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    Educando para la libertad

    ¿Nuestra sociedad ha perdido la capacidad de criar a nuestros jóvenes?

    por Peter Mommsen

    lunes, 10 de febrero de 2025

    Otros idiomas: English

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    En 1851, Friedrich Froebel, el inventor de los jardines infantiles, sopesó la idea de escapar de su patria a Estados Unidos. En agosto de ese año, el gobierno prusiano había condenado como sediciosa la red de jardines infantiles que él había fundado hace once años. Para un gobierno temeroso de las ideas liberales y democráticas, las nuevas instituciones eran focos de “ateísmo y demagogia”; células peligrosas del “sistema socialista de Froebel” que promovía “tendencias destructivas en los ámbitos religiosos y políticos”. Incluso una exalumna de la universidad recientemente fundada para capacitar profesores de jardines infantiles —la primera escuela profesional laica para mujeres en Alemania— se vio obligada a emigrar para escapar de las acusaciones de subversión que pesaban sobre ella. 

    A pesar de que Froebel no la siguió, se sintió devastado ante la noticia de la prohibición, que parecía convertir su trabajo de toda la vida en un fracaso. Él murió un año después. Su sueño de un kindergarten infantil, un “jardín” donde cada niño crecería como una planta, de manera natural, pero ayudado mediante el cultivo, apenas se estaba desarrollando. Ya había logrado tener seguidores en todo el territorio alemán. Froebel acudió de manera urgente al rey Federico Guillermo IV: “¡Le ruego en nombre de la infancia, […] no permita que se pisotee la semilla que está brotando de una nueva educación para la humanidad!”. Sus protestas de que no era ni socialista ni ateo pasaron desapercibidas; aparentemente, el gobierno consideraba los jardines infantiles como una verdadera amenaza política, dándole prioridad al sistema tradicional de cuidado infantil religioso que hacía énfasis en la obediencia a la autoridad y el aprendizaje de memoria de las escrituras. La prohibición de los jardines infantiles no se levantó hasta ocho años después de la muerte de Froebel.

    La prohibición no funcionó, lo cual se puede evidenciar en que la palabra kindergarten que se encuentra hoy en día en más de cuarenta idiomas. De hecho, la represión ayudó a que la semilla de Froebel se expandiera a través de educadores, inspirados por su visión, quienes salieron de Alemania y sembraron nuevos jardines infantiles a lo largo de Europa y Norteamérica, extendiéndose también a Asia.

    Painting of a village

    Else Arnold, Keilhau en invierno, acrílico sobre papel, 2017.

    En cierto sentido, el gobierno prusiano tenía razón: la pedagogía de Froebel era políticamente amenazante, al menos para los regímenes autoritarios. El objetivo de la educación tanto en la escuela como en la familia, insistía Froebel, es “libertad y autodeterminación”. Ésta es la razón por la cual, durante los intensos días de revolución de 1848, la Asamblea Nacional Alemana había determinado que los jardines infantiles froebelianos “deberían formar parte de la educación de todos los niños”.

    Sin duda esa recomendación ayudó a desatar una reacción adversa. Los reaccionarios querían que los educadores inculcaran la sumisión y la conformidad; para Froebel, la función de los educadores era afinar la voluntad de las personas para ejercer la libertad. La formación física e intelectual era esencial, pero al servicio de este objetivo superior. Por lo tanto, tratar a los niños y niñas como materia prima para ser moldeados de acuerdo con el diseño de cada educador, ya sea en cuanto a lo ideológico o lo personal, le parecía a Froebel una especie de sacrilegio: “¿cuándo dejaremos de acuñar a nuestros niños y niñas como monedas o de verlos adornados con los retratos y rótulos de otros?”

    No es que fuera anti autoritario en el sentido de “sin autoridad”; Froebel no fue un precursor de la “crianza amable”; él insistía en que la educación requiere de “libertad con guía” tanto por parte de los padres como de los educadores. Precisamente, puesto que él tenía al potencial humano en alta estima, su método exigía un trabajo arduo y riguroso. Sin embargo, esta disciplina siempre debe estar al servicio de fomentar la libertad, “la manifestación de lo divino dentro del ser humano”. Para Froebel, este objetivo requería un aprendizaje a lo largo de toda la vida, comenzando en la cuna y continuando a través de la escuela, la educación superior y hasta la vida adulta.

    Keilhau, una aldea cerca al pueblo en donde Froebel fundó su primer kindergarten, se encuentra el internado que fundó en 1821 sobre los mismos principios, éste sigue en funcionamiento. En su campus se encuentra un busto de bronce del educador inscrito con una cita que resume de la manera más sucinta su misión: “Quería educar seres humanos que sean libres, pensantes y activos por su propia iniciativa”.

