 1920 y en 1928 una licencia para tener una escuela privada. Sin embargo, luego de la redada de noviembre, era probable que el gobierno se interesara en la escuela: durante los meses siguientes llegaron noticias a la comunidad de que estaban cerrando escuelas progresistas y despidiendo a profesores con ideales sospechosos. Como precaución, los padres en el Bruderhof comenzaron a solicitar pasaportes a sus hijos. La estrategia Nazi de aumentar su poder político adoctrinando a la juventud estaba acelerando: en 1933 los miembros de Juventudes Hitlerianas pasaron de ser unos pocos miles a más de dos millones, y se aprobaron leyes que revisaban los programas escolares para, en palabras de Eberhard, “concentrarse en el culto bárbaro e idólatra de la sangre racial alemana”. Cuando en diciembre dos miembros del Bruderhof (ciudadanos suizos, para disminuir la posibilidad de ser arrestados) visitaron la central de la Gestapo en Berlín para entregar cartas rogando que no se molestara a la comunidad, se les dijo que las ideas radicales de la comunidad hacían imposible que se les permitiera educar a los niños.

    La educación formó parte del corazón de la misión del Bruderhof desde que fue fundada. Los cinco hijos de Eberhard y Emmy fueron los primeros estudiantes de Trudi cuando ella llegó a la comunidad en 1921. La escuela creció junto a la comunidad, y en 1933 había cuarenta y ocho niños. Las asignaturas en la escuela incluían alemán (gramática, lectura y literatura), historia, historia del arte, estudios sociales, geografía, biología, física e inglés. Durante la inspección para obtener la licencia para operar la escuela, los alumnos de octavo leyeron en voz alta la obra de Frances Hodgson Burnett “El Pequeño Lord” y la tradujeron oralmente al alemán. La enseñanza enfatizaba la coherencia entre las distintas asignaturas académicas: un estudiante recordó cómo la actividad de pintar estrellas en el telón de fondo de una obra de teatro se convirtió en una clase de astronomía que dio lugar a una lección sobre la historia religiosa de caldeos y egipcios. El propio Eberhard era un teólogo de formación que había escrito su tesis doctoral sobre los elementos cristianos en la obra de Friedrich Nietzsche. Enseñaba latín, así como también lógica y gramática, lo cual, como escribió luego Trudi, él creía que era “muy importante para balancear la tendencia exagerada de las fantasías poéticas”. Religión no era una asignatura: los niños aprendían sobre la fe con sus padres, y por formar parte de la vida diaria de la comunidad de la iglesia.

    En las tardes la disciplina y el orden del salón de clases daban lugar al juego al aire libre, reflejando los principios de Friedrich Froebel. Conocido por fundar el primer jardín de infantes, la filosofía de la educación de Froebel se enfocaba en respetar cada niño, así como la importancia de jugar en la naturaleza. La escuela que él fundó en Thuringia fue luego administrada por la familia de mi abuela, Annemarie Wächter, una maestra preescolar que se unió a la comunidad en 1927 y trajo con ella las ideas de Froebel. Los niños pasaban varias horas en los bosques y junto a arroyos, concentrados en construir casas con ramas, actuando cuentos de hadas y encarnando ladrones y princesas. Otras actividades durante la tarde incluían recolectar fósiles, identificar orquídeas y hongos, trabajo con madera, coser y encuadernar libros. Los niños se unían a los proyectos de la comunidad: traían heno, deshuesaban ciruelas para hacer mermelada y recolectaban fruta, bayas y frutos secos para complementar la dieta, que a menudo era escasa. Salir a correr y hacer gimnasia también eran actividades cotidianas, considerando que los niños debían aprender a ser valientes y duros físicamente. La valentía era necesaria para deslizarse por la pista de trineo construida por Eberhard, quien también la cubría de hielo en las noches de invierno y acompañaba a los niños en sus aventuras diarias en trineo.

    Old photo of two boys

    Wolfgang Loewenthal y Rudi Hildel en Liechtenstein, c. 1935.