    En contraste, las formas contemporáneas de hablar sobre el propósito de la educación tienden a sonar mucho más a algo parecido a acuñar monedas. La misión declarada del Departamento de Educación de los Estados Unidos, por ejemplo, es “promover el logro estudiantil y la preparación para la competitividad global”. Es decir, educar a los seres humanos se reduce a promover el éxito académico según lo juzgado por pruebas estandarizadas asegurando una fuerza laboral competente. El resultado de esta visión es una clasificación de los jóvenes, con aquellos preparados para obtener altas calificaciones y futuros ingresos en la cima y, los demás, como rezagados.

    Incluso en la cima de este sistema estratificado, existe un vacío. Ciertamente, la declaración de misión de Harvard College hace alusión al bien público, comprometiéndose a “formar a los ciudadanos y ciudadanos líderes para nuestra sociedad”, a través “del poder transformador de una educación en artes liberales y ciencias”. Sin embargo, lo que podría ser la naturaleza o el objetivo de esa transformación sigue siendo una incógnita. ¿Cuál es la buena vida para la que deben prepararse los seres humanos, incluidos los “líderes-ciudadanos”? Al no haber una visión clara de esto, el vacío puede ser llenado por objetivos antihumanos, como, por ejemplo, dominar el juego de estatus de alto riesgo solo para ser un ganador en un mundo de perdedores.

    El inventor de los jardines infantiles nos reta a preguntar: ¿para qué deberíamos educar humanos?

    El inicio de la vida de Froebel fue tan triste como su final, pero fue determinante para que formara una visión alternativa para los niños y niñas. La madre de Froebel murió antes de que él cumpliera un año, y lo que él describió como “el horrible amanecer de mi vida” parece sacado de un cuento de los Hermanos Grimm. Su padre lo consideraba estúpido y “malvado”, mientras que su madrastra solo se dirigía a él en tercera persona. Un día, ella lo encerró en el sótano por alguna infracción y se olvidó de él. Cuando lo recordó al día siguiente y abrió la puerta, lo encontró de pie en el umbral, perfectamente aseado. Él explicó: “Mi madre vino durante la noche y me lavó y me vistió”. (El anhelo de Froebel por su madre ausente puede explicar por qué gran parte de su trabajo posterior se centró en promover la relación de los niños con sus padres. Uno de sus proyectos más influyentes fue Canciones de cariño para las madres, un libro de canciones y juegos con movimientos de los dedos con el fin de que las madres lactantes los usaran para fortalecer el vínculo con sus bebés).

    El joven Froebel encontró sosiego jugando a solas en el jardín detrás de su casa. Al estar jugando, descubrió la naturaleza:

    Recuerdos de mi juventud: contemplar tulipanes con indecible deleite; encontrar un placer intenso en sus formas regulares; el llamativo dibujo de los seis pétalos y las vainas de semillas de tres bordes. […] Gozosa contemplación del capullo de avellano con sus encantadores colores; placer en la flor del limón. Todos sus rasgos de cuidado y amor me llenaron de asombro. Diseccionando judías en Oberweissbach con la esperanza de encontrar una explicación.

    Al estar jugando libre en la naturaleza, Froebel encontró el camino hacia la “unificación de la vida” que más adelante identificaría como un aspecto esencial para educar para la libertad. Escribió: “Nuestra vida es una vida quebrada, violada, oprimida, enferma y mórbida”, la única manera de lograr la plenitud como una persona libre es hallar nuestro camino “hacia nosotros, hacia la naturaleza y hacia Dios”.

    Durante el siglo veinte, la celebridad inicial de Froebel se desvaneció, junto con dichas nociones “románticas”, dando paso a los métodos racionalistas que escalarían a los sistemas masivos de educación. Elementos de su pensamiento fluyeron posteriormente en las teorías de educadores como María Montessori, Peter Petersen y John Dewey. No obstante, en general, estos sucesores trataban de sustituir su elevada visión de libertad por un enfoque más pragmático y empírico. Froebel pasó de moda, excepto como un sabor natural boutique en jardines infantiles y escuelas de élite en Europa y Asia. En la actualidad, en el mundo angloparlante si bien su nombre todavía figura como un índice en la historia de la educación, es más probable que se le cite como una influencia para arquitectos y diseñadores como Frank Lloyd Wright, Buckminster Fuller, Le Corbusier y la escuela Bauhaus.

    Watercolor of Frobel school

    La escuela de Keilhau, construida por Froebel. Arte de Keilhau in Wort und Bild, Leipzig, 1902.

    Sin embargo, en los últimos años se le ha reivindicado rotundamente al menos en un sentido: por el redescubrimiento de la importancia del juego. Froebel sostenía que el juego libre es la base fundamental del pensamiento y la acción libre; en la actualidad esa idea se está reconsiderando.

    En un artículo de 2024 para el Journal of Pediatrics, el profesor de psicología del Boston College, Peter Gray, sostiene que el alarmante aumento de la ansiedad y depresión entre los niños y adolescentes de hoy en día está estrechamente relacionado con la desaparición de oportunidades para jugar libremente. Él observa, que lo que ha ocasionado esta pérdida es, irónicamente, la buena intención de los padres y educadores modernos de proteger a los niños. Esto mediante una constante supervisión y maximizando el valor educativo de cómo pasan el tiempo, mediante actividades controladas por los adultos tales como el aprendizaje académico a temprana edad o los deportes juveniles. Sin embargo, esto los priva de satisfacer una necesidad natural. Sostiene que los humanos evolucionaron para aprender habilidades y ganar confianza e independencia a través del juego, al igual que lo hacen otros mamíferos:

    Una de las principales causas del aumento de los trastornos mentales es el descenso durante varias décadas de las oportunidades que se les brindan a los chicos y adolescentes para jugar, deambular y participar en otras actividades de forma independiente, sin la supervisión y control directos de los adultos. Tales actividades pueden promover el bienestar mental, tanto a través de efectos inmediatos, como fuente directa de satisfacción o como efectos a largo plazo, al desarrollar características mentales que les proporcionen una base para manejar de manera efectiva el estrés que se presente en sus vidas.

    De igual forma, para Froebel, el juego es “el nivel más alto del desarrollo infantil”, “el producto espiritual más puro de un ser humano” y “la fuente de todo lo bueno”. El insistía en que el juego es la clave de lo que significa ser un ser humano libre y, por consiguiente, debe ser la piedra angular en la educación de los jóvenes.

    “El gran descubrimiento pedagógico que le debemos a [Froebel]”, observó una vez la pionera de la psicología infantil Martha Muchow, es “el descubrimiento del niño, el niño como es en realidad”. Como sugiere la investigación de Gray, el aumento actual de los trastornos mentales en los jóvenes puede deberse precisamente a no ver al niño “como es en realidad”. Después de todo, el viejo romántico podría tener la razón.

    Mi opinión personal es que Froebel tenía razón y que sus percepciones son esenciales para superar los desafíos del mundo moderno, desde la tecnología hasta la polarización en la educación. Y así como su visión sobrevive para enfrentar el momento, la escuela que él fundó ha revivido para permanecer como un ejemplo. Tengo una visión interna gracias a la conexión familiar. Mi abuela, Annemarie Wächter, que también era educadora, nació en la escuela Keilhau de Froebel justo a unos cuantos cientos de metros de la estatua de este gran hombre. La hija del director de la escuela, también era la sobrina-nieta de Froebel: la escuela había permanecido en la familia extendida desde su época hasta que en 1939 los nacionalsocialistas la tomaron como un semillero de librepensamiento; por ejemplo, los estudiantes no saludaban con el Heil Hitler.

    Años más tarde, una organización emprendedora de beneficencia restauró la escuela, conocida en la actualidad como la Escuela Libre Froebel, que educa aproximadamente cuatrocientos estudiantes de primero a décimo grado (ahora es mixta; en el pasado, Keilahau era una escuela principalmente masculina, con excepciones ocasionales como Annemarie). La escuela basa su premisa de excelencia no en la selectividad, sino en su compromiso de educar a cada niño dentro de su individualidad, acorde con el lema de Froebel, “unidad en la diversidad”; aproximadamente setenta de los estudiantes son referidos por los servicios sociales. En cada visita que hago me sorprende ver cómo su escuela permanece como una ilustración física de su visión para educar seres humanos para la libertad. Hagamos un breve recorrido histórico.

    En el centro del pequeño pueblo se encuentra la casa a la que Froebel se mudó en 1817 con dos cofundadores, Wilhelm Middendorff y Heinrich Langethal. Los tres se habían hecho amigos cercanos cuatro años atrás como compañeros de armas, al luchar contra la ocupación de Napoleón en una milicia de voluntarios, el Cuerpo Libre de Lützow, que atrajo a muchos estudiantes con ideales democráticos. Froebel, que se había formado como aprendiz del educador reformista suizo Johann Heinrich Pestalozzi antes de la guerra, había inculcado en sus amigos su propia pasión por la educación emancipadora.