    El Bruderhof tenía la intención de ser una “comunidad educacional” desde su inicio. Todos debían apoyar la educación de los niños, y se esperaba que los adultos continuaran aprendiendo, que tuvieran interés por el mundo natural, la historia, y las ideas y eventos actuales. La meta de la educación de los niños era guiar a cada uno de ellos para aprovechar al máximo sus talentos y virtudes, pensar de forma independiente y ser curiosos acerca del mundo que los rodeaba. Aprender habilidades manuales era tan importante como el aprendizaje académico: “la variedad de talentos debe ser respetada”, escribió Eberhard, “dado que, en una verdadera comunidad educacional, todas las habilidades y virtudes tienen el mismo valor”.

    En 1933 aparentemente lo que más valor tenía era saber la canción de Horst Vessel. Trudi era una mujer pequeña, medía un metro y medio. Sin embargo, se le plantó cara a cara a un oficial Nazi en el mismo salón donde, semanas antes, había visto a oficiales de la Gestapo escudriñar cuadernos y amenazar a sus alumnos. “No le enseñamos a nuestros niños canciones sobre peleas callejeras”, le dijo Trudi. La inspección siguió adelante. Más adelante escribió: “La última asignatura era inglés. Por casualidad, abrí el libro de texto en un breve relato sobre el Mayflower, el barco que en 1620 transportó a los peregrinos que habían abandonado Inglaterra por el bien de sus conciencias”. Un alumno leyó el relato en voz alta y lo tradujo al alemán.

    En las semanas siguientes a la inspección del colegio, Eberhard escribió reiteradamente a los oficiales del gobierno, pidiendo seguridad de que se le permitiría seguir funcionando. Pero al final de diciembre llegó una carta de la oficina de educación del distrito: la licencia del colegio para operar había sido revocada, y a la comunidad se le ordenó “esperar futuras instrucciones” en lo que respectaba la educación de sus niños. “El informe detallado de la Gestapo”, explicaba Eberhard a un corresponsal, “destaca nuestra labor educativa y su influencia como la cuestión decisiva. Que este aspecto de nuestra vida comunitaria toca el nervio vital de la tarea encomendada a nuestra comunidad eclesial. Sin nuestra labor educativa no podemos existir. Si hemos entendido correctamente las exigencias del Estado, nuestra escuela debe ser disuelta o puesta bajo la dirección nacionalsocialista. No nos parecería aceptable una disolución. (…) La educación e instrucción de los niños en el espíritu de la iglesia cristiana es una obligación moral para nosotros”.

    Bruderhof mother holding two children

    Trudi Hüssy con sus hijos mellizos, Liechtenstein, c. 1935.

    Había veinte niños alemanes que iban a tener que someterse al nuevo régimen de enseñanza una vez que terminaran las vacaciones a mediados de enero (Los niños de familias suizas aún no eran un objetivo). El 13 de enero, el Bruderhof notificó al gobierno de que se había disuelto la escuela diciendo: “Actualmente no hay niños en edad escolar de nacionalidad alemana en el Bruderhof”.

    Esto se debía a que los niños, junto con sus maestros, habían abandonado el país.

    Wolfgang, corriendo aún más peligro por su ascendencia judía, fue uno de los primeros en irse, siendo llevado a un orfanato bajo un nombre falso para su protección temporal. Rudi pasó unas semanas esperando que le entregaran su pasaporte en su lugar natal, Nuremberg. Mientras estaba ahí, vio a Hitler desfilar por las calles, “de pie en su auto con su brazo estirado. Al pasar, todos levantaban sus brazos, excepto mi tutor y yo que lo mirábamos desde nuestra ventana”. Ambos se aliviaron cuando se unieron a los demás niños en la granja de un amigo en Suiza, un refugio temporal donde los cuidaban Annemarie y otra profesora, Irene Schulz. Pero el gobierno suizo les dejó en claro que el riesgo político de aceptar a los niños por varias semanas era demasiado alto. Como el tiempo y el dinero eran escasos, debían encontrar un nuevo hogar.