    El compromiso con las habilidades prácticas y el trabajo físico eran aspectos fundamentales en su método. Las materias tradicionales se enseñaban de manera interdisciplinaria y con una mezcla de enfoques, incluyendo el cuestionamiento socrático por parte del profesor y la instrucción guiada por el estudiante. Como describe el programa Miriam Mathis, editora de una nueva antología de citas de Froebel, Where Children Grow (Donde crecen los niños), publicada por Plough:

    Froebel creía que los humanos son creativos por esencia y, por lo tanto, se les debía dar la oportunidad de experimentar e inventar. Él equilibraba las clases de la mañana con tardes de trabajo práctico, deportes, manualidades, arte y juego libre. Las noches eran tiempo para relajarse con cuentos, cantos y manualidades.

    En 1817 marcó el tricentenario de la Reforma y Froebel quiso erigir un “monumento viviente” a Martín Lutero, a quien veneraba como un apóstol de la libertad. Él inscribió a dos descendientes del reformador, Georg y Ernst Luther, hermanos adolescentes que eran trabajadores analfabetos quienes vivían en la absoluta pobreza. A partir de este comienzo poco prometedor, el método de Froebel logró resultados sorprendentes. Georg estudió teología y Ernest se convirtió en un excelente tallador de piedra.

    Los caminos vocacionales de los dos hermanos ilustran, de manera ejemplar, cómo la combinación del aprendizaje académico y politécnico de Froebel se funcionaba en la práctica. En lugar de separar a los chicos en diferentes ramas de estudio, el animó a todos los estudiantes tanto a desafiarse intelectualmente como a aprender a trabajar con sus manos.

    En este programa de aprendizaje práctico, la agricultura ocupaba un lugar destacado. La escuela original venía con una parcela de tierra agrícola, que fue el centro de lo que pronto se convertiría en una próspera granja. Durante más de cien años, la escuela fue autosuficiente; cultivaba sus propios alimentos en una operación que incluía horticultura, ganadería, campos de heno, cultivo de manzanas además de cientos de acres de bosques para leña, recolección de alimentos y caza. Esta empresa notable sobrevivió hasta 1949, cuando unos entusiastas comunistas la dinamitaron por considerarla “feudal”.

    Aunque la gran granja haya desaparecido, la escuela de Keilahau hoy en día todavía tiene los jardines y orquídeas además de una herrería, reflejando la visión de su fundador. Para Froebel, trabajar con la tierra y las plantas vivas era fundamental para aprender a ser humano (el jardín en “jardín infantil no estaba destinado a ser solo una metáfora).

    Froebel creía que uno de los propósitos de la jardinería era enseñar la ética del trabajo. Pero, al igual que con el juego, el objetivo fundamental era la “unificación de la vida”. Al exponerse a las leyes de la naturaleza, cuyo autor es el creador, o cultivando zanahorias o papas, se conecta tangiblemente al niño con la realidad espiritual: “Desde cada punto de la naturaleza, cada camino conduce a Dios”.

    Painting of Froebel Blick

    Rhoda Fellermeier, Am Froebelblick, acrílico sobre papel, 2014. 

    Froebel también se sentía apasionado por la necesidad de la actividad física. Él escribió que la falta de oportunidades de trabajo y ejercicio en las escuelas convencionales “llevaba a los chicos a una inercia y pereza física; ¡la indescriptible fuerza humana se queda sin desarrollar: esa indescriptible fuerza humana se pierde!”.

    La inspiración se remontaba a sus días de vida militar. Entre los amigos que hizo en la milicia se encontraba Friedrich Ludwig Jahn, el “padre de la gimnasia” y de los clubes deportivos modernos; los primeros gimnasios públicos universitarios en los Estados Unidos, fueron construidos a partir de 1826 por sus admiradores estadounidenses. Jahn había desempeñado un papel destacado en la difusión de las fraternidades estudiantiles patrióticas que proporcionaban reclutas para el levantamiento contra la ocupación francesa. El lema de su movimiento Músculo-cristiano: frisch, fromm, fröhlich, frei 

     En forma, devoto, alegre, libre; encajaba de manera obvia con el objetivo educativo de Froebel de “unificación de la vida”.

    El ethos de la escuela también dio lugar a conflictos con la religión oficial. Luterano leal pero poco convencional, la experiencia de Froebel con Dios como Creador era casi mística: “Subyacente al orden universal de las cosas hay una unidad viva que todo lo penetra. Esta unidad es Dios, en quien todo vive y tiene su ser”.

    Este ferviente amor por la naturaleza le ocasionó acusaciones de panteísmo (que el gobierno prusiano catalogaba como “ateísmo” cuando prohibió los jardines infantiles). Después de fundar la escuela, pronto provocó la ira del sacerdote del pueblo al realizar sus propios servicios dominicales, en lo posible al aire libre en la “catedral del bosque”, puesto que consideraba que los largos sermones en interiores afectarían la vida espiritual de sus feligreses en vez de incentivarla.

    No obstante, una mirada al interior de la iglesia del pueblo revela también su legado allí. Cuatro grandes placas se extienden a lo largo de los balcones, con los nombres de los noventa y seis estudiantes y exalumnos de Keilhau que murieron en la Primera Guerra Mundial. Entre ellos se encuentra el hermano mayor de Annemarie, Otto, quien se ofreció como voluntario en 1915 a la edad de diecisiete años, junto con toda su clase; la mayoría nunca regresó a casa. Froebel había escrito que su educación buscaba enseñar la valentía, la hombría y el sacrificio propio por una causa mayor. Es discutible si los objetivos bélicos de la Alemania imperial eran una causa mayor por la que valía la pena morir. Sin embargo, como testimonio de las virtudes que Froebel trató de inculcar, las placas de la iglesia son evidencia de su éxito.

    Detrás del altar de la iglesia cuelga una pintura al estilo del Nazareno de uno de los exalumnos de Froebel. Representa la escena bíblica favorita del educador: Jesús de pie rodeado por una multitud de exuberantes niños a quienes bendice, mientras sus discípulos observan desde atrás (dos de ellos tienen los rostros de los amigos de Froebel Langethal and Middendorff). Se invita al espectador a recordar las palabras de Jesús: “Dejen que los niños vengan a mí; no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos” (Mt 19:14). 

    Painting overlooking Froebel school

    Arte de Keilhau in Wort und Bild, Leipzig, 1902.

    Estas palabras se citan en un pasaje crucial de la obra maestra de Froebel, La educación del hombre, escrito en 1826 para defender la escuela de Keilhau a medida que la hostilidad del gobierno iba en aumento. El libro es un conglomerado denso y a menudo enloquecedor de discursos pedagógicos, científicos y filosóficos. No obstante, en el corazón de la obra se encuentra el Jesús de los Evangelios, la piedra angular de la idea de Froebel sobre la libertad y la educación:

    La vida de Jesús, la más elevada y perfecta conocida por la humanidad, encontró su plenitud dentro de su propio ser. Esta vida perfecta haría que cada ser humano se convirtiera igualmente en una imagen similar de lo eterno, desarrollándose desde adentro, automotivado y libre, acorde con la ley eterna. De hecho, esta vida es el objetivo de toda instrucción y entrenamiento; no puede haber otra.

    Para Froebel, Jesús nos presenta “la vida más elevada, más completa y ejemplar”. Y como el Maestro por excelencia, él también es el ejemplo del educador.

    Puesto que Froebel no profundizó en esta observación, sus principales propuestas para la educación pueden leerse como destilaciones de la forma de educar de Jesús. Mucho antes de Froebel, Jesús llamó a una “unificación de la vida” libre de hipocresía, en la que la vida exterior manifiesta la interior y la interior, la exterior. El veía la niñez no como mera preparación para la vida adulta, sino como una clave para lo que significa ser humano: “Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt 18:3). Su amor por la naturaleza —su costumbre de retirarse al desierto, sus exhortaciones a imitar “las aves del cielo y los lirios del campo”, sus parábolas extraídas del mundo natural— reflejaban su amor por su Padre, el Creador. Los métodos de enseñanza de Froebel eran reminiscencias de las enseñanzas de Jesús: usaba historias de la vida diaria, preguntas inquisitivas para provocar la comprensión del oyente. Jesús no enseñaba transmitiendo conocimiento a través de clases sistemáticas, sino convocando al (como escribió Froebel) “pensamiento activo” y a la “acción pensativa”. “¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica.” (Jn 13:17).

    Empleando todos estos métodos, Jesús educó para la libertad, para que los seres humanos aprendieran a ser “libres, pensantes y activos por iniciativa propia”. Como se le cita en el Evangelio de Juan: “Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres”. Su ejemplo, como nos recuerda Froebel, muestra la mezquindad de una educación que solo apunta a los logros académicos y la competitividad global. Los seres humanos, jóvenes y viejos, están hechos para más.


    Traducción de Clara Beltrán

    Contribuido por portrait of Peter Mommsen Peter Mommsen

    Peter Mommsen es director de la revista Plough Quarterly. Vive en el estado de Nueva York con su esposa Wilma y sus tres hijos.

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