    El Principado de Liechtenstein está situado entre Austria y Suiza. Es un microestado de nueve kilómetros de ancho y diecisiete de largo, con un desnivel de siete mil pies entre las ricas tierras de cultivo del valle del Rin y las cumbres de varias docenas de picos alpinos. En 1933 el país era el hogar de diez mil personas gobernadas por una monarquía constitucional bajo el Principado de Liechtenstein, una de las familias nobles más antiguas de Europa. El primer ministro, Dr. Franz Josef Hoop, se encargaba de la mayor parte del gobierno, y fue a él a quien Eberhard solicitó establecerse en Liechtenstein. O su carta de tres páginas o las referencias que dio (entre ellas, el príncipe Günther von Schönburg-Waldenburg, amigo y benefactor de la comunidad) fueron convincentes, porque el permiso se concedió casi de inmediato.

    Old photo of fiddler in the Alps

    El abuelo de la autora, primer plano, con violín, Liechtenstein, 1934.

    Su nuevo hogar era una antigua casa de huéspedes situada a 1.400 metros de altura en la montaña, cerca del castillo de Vaduz, “un nido de golondrinas en la pared de una casa”, como la llamó uno de los nuevos residentes. Dos semanas antes, cuando Eberhard y Emmy la visitaron por primera vez, los caballos que tiraban del trineo se hundieron hasta el cuello en la nieve y tuvieron que sacarlos a paladas. La casa estaba diseñada para ser usada en verano y no estaba aislada contra el frío; pocas personas vivían a esa altitud en invierno por los desafíos prácticos: buscar el correo, por ejemplo (la responsabilidad diaria de Wolfgang y Rudi), significaba un viaje de quince minutos en trineo y a la vuelta una escalada de tres horas. Aunque no fuera conveniente por varios motivos, “Silum” (nombrado por el pueblo de mismo nombre) parecía ser una solución milagrosa a la necesidad de refugio, y más aún cuando el día después de firmar el contrato de alquiler (a pesar de no tener los fondos necesarios), alguien le obsequió inesperadamente a Eberhard un sobre que contenía dinero, el suficiente para pagar el depósito inicial y el viaje de los niños. A mediados de marzo los niños y sus profesores ya se habían mudado, y un mes después recibieron el permiso oficial para operar el colegio.

    La educación de los niños continuó en un par de habitaciones de la casa y, cuando había buen clima, en la terraza. Había mucho que aprender sobre su nuevo hogar: identificar nuevas plantas y rocas, escalar hasta castillos, esquiar, y observar zeppelins volando por el valle del Rin debajo de ellos. Un boletín elaborado por Wolfgang y Rudi muestra que los niños también se informaban de la situación política cada vez más grave. De seguro supieron cuando Alemania introdujo el reclutamiento militar obligatorio en 1935, dado que todos los hombres del Bruderhof con edad militar que todavía no habían dejado Alemania aparecieron en Silum al otro día, habiendo cruzado la frontera durante la noche. La comunidad también creció por otros medios: se unieron familias y estudiantes universitarios, un joven oficial de la SS renunció a su cargo y se les unió; los primeros miembros ingleses arribaron en 1934, hubo también nacimientos. Rápidamente la pequeña casa se convirtió en el hogar de cien personas, el uno por ciento de la población de Liechtenstein.

    Había fotos de Liechtenstein en los álbumes que hojeaba en casa de mis abuelos. Me encantaba una foto de mi abuelo (uno de los jóvenes que había abandonado Alemania para evitar ser reclutado) tocando el violín en el pico de una montaña. Había una foto de Trudi encaramada a un banco de nieve con sus mellizos, y niños jugando en prados alpinos. Parecía un lugar de un cuento de hadas, y yo ya conocía el final feliz: mis abuelos se enamoraron y, bajo las estrellas en Nochebuena de 1934, se comprometieron. Pero la vida real en Silum no era un cuento de hadas, y nadie sabía cómo iba a terminar esa historia. La comida era pobre, consistía sobre todo en polenta, a veces aderezada con remolacha. El dinero era escaso, y hubo un brote de fiebre escarlata. Las noticias políticas eran terroríficas. En 1935 Eberhard Arnold falleció mientras le operaban una pierna rota que nunca había sanado. De seguro había días donde parecía que las cosas no podían estar peor y, sin embargo, la historia continuó.

    Handwritten newspaper

    Un número especial del boletín de Wolfgang y Rudi, con una mezcla de noticias políticas y chistes internos, 1935.

    Mis abuelos se casaron en marzo de 1936, y fue lo último que hicieron en Liechtenstein. En seguida luego de la ceremonia se fueron a Inglaterra vía Suiza y Francia: recién se había anunciado que los alemanes residentes en el exterior debían registrarse al servicio militar, y Liechtenstein era demasiado pequeño y próximo a Alemania como para que hubiera una protección suficiente. En los siguientes meses la comunidad de Liechtenstein disminuyó hasta que, en una coincidencia fortuita, los últimos miembros alemanes partieron el mismo día que Hitler anexó Austria en marzo de 1938. Gracias a los miembros ingleses, ahora era posible que la comunidad comprara tierras en Inglaterra, y una nueva sede fue fundada en Cotswolds. Para ese entonces Wolfgang y Rudi habían dejado la escuela para capacitarse más. Wolfgang era aprendiz de tipógrafo y Rudi estudiaba construcción. (Un día Rudi le ofreció una taza de té a una estudiante de Oxford que acababa de subir en bicicleta, se trataba de su futura esposa, Winifred, que en breve dejaría sus estudios para unirse a la comunidad).Trudi seguía enseñando en la escuela, que rondaba los cincuenta estudiantes. Annemarie tenía una clase preescolar de veinticinco. “El futuro es de los niños”, decía el editorial principal de una edición especial de Plough sobre la educación de los niños que se publicó, con el mundo precipitándose hacia la guerra, en otoño de 1939. “Dios es de ellos, de ellos es su reino (...) Nos remiten a la fuente y a la meta de todo ser, es decir, a Dios y, por tanto, a la comunidad”.

    En los años que pasaron desde que la escuela cerró en Liechtenstein en 1938, los niños del Bruderhof fueron educados en Inglaterra, Paraguay, Uruguay, Estados Unidos, Alemania (nuevamente), Australia, Austria y Corea del Sur. A todos estos niños les resultaría muy familiar aquella escuela de antaño (aunque el latín ya no forma parte del plan de estudios). Las clases académicas se siguen impartiendo para mostrar la coherencia subyacente entre las distintas asignaturas. Las tardes siguen dedicadas a jugar en el bosque, construir casitas en los árboles y represar arroyos, recoger bayas o identificar fósiles, y aprender oficios manuales y los rudimentos de la artesanía. Los profesores siguen uniéndose a sus alumnos para hacer pistas de trineo, representar obras de teatro y volar cometas. Algunos días la escuela colabora en proyectos comunitarios: cosecha de patatas, jardinería, ayuda en la preparación de una celebración. También hay diferencias, por supuesto, de tiempo y lugar, pero la educación —en palabras de Eberhard Arnold, la “crianza e instrucción de los niños en el espíritu de la Iglesia cristiana” — sigue siendo el núcleo de la comunidad eclesial.


    Event in Liechtenstein

    El príncipe Nikolaus de Liechtenstein se dirige a miembros y amigos del Bruderhof, y lugareños de Liechtentstein, en el pasado sitio de una comunidad Bruderhof en septiembre de 2024. Fotografía cortesía de Rob Zumpe.

    El 7 de septiembre de 2024 fue —como decían los lugareños de Liechtenstein— Kaiserwetter, un día digno de un emperador. Poco después de mediodía, más de cien personas se reunieron en el sitio de la pasada comunidad Bruderhof. Dos bisnietos de Rudi Hildel, ambos de trece años, la misma edad que él tenía en marzo de 1934, descubrieron una lápida conmemorativa. La familia Loewenthal colocó flores junto a la lápida. La nieta homónima de Trudi, también profesora, estaba allí, junto con mi marido Kent y yo, y varias docenas de descendientes de antiguos residentes. Un pastor del Bruderhof, Andrew Zimmerman, expresó su agradecimiento al pueblo de Liechtenstein y a su gobierno por proporcionar un lugar seguro para la comunidad en un tiempo complicado y difícil.

    Este acontecimiento —con el tema de Mateo 25:35, “fui forastero y me dieron alojamiento”— fue el resultado de nuevas amistades y otro acto de acogida. En 2019, a sugerencia de miembros de congregaciones anabautistas y católicas, se estableció una comunidad Bruderhof en el Weinviertel austriaco. Durante una conversación sobre la historia del Bruderhof durante la Segunda Guerra Mundial, un vecino de esta nueva comunidad, el cardenal Christoph Schönborn, se ofreció a presentarles a miembros del Bruderhof a la familia Liechtenstein. Unos meses después, la princesa Maria-Pia Kothbauer, embajadora de Liechtenstein en Austria, vino de visita, y se planificó un acto para conmemorar cómo, según dijo el cardenal en un mensaje de vídeo grabado para el evento, “la Casa Principesca de Liechtenstein tuvo el valor de acoger a esta comunidad […] e incluso de darles la oportunidad de fundar una escuela. Podría citar otros ejemplos de cómo los Liechtenstein acogieron a refugiados y dieron así un ejemplo de magnanimidad cristiana. […] El testimonio cristiano por ambas partes es tan importante para nosotros, al escucharnos y aprender los unos de otros lo que significa ser cristianos hoy. Esa es mi experiencia con la comunidad Bruderhof, por cuya presencia estoy tan agradecido”.

    El Príncipe Nikolaus de Liechtenstein, que asistió al acto del 7 de septiembre, también habló del improbable encuentro entre este grupo de refugiados con su nación y familia:

    Ha pasado mucho tiempo desde 1934, pero la gente aún está procesando esos tiempos, que eran muy difíciles para Liechtenstein también. Por eso, fue sin duda una coincidencia divina que el Bruderhof haya llegado aquí. Creo que fue un enriquecimiento para el país. Pero la Casa Principesca apoyó plenamente al Bruderhof, aunque también hubo tiempos difíciles. Gracias a Dios, la comunidad encontró aquí un refugio durante unos años.

    Si nos remontamos más atrás en la historia, hay otro dato especial que mencionar. Anteriormente, en los siglos XVI y XVII, la familia Liechtenstein también dio refugio a los Hermanos Moravos, las comunidades que recibieron una fuerte influencia de Jan Hus. Esto duró muchas décadas y nuestra familia las apoyó plenamente. Estas comunidades se integraron muy fuertemente en estos lugares, contribuyendo también económicamente, y fue una hermosa simbiosis, como lo fue después con ustedes.

    Por todo lo que yo he visto y oído, no hay duda de que su comunidad contribuye mucho a traer el mensaje cristiano a este mundo, mediante una convivencia sencilla, inspirada en los valores cristianos, sobre todo el amor al prójimo. Esto es muy pertinente hoy, cuando vivimos en la abundancia material —con todos los problemas que esto conlleva— por lo que es aún más importante que podamos demostrar que también hay comunidades en el mundo donde las personas viven juntos en paz, respetando a sus semejantes y la naturaleza. Doy gracias a Dios por este día de conmemoración.


    Traducción de Micaela Amarilla Zeballos.
    Contribuido por MarianneWright Marianne Wright

    Marianne Wright, un miembro del Bruderhof, vive en el estado de Nueva York con su esposo y cinco hijos.

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